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«Chávez rompió con todos los dogmas»

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Alfredo Serrano Mancilla investigó las ideas económicas del extinto líder bolivariano, indispensables para entender la situación de Venezuela y el escenario regional.

 

Nació en Andalucía pero prefiere definirse como «cada vez más latinoamericano». De hecho, trabaja estrechamente vinculado con gobiernos de la región y reparte sus días entre Buenos Aires, Quito, La Paz y Caracas como director del Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico (CELAG). Pronto a cumplir 40 años, Serrano Mancilla tiene un doctorado en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona y un posdoctorado en la Université Laval, de Quebec, Canadá. Su último libro, El pensamiento económico de Hugo Chávez, es un intento de mostrar las raíces de uno de los gestores fundamentales de esta América Latina del siglo XXI. «El libro pretende caracterizar esa mirada heterogénea, ecléctica, casi de alquimista con que Chávez fue construyendo su pensamiento a partir de toda su vida», sintetiza Serrano Mancilla.
–¿Investigó solo la perspectiva económica del expresidente venezolano?
–La perspectiva es económica pero no como lo puede mirar la ortodoxia, sino desde una mirada amplia, desde la política, la educación, desde su propia praxis transformadora. La idea era reconstruir su pensamiento de una forma dialéctica, con su contexto latinoamericano y venezolano, pasando por su etapa inicial en un pueblo perdido del llano venezolano y esa relación especial que Chávez tenía con la gente de la calle. Desde lo que era la Venezuela de los años 60, del boom petrolero que no llegaba a esos lugares y su tránsito por la escuela militar. Eso a él le va complejizando su propio pensamiento político y económico porque va empezando a tener influencia de aquellos líderes latinoamericanos, militares nacionales desarrollistas como Omar Torrijos en Panamá, Velazco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia y también de otros próceres históricos como Simón Rodríguez, Bolívar, Ezequiel Zamora. Lo que él define como su árbol de las tres raíces.
–¿Cuáles son las fuentes utilizadas en el trabajo del libro?
–Fui releyendo todas las biografías que hay y luego indagando en el contexto de la época, que él mismo cita. Chávez cuenta de manera anecdótica cómo descubre a John Kenneth Galbraith, uno de los economistas más influyentes del siglo XX y muy cercano a la socialdemocracia de EE.UU. Dice que paseando por Caracas se encuentra con un libro que le llama la atención. Y dice que pasó dos días de cárcel en la escuela militar porque se lo descubrieron y creían que con Economía y subversión, de Galbraith, estaba preparando algo contra el establishment del momento. Así se fue formando, de una manera muy desordenada, porque incluso tenía mucha influencia del hermano, Adán Chávez, con una formación más marxista. Chávez venía leyendo de todo: desde Georgi Plejanov, a Lenin, al Che. Me atrevo a decir que a Antonio Gramsci lo leyó de la mano de Jorge Giordani, el economista de referencia del marxismo en Venezuela, con el que pasó dos años trabajando cuando estaba preso. Luego Giordani sería, hasta hace poco, ministro y colaborador muy cercano de Chávez. En la cárcel escribe Cómo salir de este laberinto, un texto muy chiquito donde plantea cómo va construyendo su pensamiento, a partir de una alergia reactiva al neoliberalismo. Es muy interesante porque rompió con todos los dogmas de que para pensar adónde ir primero hay que pensar cómo salir del lugar donde se está. Luego le llegan todas las influencias, incluso de István Mészáros, al que lee mucho más tarde.
–Era como una esponja.
–Exactamente. Por eso rompe con la idea de un pensamiento único, homogéneo en estos líderes que han transformado realidades. Hay una frase que dijo cuando asumió en el 99: «Yo vengo aquí con un poquito de todo». Para mí refleja ese pensamiento de una manera muy virtuosa, porque lo interesante no es que venga con un cóctel, sino saber qué utilizar en cada situación. Y luego la forma en que lleva lo militar a lo económico. Él estaba muy pendiente siempre de lo táctico y lo estratégico. Decía siempre cuál era la sala situacional y cómo abordarla en lo táctico y en lo estratégico. Cualquier propuesta económica tenía que ir siempre diferenciada en esa doble dimensión. Para él lo táctico fue resolver primero el hambre y lo estratégico el horizonte hacia dónde ir.
