Voces

Construcciones de poder

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El populismo es un fenómeno político tan antiguo como la democracia, explica la politóloga e investigadora. Perfiles americanos y europeos, claves de su vigencia y un análisis del carisma y de la narrativa de estos liderazgos alrededor de las figuras del héroe y el villano.

María Esperanza Casullo estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA), obtuvo un máster en Políticas Públicas (UNSAM-Georgetown) y se doctoró en Teoría Política en la Universidad de Georgetown (Washington, DC). Ha sido docente en la UBA, la Universidad Torcuato Di Tella y en la Universidad de Richmond, Estados Unidos. Actualmente es profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publica regularmente sobre populismo comparado, democracia y sistemas de partidos. En su libro ¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir explicaciones convincentes en un mundo en crisis (Siglo XXI), Casullo desentraña la matriz populista del discurso político para señalar la vigencia de una estrategia que no conoce fronteras nacionales ni ideológicas. Lejos de emitir juicios de valor traza una radiografía clara y exhaustiva del discurso político. «Si el populismo no ha muerto, entonces solo puede deberse a una razón: en política, el populismo funciona», subraya la investigadora.
Casullo se dedicó a analizar los discursos políticos de los presidentes latinoamericanos de principios de siglo XX y de líderes contemporáneos de Estados Unidos y de Europa. Ello le permitió conocer el funcionamiento del populismo y las razones por las cuales tantos actores políticos persigan sus rasgos, aunque frente a las tribunas muchos lo denuesten.
«Lo que vemos es que los populismos sudamericanos y europeos tienen características en común fácilmente reconocibles: la centralidad de un liderazgo bastante personalista, el uso constante del mito populista y la antagonización permanente con un otro que se designa como adversario», señala. Referente indiscutida en la materia, Casullo explica a continuación por qué el populismo sigue siendo un fenómeno político extendido y fuerte, cómo articula su discurso cada lado del espectro ideológico, el carisma del líder y la concepción de pueblo, entre otras cuestiones.
–¿Qué es el populismo y cuándo surge?
–En realidad el populismo nació con la primera reunión política. El populismo es tan antiguo como la democracia misma y es, de hecho, un subproducto de la democracia. Es decir que es un fenómeno creado en y por la democracia. La democracia supone la participación colectiva en los asuntos públicos, supone la idea de que la soberanía reside en el colectivo. Al mismo tiempo, es imposible que el colectivo sea completamente soberano todo el tiempo, entonces entre la promesa de la soberanía popular y la realidad de la gobernabilidad diaria siempre hay una distancia, y es en esa tensión donde aparece la posibilidad del populismo. Se trata de un fenómeno político que tiene que ver con la conformación de un pueblo, con el lazo de un pueblo y un líder o una líder. En ese sentido sí es una estrategia política, o sea, tiene que ver con una manera de construir poder político fundamentalmente. El concepto es tan abarcativo que puede contener a figuras tan opuestas como Donald Trump y Nicolás Maduro, tan diferentes en sus políticas pero con comportamientos similares y también en sus efectos de polarización en la sociedad.
–Si como estrategia política el discurso populista es utilizado tanto por la izquierda como por la derecha, ¿por qué se lo bastardea tanto?
–El populismo es muy bastardeado porque lo problemático es el pueblo. Al estar relacionado con la movilización del pueblo, este último, al movilizarse como pueblo y no como partido político o como sector organizado, moviliza siempre cuestiones que tienen que ver con lo bajo, con lo vulgar, con lo popular. Y esto en general causa bastante reacción de rechazo en las élites contra las cuales se moviliza.
–El carisma es uno de los atributos del discurso populista. ¿Cuáles son sus particularidades?
–El concepto de carisma está muy mal entendido en la ciencia política, porque el carisma no es algo que la líder o el líder tenga, sino que es algo que los seguidores le dan. Efectivamente tiene que ver con algunas características de la persona, pero el carisma es una construcción, que sigue existiendo en tanto y en cuanto los seguidores de ese líder lo afirmen o crean en su existencia. Es decir que el carisma no es algo inefable. El carisma populista tiene que ver con la capacidad de constituir una cierta explicación del mundo; esa explicación tiene que resonar con una sensación de injusticia en sus seguidores. Sin esa resonancia el carisma no se construye. Otra de las características de este carisma es que el líder se constituye como un outsider, esto es, como alguien que viene desde afuera del sistema político; no se trata de un político común y silvestre. Lo que hace el líder es poner en palabras sentimientos de injusticia o de exclusión, que son sentidos en el pueblo, y que preexisten a ese liderazgo. En este sentido, le da una articulación narrativa a sentimientos que están por fuera de él. Entonces, de alguna manera, el talento político tiene relación con ver cuáles son esos sentimientos y poder construir ese relato.
–¿Alrededor de qué tipo de injusticias construye su relato cada lado del espectro político?
–Esta característica es común a líderes de derecha como de izquierda. Los sectores que apoyan a los líderes populistas de derecha, en general, se sienten víctimas de una injusticia que tiene que ver con percibir que su lugar en la pirámide social está amenazado. Hoy vemos esa sensación de injusticia expresado en el hecho de que la mayoría de los seguidores de los populistas de derecha son varones, aunque por supuesto eso no quiere decir que no haya mujeres. Pero si uno estudia cómo está compuesto el electorado de Donald Trump, por ejemplo, advertimos que hay una leve preponderancia de votantes varones, blancos, de clase media y media alta, que se sienten profundamente amenazados por cambios culturales y sociales que tienen que ver con el empoderamiento o el avance político de las mujeres. Y en Europa, la conformación de sociedades más multiculturales es una cuestión que suele ser vivida como una amenaza muy profunda a su estatus y a su lugar en el mundo. Los populismos de derecha son profundamente defensivos.
–¿El populismo se hace más fuerte o reflota en coyunturas de crisis complejas? ¿Necesita de estos escenarios?
–No es que toda crisis devenga en una ola populista. Y no es que siempre un liderazgo populista necesite de una crisis, pero las crisis son facilitadoras de los liderazgos populistas porque deslegitiman los partidos políticos existentes, deslegitiman a las élites, y generan esta sensación de daño, que después los populistas pueden poner en palabras. Una de las razones por las cuales el discurso populista funciona y es persuasivo tiene que ver con que esa explicación del daño es personalizada.
–¿En qué sentido?
–Me refiero a que no se trata de una explicación abstracta; no es una explicación que tenga que ver con procesos impersonales –como decir, por ejemplo, «esto fue un cambio en los patrones de la globalización»–, sino que la idea es que los que sufren están sufriendo porque el daño fue causado por una serie de personas con nombre y apellido. En términos políticos esto es mucho más potente que estas explicaciones más abstractas y más tecnocráticas.


