Voces | GABRIELA MONTAÑO

El pueblo venció al golpe

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Bárbara Schijman / Fotos: Jorge Aloy

A un año de la recuperación de la democracia en Bolivia, la exministra de Salud subraya el rol de los movimientos populares para poner fin al Gobierno de facto.

Gabriela Montaño es expresiva, muy expresiva, y va al grano, como aquellos que conocen el recorrido, que lo han caminado, que no necesitan preámbulos para reproducir rápidamente la emoción de un pueblo movilizado cuando el avión del exilio aguardaba en la pista. O la emoción de saber que la restauración de la democracia en Bolivia es gracias a ese mismo pueblo.
Médica y política feminista boliviana, Gabriela Montaño nació el 2 de diciembre de 1975 en Cochabamba. Exministra de Salud y expresidenta de la Cámara de Diputados y Senadores de Bolivia, hoy es subdirectora del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. «Me considero una mujer de izquierda y feminista. Desde los 17 años milito las causas que tienen que ver con los derechos de las mujeres, de las poblaciones no heterosexuales, de los pueblos indígenas», se define. Y aunque entre sus planes estén los de correrse de la escena pública, subraya que no se podría retirar de la política nunca: «No solo yo, no sé quién se retira de la política. Me puedo retirar de la responsabilidad de la gestión pública, pero una militante y un ser político voy a seguir siendo por el resto de mi vida hasta que me muera. Soy feliz haciendo eso».
Clara y sin tabúes, Montaño propone un paralelismo entre el intento de golpe de Estado en 2008 y el golpe de Estado consumado en 2019. Su mirada sobre la región, las políticas del MAS (Movimiento al Socialismo) y la pandemia, a través de sus palabras pero también de sus manos, de sus ojos, sus silencios y suspiros.
–¿Cuál es su análisis sobre la situación de Bolivia en particular y de la región en general en el contexto de la pandemia?
–Estamos a poco más de un año de la recuperación de la democracia en Bolivia y todavía arrastrando, en el caso boliviano, la segunda y la tercera ola de la pandemia. La gente está empezando a sentir que hay un mayor movimiento económico, una reactivación, y una mayor cantidad de empleo. El haber bajado el desempleo más del 40% es un logro importante en este año y además haber manejado la crisis sanitaria de una manera totalmente diferente a lo que se la estaba manejando durante el golpe de Estado. Este año hemos salvado miles de vidas en Bolivia, pero obviamente el contexto regional, y mundial también, es complejo. Están pasando cosas en el mundo que no hubiéramos imaginado hace dos años. Lo que muestra Bolivia es que, aquí y en la región, hay una derecha dispuesta incluso a dar golpes de Estado para tomar el control del poder. Cuando la democracia les sirve, cuando ellos ganan elecciones, la democracia es un instrumento útil. Pero cuando ellos pierden elecciones, la democracia deja de ser el camino. En el caso boliviano hubo una serie de elementos que diferenciaron el primer intento de golpe de Estado cívico-prefectural y este golpe de Estado que sí se consolidó en 2019.
–¿Cuáles son estos elementos?
