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Ciencia para rearmar

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El reconocido investigador reflexiona sobre el estado crítico de la producción científica y del CONICET a causa de las políticas de ajuste de Cambiemos. Las prioridades del futuro gobierno, los aportes en genética con repercusión internacional y los nuevos estudios de su equipo de trabajo.

Licenciado en Ciencias Biológicas y doctor en Ciencias Químicas, Alberto Kornblihtt (1954) recientemente ha sido designado miembro del directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el que se desempeña como investigador superior en su especialidad, la biología molecular. Por sus aportes, en 2011 fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Entre sus múltiples intervenciones, se recuerda su participación en el debate por la legalización del aborto en el plenario de comisiones del Congreso.
Durante una pausa en su lugar de trabajo, el laboratorio del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), del que es director, Kornblihtt recibe a Acción. De modales suaves y reflexivos, pero de voz firme y apasionada, ubica a la investigación científica como una prioridad para el próximo gobierno, mientras no oculta su preocupación por la crítica situación económica y social que vive el país.  
–Dentro de sus conocimientos, ¿cómo caracterizaría las tendencias de investigación y desarrollo científico en el mundo?
–Existe la convicción general de que la investigación y el desarrollo científico, tanto en ciencias naturales como en ciencias sociales, es fundamental, no solo para entender cómo funcionan el universo y los seres vivos, sino también para apropiarse y tener ventaja de ese conocimiento en relación con el aparato productivo y el bienestar de la sociedad. En general, nadie discute cuál es el papel de la ciencia y la tecnología, aun dentro del sistema capitalista. Los países centrales han hecho un uso muy importante del desarrollo científico y tecnológico, y en todos ellos el Estado sostiene la investigación de la ciencia básica. Está claro que el rol del Estado no lo puede cumplir el sector privado. En todo caso, este último invierte en las últimas etapas de la investigación básica con el objetivo de transferirla a la esfera de la producción. Pero no puede confiarse la tarea a la financiación privada porque invierte en aquello que tiene rédito a corto plazo.
–En un país liberal como Estados Unidos, ¿de qué manera el Estado sostiene la investigación de la ciencia básica?
–Las investigaciones biomédicas, que es la especialidad a la que pertenezco, son financiadas por los institutos nacionales de salud. La investigación en física, en química, en geología, es sostenida económicamente por la National Science Foundation, una agencia gubernamental. Aun en las universidades privadas, que son de excelencia, el Estado provee de subsidios para los investigadores. En definitiva, se entiende que la investigación finalmente se prolonga en la realidad de la producción y la sociedad, pero que sin ese conocimiento básico amplio y riguroso nunca se llega a esos avances. Esto no lo entiende el gobierno de Cambiemos y se embelesan con la ciencia aplicada y útil, cuando en realidad tratan de justificar un recorte en los subsidios para el CONICET. Lo justifican diciendo que un país pobre como el nuestro no puede darse el lujo de fomentar la ciencia básica en los niveles necesarios y entonces la reducen a un nivel de mera subsistencia. Sin embargo, hay países que no son centrales, como Brasil o México, que invierten un gran porcentaje de su PBI en investigación y desarrollo científico y tecnológico. Por otra parte, Argentina tiene la ventaja de que con menor inversión logra, muchas veces, éxitos científicos de gran importancia e impacto.
–¿Cómo se explica esto último?     
–Por la educación de las universidades públicas, cuya excelencia es muy alta. Siguen, todavía hoy, alcanzando un elevado grado de excelencia, pese a que han sido denostadas por el gobierno de Cambiemos. Esas instituciones continúan produciendo jóvenes altamente calificados, muchos de ellos decididos a quedarse en el país si tienen esa posibilidad. Otros, frente a la situación crítica que atraviesa la Argentina, se van a trabajar y a perfeccionarse afuera y no vuelven. De todas maneras, las tendencias principales tienen que ver –fundamentalmente– con las ciencias biomédicas, con la biología y la biotecnología, con la física nuclear y las energías tradicionales y alternativas, con la informática y la bioinformática.
–En lo que respecta a su aplicación, ¿con qué resultados?
–Hoy, la mayor parte de los tratamientos médicos o las vacunas, los métodos de diagnóstico o la producción de medicamentos de las empresas farmacéuticas, son consecuencia de la investigación básica. Incluso el diseño de nuevos medicamentos se hace de una manera más racional, entendiendo cuál es la estructura de la proteína sobre la que se actúa o el proceso de funcionamiento normal de una célula alterada. Cada vez menos la búsqueda de nuevas drogas se hace al azar. Numerosos cánceres que se diagnosticaban temprano no tenían una terapia diseñada específicamente y se utilizaba la quimioterapia, un tratamiento que ataca tanto las células cancerosas como las sanas que se dividen. Hoy se ha descubierto que existen anticuerpos que inhiben el crecimiento del tumor. Lo que ocurre es que no todos los investigadores consiguen esos resultados al día siguiente de comenzar un trabajo. Sin embargo, cada uno contribuye con sus conocimientos para que, finalmente, se logre un avance tecnológico que llega a toda la sociedad.
–¿En qué consisten sus investigaciones actuales en genética?
–Ahora estoy estudiando cómo hace cada uno de nuestros genes para dar la orden de fabricar no una sino varias proteínas, que son las responsables de las tareas de la célula. Distintos grupos en el mundo investigan cómo se regula ese funcionamiento. En un cáncer o una enfermedad hereditaria, el gen en vez de producir cinco proteínas produce una y menos de las otras cuatro. Acabo de volver de un congreso internacional en Long Island, del que fui unos de los organizadores y donde participaron 250 personas, sobre esta línea de investigación. Fue muy útil para mí, porque en mi equipo de investigación del IFIBYNE discutimos nuestros propios trabajos y también los de otros, aunque no se encuentren relacionados directamente. Eso nos abre la cabeza. Cada tanto se realizan congresos de especialistas que son muy estimulantes.

