Voces | ENTREVISTA A EZEQUIEL IPAR

Derechos en riesgo

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Bárbara Schijman - Fotos: Juan Quiles

El sociólogo analiza el clima de violencia política de la campaña electoral y la amenaza que representan para la democracia los discursos de odio. El consenso postdictadura y las redes sociales.

«Los discursos de odio van socavando la posibilidad de que la sociedad piense, debata, discuta y le encuentre soluciones a los problemas sociales», advierte Ezequiel Ipar, sociólogo, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y doctor en Filosofía por la Universidad de San Pablo (USP).
Investigador del CONICET, profesor en el área de teoría sociológica en la UBA y director del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideologías y Democracia (GECID-UBA), Ipar es autor de Neoliberalismo y neoautoritarismo; El odio, la palabra y el tabú; y, junto a Micaela Cuesta y Lucía Wegelin, de Discursos de odio. Una alarma para la vida democrática.
También director del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA-UNSAM), revisa la campaña política en clave democracia/autoritarismo y pone el acento en una elección que es «radicalmente diferente» por ciertos contenidos que «ponen en cuestionamiento nuestros aprendizajes democráticos y fragilizan el futuro de la democracia».

«Javier Milei no solo es negacionista de los crímenes de la dictadura, sino que en parte es apologista de muchas de esas formas de violencia trágica.»

–¿Cuál es su mirada sobre la actual campaña electoral?
–Tal vez es la campaña electoral más decisiva de los últimos 40 años de democracia. Es la primera vez que un candidato de extrema derecha llega hasta una instancia decisiva en nuestro sistema electoral. No se trata de un candidato de derecha o de un candidato con una política neoliberal en el horizonte. Se trata de un candidato de extrema derecha que se inscribe en un sistema de crecimiento de partidos de derecha radical en el mundo y que tiene como marca distintiva la apelación y la utilización de la violencia. No estábamos acostumbrados a que llegaran a esta instancia, dentro del proceso electoral del Estado democrático, candidatos con el nivel de intolerancia que tiene este en la escena de la que participa, que legitima las peores formas de la violencia social y sobre todo política de nuestro pasado. Hay que recordar que Javier Milei no solo es negacionista de los crímenes de la dictadura, sino que en parte es apologista de muchas de esas formas de violencia trágica que tuvo nuestra sociedad. El síntoma más claro de esa apología es haber elegido a Victoria Villarruel como su candidata a vicepresidenta. En estos cuarenta años de democracia, otro elemento novedoso a tener en cuenta es cuál es el paraíso perdido que La Libertad Avanza viene a ofrecer. Uno puede decir que todo partido político juega con la temporalidad, el problema es hacia dónde remonta Milei el tiempo como lugar añorable al que tenemos que dirigirnos o volver.

–¿A dónde lo remonta, específicamente?
–Su añoranza de la Argentina pre 1916 es la de una Argentina sin derechos sociales de los trabajadores, sin derechos políticos, sin derechos para las mujeres, una Argentina sin derechos para las niñeces. Es un partido que hoy le está proponiendo a la ciudadanía destruir toda la legislación en materia de trabajo infantil que recorrió nuestro país en los últimos 100 años. Milei es un candidato de extrema derecha que nos pone frente a una elección que es radicalmente diferente por el contenido que esta candidatura lleva a la contienda electoral.
–¿Cuánto socava una figura con estas características el consenso democrático?
–En general, la democracia se ha pensado con la figura del pacto democrático. Uno podría decir que distintas ideologías políticas entran dentro de una definición razonable de democracia porque interpretan y participan desde diferentes perspectivas de ese pacto constitutivo. Ahora bien, las diferencias entre esas perspectivas se las puede interpretar con una cierta variabilidad, pero esa variabilidad no es infinita, sino que tiene límites. Revisemos qué tiene que tener ese pacto democrático y también por qué ahora está en riesgo. Una definición fundamental de nuestro pacto democrático es la negación radical de la violencia como medio de acción política. En general, los procesos democratizadores surgen después de grandes tragedias, de grandes guerras civiles, de las guerras mundiales, y ahí aparece la posibilidad de construir un proceso político que pueda dirimir los conflictos sociales más importantes sin la apelación a la violencia como un medio válido. En el aprendizaje sobre nuestra última tragedia que fue la dictadura militar este principio de no-violencia me parece que fue algo compartido por las fuerzas políticas que jugaron hasta aquí el juego de la democracia.

«Una definición fundamental de nuestro pacto democrático es la negación radical de la violencia como medio de acción política.»

