28 de mayo de 2014
La psicoanalista y especialista en temas de género, Mabel Burin, pone el ojo en las construcciones sociales sobre lo femenino y lo masculino y el impacto de las desigualdades sobre la salud mental de las mujeres.
Mabel Burin es doctora en Psicología Clínica, psicoanalista, directora del Programa Postdoctoral en Estudios de Género y del Programa de Estudios de Género y Subjetividad en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Pionera en tiempos de la última dictadura, la autora de numerosos libros –entre ellos, El malestar de las mujeres. La tranquilidad recetada, Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y Salud Mental y El techo de cristal en la carrera laboral de las mujeres– empezó a involucrarse en los estudios de género cuando, al llegar a la mediana edad, se topó con el denominado «techo de cristal». Además, en 1978, ella y sus colegas sufrieron el cierre del centro donde atendían a sus pacientes y empezaron a reunirse casi clandestinamente para crear en 1979 el Centro de Estudios de la Mujer, dedicado a la investigación y publicación de textos sobre esta temática. Víctima del «exilio interior», tal como lo definió, y del dolor que le causó la desaparición forzada de sus colegas durante los años de plomo, retomó sus investigaciones con la vuelta a la democracia.
Casada hace 50 años, madre de dos hijas mujeres y un varón, abuela de varios nietos –entre ellos, una adolescente con el pelo color fucsia que la sorprendió el último verano explicándoles a sus compañeras al costado de la piscina qué era el patriarcado–, Mabel Burin cuenta orgullosa que sus nietos varones comparten su manera de pensar, denunciando, por ejemplo, toda forma de discriminación, y que sus reuniones familiares son una suerte de «asambleas permanentes».
–¿Qué es ser mujer hoy?
–Yo reformularía la pregunta, porque ante este interrogante de qué es «ser mujer hoy» se supone que hay algo muy esencial, muy inmutable para una mujer que responde a su ser. Yo quisiera que la pregunta se formulara en términos de ¿quién voy siendo como mujer? Es decir, en términos constructivistas, ir construyéndonos como mujeres a lo largo de nuestra vida, porque no es lo mismo ser una mujer adolescente que una mujer de mediana edad o una mujer mayor. Ser mujer pide una totalidad, una uniformidad, que realmente no existe. Las mujeres somos sujetos muy cambiantes, en franca transformación, especialmente a partir de las últimas décadas. En alguna época, en algún momento histórico, social y político-económico, a la pregunta de qué es ser mujer se respondía: «Ser mujer es ser madre». Hoy en día esa respuesta nos parece inadmisible.
–¿Cuáles son las consecuencias de las desigualdades de género en una sociedad patriarcal que aún no se desprende de ese paradigma?
–Una de las peores desigualdades es el impacto sobre la salud mental de las mujeres, lo que en un libro mío llamé «el malestar de las mujeres», y el recurso a los psicofármacos que tuvieron que tomar para tranquilizarse. Ese malestar era resultante de las situaciones de desigualdad, porque las diferencias entre los géneros no son neutrales; esas diferencias implican desigualdades, y lo que desiguala provoca trastornos en las personas. En primer lugar, provoca ira, enojo. En segundo lugar, desazón y a veces desesperanza por enfrentarse con desigualdades que son difíciles de remediar, y junto con las desigualdades, las jerarquías: mejor un género que el otro género, más-menos, más lindo-más feo, más potente-más impotente. Esas son diferencias que quedan jerarquizadas. Esto hoy en día se sigue viendo; las mujeres científicas lo señalan al decir que son marginadas de determinados lugares sociales, no es algo del pasado.
–¿Qué conflictos expresa el malestar psíquico de las mujeres?
–Lo que más se ve son estados depresivos en mujeres de mediana edad. Originalmente, los estudios mostraban que eran mujeres amas de casa, especialmente en sociedades como la nuestra, donde muchas mujeres tuvieron oportunidades de educación superior. Eran las amas de casa de sectores medios urbanos que se sintieron depresivas porque pensaron: «¿Para esto estudié, para esto me formé? ¿Para estar en casa con estas rutinas repetitivas, atendiendo las necesidades de los otros y postergando las mías?». Luego, esto se extendió a las mujeres con doble jornada de trabajo: con oportunidades laborales, pero que igual se veían en inferioridad de condiciones respecto de sus pares masculinos, porque ellas tenían una doble jornada; es decir, estaban en el trabajo y tenían la mitad de su cabeza puesta en la casa y viceversa, algo que a ellos no les pasaba. Esa desigualdad también les provocaba ese sentimiento de desazón, de desasosiego, que las llevaba a estados depresivos. Uno de los recursos que se utilizaron en ese momento fueron los psicofármacos y los antidepresivos.
