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«El virus potencia las injusticias sociales»

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El sociólogo portugués analiza el escenario de pandemia, las respuestas de los gobiernos a la crisis y las lecciones y oportunidades que se presentan. Además, su idea acerca del comienzo de un nuevo período histórico y las ventanas para un cambio de época y civilización.


(Scarlett Rocha)

Boaventura de Sousa Santos es doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale, profesor catedrático jubilado, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra, Portugal, y profesor en la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos. Tiene una vasta trayectoria en sociología del Derecho, nuevos constitucionalismos, movimientos sociales, globalización, democracia, interculturalidad y derechos humanos. Referente indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo, el académico creó herramientas conceptuales como la «epistemología del sur» y la «ecología de las prácticas», en defensa de la horizontalidad entre saberes y prácticas. Fue miembro fundador de la Asociación Cívica Pro Urbe, Coímbra, en 1996, y es uno de los impulsores del Foro Social Mundial (FSM). Es también co-coordinador del Curso Internacional CES-CLACSO sobre las «Epistemologías del Sur». Sus libros han sido traducidos a numerosos idiomas. A partir de su observación de la pandemia de COVID-19, Sousa Santos escribió La cruel pedagogía del virus.
–¿Cuáles son las primeras reflexiones que le merece el contexto de pandemia actual?
–Es la primera vez que el mundo, de alguna manera, está casi totalmente en confinamiento por una pandemia; además, es la primera pandemia de la globalización, y es por eso que el virus se reprodujo y se expandió con la velocidad de la propia globalización. Las otras pandemias, la bubónica y la pandemia de gripe española de 1918, tomaron mucho más tiempo en circular por el mundo. En el caso del coronavirus, en un par de meses pasó por todo el mundo. Este virus tuvo un impacto global sin precedentes. Los gobiernos están enfrentando la pandemia de distintas maneras pero todos están sintiendo, unos más, otros menos, el mismo fenómeno. Esto pasa también, por ejemplo, con el calentamiento global y la crisis climática, que se sienten prácticamente en todo el mundo, aunque nos hayamos acostumbrado a ver que las crisis lentas y largas son como los fantasmas, como estamos acostumbrados ya ni notamos que son fantasmas. No solamente que esta pandemia es global sino que es muy rápida y muy dramática. Observamos, más que nunca, que el mundo realmente es una unidad, para bien y para mal. Aquí hay una idea de globalización que es distinta de la globalización de las mercancías; es la idea de un destino común, la idea de que si algo pasa en el mundo nos va a pasar a todos, más allá de que, por supuesto, no pasa de la misma manera para todos. Más que nunca, las soluciones para nuestros problemas también tienen que ser globales.
–¿Cómo debería ser una respuesta global a una situación como la presente?
–Es evidente que un sistema de salud pública es absolutamente fundamental para proteger a los ciudadanos de la pandemia, pero no vale la pena si unos tienen y otros no, y si hay tránsito de gente de un lado a otro, porque entonces la pandemia circula a pesar de todo. Necesitamos de un sistema global público de salud para proteger eficazmente a los ciudadanos. Por eso sostengo la idea de que aquí no solamente se requiere de una ética global sino que precisamos, además, decisiones de política global. Por lo menos desde la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, ya sabíamos que el cambio climático y toda la pérdida de biodiversidad tenían que centrarse en una política global. Pero la pandemia presenta una emergencia de tipo nuevo. A la polución nos acostumbramos, porque no nos mata de una manera tan brutal y rápida como la pandemia. Me parece que esta idea de destino común y de política global es fundamental. En paralelo a esta idea de globalización, se volvió evidente la tremenda diversidad de cómo opera el virus. Es claro que el virus tiene blancos privilegiados, o sea, no infecta a toda la gente, y sobre todo, no mata a toda la gente. El virus mata con gran discriminación.
–En este sentido, el virus no hace sino desnudar las desigualdades existentes y la vulnerabilidad de las mayorías.
–La disparidad del carácter mortífero de la pandemia es absoluta. Y si no, observemos lo que sucede en Nueva York, por ejemplo, donde la gente que muere pertenece a los barrios de el Bronx, Harlem, Brooklyn, donde viven los negros y los latinos. El virus refuerza la discriminación y se aprovecha de todas las vulnerabilidades que existen en una sociedad. Gente que está con hambre, gente que está enferma y que no tiene cuidados de salud, gente que no puede confinarse porque trabaja en la calle o porque tiene un trabajo informal y tiene que ganar para tener qué gastar al día siguiente. De repente esta vulnerabilidad es utilizada por el virus para aumentarla, es decir, el virus potencia las injusticias sociales y el sufrimiento humano, y eso también nos muestra que cuanto más desigual es una sociedad, mayor es la desprotección frente a la pandemia. Por eso creo que las cuestiones de la desigualdad y la discriminación social están ahora en otro nivel. La calidad de nuestras ciudades, las villas miserias, las favelas, es una cuestión que hay que remediar y resolver a muy corto plazo. Ya no se trata de un problema que se pueda postergar, porque son las zonas de riesgo, y en estas zonas de riesgo vive la mayoría de la población mundial, no la minoría, la mayoría. Los gobiernos no pueden argumentar que no existe forma de prepararse para las pandemias y que estas no se conviertan en problemas sociales. No es un problema sanitario, es un problema social y es un problema político.
–¿Por qué La pedagogía del virus?
–Es casi una idea de ir en contra de la metáfora que ha sido dominante en todo el mundo y que sostiene que el virus es nuestro enemigo, que estamos en una guerra; la metáfora de la guerra y del enemigo es dominante. Decidí que la metáfora debería ser la del pedagogo; un pedagogo cruel, claro, pero un pedagogo que nos está enseñando algo. Es un pedagogo que nos enseña, en primer lugar, que el modelo de desarrollo, centrado en una explotación sin límite de la madre tierra, como dicen nuestros hermanos indígenas, está llegando al final. Prácticamente no hay dudas de que la pandemia de coronavirus, y aquellas que se van a suceder, son producto de la crisis ambiental y ecológica que hemos producido y que cambian los hábitats, y aquí entra todo lo vinculado con agricultura industrial, el desmantelamiento de los bosques, la contaminación del agua, la minería a cielo abierto, los megaproyectos, etcétera. Estas cuestiones ya no son de justicia social sino que son de supervivencia, porque la vida ya no va a ser la misma, incluso para aquellos que sí se puedan defender frente al virus. Por eso creo que de todo esto se desprenden algunas lecciones que este virus nos está dando. El problema obviamente es saber si vamos a aprender. Para aprender en sociedad hay que tener fuerzas políticas; la respuesta tiene que ser política.


