Voces | Entrevista a Gisela Catanzaro

El experimento Milei

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Osvaldo Aguirre - Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

Identificar los modos en que el líder libertario sintoniza con el sentido común dominante permite desmontar el andamiaje de su puesta en escena. La mirada atenta de una destacada socióloga.

A partir del resultado de las PASO las interpretaciones en torno al fenómeno de Javier Milei se multiplican y extienden interrogantes sobre la escena política. El programa que expone el candidato de La Libertad Avanza y la cercanía de la elección presidencial refuerzan la necesidad de comprender el suceso. «Milei tiene mucho de experimento de laboratorio», señala la socióloga Gisela Catanzaro, pero al mismo tiempo advierte que el libertario fue «el que supo comprender la crisis del neoliberalismo», y sus ideas, que hasta hace poco podían parecer un despropósito, sintonizan con un sentido común dominante.
Catanzaro (Buenos Aires, 1971) es investigadora del Conicet y profesora en la Universidad de Buenos Aires, especialista en el análisis de la teoría política y de las ideologías antidemocráticas. Entre otros libros publicó La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica (2011) y Espectrología de la derecha (2021). «El neoliberalismo relanzado es revanchista, paranoico e identifica chivos expiatorios. La base ideológica es la misma del macrismo, solo que en el momento de su crisis», dice.

«Estamos en un momento revanchista del neoliberalismo: nos han arrebatado esa potencia del individuo, dicen, y la tenemos que recuperar.»

–¿El triunfo de Milei fue un resultado inesperado de la elección?
–En el nivel de la configuración subjetiva que se juega en la ideología, que tiene tiempos más largos de sedimentación, el triunfo de Milei no es inesperado. Milei y Patricia Bullrich son las figuras de la derecha que conectan con una experiencia de la vida como algo que ha sido dañado y ya no puede afirmar directamente su potencia ilimitada como hacía el primer macrismo. En los tiempos luminosos del neoliberalismo la idea era que el emprendedor podía hacer lo que quería. Milei y Bullrich siguen apuntando al presupuesto de que hay una potencia individual de la que depende el éxito en la vida, pero el relanzamiento del neoliberalismo que proponen parte del carácter perdido de esa potencia. Estamos en un momento revanchista del neoliberalismo: nos han arrebatado esa potencia del individuo, dicen, y la tenemos que recuperar. No alcanza con emprender. Bullrich lo dice cada vez que habla: se necesita coraje para antes identificar y eventualmente eliminar a los que nos arrebataron la potencia.

–¿Cómo se explica el caudal de votos a Milei en todo el país después de la baja performance de los candidatos libertarios en las provincias? 
–Milei ganó en primer lugar porque interpretó la crisis del neoliberalismo y propuso una estrategia para abordarla. Una estrategia rara, siendo permisivos con el término. En segundo lugar porque conecta con la experiencia que los sujetos tienen de sus vidas como vidas que han sido dañadas, que ya hubo una catástrofe, subjetivando las causas del mal, no construyendo un correlato objetivo que explique la situación sino buscando víctimas. Y además agita la energía destructiva de su audiencia, canalizándola en una búsqueda de chivos expiatorios. Un tercer elemento es que Milei, a diferencia de Bullrich, vuelve a poner en escena ciertas palabras que importan. Palabras como revolución, privilegios, capitalismo. Habla de casta, pero le podría llamar corporaciones, estamentos sociales, desigualdad. Son palabras que las fuerzas progresistas abandonaron, que ya no dicen. En el modo en que Milei las conjuga, además del espíritu revanchista, muchos escuchan una promesa de reempoderamiento, distinta del llamado ordenancista reaccionario de Bullrich.

«La precarización del trabajo, las economías de plataforma y la subjetividad que generan favorecen un voto de individualismo extremo.»

