24 de julio de 2013
Carlos Heller, dirigente cooperativista, diputado nacional y candidato a un nuevo mandato en el Congreso de la Nación, analiza el escenario político de cara a las elecciones.
En el inicio de una campaña electoral en la que se postula para un nuevo período como diputado nacional por el Frente para la Victoria, el dirigente cooperativista se diferencia de quienes preparan discursos y reflexiones siguiendo los dictados de asesores de imagen y expertos en marketing. «Me preguntaba un periodista días atrás qué hacía yo para seducir a los votantes», relata. «Y respondí que yo no trato de seducir a los votantes, eso lo hacen otros, los que buscan consultores que les dicen lo que la gente quiere escuchar y arman un discurso en ese sentido. Nosotros transmitimos convicciones, tratamos de convencer, de ganar adhesiones, pero no adaptamos nuestro discurso; por eso hemos estado alguna vez en soledad o en minoría, pero nunca perdimos la fe y la convicción respecto de lo que pensamos».
–¿Qué es, a su juicio, lo que está en juego en este proceso electoral?
–El conglomerado opositor sostiene que su objetivo es quitarle la mayoría parlamentaria al oficialismo, argumentando que de esa manera se defiende la democracia, ya que equilibraría el poder del Ejecutivo. Creo que es una falacia. No hay casos de países para citar donde el Ejecutivo y el Legislativo sean de signo contrario y las cosas anden bien. En donde rige el sistema parlamentario, si el primer ministro pierde la mayoría, cae el gobierno y debe renunciar. En regímenes presidencialistas, como, por ejemplo, en Estados Unidos, con una cámara en la que no tiene mayoría, y a pesar de que las diferencias entre republicanos y demócratas no son tan trascendentes, las tibias reformas que Barack Obama intenta implementar no avanzan, están trabadas. Aquí, durante el período 2009/2011, los bloques opositores lograron ese objetivo, y fue muy difícil sacar leyes. Tanto es así que en 2010 no hubo ley de Presupuesto, el Gobierno tuvo que trabajar con una prórroga del presupuesto anterior. ¿Y por qué no se aprobó el presupuesto? Desde la oposición responsabilizaban a la intransigencia del Ejecutivo, pero no fue así, yo viví esa discusión. La propuesta que se hacía desde la oposición era otro presupuesto: no utilizar reservas para pagar deuda; es decir, había que pagar endeudándose o recortando otros gastos. Es un ejemplo, nada más. Por cosas como esta era imposible llegar a un acuerdo, era otro presupuesto para otro país. Por eso digo que esto es lo que se juega en las elecciones de este año, sacarle la mayoría al Gobierno para reducir su capacidad de acción y, de ese modo, que en los dos años que faltan hasta 2015 el camino esté plagado de dificultades, que sea imposible avanzar y profundizar el modelo. De esta manera, debilitarían lo máximo posible esta gestión de cara a lo que ellos llaman fin de ciclo o cambio de rumbo. Eso es lo que está en juego ahora.
–¿Cómo define los espacios políticos en pugna en este escenario?
–Cada vez se van definiendo esos espacios con mayor claridad. Por un lado, quienes creemos en este rumbo pensamos que hay que profundizarlo y que, en todo caso, hay que discutir las cosas que faltan y cómo implementarlas. Como decíamos en la campaña de 2009, cuando fui electo diputado: «Por todo lo que se hizo bien, por todo lo que falta». Este es el rumbo, lo cual no quiere decir que no haya cosas para corregir. Por otro lado, hay una oposición que, con matices de discurso, prioriza su oposición al modelo, tal vez con la excepción del espacio que apareció en la provincia de Buenos Aires liderado por Sergio Massa. Creo que este sector intenta hacer algo parecido a lo que hizo Henrique Capriles en Venezuela durante la elección que perdió frente a Nicolás Maduro. Pasó de una oposición cerrada contra Chávez a crear, cuando enfrentó al actual presidente, un comando electoral denominado Simón Bolívar que decía que las misiones no se iban a tocar, que había que tomar lo mejor del chavismo. Tengo la impresión de que el discurso de Massa, que tiene muchas dificultades, porque se lo bombardea desde adentro mismo, va en ese sentido. Se le complica cuando un día sale Mauricio Macri y dice «si viviera en la provincia de Buenos Aires, votaría por Massa». O Gabriela Michetti, que dice que estaría dispuesta a ir a la provincia a hacer campaña por Massa. Además, referentes del Pro van en su lista, aunque Massa trata de sacarse de encima ese acuerdo y presentarse como la versión light del kirchnerismo. Algo así como «venimos a consolidar todo lo bueno que se hizo en estos años, pero sin confrontación, resolviendo los problemas que el kirchnerismo no pudo resolver».
