Voces | ENTREVISTA A DEOLINDA CARRIZO

De la tierra y por la tierra

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Pablo Tassart

Representante del movimiento campesino e indígena, la dirigente santiagueña destaca la importancia de la agricultura familiar para la producción de alimentos. Feminismo y resistencia de las comunidades.

Foto: 3Estudio/Claudia Conteris

De la tierra y por la tierra. De allí viene y por eso lucha Deolinda Carrizo, histórica integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), integrado al Movimiento Nacional Campesino Indígena. Hija de «Pocho» Carrizo, fundador del MOCASE, milita desde pequeña por la construcción colectiva de un feminismo campesino, popular y comunitario. 

Según Deolinda, la crisis en los territorios muestra todas las caras: las nuevas y las ya conocidas. Por un lado, ve cómo los fogones comunitarios, merenderos que funcionaban en la periferia de los pueblos, deben mermar su actividad debido a la no entrega de alimentos por parte del Gobierno nacional. Y también, cómo ha proliferado «el consumo de drogas entre los jóvenes que, desplazados de sus tierras, llegan a la ciudad y no encuentran posibilidades».

Pero, además, denuncia que han retornado los desalojos de los pueblos originarios de sus tierras ancestrales: «Se han reactivado porque nunca se les ha reconocido definitivamente la posesión de la tierra. Son familias que han vivido en forma pública, ininterrumpida, hasta cinco generaciones, pero que no han hecho el trámite de conseguir el “papelito”, para decir que esa propiedad es de ellos». Así, empresas forestales o privados han puesto en garantía tierras que han comprado por precios «irrisorios», lo que derivó en casos en los que algunos bancos han rematado campos «con la gente y todo adentro».

Además, señala con preocupación la desaparición de la Secretaría de Agricultura Familiar, una conquista lograda luego de décadas de lucha: «Se despidieron o reubicaron a los 900 trabajadores y trabajadoras».

–Uno de los temas más mencionados por el MOCASE es la lucha contra el «agronegocio» ¿Cómo es que los afecta?
–El agronegocio es este sistema en el que se han ido mercantilizando la vida, la tierra y el agua. Estamos hablando de Bayer, Monsanto, Singenta. Los laboratorios también, que se dedican a explotar a la humanidad, enriquecerse y seguir acumulando. Desmontan a base de veneno, utilizan la tierra para los transgénicos. Maíz, soja, algodón. Y no es una familia o productor local, son empresas, pools de siembra. Esto comienza en los años 90, cuando en Argentina se da luz verde a la soja transgénica. Y así es cómo avanzan sobre toda Latinoamérica y África, en lugares donde no solo viven familias, hay un ecosistema riquísimo y es lo que permite a toda la humanidad pelear contra el calentamiento global. Porque allí no se queman solo los árboles muertos, van los animales y distintas especies que hay en ese lugar. Y ese es el modo en el que las trasnacionales van acumulando recursos con los desplazamientos forzosos de las familias.

–¿Por qué es importante del desarrollo de la agricultura familiar en este contexto?
–La agricultura familiar no solamente es la que produce alimentos sanos, variados y accesibles para el pueblo. Se basa en la producción agroecológica, cuida y multiplica semillas nativas, genera trabajo y un tejido comunitario. Y porque un 24% de las tierras cultivables en manos del campesinado produce más del 70% de los alimentos. Y no solo a escala nacional, sino también mundial. Cuando hablamos de la globalización de las trasnacionales, del intento de seguir imponiendo el monocultivo, el extractivismo que genera con la explotación de las hidromineras energéticas, es ahí donde las comunidades y poblaciones rurales están resistiendo. Y además, la agricultura familiar campesino-indígena enfría el planeta.

–¿Estas luchas están también relacionadas con la identidad originaria?
–Nosotros hemos tenido que reaprender, investigar, preguntarnos por qué de repente no podíamos hablar el quichua o decir que veníamos de una comunidad. Y muchos de nuestros mayores han vivido esa fuerza violenta de la forma que los han hecho callar, con discriminación, violencia en las escuelas. Para el afuera no podíamos decir nada y así se ha ido perdiendo. Y tampoco se lo proyectaba al joven en el territorio. «Vos tenés que irte y estudiar, pero no hables quichua, porque no vas a poder estar en el pueblo así». Y buscando esas memorias y haciéndonos cargo de que así ha sido y es la colonización, no solo imponerse sobre vos, sino hacerte sentir como algo insignificante. Cuando en realidad ese poder colectivo y comunitario ha resistido tantos años, todavía existe y tiene sus orígenes. Con el tiempo nos han ido poniendo chapas o sellos: primero éramos pequeños agricultores, minifundistas. Distintas categorizaciones para invisibilizar quienes éramos los hijos y las hijas de la tierra. Con sus pueblos muy desarticulados por esa violencia ejercida por el Estado, pero que quedaban todavía en la memoria tanto en el territorio como de nuestros mayores. Esa forma de haber sido pueblo viviente con cultura y formas de agradecer a la producción o a la lluvia que todavía están.

