Voces | ENTREVISTA A NATALIA ARUGUETE

El caos comunicacional

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Bárbara Schijman – Fotos: Jorge Aloy

Noticias falsas durante la pandemia, las redes sociales como escenario del debate público y la construcción de agendas entre medios y audiencias.

La pandemia ayudó a consolidar un caos comunicacional profundo y muy significativo que ya se venía dando. En parte, a causa de la gran cantidad de información que se produce y se consume. Esta dinámica mediático-digital se ha profundizado por la virtualización de la vida laboral, social, educativa, pedagógica y académica», sostiene Natalia Aruguete, doctora en Ciencias Sociales, magíster en Sociología Económica e investigadora del CONICET.
Especialista en el estudio de agendas y redes sociales, Aruguete sugiere definir este momento mediático-digital como «un proceso de construcción de agendas, en lugar de pensarlo en términos de efectos mediáticos». Profesora de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Austral, es autora de El poder de la agenda. Política, medios y público (2015, Editorial Biblos) y, junto con Ernesto Calvo, publicó Fake news, trolls y otros encantos (2020, Siglo XXI Editores). Además, participó en el libro Polarizados, coordinado por Ignacio Ramírez y Alberto Quevedo (Capital Intelectual, 2021). En la entrevista, el foco se posa en las redes sociales como escenario del debate público, las identidades partidarias como expresión de la polarización social y el alcance y las implicancias políticas y comunicacionales de las fake news.
–¿Qué rol les cabe a las redes en el debate público? ¿Cómo se instalan los temas en este escenario?
–Las redes forman parte de un ecosistema mediático-digital que incluye no solo a las redes sino, además, a los medios tradicionales y al discurso político, tanto el que se expresa dentro de las redes como fuera de ellas. No es posible hablar en términos dicotómicos de redes, por un lado, cobertura mediática, por otro, y discurso político como separado de los dos ámbitos anteriores. En realidad, las redes forman parte de un ecosistema profundamente integrado; en ese ámbito se co-construyen las agendas a partir de la contribución de todos estos actores. Los temas ya no se instalan unidireccionalmente desde un punto –los medios– hacia una masa homogénea –los públicos–. Tenemos que pensar en la activación de múltiples bits de información, de elementos que conforman encuadres y, también, de contenidos que parecen desperdigados, pero que todos juntos van armando formas de percibir los eventos, que se vuelven homogéneos y locales en distintas regiones del mapa de las redes.
–¿Modificó la pandemia la dinámica de la comunicación mediática y digital y, más puntualmente, este proceso de co-construcción de encuadres y agendas?
–La pandemia ayudó a consolidar un caos comunicacional profundo y muy significativo que ya se venía dando y que se mantendrá en la pospandemia. No es la que inicia este caos, aunque sí lo consolida. En parte, producto de la gran cantidad de información que se produce y se consume. Esta dinámica mediática se ha profundizado por la virtualización de nuestra vida laboral, social, educativa, pedagógica y académica. Eso hace que productores y usuarios que intercambian contenidos de distinto tipo generen un flujo informativo muy significativo, lo cual contribuye a ese caos comunicacional que, en realidad, ya se observaba desde antes de la pandemia. Es decir que la pandemia no solamente no inicia el caos, sino que además las instituciones de todo tipo proponen calificaciones insuficientes para referirse al actual escenario comunicacional. Por caso, hablar de «infodemia» para definir este momento como un flujo de información desmesurado –y hacerlo desde una mirada eminentemente epidemiológica– impide comprender la complejidad de lo que ocurrió a nivel comunicacional.


–¿Cómo definirías el intercambio discursivo en términos comunicacionales?
–El escenario comunicacional no puede ser pensado y definido solo como una producción desmesurada de información. Porque ocurren muchas otras cosas. En este sentido, me sirvo de la definición del investigador Silvio Waisbord cuando alude a «la posverdad de la pandemia» como la disputa constante entre regímenes de verdad. Esa es la idea de posverdad: cuando los regímenes de verdad –y lo que entendemos como realidad– entran en conflicto. La pandemia puso de manifiesto este estado de cosas. Estas múltiples formas de entender la pandemia catalizaron posturas políticas, ideológicas y afectivas contrapuestas. Es decir, las identificaciones partidarias explicaron las distintas formas en las que la ciudadanía percibió, calificó y definió a la pandemia desde miradas opuestas.

