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Espacio de lucha

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Pilar Calveiro, investigadora argentina radicada en México reflexiona acerca de la memoria como escenario de confrontación, las enseñanzas de los años 70 y los nuevos sentidos de la violencia.

 

Desde la recuperación de la democracia, la historia de los años 70 es objeto de controversia y reflexión en la Argentina. La etapa que se abrió con la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los juicios a los responsables de delitos de lesa humanidad incentivó el debate, materializado en una notable producción editorial. En ese marco dos libros de Pilar Calveiro ocupan un lugar de referencia insoslayable: Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (1998), que ya debería ser reeditado, y Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70, del que acaba de publicarse una segunda edición.
Residente desde 1979 en México, donde llegó después de pasar un año detenida-desaparecida por la dictadura cívico-militar, Calveiro propone en Política y/o violencia «un ejercicio de memoria» para analizar las circunstancias históricas que culminaron en el autodenominado proceso de reorganización nacional y a la vez las ideas y las concepciones políticas que llevaron a las organizaciones armadas a la derrota y la exterminación. «No se trata de uno, dos o veinticinco millones de demonios; se trata de entender qué pasó, es decir, qué nos pasó, a todos nosotros, desde el lugar que cada uno ocupó y ocupa», dice. De visita en Buenos Aires a propósito de la salida del libro –en edición ampliada con un apéndice que sitúa cuestiones del presente como el orden global y la ley antiterrorista–, reflexiona en esta entrevista sobre la memoria como espacio de confrontación, las enseñanzas de los años 70 y los nuevos sentidos de la violencia.
–El término memoria está en debate desde hace tiempo. Una de las críticas más difundidas, desde posiciones afines a las de la última dictadura, es que el recuerdo de los años 70 es parcial y que se necesita una «memoria completa». ¿Cuál es su posición?
–Hablar de memoria completa es un contrasentido. Toda memoria es una reconstrucción, toda memoria implica una reinterpretación que se hace desde el presente. No es una construcción maniática ni mecánica, sino que tiene que ver con cómo, desde el presente, uno mira el pasado y cómo lo interpreta. Por lo tanto, la memoria tiene siempre un ángulo específico; no existe una memoria completa.
–En Política y/o violencia usted habla de la memoria como recuperación de sentido. En ese aspecto, ¿qué efecto tienen en la sociedad los juicios por delitos de lesa humanidad?
–La recuperación de sentido tiene que ver con una transmisión que no es literal. En relación con la lucha de los años 70 hay una serie de sentidos que están presentes en la transmisión, en relación con la experiencia de la violencia, con las limitaciones que tuvo esa práctica y también con las enseñanzas que dejó. Entonces la recuperación del sentido, si no se inscribe en las circunstancias en las que se produjeron aquellos hechos y se lee desde el presente, no se puede decodificar. En ese proceso de aprendizaje de la experiencia es donde yo ubico los juicios; creo que representan para la sociedad argentina una clara manifestación de qué es lo que ya no está dispuesta a permitir; tiene que ver con lo aprendido a partir del terrorismo de Estado practicado por las instituciones militares pero convalidado por sectores muy importantes de la sociedad. Pero la sociedad no es un todo homogéneo. Hay sectores para los que los juicios son fundamentales. Ha sido muy importante su desarrollo en ciertas ciudades del interior del país, donde los procesos de memoria que hubo en lugares como Buenos Aires o tal vez Córdoba no habían tenido lugar, donde el debate no se había desarrollado con suficiente profundidad. Y por supuesto, hay sectores que permanecen ajenos a la realización de los juicios. Pero en términos generales dejan una marca extremadamente importante sobre el conjunto de la sociedad.
–La violencia también está en discusión desde hace tiempo. «No matarás», la carta que escribió Oscar del Barco en 2005, es ya un hito. ¿Cuál es su postura?
–Lo planteo en el texto que se agrega en esta edición. Creo que la política es inseparable de la violencia, pero que también es inseparable de la ética. Hablo de la política en términos modernos: en las sociedades donde hay fenómenos de dominación no se puede separar la política de la violencia. Incluso en el  núcleo del Derecho está presente el fenómeno de la violencia.  Por otro lado, como digo, la ética también es inseparable de la política, pero no puede resumirse en el «no matarás». La ética tiene que ver con el fenómeno central de la Justicia, con cómo se plantea la política en su vinculación con la Justicia. Están estos dos elementos: la violencia como parte de la dominación y por lo tanto también la violencia restringida, limitada, pero inevitable de las resistencias. Son formas de detener, de poner un freno a la violencia estatal, algo muy diferente de la violencia en los 70. La ética implica la pregunta por la Justicia, que tiene que estar en el centro de la política. Esos elementos tensan a la política en direcciones diferentes, pero son igualmente importantes e inseparables.
–Usted dice que hay un borramiento de la violencia como efecto de lo que pasó en los 70.