Antes y después. Para el profesor e investigador la difusión mundial del COVID-19 marca un punto de inflexión para la vida humana. (Daniela Morán)

–¿Cuáles serían estas lecciones de las que habla?
–Por un lado, creo que el tiempo político y mediático condiciona la forma en que la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Por otro, las pandemias no matan tan indiscriminadamente como se cree. Y la tercera lección tiene que ver con que el capitalismo, como modelo social, creo que no tiene futuro. Su versión vigente, esto es, el neoliberalismo combinado con el dominio del capital financiero, está desacreditada social y políticamente en este momento. Hay que tener en cuenta que no se puede cambiar de un día para otro. Hay que iniciar una transición que se base en la idea de que realmente la madre tierra, la naturaleza, no aguanta. Y vemos cómo todo se relaciona. Previo a la pandemia, las protestas sociales eran frecuentes en casi todo el mundo, y la consiga era clara: no aguantamos más. La naturaleza está diciendo exactamente lo mismo. Y se está defendiendo. Este es un cambio de época, de civilización. Necesitamos un modelo civilizacional de más justicia social, ambiental, y como cualquier tiempo de transición, tanto podemos ir para mejor como para peor. Y realmente creo que hay muchas fuerzas que quieren que vaya para peor.
–¿Por ejemplo?
–Algunos gobiernos buscaron crear una dicotomía falsa entre la economía y la vida, para proteger la economía. Al hacerlo optaron primero por el negacionismo: Boris Johnson, Donald Trump, Jair Bolsonaro. Pero después casi todos cambiaron, excepto Bolsonaro, que sigue pensando que no hay una pandemia sino una gripe. Brasil es un caso de laboratorio. Es el único país del mundo que tiene dos crisis: una crisis sanitaria y una crisis política. Con su negacionismo Bolsonaro es cómplice por las muertes que están ocurriendo.
–Todavía no se han visto manifestaciones de descontento masivas…
–Me parece que el problema no es el descontento; el descontento está. Sucede que la gente está completamente dominada por el miedo. Y cuando hay mucho miedo no hay lugar para la esperanza, y sin esperanza no hay política. Por eso no podemos esperar ver ahora una resistencia organizada porque para eso hay que tener esperanzas. Cuando pase la crisis la gente va a dejar de tener tanto miedo; como han dicho en Chile tantas veces: «Nos robaron todo, mismo el miedo». Ahí surge la esperanza. Veremos después de todo esto cómo las fuerzas políticas organizan esas esperanzas, y si las organizan. Pero estoy convencido de que estamos en un cambio de época. No digo que vamos a pasar a una sociedad poscapitalista de un día para el otro. Ya hemos discutido muchas veces el fin del capitalismo y de cada crisis el capitalismo ha salido más fuerte. Lo que digo es que hay una transición paradigmática porque los jóvenes, las próximas generaciones, están muy preocupadas por el futuro del mundo. Y es en esa esperanza que veo una ventana de oportunidades. En este momento el miedo domina, entonces esperemos que venga un poquito de esperanza y se equilibre. Podemos decir que el 99% de la población del mundo tiene miedo y muy poca esperanza; y el resto, solo esperanza. Estoy seguro de que una gran parte de ese 1% está en alguna isla del pacífico, sin virus. Hay que dejarles un poco el miedo a los poderosos para que los oprimidos tengan un poco más de esperanza. Veremos los tiempos próximos, pero en eso se juega.