–De todos modos en la oposición conviven distintas variantes…
–Pero se confunden bastante. Faltan propuestas importantes; todo pasa por una negación de los logros de esta gestión más que por propuestas alternativas. «Esto está mal, se terminó, hay cambio de rumbo», dicen. Algunos ponen el acento en la supuesta corrupción, otros en la inseguridad, pero no tienen propuestas de verdad, como qué harían con el Estado, con los derechos recuperados, con el posicionamiento argentino a nivel internacional… Hay grandes directrices sobre las que por ahora no se escucha nada.
–¿Cuáles son sus expectativas en la ciudad de Buenos Aires para estas elecciones?
–Aquí se va a dar esa división: un voto a favor de la continuidad de este proyecto, que según las primeras encuestas habrá que ubicar en una franja de entre el 25 y el 30%, y el voto contrario al Gobierno nacional. Un respaldo de este peso en la ciudad no es menor, porque el tema de la ciudad de Buenos Aires hay que estudiarlo muy profundamente. En San Pablo sucede algo parecido, hay como un fenómeno de las clases medias urbanas, que tienen cierta tendencia a resistir los cambios. Pero también hay una razón, por lo menos en Buenos Aires, que creo que no se puede desconocer: es la ciudad más asediada por los medios de comunicación. La influencia de las corporaciones mediáticas no es la misma en Jujuy que en Buenos Aires; allí tienen canales, radios y diarios locales que, aunque a veces sean de los mismos dueños, tienen otro tipo de noticias. Hay una relación distinta de incidencia mediática. Es decir, Elisa Carrió no impacta del mismo modo en Buenos Aires que en Santiago del Estero. La constante presencia televisiva que tienen ciertos dirigentes políticos, que parecen estar en fila e ir circulando por los canales de noticias, constituye un bombardeo mediático que afecta principalmente a la Capital.
–El 10 de diciembre próximo se cumplen 30 años de vigencia ininterrumpida del sistema constitucional. ¿Cuál es su balance acerca de cómo cambió la Argentina en ese período?
–Está claro que, en primer lugar, el fin del ciclo de los gobiernos militares es en sí mismo un cambio significativo. De cualquier manera, la impronta de la dictadura se extendió por muchísimo tiempo; casi se podría decir que algunas cosas duraron hasta que Néstor Kirchner hizo descolgar el cuadro de Videla. En lo económico, la propuesta de la dictadura se mantuvo vigente durante largo tiempo; más aún, diría que se consolidó en los 90. En una entrevista realizada en 1995, José Alfredo Martínez de Hoz dijo que una de las cosas que más le preguntaban era si hacía falta un gobierno autoritario para llevar adelante sus políticas. Y él respondió que no, que era mejor un gobierno democrático, porque tenía la legitimidad de los votos, pero hacía falta decisión política. Y ponía como ejemplo a Margaret Thatcher y su revolución conservadora en Gran Bretaña, y a Carlos Menem que, según Martínez de Hoz entonces, «está haciendo todo lo que nosotros no pudimos». Creo que el fin de ese proceso ocurre en 2002; con el estallido de la crisis, en ese momento comienza una etapa superadora. Por eso suscribo el concepto de «década ganada» para definir el actual período, porque marca un cambio dentro de esos 30 años de democracia. Con todo, hay que hacer la valoración de las circunstancias que rodearon a cada gobierno. Raúl Alfonsín, por ejemplo, debió enfrentar presiones muy parecidas a las que sufrió Kirchner. Me acuerdo del discurso de Alfonsín ante Ronald Reagan, de lo que le ocurrió en la Rural; son episodios que tienen un paralelismo con lo que sucedió en esta última década. Pero porque la relación de fuerzas en aquel momento no lo permitió, porque la convicción no estaba para dar batallas tan duras, por distintos factores que seguramente serán mejor evaluados por la historia, hubo en los 80 marchas y contramarchas. Durante el primer año de gobierno, Alfonsín, con Bernardo Grinspun en el Ministerio de Economía, confrontó con el FMI e intentó algunos cambios interesantes, pero luego llegó Juan Sourrouille y las cosas fueron para otro lado. Lo mismo ocurrió en otros temas: se hizo el juicio a las Juntas, aunque después sancionaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
–De esta última década, ¿cuáles son los principales logros y cuáles los temas sin resolver?