–¿El discurso populista siempre debe designar a un adversario?
–El discurso populista explica los procesos sociales en función de un daño que un villano, que tiene nombre y apellido, realiza contra el pueblo. El líder, la líder, es quien relata este daño y quien llama al pueblo a una acción conjunta para derrotar a este villano. Mientras que los discursos tecnocráticos analizan problemas en términos de causas estructurales que no son morales, que no son culpa de nadie, sino que son problemas que surgen de procesos que se ajustaron mal o que dejaron de funcionar bien y que hay que solucionar. No tiene esta carga moral que sí tiene el discurso populista.
–Al desentrañar estos discursos advierte la idea de mito como una constante. ¿A qué se refiere con ello?
–Cuando empecé a estudiar los discursos populistas y a analizar los discursos de los presidentes populistas encontré intuitivamente que todos hablaban muy parecido, que más allá del contenido, todos hablaban utilizando la misma estructura, es decir, esta misma cuestión de explicar las dificultades y los problemas, explicar quién es el pueblo, contando una historia en términos narrativos. Esta es una matriz muy fuerte en el discurso populista sudamericano y hoy también en el discurso populista europeo. Me refiero a esta idea de que un villano nos ha traicionado y nos cambió nuestro destino de grandeza. Lo que cambian son los contenidos cuando comparamos un populismo y otro.
–Desde lo discursivo, ¿cuál es la diferencia central entre las derechas y las izquierdas?
–La diferencia principal radica en el traidor a quien se señala. La diferencia está en decir «el traidor que nos dañó es el dueño de los bancos» a decir «el traidor que nos dañó o que nos va a dañar es el inmigrante». Los contenidos pueden cambiar mucho, pero la estructura es la misma.
–De ahí la diferenciación que hace sobre «pegar para arriba o pegar para abajo» en función de hacia dónde el populismo dirige su antagonismo.
–Claro. Pegar hacia arriba versus pegar hacia abajo sistematiza diferencias en la dirección del antagonismo populista. Los populismos llamados de izquierda dirigen el antagonismo hacia las clases propietarias. Eso no significa que todas sus políticas sean de izquierda. Los populismos de derecha dirigen el antagonismo hacia grupos más bien vulnerables, a los que se define como extranjeros o amenazadores, que pueden estar encarnados por las mujeres, los inmigrantes, las minorías religiosas.
–En contenido, ¿los populismos de derecha y de izquierda latinoamericanos se asemejan a los europeos o norteamericanos?
–El populismo de derecha hoy es bastante parecido en todos lados; y esto es muy interesante. Por supuesto que siempre hay diferencias; no es lo mismo Donald Trump que Jair Bolsonaro, pero si uno analiza los elementos observa que hay vasos comunicantes muy fuertes, se leen mucho entre sí. Es muy interesante notar todas las relaciones que hay y lo rápido que viajan los temas.
–¿Por ejemplo, cuáles?
–En la Argentina hay una parte de la derecha más populista que pareciera estar más atenta a lo que pasa con Estados Unidos, y una parte que está muy atenta a lo que pasa con Vox, en España. Hay temas que aparecen en España, en Twitter, relacionados con Vox, y a los pocos días aparecen, en el país, replicadas en Twitter por figuras o referentes de la ultraderecha. Es muy interesante ver la propagación del término «feminazi», por ejemplo, que lo inventa en Estados Unidos Rush Limbaugh, un locutor de radio. Y a partir de ahí se populariza. O esta idea que aparece en España, relacionada a Vox, sobre la «tiranía de los infectólogos». Y vemos cómo al cabo de unos días ya la frase se usa en la Argentina. Es decir que hay elementos y configuraciones culturales que van viajando por todo el mundo y se van readaptando, siempre de una manera muy hibridizada en los contextos locales. El populismo no se transmite de una manera programática, como el marxismo en el siglo XX, sino que se transmite de esta manera mucho más orgánica y siempre combinándose con lo local.
–¿Qué concepción del pueblo tienen los populismos?
–Los populismos de izquierda en general son más modernistas, ya que no consideran al pueblo como una entidad fija o completa, sino como algo que debe construirse con voluntad política. Los populismos de derecha, en cambio, son más nostálgicos. Entienden que su proyecto es recuperar o proteger la autenticidad del pueblo, que está amenazada por la «invasión» de lo ajeno.

Fotos: Santiago Cichero