–Yo diría que son tres elementos que tuvieron diferencias en un momento y otro. Por un lado, la capacidad de reacción de la institucionalidad de la región para proteger una democracia. En 2008, UNASUR reacciona inmediatamente, el resto de los dirigentes de diferentes tendencias políticas protegieron la democracia boliviana. Esto no se tuvo en 2019. La segunda diferencia tiene que ver con la capacidad movilizadora que había en 2008 y la capacidad movilizadora de los sectores populares y la unidad del bloque popular que había en 2019, que era menor. Después de un gobierno popular que entrega derechos todo el tiempo, hay una gran parte de los sectores populares que empieza a creer que eso no está en riesgo, pero el golpe de Estado en Bolivia nos demuestra que siempre está en riesgo. El tercer elemento decisivo tiene que ver con la capacidad de respuesta del Estado y la intervención de la policía y las fuerzas armadas plegadas a un golpe de Estado en 2019, algo que no sucedió en 2008. Son tres elementos que debemos observar todo el tiempo. No se puede dejar la calle y la movilización social cuando se tiene un gobierno popular. La calle no puede tomarla la derecha, algo que sí sucedió en Bolivia.
–A simple vista parece que los hechos se desencadenaron rápidamente. ¿Tiene que ver con esto de haber perdido la calle?
–Tiene que ver con los tres elementos. Si tenés una comunidad internacional dispuesta a mirar para otro lado cuando se está destruyendo la democracia en un país de la región, es una señal de que eso puede suceder en cualquier parte de la región. Si otra vez tenemos militares exigiéndole a un presidente su renuncia, a un presidente electo legítimamente por el voto popular, te muestra que eso no quedó atrás en los años 70. Pero además hubo una articulación de gobiernos de derecha apoyando el golpe de Estado en Bolivia, demostrado en el envío de armas desde Argentina, el envío de gases lacrimógenos desde Ecuador, algo que pensamos que habíamos dejado atrás, pero lo tenemos al lado conviviendo con nosotros prácticamente. Es muy grave. Además habíamos tenido alertas importantes: Paraguay, Honduras, Ecuador. Brasil con un golpe no de ese tipo sino de otra manera. Esto demuestra que las derechas están dispuestas a todo cuando la democracia o el voto popular no les son favorables.
–Sostiene que se debe estar muy atentos a la variación de los formatos de los golpes de Estado. ¿En qué sentido?
–Porque lo vamos viendo. Puede ser un golpe vía Congreso, vía judicial, y pueden ser golpes más clásicos como el que pasó en Bolivia, en el que la policía y los militares intervienen de una manera más directa. Ese formato no depende tanto de la derecha, sino de la forma y la fuerza que tengan los sectores populares. En Bolivia sabían que no podían dar un golpe de Estado por la vía judicial; congresal era imposible porque teníamos dos tercios de la Asamblea. Entonces necesitaban más fuerza para imponer el golpe de Estado y esa fuerza se tradujo en la participación de la policía y de las fuerzas armadas. No lo podrían haber hecho sin muertos. Las masacres de Sacaba y Senkata se dan porque el pueblo boliviano no habría entregado el poder sin decir nada. A mí me parece heroico lo que hizo el pueblo boliviano en 2020, recuperando la democracia, porque no lo hizo solamente con el voto. Hubo grandes movilizaciones exigiendo que se llevasen adelante elecciones porque había una certeza de que si había elecciones, volvíamos a ganar. Una potencia tan grande que me emociona cada vez que hablo de eso porque se tenía todo en contra: un Gobierno de facto dispuesto a todo y una importante parte de la comunidad internacional mirando para otro lado.