–Se relaciona también con el cuidado del ambiente y del respeto por la tierra.
–Sí, como decía don Raimundo Gómez: «La tierra nos pare y la tierra nos come». Somos de la tierra y la tierra no es nuestra. Pero ese cuidado que han hecho nuestros mayores nosotros tenemos el compromiso de hacerlo para las generaciones que vendrán. Y el sentido es no sacarle todo lo que podamos mediante la explotación y dejarle muerta y total los que vengan mañana que se arreglen como puedan. Es para nosotros un ser más.

Foto: 3Estudio/Claudia Conteris

–Fuiste directora de Género e Igualdad de la Dirección Nacional de Fortalecimiento y Apoyo a las Organizaciones de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena en 2021 ¿Cuánto se avanzó con esa experiencia?
–Se avanzó porque siempre hubo una demanda histórica de la agricultura familiar de figurar en la estructura del Estado y tener un presupuesto para fortalecer y acompañar a los territorios. Y eso ha sido muy importante porque de alguna manera se rompe una lógica de que el campo es solo el agronegocio. Para nosotros es el campo profundo el que produce y alimenta. Y en ese campo estamos las mujeres y hemos sido invisibilizadas por mucho tiempo. Incluso en los programas de agricultura familiar, cuando había un crédito o alguna medida que tenía que ser para las familias, siempre era encabezada por los varones. Era algo automático. Allí logramos construir un programa integral que se llama «Nuestras manos», que era para la adquisición de maquinarias, herramientas y nuevas tecnologías para las mujeres. Y se ha hecho un acompañamiento con formación para que puedan cooperativizarse y que tengan alguna herramienta jurídica. Hemos tenido peleas con los varones que cuestionaban por qué iban a manejar los tractores las mujeres. Y ha sido lindo ver que muchas se han animado. Pudimos encaminar 182 propuestas y han sido asistidas dos mil mujeres. También se dio un debate interesante: qué pasa con nuestras horas laborales no reconocidas, trabajando en el campo por lo menos 6 horas, en la casa otras 4 y cuidar a los niños otras tanto. Esas cosas no se ven ni estan valoradas: ir a buscar la leña, cocinar en los lugares donde no hay servicios, ir a buscar el agua.

–¿Cómo es tomado el feminismo en Santiago del Estero y en tu organización?
–El feminismo en todos lados incomoda. Porque viene a romper algo que se ha intentado naturalizar. Cuando las mujeres tomamos la palabra no lo hacemos para disminuir tus capacidades, porque todos tenemos que seguir construyendo un proyecto colectivo. En las organizaciones mixtas nos ha pasado que nos han dicho algunos piropos muy de mal gusto cuando nos juntamos. Pero siempre en el MOCASE han sido uno de los principios de la organización que el área de género trabaje de manera trasversal. Por eso las discusiones fuertes que hemos dado. Y sigue pasando que cada vez que nuevas compañeras se siguen sumando hay que conversar y tener paciencia. El miedo siempre está, pero a la hora de defender el territorio las mujeres son las primeras en poner el cuerpo. Eso sucede no solo en Santiago sino en todo el país.

–¿Qué cosas pudiste aportar desde tu función que quizás desde Buenos Aires no se ve?
–Hay muchas cosas que no se ven desde Buenos Aires. Por ejemplo, el tema de los traslados de la producción. Pero por suerte logramos construir un equipo con gente de distintas regiones. Y eso ha servido para darle mayor consistencia a las propuestas. No es lo mismo hacer un plan de agua para el norte que para el centro. Quizás faltó algún asesoramiento técnico. Porque muchas de las estructuras de la producción estan orientadas al llano pampeano. Intentamos hacer que tambien los equipos de los otros ministerios vayan a las provincias para que haya un intercambio y que puedan vivir, aunque sea un rato, lo que se vive en esos lugares. 

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