–En el marco de estas identidades y de este caos comunicacional del que hablabas, ¿cómo se fija la agenda hoy?
–Por empezar, yo discuto profundamente la idea de que los medios tengan la capacidad de reflejar la realidad. En principio, porque la realidad es tan vasta, tan fugaz, tan compleja, que es imposible absorberla y presentarla en su totalidad. Entonces, por muy buena voluntad que se tenga de comprender una gran porción de realidad y abrirse a múltiples ideas, es imposible no hacer un recorte de esa pequeña porción de la realidad que logramos percibir; ese recorte es constitutivo de nosotros y nosotras como sujetos culturales, lo mismo ocurre con las instituciones mediáticas, que también forman parte de la cultura. En ese sentido, la idea de que en la actualidad los medios fijan la agenda supone una relación unidireccional entre medios y públicos. Por eso, yo suelo pensar este momento como uno de co-construcción de agendas en la que convergen múltiples actores.
–¿Entre medios y consumidores?
–Cuando nosotros planteamos que las agendas se co-construyen tenemos que asumir que todos y todas, las y los actores que participan de un proceso de construcción de sentidos intervienen en alguna medida. Aun con correlaciones de fuerza distintas, todos participan de esa puja por la agenda. Y en este momento más aún, porque los medios tienen poca autonomía para decidir sus agendas. Hasta hace algunos años se analizaba la figura de un gatekeeping centralizado, de ese guardabarrera que cumplía la función editorial en los medios. Hoy, los medios enfrentan situaciones económicas y financieras complejas, dependen mucho de que las noticias que producen se consuman efectivamente. El nivel de dependencia del consumo hace que los medios externalicen sus decisiones editoriales y las socialicen con los consumidores de esa información.
–¿De qué manera opera en las redes ese vínculo afectivo o de identificación que suele darse entre medios tradicionales y audiencias?
–En las redes sociales, el vínculo que tenemos con distintos tipos de contenidos es aún más afectivo que en cualquier otro ámbito de intercambio discursivo. Todo contenido cuenta en esta relación afectiva que mantenemos con los mensajes, los contenidos y los discursos que circulan dentro y fuera de la red. La diferencia con las redes tiene que ver con la dinámica y la velocidad; no solamente con la velocidad de nuestra reacción frente a los mensajes en las redes, sino con el eco de aquello que hemos gustado o compartido y que nos vuelve nuevamente.
–¿Cómo circulan las noticias falsas o las fake news?
–Durante la pandemia se evidenció claramente la diferencia conceptual entre las noticias falsas y las fake news. Los norteamericanos hablan de false news y fake news, pero nosotros no tenemos cómo traducir esa distinción a nivel conceptual. Cuando uno analiza una noticia falsa se enfoca en el contenido, pero esa falsedad, tergiversación o descontextualización no siempre resulta de la intención deliberada de generar un daño. Las fake news suponen una estrategia deliberada, donde distintos actores –entre ellos, los trolls– se coordinan para producir un evento político y generar un daño. Esa mentira sirve, además, para energizar identitariamente a los usuarios que están de un lado o del otro de la polarización. Algo que no siempre se toma muy en cuenta cuando se analizan las fake news es la posibilidad y la capacidad que tienen de visibilizar un tema y, más aún, de enfocarlo desde un ángulo determinado, presentar una dimensión de un evento político que sea conveniente para un sector y, por ende, obviar otras. Las fake news son, en definitiva, una forma específica de operaciones políticas.
–¿Hay forma de medir el alcance o la injerencia de las fake news?
–Hay diversas estimaciones. Lo que está claro es que las fake news se propagan en mayor medida que su corrección por el placer cognitivo que genera en quienes asumen esa información como posible, los alivia ver que se confirman sus presunciones o prejuicios. Y, además, porque confirma las identidades político-ideológicas y de otro tipo. Cuando nosotros analizamos este tipo de operación política debemos contemplar a las redes sociales y a los medios tradicionales en su conjunto.
–¿Hasta qué punto la democracia se fortalece con la pluralidad de redes?
–La democracia se profundiza con la pluralidad de voces, que no necesariamente está garantizada por la supuesta pluralidad de redes, esto es: plataformas que están en muy pero muy pocas manos. Yo creo que la apuesta para ampliar las democracias reside en el involucramiento político de las sociedades, vehiculizadas en las reivindicaciones de los movimientos y colectivos sociales, aunque también de medios alternativos y comunitarios. Cuando la sociedad civil se activa e interviene en los eventos hay mayores posibilidades de cambiar el curso de los acontecimientos. Ese involucramiento político y la propia formación política de las sociedades es lo que garantiza, desde mi punto de vista, el fortalecimiento de las democracias. En esas ocasiones, las redes sociales pueden vehiculizar tales reivindicaciones y generar ámbitos comunicacionales potentes.
–En el marco del conflicto armado en Ucrania, hace algunas semanas la Unión Europea (UE) tomó la decisión de prohibir la difusión de los medios estatales rusos dentro de su territorio. ¿Cuál es tu análisis de esta resolución desde el punto de vista de la libertad de expresión y el derecho a la información?
–El bloqueo de las cuentas de Russia Today por parte de algunas redes sociales y la suspensión de las emisiones de RT y la agencia Sputnik ordenada por la Unión Europea por considerarlas «instrumentos de desinformación» tiene diversas implicancias. En primer lugar, pone en agenda una vez más la discrecionalidad de la función editorial de las compañías de plataformas que, aun cuando se autodefinen como meras intermediarias de contenidos, cumplen una función de regulación con criterios empresariales y arbitrarios. También son discrecionales las decisiones de actores e instituciones políticos de restringir la circulación discursiva de medios rusos, por cuanto no están necesariamente sometidas a reglas sino al criterio de una persona, una autoridad o una institución que los califica como desinformación. Si bien condeno enfáticamente las suspensiones de medios rusos en Europa, así como las restricciones a medios en Rusia, creo que esta situación es una oportunidad para poner en discusión el concepto de libertad de expresión.
–¿Por qué?
–La confrontación informativa que desencadenó el conflicto Rusia-Ucrania pone en discusión el concepto de libertad de expresión en su versión liberal-moderna; tal versión no es estrictamente sinónimo de derecho a la comunicación ni explica por sí misma el derecho a la información. El reclamo por la libertad de expresión es insuficiente si queda restringido a una concepción individual, que atienda y preserve la libertad de quien emite, mas no la de quien escucha, quien conversa, quien entiende, explicó el jurista estadounidense Owen Fiss. Más aún, cuando esta libertad individual es reclamada por las plataformas, el riesgo es que aumente la brecha entre gigantes con capacidad de elegir y decidir sobre la circulación de narrativas desde una posición de absoluta «inmunidad regulatoria», y quienes deben arreglárselas con los contenidos que las lógicas algorítmicas entregan a sus usuarios.

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