–En los últimos años los fundamentalismos religiosos han ganado fuerza en la región. ¿Qué sucede en Bolivia?
–Uno de los líderes del golpe de Estado fue Luis Fernando Camacho, actual gobernador del departamento de Santa Cruz. Él convocaba a las movilizaciones en contra del Gobierno a los pies de un monumento que es el Cristo Redentor con una evocación muy fuerte a lo religioso. El símbolo de que Jeanine Áñez, después de dar el golpe de Estado, ingrese al Palacio de Gobierno con una Biblia es parte de esa lógica. La crisis económica que se genera en la pospandemia es un caldo de cultivo para que no solo una iglesia sino variedad de iglesias amplíen su poder y puedan intentar reemplazar al Estado; algo muy peligroso, de muchísimo retroceso y una alerta importante. La ganancia enorme que tiene un Estado laico es esa separación entre la responsabilidad del Estado y la decisión individual de una creencia religiosa.
–¿Qué peso tienen los medios de comunicación en Bolivia?
–Gran parte de los medios de comunicación en Bolivia fueron parte de la estructura golpista y lo siguen siendo. Muchos de esos dueños de medios de comunicación, igual que en muchas partes del mundo, son socios de entidades financieras o dueños de la tierra, por ejemplo, en el departamento de Santa Cruz. Están defendiendo sus intereses económicos. No pueden manejar el Estado como lo hacían en Bolivia hace 20 años. Eso es lo que les duele en Bolivia, Argentina, Perú. Y ahora no estamos hablando solo de medios de comunicación masivos sino del manejo de redes sociales. En Bolivia crearon miles y miles de cuentas fantasma difundiendo propaganda a favor del golpe de Estado. Todo esto fragiliza nuestras democracias.
–Con todo, los sectores populares en Bolivia salieron a la calle y fueron los grandes protagonistas del retorno de la democracia.
–Cuando los sectores populares tienen un bloque unificado es mucho más difícil que esos medios de comunicación privados y que esas redes sociales manipulen todo. De lo contrario, ¿cómo se explica que se haya recuperado la democracia en Bolivia en solo un año con todo en contra? La gente perseguida, los líderes encarcelados, Evo Morales y muchos de nosotros exiliados. Lo que hizo la derecha en Bolivia fue exponer a plena luz del día lo más brutal de ellos. Una parte de la población, que incluso en 2019 tenía dudas de si votaba por el MAS, en 2020 dejó de tener esas dudas porque los vio de vuelta 15 años después haciendo lo mismo que hacían o peor. En esa dicotomía están los sectores populares de muchos de nuestros países. Hemos avanzado en términos de la izquierda, pero también ha habido ciertos retrocesos; Ecuador es un ejemplo de eso. Lo que no te puede pasar como gobierno es desconectarte de la gente, porque es lo único que va a sostener la democracia en nuestros países.
–¿Qué diferencia al MAS de hoy del MAS que llegó en 2006?
–En el ámbito de gestión de gobierno, Luis (Arce) y David (Choquehuanca) son una continuidad muy importante de todo lo que se estaba haciendo con Evo (Morales) y Álvaro (García Linera): en la manera de manejar la economía, en la certeza de que la nacionalización y la redistribución de los recursos son el corazón de lo que se logró económicamente y se va a sostener eso. La claridad de que los recursos naturales son de todos los bolivianos y que por lo tanto lo que se produzca a partir de ellos tiene que redistribuirse de una manera equitativa. Hay estilos, obviamente. Evo, por ejemplo, era un enorme pedagogo y comunicador. El principal medio de comunicación que tenía el Gobierno era la palabra de Evo. Luis es un presidente que habla menos. En el ámbito de gestión política, ahí Evo sigue siendo el centro de la política en el país. No hay opositor que pueda referirse a la política en Bolivia sin nombrar a Evo cinco veces en cada oración. Lo cual es bueno porque Evo es amalgama, es unidad. Del otro lado, de la otra cara de la moneda, puede tener también sus dificultades, por años de ejercicio político, por el desgaste natural que eso conlleva. Lo que veo tanto dentro como fuera de Bolivia, es que donde Evo va es un referente tan fuerte que va a seguir marcando la agenda política del país por bastante tiempo más.
–¿Cuáles son los principales desafíos del MAS de cara al futuro?
–Mantener la unidad del bloque popular es el primer y principal desafío. Lograr expresar los nuevos sueños de la gente. Después de la pandemia, de la crisis sanitaria, de la crisis económica, pareciera que la gente mucho más mayoritariamente cree que el Estado tiene un rol importante en la vida de todos nosotros, cosa que se estaba diluyendo. Hay que interpretar los nuevos anhelos y las nuevas expectativas y no separarse de la calle, del movimiento social, del tejido social. Pero por otro lado, eso implica no burocratizarse, no convertirse en alguien que está lejos de la vida real. No generar una burocracia que fagocite, que se trague lo vivo de un proceso revolucionario. Eso es vital para cualquier proceso como el nuestro.
–En el Gobierno de Morales la mujer ocupó un rol central, ¿cómo es hoy, en un contexto regional con fuerte presencia de movimientos de mujeres y colectivos feministas?
–No se puede entender el feminismo en Bolivia solo como un movimiento de sectores medios, académicos o intelectuales; solo se lo puede entender como una enorme alianza de esos sectores con sectores populares. Yo me imagino al feminismo en Bolivia únicamente así: con una agenda común entre mujeres muy diversas. Hemos avanzado muchísimo en términos de participación política de las mujeres, pero en el ámbito laboral, económico, todavía hay mucho que hacer. La violencia es brutal. El real punto de transformación va a ser cuando la despatriarcalización del Estado y de la sociedad ocupe el mismo lugar que ocupó la nacionalización de los hidrocarburos. Cuando eso suceda vamos a poder estar en equilibrios reales y en avances suficientes de ese aspecto. Creo que para eso todavía nos falta.

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