–Y de protección de los derechos humanos.
–El segundo elemento es sin duda la institucionalización de derechos básicos. Esos derechos básicos son los derechos humanos, o sea, el compromiso con tratar de defender y promover los derechos humanos integralmente formaba parte del pacto democrático del 83. Obviamente, se puede criticar el compromiso que tuvieron determinados partidos políticos con la política de derechos humanos. Ahora, no había ningún partido político que se presentara a elecciones diciendo que los derechos humanos no son importantes. Por supuesto que ahí el PRO, y sobre todo la línea Macri del PRO, empezó un trabajo de destitución de esta carta importante que son los derechos humanos dentro del pacto democrático; ahí hay un antecedente en todo caso de la aparición de Milei. El tercer elemento de nuestro pacto democrático era cierta idea de igualdad, la idea de que nuestra democracia tenía que institucionalizar formas reparadoras de igualación social. Como cuarto elemento mencionaría algo que aparece en nuestra Constitución del 94, que piensa a los partidos políticos como instituciones fundamentales de nuestro Estado democrático. Esa defensa de la actividad política plural, libre y no violenta también está en la esencia de nuestro pacto democrático. Lo que sucede con la llegada de la extrema derecha a la competencia electoral, es que estamos frente a una candidato que niega estos cuatro compromisos fundamentales de nuestra democracia: la no-violencia y la práctica de la tolerancia, la defensa de los derechos humanos con rango de principios políticos de nuestro Estado democrático, la promoción de la igualdad a través del principio de la justicia social y la defensa de la actividad de los partidos políticos como bases de la participación ciudadana en los problemas públicos.
–Uno de sus objetos de estudio son los discursos de odio. ¿Las manifestaciones de violencia e intolerancia viene de arriba hacia abajo o están en el seno de la sociedad? ¿Son valores en agenda o constituyen a un sector de las sociedades?
–Las dos cosas se retroalimentan, no existe violencia por arriba sin alguna legitimación por abajo; y al mismo tiempo, en las violencias por abajo, en lo que serían las formas más microscópicas de violencias sociales, nunca terminan de desplegarse si no tienen una autorización por arriba. Lamentablemente, nuestro contexto es de una retroalimentación de la violencia por abajo que encuentra autorización por arriba y ahí hay tenemos una proliferación de políticos irresponsables que juegan el juego de autorizar ese tipo de violencias. Hay una estrategia en este sentido. Las derechas radicales usan la violencia como herramienta y estrategia política en momentos de crisis. El autoritarismo y los discursos de odio pueden provocar un extraño mecanismo compensatorio que tiene un cierto rendimiento psicológico, que aporta certezas y satisfacciones en un tiempo social experimentado como incierto y peligroso. Este tipo de rendimiento psicológico del autoritarismo ya se aplicó en la historia. Enlaza perfectamente con todas las grandes tragedias del siglo XX, el nazismo y el fascismo como emblemas, pero hay muchos otros ejemplos de esto.

«El autoritarismo y los discursos de odio pueden provocar un extraño mecanismo compensatorio que tiene un cierto rendimiento psicológico.»

–¿Cuál es el rol de las redes sociales en la proliferación y amplificación de estos discursos de odio?
–Este tipo de fenómenos ideológicos, autoritarios, sobre todo los más relevantes, es decir, los que provocan efectos más duraderos y más destructivos –porque a eso nos estamos refiriendo y esa es la inminencia del peligro que ahora tiene nombre propio en Argentina, que es Milei–, no son algo insignificante, no se trata de una pequeña corriente de opinión. Si nos remontamos al fascismo y al nazismo, el crecimiento exponencial de esas ideologías políticas estuvo asociado a la aparición de nuevas tecnologías de la comunicación, en aquella época, el cine y sobre todo la radio, que permitían amplificar un mensaje desde una posición central, unívoca, con una potencia y una construcción de una audiencia masiva que era completamente desconocida. Con las redes sociales somos contemporáneos de algo relativamente parecido: las tecnologías de la comunicación avanzaron y se aceleraron de una manera tan vertiginosa que dejaron al sistema político muy por detrás de lo que hoy puede gestionar una red social en materia de esfera pública democrática, por ejemplo, de conversación, donde la sociedad opina sobre temas de interés. Sabiendo que tienen múltiples usos democratizadores, sabiendo que esos usos se los podría expandir a partir de las iniciativas que pueden surgir por abajo, entre la ciudadanía, hay que advertir que tal como hoy están gestionadas las redes y diseñados los algoritmos, sin lugar a dudas las redes sociales fueron clave para el crecimiento de estas nuevas extremas derechas.

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