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Ciencia para la memoria, la verdad y la justicia

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La directora del Banco Nacional de Datos Genéticos reflexiona acerca de los objetivos del organismo creado en 1987, donde la sinergia entre el desarrollo científico y la tecnología apuntala la investigación de violaciones a los derechos humanos. Resignificación del concepto de identidad.

Mariana Herrera Piñero es doctora en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires, especializada en Genética Forense y Molecular en la Sociedad Argentina de Genética Forense. Con numerosos artículos científicos publicados, cuenta con una vasta experiencia en genética forense y en trabajos vinculados con la identificación de personas. Herrera Piñero considera que la ciencia es una herramienta política y explica los objetivos del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y la trascendencia de la fusión entre ciencia y tecnología al servicio de la reparación de graves violaciones a los derechos humanos, la resignificación del concepto de identidad a partir del compromiso y el trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo, su interacción con organismos internacionales similares y las perspectivas a futuro.
–¿En qué contexto se crea el Banco Nacional de Datos Genéticos?
–El Banco fue creado en 1987 por la Ley 23.511, el mismo día que se sancionó la Ley de Obediencia Debida. De alguna manera, el Banco se escapó de las leyes de impunidad. Lo histórico de su creación reside en que fue la primera vez que un Estado se comprometió con una acción reparatoria respecto de delitos cometidos por el propio Estado, como es buscar a los nietos nacidos en cautiverio o desparecidos junto con sus padres. Esa primera ley tenía como objetivo resolver problemas relativos a la filiación, a pesar de que en la reglamentación hablaba específicamente de los niños desaparecidos. En ese momento, todavía no se consideraba que hubiese existido un plan sistemático de robo de bebés. Eso se demostró mucho después. En paralelo a ese primer objetivo, el Banco hacía estudios de paternidad privados o judiciales, ya que fue el primer laboratorio forense. En 2009 se cambia la ley, porque ya existían en el país otros laboratorios bajo la órbita del Poder Judicial que podían resolver esas temáticas y desde entonces el Banco pudo abocarse de lleno a la verdadera razón de su creación: buscar a los niños nacidos en cautiverio o secuestrados junto con sus padres durante la última dictadura cívico-militar, y además colaborar en la identificación y búsqueda de personas desaparecidas.
–¿El BNDG trabaja además en la identificación de personas desaparecidas por trata o bajo otras circunstancias?
–La ley del Banco hace eje en los crímenes que se cometieron en el período de la última dictadura, en realidad desde un tiempo antes, de 1974 a 1983. Sin embargo, hay un gris que tiene que ver con los delitos de trata. Existe una pequeña discusión de criterio que tiene que ver con que los lugares en donde hubo trata y robo de bebés, los hospitales públicos, por ejemplo, en aquella época también estaban en manos de las Fuerzas Armadas.
–¿Qué sucede con la desaparición de personas por trata posterior a esa época? ¿Puede el Banco aportar a esa búsqueda?
–El Estado tiene una deuda con todos aquellos casos que no resuelve la ley del Banco y que tienen que ver, entre otras cosas, con robo y venta de bebés. Siempre digo que nosotros inventamos el cordón de la zapatilla y no terminamos de anudarlo porque, en definitiva, el BNDG fue el puntapié inicial para los bancos de ADN en todo el mundo para identificación de personas desaparecidas. Recién a partir de 1995 se crearon otros bancos. Sin embargo, en Argentina nunca tuvimos una ley de identificación de personas desaparecidas, por ejemplo. Y no me refiero de la última dictadura solamente, hablo de cualquier período. Un ejemplo, por caso, es el de Luciano Arruga. Si hubiera existido una ley para la búsqueda de personas desaparecidas, los familiares podrían haber dejado en un banco de ADN sus muestras biológicas y se podría haber hecho la identificación genética en el caso de que se hubiese encontrado un cuerpo.
–¿De qué depende que se avance en ese sentido?
–Depende de la decisión política de un Estado. Colombia y Chile ya tienen sus leyes. Nosotros empezamos la identificación de personas desaparecidas mucho antes que ellos y sin embargo no tenemos una ley. Inventamos las bases de datos, la idea de los bancos de datos genéticos, los organismos de derechos humanos argentinos fueron los primeros que salieron al mundo a hablar del derecho a la identidad y de la necesidad de identificación de personas desaparecidas. A pesar de todo esto, no tenemos una ley de víctimas de desaparición forzada. Es, sin dudas, una deuda pendiente del Estado.
–¿Se resignificó el propio concepto de identidad a partir de las restituciones?
–El cambio fue rotundo. Antes de la dictadura cívico-militar, en Argentina y antes de las Abuelas de Plaza de Mayo no existía la idea del derecho a la identidad del niño. De hecho, son las Abuelas, en 1989, quienes logran incorporar a la Convención Internacional por los Derechos del Niño tres artículos, que se conocen como «los artículos argentinos» o «los artículos de Abuelas», donde hablan del derecho a la identidad del niño. Previo a ese año no se había discutido el derecho a la identidad. Ese debate fue incluido en la agenda de los organismos internacionales por las Abuelas. Fue y es muy fuerte el trabajo de Abuelas a nivel internacional. Esa tarea, junto con el impacto internacional que tuvo conocer que niños habían sido secuestrados y que seguían siendo secuestrados por las familias apropiadoras, que les negaban su propia identidad y su historia, permitió incorporar estos artículos a la Convención. Otra cosa que tuvo mucho impacto, vinculada estrechamente con el trabajo del BNDG, fue la derogación de las leyes de impunidad.