(Scarlett Rocha)

–Si el capitalismo no tiene futuro como modelo social, ¿qué sucede con los gobiernos de derecha en este contexto?
–Creo que la extrema derecha sale muy mal de esta pandemia porque parece que es buena para destruir lo que tenía, salud pública, educación pública, pero muy mala e incompetente para construir. Los gobiernos que han sido totalmente ineficaces en la protección de su población bajaron sus índices de popularidad. Trump ha hecho de los Estados Unidos un Estado fallido. Lo mismo Brasil. Boris Johnson tuvo miedo porque se infectó, y lo salvó el sistema nacional de salud que él mismo quería privatizar. Y los enfermeros que lo atendieron fueron un portugués y una neozelandesa, la inmigración que él quería prohibir cuando fue candidato. Todo esto ha mostrado la hipocresía total de esta gente. Por eso me parece que son lecciones fuertes. Y una lección más, tal vez la más grande, es que el Estado regresó. Llega la pandemia y los mercados se evaporan; se le pide al Estado, a un Estado que no reprima, a un Estado que proteja. Y los Estados no estaban preparados. Tal vez hace diez años hayan estado mejor preparados para proteger a los ciudadanos que ahora, aquí en Europa. Francia e Italia, por ejemplo, privatizaron la salud, y los resultados están a la vista.
–¿Qué escenario vislumbra a corto plazo?
–Seguramente vaya a haber aumentos en salud, en inversión pública, pero no vamos a cambiar el modelo de desarrollo, vamos a seguir con la minería a cielo abierto, con la agricultura industrial, con la exportación de petróleo sin límites. Entonces vamos a entrar en un período histórico de pandemias intermitentes, que van a ser recurrentes. Nunca más tendremos un mundo libre de pandemias. Es claro que un sistema público de salud fuerte favorece la prevención de la salud y el estado de salud resiste mejor cuando llegan situaciones así. Lo que se necesita es crear sociedades más justas para que se puedan defender mejor. Y creo que esto es la entrada del siglo XXI. Cada siglo inicia con una marca propia. El siglo XX se inició con la Guerra Mundial, la de 1914, y con la Revolución Rusa. Al mismo tiempo, creo que hay aquí una ventana de oportunidades para un cambio de civilización. Es necesario iniciar una transición a otro tipo de consumo, con otro tipo de producción, con otro tipo de vida. Esta ventana está ahí, es la más difícil. Hubo una cierta desertificación de las fuerzas políticas que han desistido de ver alternativas, pero creo que las alternativas que no veíamos hasta ahora están entrando.
–Para ello, el conocimiento es clave…
–Sí, pienso que es así. Felizmente, como me considero un teórico de retaguardia y no de vanguardia, siempre en contacto con los movimientos, con las organizaciones, debo decir que veo cantidades de transmisiones ayudando a la gente. La vacuna, cuando llegue, ¿será para todos? Sabemos que el capitalismo de las farmacias está muy activo. Y entonces también por esto la educación y el conocimiento son clave; una educación anticapitalista, anticolonialista y antipatriarcal, una educación que muestre el sufrimiento, que no banalice. Si los países siguen midiendo su éxito por el PIB no se va a llegar a ningún lado.

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