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Búsqueda de justicia sin fronteras

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La abogada francesa, Sophie Thonon, que llevó adelante el juicio en ausencia contra Alfredo Astiz destaca el aporte argentino a la jurisprudencia internacional.

 

Por ella Alfredo Astiz no pudo poner un pie fuera de la Argentina durante 20 años sin correr el riesgo de caer en una prisión francesa. De ella habría huido a hurtadillas por la puerta de servicio de un paquetísimo hotel parisino para no ser llamado a declarar por la Operación Cóndor el ex secretario estadounidense de Estado, Henry Kissinger.
Sophie Thonon, la más argentina de las abogadas francesas, vuelve a ser una suerte de pesadilla de torturadores sudamericanos: esta vez se trata de Mario Sandoval, policía de la dictadura cívico-militar argentina radicado en Francia, sobre quien acaba de comenzar la cuenta regresiva para su extradición a nuestro país.
Aunque la foto es borrosa, su recuerdo es claro. «La estatua del general San Martín montado en su caballo y liberando América Latina me acompañó durante toda mi infancia, ya que estaba ahí, frente a la casa de mis padres. Y si hay una ciudad de Francia donde la Argentina está presente, es Boulogne-sur-Mer, donde nací», cuenta Sophie Thonon en un castellano impecablemente porteño. Sus recuerdos de niña la llevan lejos de su actual estudio de abogada en París, hacia las costas del Canal de la Mancha, a esa puerta que daba sobre la plaza del puerto y que cruzaba todos los días para ir al colegio, cuando la saludaba ese enigmático jinete de bronce con su bandera flameando aún en lo estático.
A pocas cuadras de ahí está la casa donde murió el San Martín de carne y hueso. De una de sus paredes cuelga una foto de sepia descolorido de 1947, donde se ve el mismo monumento, pero rodeado de ruinas. «Acá lo llaman “el milagro de la estatua” –dice con acento tucumano uno de los cuidadores de la casa/museo–: ¡todo fue arrasado, pero a la estatua no se le movió ni un pelo, che! ¿Podés creerlo?». San Martín eligió esta ciudad precisamente porque está a unos pocos metros del Paso de Calais, lo más próximo del continente europeo a sus admiradas islas británicas. Durante la ocupación alemana de Francia en 1940, esa cercanía sellaría el destino de la ciudad: entre marzo y junio de 1944, 1.000 toneladas de bombas aliadas arrojadas en 9 raids aéreos dejaron un 80% de la ciudad devastada. «Mi padre, parisino –recuerda Sophie–, fue enviado como ingeniero civil a Boulogne para reparar el puerto. Él intentaba reconstruir, a partir de vestigios, lo que debió haber sido toda una vida que desapareció».
«Es difícil pensar en los avances logrados en derechos humanos en la Argentina sin mencionar el compromiso y la labor infatigable de personas como Sophie Thonon o las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo». Con estas palabras el canciller Héctor Timerman le colgó de la solapa a Sophie, el año pasado, en el Palacio San Martín de Buenos Aires, la Orden de Mayo. Una medalla que en 1943  se llamaba la Orden del Libertador San Martín. Un pedacito de metal en el pecho henchido de orgullo de Thonon, y que la acerca, un poco más, a aquellos sueños de niña fascinada por los ecos liberadores del bronce sanmartiniano de Boulogne-sur-Mer.
–Cosas que desaparecen, guerras de independencia, huellas que seguir, próceres heroicos sudamericanos. ¿Todo esto la llevó a involucrarse en los casos judiciales vinculados con víctimas y exiliados de Argentina y Chile?
–Desde chiquita el tema de la inmensidad y la historia de América del Sur y de la Argentina siempre estuvieron dando vueltas. Mi madre, francesa de la región de Boulogne-sur-Mer, era una persona muy culta y siempre me contaba las historias de las independencias, la Revolución de Mayo, el cruce de los Andes, San Martín. Figuras que siempre funcionaron en aquella nena de 4 años como un fuerte y misterioso imaginario liberador y de libertad. Además, una tía, y yo también, nos casamos con argentinos. Recuerdo mi fascinación cuando el marido de mi tía nos contó que al nacer su papá, en pleno campo, no sé en que lugar de las pampas argentinas, su abuelo tuvo que cabalgar durante tres días hasta llegar el pueblo más cercano y declarar el nacimiento de su hijo. ¡Que fantasías de inmensidad!, nosotros los chicos no podíamos creer que podía llevar tres días llegar a la municipalidad, distancias inimaginables para nuestras mentes europeas que tenemos todo relativamente cerca. Es que las cosas de la infancia siempre lo siguen a uno en la vida como una especie de perfume especial.