–Además, su vida militar lo hizo conocer la realidad de cada punto del país.
–Chávez cristaliza en él la Venezuela del llano, la de la costa, la de la frontera con Colombia, de la zona de Sucre, y eso le permite ver de muy cerca las realidades sociales. En un momento él se pregunta si tenía que estar con la guerrilla o contra la guerrilla. Incluso cuenta que una vez vio en un operativo en una calle que dentro de un auto había un maletero con libros y pensó si quedárselos para leer o entregarlos y al final dio unos y se quedó con otros. Eso le permite tener una mirada sobre la práctica que no las tiene ningún teórico, sin ningún corsé económico. Cuando uno se forma en la universidad parece que solo tienes que aprender sobre una episteme. Y él tenía esa capacidad de esponja para empaparse de todo lo venezolano pero también de lo latinoamericano. Yo creo que uno de los puntos fuertes del chavismo como identidad política y económica es haber sabido actualizar el pensamiento de Bolívar en el siglo XXI. Me sorprendió cómo él había llegado el concepto de Sur, a partir de un presidente africano, Julius Nyerere, de Tanzania, en un escrito de los 80 para la ONU, Los desafíos para el sur. Chávez lo leyó y se quedó con el término.
–¿Quienes trabajaron en su gobierno en el área económica eran capaces de entender este derrotero?
–Tuvo dificultades, no todos entendían a Chávez, porque de momentos tenía virajes hacia el marxismo y luego tenía algo de socialdemócrata keynesiano, de repente era un humanista empedernido, pero podía acudir a Simón Rodríguez si quería jugar con la cuestión pedagógica o recurrir a lo bolivariano. Y eso lo hacía difícil de entender no solo a la oposición sino a la gente como el propio Giordani. Hubo economistas que fueron dejándolo en el camino, porque Chávez en 2004 da un salto adelante, utilizando un término maoísta, y plantea el socialismo del siglo XXI, que también descoloca a todo el mundo. En 1996 el peruano Jaime Bayly, un hombre de la derecha latinoamericana, le preguntó en una entrevista si en caso de ser gobierno iba a hacer control de tipo de cambio y él responde que no, pero que el tipo de cambio no podía afectar a la soberanía. Y eso desconcertaba porque lo ortodoxo te obligaba a una respuesta ortodoxa y él no lo era. Chávez decía: «Yo no nací ni marxista ni socialista de cuna», y al final fue más socialista que cualquier otro.
–Lo fue encontrando en el camino.
–Lo fue encontrando y complejizando en el camino, lo fue adaptando a la realidad venezolana y latinoamericana.
–¿Cómo analizan los académicos el pensamiento de Chávez?
–Creo que ha habido poco trabajo serio a favor o en contra de su pensamiento económico. Todo el mundo se hace experto en la economía venezolana habiendo nacido en España o en la Argentina o China y yo creo que para entender el pensamiento económico de Chávez hay que entender la economía venezolana. Él parte de una confrontación con una economía rentista exportadora, de un siglo XX con un pacto del Punto Fijo que marca la democracia en la IV República. Chávez construyó una mirada muy holística, muy integral, y eso en economía es muy mal visto. Si uno habla de educación o de cultura para abordar una política económica parece que uno no es un economista serio. Y él no creía que hubiera una política económica acertada si no venía acompañada de una explicación virtuosa. Entendía que la economía y la pedagogía iban de la mano, que no había una economía para expertos. Por eso la academia lo rechazaba. Y Chávez se reía porque él intentaba popularizar la economía para que mi mamá o su mamá la entendieran. La academia siempre te enseña que es un grupo muy reducido el que tiene la capacidad y la potestad de hacer grandes análisis eruditos, aunque luego no aciertan ninguna previsión (risas). Y el lenguaje de Chávez era muy cercano, pero con mucha rigurosidad. Él podía jugar con lo más terrenal, de la calle, y luego podía hablar del metabolismo social del capital a lo Mészáros, y esa combinación de espacio en dos dimensiones hacía difícil la crítica rápida de cualquier economista venido de Harvard. Porque Chávez había leído a Gramsci o a Kenneth Galbraith pero no por encima. Y eso le daba mucha fortaleza pedagógica.