–¿En qué sentido?
–Cuando se sancionan las leyes de Punto Final, en 1986, y de Obediencia Debida, en 1987, no existía la figura de plan sistemático de robo de bebés, porque no se había podido demostrar aún, no se sabía el destino de esos niños y el Banco todavía no existía. En 1998, aún bajo las leyes de impunidad, se restituye la identidad de Claudia Poblete Hlaczik, apropiada por un militar. En su partida de nacimiento, firmada por un obstetra ligado con las Fuerzas Armadas, figuraba parto domiciliario, patrón que se había observado en otros niños restituidos. Ahí fue cuando Abuelas comenzó a hablar de un plan sistemático de robo de bebés, una figura que no estaba contemplada en las leyes de impunidad. Esto fue lo que abrió la puerta para la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, luego convalidada por la Corte Suprema de Justicia en 2005.
–El conocimiento científico como herramienta al servicio de los derechos humanos.
–Absolutamente. Un trabajo científico de identificación proveyó la prueba para demostrar una práctica sistemática de robo de bebés y de esa manera brindó la justificación necesaria para la derogación de estas leyes y para que se abrieran nuevamente los juicios. Un caso que pone a la ciencia en el lugar que tiene que tener: un rol político, por un lado, un rol a favor de proteger los derechos humanos, por otro. En 1984 los investigadores de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) crean el Índice de Abuelidad, que prueban con una nieta conocida y una abuela y funciona bien, y luego lo aplican al primer caso de una nieta restituida, que es Paula Logares. Cuando se restituye la identidad de Paula estos científicos deciden publicar este avance científico en una revista internacional, porque hasta ese momento no existía una estadística aplicada a la restitución de identidad de nietos. Fue tal el impacto de la publicación que el comité editorial decidió dedicar toda la edición a la aplicación de la ciencia en la restitución y preservación de derechos humanos. Fue la primera vez que ocurría algo así en un medio de divulgación internacional.
–¿Cómo es el «detrás de escena» de una restitución de identidad?
–La persona llega a nosotros de dos maneras: derivada por la Justicia o derivada por la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI). En el Banco se firma el consentimiento, se describe el procedimiento y se explica que su muestra va a servir para hacer un estudio de comparación contra la base de datos de los casi 300 grupos familiares que tiene el Banco. Se le explica, también, que si da negativo queda en comparación porque todavía se siguen incorporando grupos familiares y que es importante que esté en la base de datos por si sucede que el nieto llega antes que la familia. Así sucedió con el caso de Amarilla Molfino. El nieto se acercó al Banco antes que la familia, cuya muestra se incorporó dos años después. Primero dio negativo y después positivo. Cuando da positivo es como la aguja en un pajar. Tenemos un software que realiza una búsqueda masiva y cada vez que cargamos un perfil genético lo hacemos pensando que lo más probable es que no tengamos ninguna sorpresa. Por eso, cuando el programa arroja un positivo, lo primero que experimentamos es un shock muy fuerte, para luego ingresar en un ritmo vertiginoso que no se interrumpe hasta que Abuelas realiza su tradicional conferencia de prensa presentando al nieto.