–¿Su vocación como abogada de derechos humanos en Sudamérica surgió de esas fragancias?
–Realmente fue una enseñanza que no sabía cómo iba a influir en mi vida. El tema es que cuando fue elegido Salvador Allende en setiembre de 1970, aquí en Francia generó un gran interés, en especial en la izquierda francesa que precisamente en ese momento estaba buscando promover una alianza con el partido comunista y socialista para llegar al poder y sacar del trono presidencial a la derecha que estaba desde hacía casi 40 años (recién en 1981 sería elegido el socialista François Mitterrand). Una especie de renacimiento de las esperanzas en América Latina que se contagió del otro lado del Atlántico. Y bueno, me fui fascinada en 1973 a Chile y me volví a Francia justo unos días antes del golpe de Augusto Pinochet.
–Una adolescente francesa conociendo el Chile socialista.
–Sí, un país que en ese momento estaba siendo metódicamente desorganizado por la oposición. Había desabastecimiento, faltaba leche, la huelga de los camioneros, colas de gente a la cinco de la mañana, las vías del tren habían sido voladas. Y me acuerdo también que estaba muy politizado, había muchísimas reuniones y consejos de barrio. Había también muchos refugiados de la reciente dictadura en Uruguay. Pero el golpe en Chile ya estaba en marcha, se lo sentía en el aire. Los exiliados chilenos marcaron a la sociedad francesa de ese momento.
–¿Cómo se vivió el golpe chileno desde Francia?
–Hubo grandes manifestaciones en París y creo que muchos franceses de izquierda, así como republicanos, hicieron una especie de comparación del golpe en Chile con lo que fue la Guerra Civil en España. Es decir, una república progresista que de repente es derrotada de la manera más brutal. Se creó a partir de ahí una inercia de apoyo constante y de solidaridad con los exiliados chilenos, y bueno, desgraciadamente luego comenzaron a llegar los exiliados argentinos y de otros países de la región. Después comencé a trabajar hasta el día de hoy, que la presido, con la asociación France Amérique Latine, la organización que lleva más tiempo en Francia trabajando en forma solidaria con las víctimas y exiliados de América del Sur. Mientras terminaba mis estudios de abogacía me metí mucho con el tema de los exiliados y de las denuncias de los casos de atropellos que cometían las dictaduras, pero lo que definitivamente me dejó la marca de la Argentina fue el caso Astiz.
–¿Cómo llegó a este caso?
–Durante la guerra de Malvinas, cuando Astiz apareció en todos los medios tras el desembarco en las islas Georgias, las Madres de Plaza de Mayo lo reconocieron como el tipo que se habría infiltrado entre ellas en la Iglesia de la Santa Cruz en la ciudad de Buenos Aires, así como también lo hizo entre los grupos de exiliados en París a fines de los años 70. Ya había un pedido de captura de Francia por el secuestro de las dos monjas francesas desaparecidas en la Argentina, Alice Domon y Léonie Duquet. Pero cuando Argentina fue vencida en Malvinas y Astiz fue capturado, los ingleses no lo entregaron a París porque dijeron que era un prisionero de guerra y por eso estaba bajo las leyes de la Convención de Ginebra. En ese momento lo devolvieron a la Argentina. Finalmente, en 1990 logramos que la Corte Penal de París lo condenara en ausencia a cadena perpetua por ambas desapariciones, y como yo tuve la oportunidad de representar a las familias de las monjas, me encargué directamente de tramitar el pedido de extradición de Astiz durante muchos años (que nunca se produjo y dejó de tener efecto cuando fue juzgado y condenado en 2011 en Argentina).
–¿Lo ocurrido con Astiz la marcó tanto a usted a nivel personal como a la justicia francesa?