–En lo que se dio en llamar los tránsitos a la democracia se instaló un discurso que intentó borrar la violencia de la política. Sin embargo, en la práctica política no es así, en el momento actual encontramos violencias estatales extraordinarias y también formas de la resistencia que son violencias restringidas, autocontenidas, que no se proponen sobrepasar la violencia estatal sino detenerla. Entonces, el borramiento de la violencia es tramposo, porque no permite ver esta violencia que está presente en el Estado y funciona deslegitimando a cualquier forma de resistencia que recurra a cualquier tipo de uso de la fuerza. Es muy peligroso ese discurso ilusorio de una democracia absolutamente transparente y no violenta.
–También dice en el libro que la exaltación de vidas «heroicas» impide el análisis. ¿Cómo observa la militancia actual en relación con la militancia de los 70?
–La exaltación de lo heroico es siempre un borramiento, una sustracción de la política.  Uno de los sentidos que está presente en los 70 y hay que ver cómo se interpreta hoy es la búsqueda de justicia. En aquella etapa había una intencionalidad que iba en esa dirección. En la medida en que se recupera esa búsqueda estamos haciendo un ejercicio de memoria. Pero hay que ver qué quiere decir eso en el momento actual, cómo se traduce en las necesidades del presente. Si se trata de una repetición mecánica, gestual, icónica, estamos lejos de la memoria, en una práctica que dificulta la transmisión en lugar de facilitarla. La transmisión tiene que ver con actualizar, repensar la experiencia.
–La opción por la violencia estaba inscripta en el horizonte de los 70. Usted cita declaraciones de Perón en apoyo a las organizaciones armadas. No obstante, todavía cuesta analizar algunas cuestiones. Por ejemplo, cuando se habla de la Triple A y de la violencia antes del golpe, la responsabilidad del propio Perón.
–La lucha armada en aquella década, como sabemos, no es un fenómeno aislado en la Argentina ni está circunscripta a los grupos armados dentro del contexto argentino sino que tuvo un fuerte impacto en distintos sectores de la sociedad y fue claramente alentada por Perón, por una cuestión instrumental, política. Esos mismos grupos a los que Perón alentó antes del proceso electoral, porque eran importantes para garantizar la caída del gobierno militar de entonces, pasan a ser un problema, una dificultad, en la medida en que el peronismo se convierte en gobierno. Perón es un personaje políticamente pragmático que va a moverse de acuerdo con lo que él considera que son las necesidades del movimiento peronista en cada momento, en un proyecto que no es el mismo que el que tenían las organizaciones armadas. Estas miraban a un proyecto que llamaban socialismo nacional, pero en todo caso tenían en el horizonte la idea de una sociedad de esas características y por eso  en el centro estaba la cuestión de la justicia social. Y en Perón está también en el centro la idea de la justicia social pero en otro modelo, al que llamó la comunidad organizada. Son ideas diferentes de cómo pensar la sociedad y por lo tanto eso explica la separación de la juventud y de las organizaciones armadas respecto de Perón. Por otro lado, es evidente que un proceso como el golpe de 1976 no se gesta de la nada. Algo como la Triple A se puede considerar claramente como antecedente. Si vemos la política posterior, el menemismo se puede ver como una continuación y una culminación de la política económica del gobierno militar. Sin embargo, es importante hacer distinciones. Yo hablo de terrorismo de Estado entre 1976 y 1983 porque hay rasgos que lo diferencian claramente, sin desconocer las conexiones con otros períodos, y es el momento en que la política represiva del Estado se concentra en la desaparición forzada y en ninguna otra cosa, el momento en que esta desaparición forzada se instala a nivel nacional como política represiva del Estado con una red que conecta las instituciones legales con esta otra red clandestina dentro de las instituciones legales. Ese momento marca una distinción fundamental, y es importante sostenerla.
–Después de la dictadura se conocieron documentos internos de Montoneros donde Rodolfo Walsh criticaba la estrategia de la dirección antes y después del golpe. ¿Qué circulación tuvieron esos documentos dentro de la organización?
–El propio funcionamiento clandestino hacía que la circulación de las críticas dentro de las organizaciones armadas fuera muy dificultosa. Eso no quiere decir que no hubiera muchos sectores que tenían una mirada crítica respecto de la conducción. Pero efectivamente hubo procesos internos para impedir la crítica, incluso para ubicarla como algo negativo y peligroso dentro de las organizaciones. Tiene que ver con un autoritarismo interno que replicaba prácticas del conjunto de la sociedad, una obturación del disenso. Desde hace mucho tiempo, la gente que fue parte de la conducción de Montoneros tiene la obligación de realizar un análisis crítico de su acción política, porque en la práctica política hay responsabilidades y quien tiene la conducción de un movimiento importante como lo fue en su momento Montoneros, está obligado a dar cuenta de esa acción, que en este caso costó muchísimas vidas. No digo que el costo de las vidas se le deba adjudicar exclusivamente a la conducción de las organizaciones pero también hay una responsabilidad en esas conducciones y por lo tanto deben dar cuenta. Sería fundamental, es una necesidad, un deber que hicieran esa crítica de la propia práctica. Lo que pasa es que no se tiene la capacidad para hacerlo. Pero puestos en esa situación nos cabe a todos, es una responsabilidad que tenemos que asumir colectivamente de ver qué pasó, tratar de entender y sacar aquellas conclusiones que permitan abordar las relaciones entre política y violencia para pensarlas de otra manera y recuperar lo que se aprendió, dolorosamente, en ese momento.