–Corroboran datos en medio de una catarata de sensaciones.  
–Así es. Chequeamos todos los datos con la CONADI, que es la que tiene las fichas de los jóvenes. Cuando es un positivo contundente este lugar se llena de una alegría enorme. Enseguida entramos en esa vorágine de querer saber si esa abuela o ese abuelo, que se pasaron 40 años esperando a su nieto o nieta, están vivos. Somos objetivos con la prueba científica, no lo somos en el momento de la restitución y con lo que sentimos, porque en todo esto también sentimos que recuperamos muchas cosas.
–¿Tienen interacción con organismos similares de otros países?
–En este momento estamos capacitando a gente de la Asociación Pro-Búsqueda de El Salvador. Durante la guerra civil muchísimos niños fueron separados de sus familias, producto de los desplazamientos y el conflicto. Estos niños fueron entregados en adopción, incluso a familias del exterior. Pro-Búsqueda tiene una base de datos con la que trata de identificar a los niños que las familias empezaron a buscar tras finalizar el conflicto armado. Por otro lado, estamos en un proyecto de cooperación internacional con Perú, que tiene que identificar a 15.000 personas desaparecidas durante la época de Sendero Luminoso y el Gobierno de Alberto Fujimori. En este momento están armando sus laboratorios forenses y pidieron ayuda al BNDG y al Equipo Argentino de Antropología Forense. Con Colombia, que tiene 100.000 personas desaparecidas en el conflicto de estos 70 años, vamos por la cuarta etapa de cooperación en lo que tiene que ver con conformación de base de datos y relación con los familiares. El año que viene se incorpora la Unión Europea en esta cooperación internacional con Colombia para llevar adelante talleres de intercambio y de mejoramiento de las herramientas.
–¿Cuáles son las perspectivas para los próximos años?
–Algunas de estas perspectivas son difíciles de explicar porque están muy relacionadas con la estadística forense. Cada familia es un mundo genético; algunas familias están más completas y otras menos. Es muy importante diagnosticar ese mundo genético para saber cuál es el poder que tiene ese grupo familiar conformado tal como está para que en el caso de que su nieto se acerque, ese chico que estamos buscando se pueda identificar. Ese es el desafío.
–¿Cuántos grupos familiares tiene la base de datos del Banco?
–En 30 años pasaron por el BNDG 11.000 jóvenes, que es lo que tiene hoy la base de datos, y 300 grupos familiares. Hasta la fecha se han recuperado 130 nietos, pero aproximadamente 100 personas al mes y un total de 1.200 al año se acercan al Banco a consultar. Como decía recién, urge mejorar las herramientas para las identificaciones; uno siente la obligación de aplicarlas e incorporarlas inmediatamente al Banco. Las Abuelas ya están grandes, algunas saben que no tienen mucho tiempo, otras murieron sin encontrar a su nieto o nieta. Eso es una presión para el trabajo del Banco porque sabemos que no nos podemos dormir. Para las Abuelas el tiempo es hoy, y para nosotros también.
 
Fotos: Jorge Aloy

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