–Sí, el juicio a Astiz tuvo varias particularidades y fue una especie de piedra angular de referencia para el castigo contra los crímenes de lesa humanidad en la historia de la jurisprudencia de Francia. En materia penal, como en casi todos los derechos en general, la competencia se fija en relación con el lugar en donde se cometió el crimen. Pero el derecho francés, así como el alemán y el italiano, contemplan la figura de la Competencia Personal Pasiva. Es por esto que aunque Astiz cometió el crimen a miles de kilómetros de París, lo hizo contra ciudadanas francesas, y es considerado como un quiebre del orden público de Francia. Además en Francia e Italia, no así Alemania, también podemos juzgar en ausencia. En ese sentido, ambos países consideran que la nacionalidad del victimario no importa, sí la de la víctima. Debido a esto las principales causas de pedidos de extranjeros desaparecidos durante las dictaduras sudamericanas vienen de Francia e Italia.
–El juicio fue hace casi 25 años. En este cuarto de siglo, ¿hubo cambios respecto a los casos posteriores?
–Sí, es que en Francia, como también ocurre en otros países, teníamos un problema muy importante con el tiempo para lograr el castigo de los represores, porque luego de 10 años de cometido el crimen, prescribe. Con las monjas estábamos a tiempo, pero ¿cómo íbamos a hacer con el resto de las víctimas francesas?, estábamos llegando tarde. En ese sentido la Argentina estuvo más avanzada: allá la Justicia se trabó con las dos leyes de impunidad, pero luego se logró la excepción con el tema de los secuestros de menores. Y se evitó el tema de la vigencia de la prescripción cuando se recurrió a la figura del «delito continuo». O sea que el tiempo queda suspendido, no se activa el mecanismo de prescripción hasta que no aparezca el cuerpo. Con el tema del robo de niños por parte de los militares pasa algo parecido ya que se considera que se continúa viviendo con una identidad falsa y se continúa privando de una identidad legal. Yo me apoyé en esos antecedentes para presentar casos de desaparecidos franceses durante las dictaduras sudamericanas.
–¿Y los crímenes de lesa humanidad?
–Bueno, es un tema muy sensible en Francia. Por ejemplo, cuando Kissinger estuvo acá de visita en 2000 fue citado por la implicación de Washington en el Operativo Cóndor. Pero se nos escapó. De haber podido utilizar la figura de crímenes de lesa humanidad lo habríamos ido a buscar con dos policías a su habitación del hotel Ritz.
–¿Por qué no se pudo?
–Hay restricciones en Francia con respecto a los crímenes de lesa humanidad. Esta figura jurídica aparece reglamentada por primera vez en los juicios de Nüremberg contra el régimen nazi. En Francia se la entiende de una manera particular: no va más allá de 1945, o sea que es solo para juzgar los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Es una interpretación perversa de esta figura penal, y está hecha con un objetivo político relacionado con las dos guerras coloniales terribles que mantuvo Francia en Indochina y Argelia, donde los franceses cometieron torturas, ejecuciones, violaciones y desapariciones. Y digo que es una interpretación perversa porque una fecha no puede ser el parámetro que constituya un crimen. Este es un debate que no se funda sobre un tema jurídico sino sobre un contencioso político, sobre la decisión de algunos jueces de interpretar los Estatutos de Nüremberg. Yo presenté varias veces querellas por los franceses desaparecidos en Argentina y Chile como crímenes de lesa humanidad, pero distintos jueces lo rechazaron. En 1994 se hizo una reforma del Código Penal francés donde se incorporaron las figuras de no prescripción de los crímenes de lesa humanidad y de genocidio, cuya definición es similar a lo que sucedió en Argentina con sus centros clandestinos, desapariciones, robo de chicos, etcétera.
–¿Los juicios en Argentina siguen siendo un referente en este tipo de delitos?
–La Justicia argentina aportó y sigue aportando al corpus jurídico internacional de castigo a los criminales de lesa humanidad un ejemplo decisivo, excepcional, y que es una referencia para otros países que también afrontan ese tipo de justicia. El juicio a las Juntas y la posterior reapertura de las instrucciones, tras la anulación de las leyes de impunidad, es realmente un hecho histórico que ningún otro país en el mundo hizo. Argentina (junto con Grecia, que juzgó a sus militares golpistas pero no continuó) es el único país que juzgó de manera amplia a sus militares con sus leyes, con sus jueces y con sus tribunales. Y encima el ejemplo de la anulación de las vergonzosas leyes y decretos de amnistía, que restauraron la dignidad de la Justicia argentina. En ese sentido desde hace 10 años la Argentina está haciendo un trabajo de construcción de jurisprudencia pocas veces visto en la historia judicial del mundo.

Andrés Criscaut
Desde París