–¿En qué consisten las subjetividades vulnerables de las mujeres?
–No es que las mujeres siempre hayamos tenido una subjetividad vulnerable. Esto fue una creación cultural de la modernidad en Occidente, cuando se configuró la familia nuclear: padre, madre e hijos. Con la familia nuclear se armó la figura de «la madre», «la esposa», «el ama de casa», que tenía a su cargo las funciones de preservar, de nutrir, de cuidar al marido. Las mujeres se volvieron más sensibles y atentas a las necesidades de los otros, mientras que los varones fueron conformando una subjetividad sobre la base del egoísmo, tratando de vencer al otro que era su rival en el trabajo, dentro del individualismo. Cuando entran en crisis estas situaciones –con la precariedad laboral, por ejemplo–, en los varones, toda la configuración subjetiva de qué es ser hombre cae. Para las mujeres, el «hogar dulce hogar» dejó de ser así; ellas empezaron a cuestionar el autoritarismo del hombre. El malestar se produjo allí, cuando ellas empezaron a cuestionar estos modelos de buena esposa, ama de casa, y uno de los destinos para silenciar el malestar de esas mujeres fue el uso de psicofármacos.
–¿Las mujeres siguen recurriendo a los psicofármacos?
–Sí. No obstante, hoy existe mucha más conciencia por parte de las mujeres y más actitud crítica frente a los psicofármacos. Hay mujeres que eligen otros recursos, como la meditación o la respiración, pero el psicofármaco sigue muy vigente. Hay mucho de automedicación y mucho de demanda de las mujeres a los médicos, además de toda la embestida de la industria farmacéutica que encuentra en las mujeres un mercado muy favorable. Muchos de los estados subjetivos que son medicalizados se dan en mujeres de mediana edad, entre los 35 y 55 años, aunque cada vez se ve en mujeres más jóvenes o mujeres mayores. Los malestares son muy variados; no hay un único factor como en algún momento se supuso que era la menopausia.
–¿Hay obligación de ser madre, esposa, profesional exitosa? ¿Qué pasa con las mujeres que, por ejemplo, deciden no ser madres? ¿Cómo son vistas por el resto de las mujeres?
–Hay de todo. Hoy en día, la maternidad no es el destino obligado de ninguna mujer, es opcional. Hay que ayudar a quienes no quieren ser madres a no serlo y a quienes sí quieren a serlo. Hay que respetar la construcción del deseo de las mujeres a lo largo de su vida. Hay quienes tienden a condenar a quienes no tienen el deseo maternal como el más significativo dentro de su repertorio de deseos. Hay que pensar tanto por qué una mujer quiere tener un hijo como por qué no quiere tenerlo; no me parece que sea algo natural e instintivo de parte de las mujeres que quieren tener hijos, hay que repasar cómo han construido su deseo.
–¿Qué ocurre hoy con las mujeres profesionales? ¿Se debaten entre su profesión y la maternidad?
–Por ahora sigue siendo un conflicto difícil de resolver. Muchas mujeres definen que primero van a ocuparse de encaminar su carrera y luego van a ocuparse de armar una familia, incluyendo la maternidad. Allí está el famoso «techo de cristal», en estas definiciones, porque las mujeres –generalmente en la mitad de la carrera laboral, a los 40 años– nos encontramos con un techo que es difícil de traspasar y que es de cristal porque es invisible: no hay leyes ni códigos que digan que las mujeres no podemos pasar más allá de ese nivel laboral, pero la realidad muestra que sí, y muchas de las cuestiones que les hacen techo a las mujeres implican la vida familiar, el hecho de que se les asigne ser las principales responsables del escenario familiar y doméstico.
–¿Sólo las cuestiones familiares hacen ese techo?
–Hay otros factores como los estereotipos sociales en relación con las mujeres y el ejercicio del poder, esto de que a las mujeres no nos interesa ocupar puestos de máxima responsabilidad. Luego, el imaginario de las propias mujeres: «Es muy complicado, que se maten entre ellos; eso es un amasijo». Cuando se hacen entrevistas en profundidad, se ve que en los intersticios de ese discurso formal se filtran otras cuestiones que indican que a esas mujeres sí les interesa ocupar posiciones que les impliquen responsabilidad, prestigio, un salario más alto, reconocimiento social. Por otra parte, muchas mujeres se resisten a ocupar determinados puestos de responsabilidad en el trabajo porque sienten que pierden mucho de su femineidad, de vida familiar o de tiempo de ocio. Esto tiene que ver con las organizaciones laborales que están definidas con horarios y actividades predominantemente masculinas y no incorporan el aporte de las propias mujeres; están pensadas desde mentalidades androcéntricas.