–En el apéndice señala un «panorama de claroscuros» en la coyuntura del país. ¿Qué cuestiones y actores hay en pugna?
–En la actual organización del poder global hay una serie de violencias que existen desde lo internacional hasta lo nacional. A partir de la guerra antiterrorista se da lugar a una homologación del Derecho planteando la exigencia de leyes antiterroristas en los distintos países. De la misma manera, en el combate contra el crimen hay una homologación del Derecho que tiende a ampliar el punitivismo penal. Estas son grandes orientaciones que vienen desde el ámbito de lo global y que existen también en el caso de Argentina, a pesar de que el Gobierno en muchos sentidos busca alternativas, ofrece resistencia y plantea políticas diferentes. Sin embargo, hay límites, restricciones que hacen que no puedan soslayarse este tipo de orientaciones globales. Es lo único que permite explicar que en la Argentina haya una legislación antiterrorista, que de otra manera no tendría el menor sentido, y que haya habido un punitivismo penal que tiende a atenuarse pero que está presente. Y además están las enormes dificultades del sistema penitenciario en términos de violaciones a los derechos humanos. A eso me refiero cuando hablo de claroscuros. Me parece fundamental que haya gobiernos y políticas que busquen alternativas a las orientaciones de carácter global, pero también hay que ver cómo estas políticas, siendo importantes, tienen restricciones ligadas con las características del escenario global.
–El libro Disposición final, de Ceferino Reato, pone en cuestión el número de desaparecidos durante la dictadura. A la vez hay otros textos que proponen reabrir la historia desde un ángulo ligado con antiguos servicios de inteligencia, como los de Juan Bautista Yofre. ¿Cómo lee estos textos?
–Hay una disputa por el sentido de la memoria, y está bien que así sea. Precisamente porque la memoria es una construcción múltiple. Entonces está muy bien que existan diferentes miradas y perspectivas que nunca se unificarán. El relato histórico elige algunas de esas miradas, pero la memoria tiene ese carácter múltiple.
–Por otra parte hay hijos de desaparecidos que están publicando sus libros. ¿Qué vínculo podría señalar entre estos textos y las enseñanzas de los años 70?
–Es  muy interesante observar los libros de los hijos de desaparecidos, eso que se ha dado en llamar memoria de segunda generación, porque allí es donde se ve qué es lo que queda, los nuevos sentidos que puede tener aquella historia. Los jóvenes están expresando distintas miradas, enseñanzas y no enseñanzas, por decirlo de alguna manera. Algunos de esos relatos tienen una ligereza en el relato –no es casualidad que la mayoría elija el género de la ficción– que también ayuda, que airea la memoria. La experiencia de los años 70 deja distintas enseñanzas. En cuanto a la relación con la violencia, que es el ángulo que yo trabajo, deja una enseñanza muy importante: cuando desde el lugar de las resistencias se ejerce una violencia que intenta rebasar la violencia estatal, una violencia dirigida a este núcleo del Estado y a tomar el poder del Estado, hay una enorme posibilidad de que ocurra lo que ocurrió en la Argentina. Que eso produzca o desencadene un ciclo de escalamiento de la violencia y termine en una tragedia. En cambio, las formas políticas de resistencia que se han desarrollado de manera más reciente, sin resignar el uso de la violencia, recurren a violencia restringida o autorrestringida y realizan prácticas que son al mismo tiempo de negociación, de movilización, y tratan de utilizar una violencia que limite la violencia estatal, que es siempre la más peligrosa. Es algo que nosotros formulamos en el ámbito de la reflexión teórica pero que ya está presente en las prácticas políticas. Eso es memoria, desde mi punto de vista.

Osvaldo Aguirre
Fotos: Jorge Aloy