–¿Cuáles serían los ejes de su ideario económico?
–Yo diría que uno es la jerarquía que le da a la economía del ahora, a la economía de la urgencia. Chávez pensaba que el mediano y largo plazo tenían que venir siempre y cuando se resolviera el corto plazo. Los economistas pensamos en 20 o 30 años vista, queremos el mejor modelo pero el mientras tanto no lo resuelve nadie. Chávez también tiene influencia de un argentino al que yo no conocía, Oscar Varsavsky, y de Carlos Matus, exministro de Salvador Allende. Ellos habían tratado mucho el tema de la planificación a partir de cubrir las necesidades básicas, y eso se le quedó muy impregnado. Y hay otra cuestión que es el Estado de las Misiones. Él no construye un Estado de Bienestar, no copia ni pega ningún tipo de Estado a la europea, crea un Estado de las Misiones muy sui generis que parte de una respuesta táctica a los problemas sociales y acaba consolidándose en un proyecto estratégico.
–¿Cuál sería la diferencia?
–El Estado de Bienestar pide permiso al capital, «usted tiene una tasa de ganancia tal, repártame para que yo lo pueda distribuir a las mayorías sociales». El Estado de las Misiones es más irreverente porque no le está pidiendo permiso al capital. Y el ejemplo para mí es el 2014. El año pasado cae el PBI un 3%, la inflación está por las nubes, y sin embargo el Estado de las Misiones se garantiza más del 60% del presupuesto para los derechos sociales en el país. Eso para mí es un pilar angular. Chávez plantea «por cada necesidad una misión». Al principio parecía que era como un parche, pero luego son tantos los parches y los va hilvanando tanto que arma un pilar de un nuevo Estado, del que el poder comunal participa como receptor y como actor, donde las Fuerzas Armadas ya no son solo garantes de la frontera externa sino de la frontera interior, que era algo que le había leído a Juan José Torres. Otro pilar clave es el pensamiento geopolítico. Chávez piensa que no hay una revolución nacional exitosa si no viene acompañada de una revolución supranacional. No hay forma de resistir al capital trasnacional sin alianzas grannacionales en la región, algo que tiene claro desde el minuto uno de juego. Y sabía también que pasado el período del rentismo exportador ahora hay un nuevo rentismo importador. Ahora las clases bajas consumen, se ha democratizado el acceso a los bienes básicos y al consumo pero no se democratizó el aparato productivo. Y si no resolvía eso no podía resolver el metabolismo del capital.
–¿Qué es el metabolismo del capital?
–Es cómo la economía está organizada, él lo planteaba de una forma muy sencilla: el capitalismo no se te va tan rápido, aunque tú quieras. En Venezuela primero peleó la renta en origen, la petrolera. Al perder esa batalla cuando el Estado se reapropió de los recursos petroleros, el capitalismo se quedó a discutir la renta en destino, esto es, en los bolsillos de los venezolanos, a través de las importaciones. Te pongo el producto aquí, te inflo los precios y me quedo con buena parte de la ganancia captando la renta petrolera ya no en origen sino en destino. Chávez planteaba la necesidad de cambiar ese metabolismo, esa forma en que el capitalismo se inserta en el proceso como en un cuerpo humano. A la vez, él tenía muy claro que tenía que dar un salto hacia delante porque una revolución exige, como decía, las tres R: Rectificar, Reimpulsar y Reiniciar, en esa lógica de estar en constante revolución.
–¿Cómo ve en la actualidad la situación en Venezuela?
–La muerte de Chávez indudablemente tiene un gran efecto y no solo en Venezuela. Porque muere en plena forma política y cuando tenía mucho para dar todavía. Pero dejó un legado programático, el Plan de la Patria 2013-2019, que es un poco la carta de navegación hacia el futuro. Yo quería mostrar en el libro no solo el Chávez mito sino el Chávez programático, ese estudioso que siempre marcaba el rumbo estratégico económico. Las dificultades existen y la derecha vio la oportunidad para volver a dar un asalto. Pero no entendieron que el chavismo va más allá de Chávez y está muy instalado en el sentido común de Venezuela. Es muy complicado para la oposición entender esto.
–La oposición apela al recetario que se conoce desde el ataque a Allende en Chile.
–Y tiene efectos. Hay desabastecimiento, la inflación es galopante, es duro para la sociedad. Sin embargo las encuestas siguen dando que el PSUV va a ganar por amplia mayoría en las próximas elecciones legislativas. Ellos pensaban que el año pasado iban a ganar las municipales, pero es que no miran la integralidad de la situación. Es cierto que existen todos esos problemas, pero también es cierta esa inversión social del 60% del PBI y una tasa de desempleo de menos del 6%.
–¿Cuáles son las claves para solucionar esta coyuntura?
–El gran reto pasa por lo productivo y por repensar el modo de importar. Ya se han dado pasos, se ha creado una corporación de importaciones públicas, un banco de insumos productivos. Pero Venezuela está muy respaldada por la comunidad internacional en lo económico y en lo político. No hablo del FMI, sino de la inversión china, la rusa, la brasileña, los BRICS, América Latina. Inversiones extranjeras y respaldo político. Allá van empresarios e inversores de afuera que como no son ni europeos ni estadounidenses no los miran las agencias de calificación. El problema de Venezuela no es de poder adquisitivo ni de empleo ni de capacidad de compra sino de desabastecimiento. Yo en lugar de hablar de problemas prefiero hablar de retos. Y bienvenidos los retos cuando no hay hambre, como lo reconoce la FAO al declarar a Venezuela como un territorio sin hambre. O como la ha hecho la Unesco al reconocer los planes de alfabetización.

Alberto López Girondo
Fotos: Jorge Aloy