–¿Cuáles han sido las principales contribuciones de su equipo de investigación?
–Nuestro grupo hace años que trabaja en el problema de cómo hace un gen para producir varias proteínas. Descubrimos que la velocidad con la cual se copia un gen para fabricar un ARN –un ácido ribonucleico, que participa en la síntesis de las proteínas y hace de mensajero de la información genética– condiciona si se produce más una proteína que otra. Si la velocidad es rápida, se genera más de una proteína de las cinco o seis que puede producir el gen. Si es lenta, se produce otra variante, aunque no puedo explicar exactamente por qué. Ese hallazgo tuvo bastante repercusión internacional en nuestra disciplina, y pude acceder a muy buenos subsidios internacionales. Hace unos tres años que ese conocimiento nos permite investigar una terapia combinada para una enfermedad hereditaria: la atrofia muscular espinal o AME. Se atrofian los músculos porque los nervios que tienen que llegar a ellos no llegan adecuadamente. Se origina por un defecto genético, pero un colega uruguayo, Adrián Krainer, que trabaja en Estados Unidos desde hace 40 años, descubrió un mecanismo para su cura. Nosotros investigamos cómo combinar la droga que descubrió para tratar la AME para que sea más efectiva. Tenemos evidencia de que, si se cambia la velocidad de la polimerasa –la enzima que transcribe– sería posible ayudar a que el efecto del medicamento de Adrián sea más poderoso.
–Por supuesto, con una mayor financiación avanzarían mejor y más rápido.
–Obviamente, porque en investigación hay dos componentes. Uno se refiere a la evaluación de los grupos en función de su rigurosidad y de las ideas originales, pero el otro componente es la financiación. Nosotros lo hemos comprobado en carne propia. Desde 2001 dispongo de financiación internacional de forma continua. Durante 15 años tuve apoyo financiero del Howard Hughes Medical Institute de Maryland.
–¿Howard Hughes?
–Sí, el famoso empresario y aviador fue quien, en vez de pagarle al fisco, creó la fundación que sostiene este instituto y otros fuera de Estados Unidos. También tuve un apoyo muy grande de la Fundación Antorchas y recientemente de los familiares de los niños de enfermos de AME, tanto de Estados Unidos como de Argentina. Con esos fondos uno puede hacer experimentos más caros o puede repetir otros que técnicamente no anduvieron. Cuando hay más dinero se puede ser más osado y entonces la ciencia avanza con mayor calidad, algo muy diferente de la cantidad de los trabajos publicados para que otros se enteren en el mundo de lo que hacemos.
–¿De qué manera el presupuesto condiciona los experimentos?
–Por ejemplo, en bioinformática, los datos que actualmente se pueden obtener para tratar una célula con una droga se vinculan con el modo en que cambia globalmente la expresión de los 20.000 genes del genoma humano. Para hacer ese estudio del cambio global es necesario hacer lo que se llama secuenciamiento global de ácidos nucleicos, y eso cuesta unos 5.000 dólares, es decir, casi la totalidad de los subsidios argentinos anuales. Además, hay que sumar el estipendio de los investigadores, que hoy en muchos casos se encuentra debajo de la línea de pobreza. En este momento la situación es muy crítica en el sector científico, porque el Gobierno nos ha castigado particularmente.
–¿Cuáles han sido las disciplinas más afectadas?
–Todas respecto del salario, y en especial las ciencias experimentales, porque necesitamos insumos que son importados y bastante caros. Algunos de nosotros, incluso, compramos reactivos cuando viajamos. Por otra parte, en la Argentina hay cada vez menos empresas que sustituyan las importaciones de equipamiento.
–En ese sentido, ¿cuál es la situación del CONICET?
–El CONICET cuenta con un presupuesto muy restringido. Hay una gran esperanza en la comunidad científica puesta en el próximo gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández para que se revierta la política de ajuste en Ciencia y Técnica. Si los jóvenes que surgen de las universidades públicas no disponen de un lugar de trabajo e investigación en el país, es inevitable que se vayan. Ya la carrera de investigador está envejecida. En la actualidad no predominan los jóvenes investigadores asistentes, que se encuentran en el primer escalón de la estructura del CONICET, como sucedió durante el kirchnerismo. Es un problema muy importante, en la medida en que los jóvenes son los que tienen mayor pujanza e interés por las nuevas ideas y así pueden superar a sus maestros. Pero aparte de eso, invertir en ciencia y tecnología es útil para el país.
–Útil debido a las consecuencias sociales, políticas y geopolíticas, ¿no?
–Por supuesto, pero al gobierno de Cambiemos no le interesa generar conocimiento ni financiar a quienes, además, tenemos pensamiento crítico. En todos los países donde hubo una mejora del PBI, el papel de la ciencia y la tecnología ha sido fundamental. Es una falacia decir, como lo ha hecho el presidente saliente del CONICET, que hay ciencia útil y otra inútil, que solo responde a la curiosidad de los investigadores. Ese discurso ha logrado justificar el ajuste. Como dije en el directorio del CONICET, mi tarea es defender la “I” de investigaciones científicas y tecnológicas. Los investigadores del CONICET tienen que investigar, independientemente de que la investigación tenga en algún momento aplicación o no, porque de ese modo el país se engrandece.

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