–Otra cuestión en debate es identificar al votante de Milei como si fuera un recién llegado: ¿son los jóvenes, son los trabajadores precarizados? ¿Y en el caso de Bullrich, que por su parte venció en su interna también en forma aparentemente inesperada?
–Milei habla de un capitalismo pleno como un acontecimiento, algo nunca sucedido. La contrafigura son las sociedades reprimidas, sobre todo los comunismos, pero en cierto punto todas las sociedades existentes son reprimidas según su discurso. Esta sería la primera vez en que va a haber un capitalismo sin represión, un capitalismo desinhibido. La precarización del trabajo, las economías de plataforma y la subjetividad que generan, una subjetividad que no cuenta con memoria sindical ni con posibilidades de organización colectiva, favorecen un voto a Milei, un voto de individualismo extremo. Con los jóvenes muchos resaltaron que la experiencia de la pandemia fortaleció vidas partidas, separadas de la comunicación con sus pares en un momento de la vida en que justamente se busca la asociación colectiva, y que ese daño afectó sobre todo a los varones porque muchas mujeres estaban comprometidas con los avances feministas y aunque tenían que quedarse en sus casas había algo que las reunía. Ese es también un nivel del análisis para contemplar. Hablando de Bullrich, la salida de la crisis del neoliberalismo más ordenancista reaccionaria que ella promueve es afín a posiciones de gente mayor o que tiene la experiencia de un pasado de disciplina jerárquica o de orden al que quiere volver. En el voto a Milei está más presente la promesa de reempoderamiento, no solo de venganza, y tiene más que ver con los que apuestan a un futuro.
–Milei anuncia su programa de gobierno como si pudiera realizarse sin oposición. Hubo una manifestación de investigadores en defensa del Conicet, pero hasta el momento parece algo aislado, como si esos planes no encontraran resistencia en la sociedad.
–Es un momento todavía de shock, aunque hay reacciones y las va a haber. En otro nivel, Nicolás Casullo decía: «Ganaron la batalla cultural». Lo reformularía diciendo que hay una especie de sentido común, un desplazamiento del piso de lo decible en el cual, en el nivel ideológico, Milei ya ganó. Más allá de lo que pase de aquí en más. No solo Milei, la derecha en cierto sentido ganó porque logró imponer un sentido común que permea transversalmente a toda la sociedad. La idea de que los que no se esfuerzan son moralmente imputables, por ejemplo. Todo el mundo parte de la base de que el esfuerzo es bueno, que le va mal al que no se esfuerza. Y hoy, además, para que le vaya bien, el que se esfuerza tiene que eliminar a unos cuantos que funcionan como obstáculos. La lógica de la eliminación del obstáculo también se estableció. «Vamos a ser durísimos», dice Bullrich. O el darwinismo social de Milei según el cual algunos van a morir, como decía Bolsonaro durante la pandemia, y los que queden van a ser leones. ¿Podemos enfrentar esto? Sí, en distintos niveles. La movilización en el Mincyt (Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación) no va a discutir todo eso, va a pedir que no se cierre el Conicet. El hecho de reunirse activa una potencia que no es la potencia impulsada por la ideología neoliberal. No obstante, desde hace tiempo el neoliberalismo viene manifestándose con un modo de politización callejera, por ejemplo con las movilizaciones contra las restricciones impuestas durante la pandemia. Es la versión local de un fenómeno mundial: la que se moviliza es la derecha. La movilización era patrimonio de la izquierda, porque a la derecha la llamábamos antipolítica. Esa idea retrasó los diagnósticos, suponer que las derechas no eran politizadas, que no generaban formas de colectividad, fue un error.

«Suponer que las derechas no eran politizadas, que no generaban formas de colectividad, fue un error.»

–¿Cómo podría desplegarse la resistencia hacia ese sentido común que impone el neoliberalismo?
–Hay que pensar cuáles son las formas de utopismo o de seudoutopismo que está configurando la derecha. Ese es el caso de Milei, mucho más que el de Bullrich. Pero incluso en los que se entusiasman con la revancha y el reempoderamiento individual hay elementos que contradicen el supuesto de que pueden solos, formas de cooperación que son parte de su vida. Una política de izquierda, además de comprender las razones objetivas del macrismo, del bullrichismo y del mileísmo, podría activar ese hiato: lo que en la subjetividad neoliberal no es del todo neoliberal, asumiendo que neoliberalizados somos todos porque ese es un nivel de la experiencia por el que hemos sido marcados, pero que no agota nuestra experiencia, que también existen contradicciones. Indagar ese hiato, indagar la disonancia que se abre entre eso que hacemos siguiendo una especie de mandato dominante y lo que no se conjuga tan bien al respecto en lo que hacemos. Eso también es una dimensión de resistencia política.

«Hay que repetir una y otra vez que entendemos, que escuchamos, que hubo un terremoto y ese estado de crisis de la experiencia existe.»

–En diciembre se cumplen 40 años de la recuperación de la democracia. ¿Qué nos dice sobre esta etapa histórica la posibilidad de que Milei pueda ser el próximo presidente?
–El proceso Milei es un proceso de largo plazo que tiene muchas genealogías, pero tendríamos que hacer uno de los rastreos en los límites del pacto democrático que se configuró en 1983. Milei pone a jugar la palabra capitalismo para reivindicar y transformar al capitalismo en la panacea que por fin se va a realizar. ¿Qué podríamos pensar de la democracia y de sus límites? En este momento necesitamos explorar ese malestar social que se estuvo expresando, explorar cuál es la tendencia central de ese malestar, que para mí es conspirativo paranoica, pero también lo que no coincide con esa experiencia. Apuntar ahí, tratar de leer el hiato en la experiencia dominante. No sé si eso se consigue con medidas por arriba. Tiene más que ver con hacer lugar a experiencias de base y que la política las escuche. Hay muy poco tiempo, y es difícil que hoy algo no suene como imposición, que no sea leído reactivamente. Hay que repetir una y otra vez que entendemos, que escuchamos, que hubo un terremoto y ese estado de crisis de la experiencia existe. Seguir hablando como si nada hubiera pasado genera más enojo. La gente termina confirmando el diagnóstico de la casta.

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