–¿En el techo de cristal no se esconde la violencia laboral?
–Sí, es una forma de violencia. Hoy en día esto está contemplado por la ley Nº 26.485, que establece cinco formas de violencia; una de ellas es la económico-patrimonial, que no es solamente aquella ejercida de un cónyuge hacia su esposa porque no quiere darle parte del patrimonio. El «techo de cristal» también entra allí, se puede combinar con la violencia simbólica, porque a nadie se le dice que por ser mujer no puede seguir avanzando en su carrera laboral, pero los horarios de trabajo imponen una violencia invisible, no dicha, no expresada.
–Hay entrevistas laborales en las cuales se les pregunta a las mujeres si tienen hijos o si piensan tenerlos.
–Sí. Esto a los hombres no les pasa, pero sí les preguntan si tienen familia, porque si a determinada edad no tienen familia, «son sospechosos de algo». Muchas empresas todavía están pensando que un muchacho de 43 años que no tiene pareja o familia no es confiable, entra en un cono de sospecha.
–¿Cuál es el imaginario que se construye alrededor de las jefas en una organización, incluso de las líderes de Estado?
–Tenemos experiencias muy variadas, especialmente en Latinoamérica, con Dilma, con Cristina, con Michelle Bachelet. Algunas de ellas son más identificadas con el modelo clásico masculino, otras no. Ninguna tiene el estereotipo femenino tradicional; es decir, de mujeres dulces, suaves, amables, generosas. Las mujeres que se inscriben en el género de manera más estereotipadamente tradicional difícilmente ocupen puestos de liderazgo. Hasta ahora, las mujeres que ocupan puestos de liderazgo son las que llamamos transicionales o innovadoras. Muchas de ellas son innovadoras en el ejercicio de su puesto laboral, en su desempeño, pero son tradicionales en el ejercicio familiar; esas son transicionales. Hay otras que son innovadoras en todo sentido, tanto en el desempeño de su vida laboral como en la manera de gestionar su vida familiar. Una de ellas es Michelle Bachelet: se casó y se divorció dos o tres veces. Cristina es más tradicional en su vida familiar.
–¿Sobre qué valores construyen hoy las mujeres sus identidades? ¿En qué se diferencian de sus madres y abuelas?
–Uno de los valores que hoy cultivan la mayoría de las mujeres, sobre todo las que hoy son hijas y nietas, es el marcado individualismo: «Lo que yo quiero, lo mío, lo que yo necesito, lo que voy a hacer», algo que no ocurría en las generaciones anteriores, en las que una de las claves de las mujeres era «ser para otros». En parte me parece muy positivo que estas mujeres se pongan a sí mismas primero y traten de lograr la realización personal, pero, por otro lado, me da lástima al pensar cómo van a ser las nuevas familias, quiénes serán las mujeres que se inscribirán como madres o esposas en esas nuevas familias. Pero, bueno, hay mucha variedad, diversidad, ni mejor ni peor; conflictos hubo siempre.
–¿Hay un mayor distanciamiento del paradigma patriarcal? ¿Cómo se crían los nuevos varones hoy?
–En este momento, están cambiando mucho los varones de los sectores medios urbanos y educados. En los sectores populares, todavía hay una tradicionalidad respecto al rol que se supone que tiene que ocupar el varón en la casa, en la familia, en el trabajo. Se supone que es el principal proveedor económico, y si no es eso, entonces no es varón. En los sectores medios urbanos y educados, los muchachos aceptan roles dentro de la casa y de la familia muy distintos sin protestar demasiado. Por otra parte, hay mamás muy tradicionales que piensan que van a criar a sus hijos para ser «verdaderos hombres» y otras que piensan en adaptarlos a las necesidades de la época o que buscan que su hijo sea innovador, que tenga la capacidad para transformar las cosas, que tenga libertad para cambiar lo que está mal. Conozco chicos de 20 años que fueron criados en esa libertad; hay variedad, afortunadamente.
—María Carolina Stegman
Fotos: Jorge Aloy