–Repasando nuestra Propuesta Cooperativa, desde su primera versión en 2002 y con sus sucesivas actualizaciones, encontramos que muchísimo de lo que decíamos que había que hacer se está haciendo igual o parecido a como decíamos, con más o menos intensidad. Por ejemplo, de las AFJP decíamos que debían ser estatales o solidarias. El Gobierno reinstaló el sistema de reparto. Planteábamos la renegociación de la deuda externa, salir de la tutela del FMI, terminar con las relaciones carnales, recuperar el rol del Estado. Todo eso lo fue haciendo el Gobierno, con su estilo, con dificultades, con la relación de fuerzas que va teniendo en cada momento. No olvidemos que el kirchnerismo asumió en 2003 casi sin fuerza propia. Recuerdo esa imagen del «chirolita de Duhalde» con la que se descalificaba a Néstor Kirchner, quien con el apoyo del duhaldismo sacó el 22% de los votos; es decir que propio, propio, tenía mucho menos que eso. Y desde allí empezó a construir. El primer gran planteo fue la negociación de la deuda. Hizo falta una gran decisión, mucho coraje para lograr lo que logró Argentina. La salida de la órbita del Fondo Monetario Internacional, que «curiosamente» se produjo en la misma semana por parte de Argentina y de Brasil, después el «No al Alca», la postura regional, fueron decisiones de gran valor, con una direccionalidad bien clara.
Y no esquivo la pregunta sobre lo que falta; son muchas las cuestiones pendientes, pero todas están en esta dirección, en este rumbo. Con cambio de rumbo empezamos a retroceder. Comienzo con lo propio: la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central es un paso adelante enorme, pero tenemos nuestro proyecto de ley de Servicios Financieros al que no hemos renunciado. Es cierto que muchísimas de las cosas que proponíamos en el proyecto se pueden hacer con la reforma de la Carta Orgánica, así lo muestra la realidad. Por ejemplo, la orientación del crédito o las normas de protección a los usuarios. Pero eso no nos lleva a renunciar a nuestro proyecto, porque creemos que cumple con varias funciones. Una es seguir barriendo de la faz de la tierra las leyes de la dictadura, porque la dictadura y el menemismo construyeron una arquitectura legal para dar sustento a sus políticas, y es necesario cambiarla por otra arquitectura legal que le dé sustento al nuevo modelo que se está construyendo. Segundo, definir la actividad financiera como un servicio público o de interés público sería un cambio cualitativo notable. Hay que seguir trabajando en ese sentido. Por otra parte, hace falta una reforma impositiva integral. El Gobierno ha tratado de ser más eficiente en la recaudación, en combatir la fuga de capitales, pero creo que necesitaría encarar una reforma impositiva integral. Si se propone bajar el Iva a los alimentos, al mismo tiempo hay que decir con qué se reemplaza ese ingreso del Estado; entonces, hay que gravar la renta financiera, gravar mejor la explotación de los recursos naturales, aumentar la progresividad del impuesto a las ganancias a las empresas, incluso como una herramienta de lucha contra la inflación. Poner el impuesto a las ganancias de las empresas en cabeza de los empresarios, porque en cabeza de las empresas termina siendo un costo más y lo pagan los consumidores. También sería oportuno sancionar una nueva ley de Inversiones Extranjeras, ya que la vigente viene de la dictadura y fue modificada en los 90. Hay que resolver nuestra salida del Ciadi, que fue creado por el Banco Mundial en el marco del Consenso de Washington para dar un reaseguro a las empresas multinacionales que venían a invertir en los países en desarrollo. Debemos denunciar los tratados bilaterales de inversión, que son una limitación notable para la implementación de políticas soberanas, porque obligan a dar el mismo tratamiento a una empresa nacional que a las empresas de esos países. Es decir, muchísimas son las cuestiones sobre las que es indispensable seguir trabajando. Hay que asumir una discusión profunda sobre el tratamiento de los recursos naturales. Son conflictos que es necesario asumir para encontrar puntos de equilibrio entre una razonable preservación del ambiente y la explotación de recursos para generar riqueza y mejorar la calidad de vida. No podemos dejar que se lleven la riqueza y dejen monedas. Argentina tiene por delante la explotación del yacimiento de Vaca Muerta, por ejemplo, y no se puede hacer sin grandes inversiones. Ahora, ¿cómo se hace para avanzar con esas grandes inversiones y no caer en experiencias como las anteriores? Es complejo. Cuando uno ve, por ejemplo, la asociación de PDVSA con YPF, se siente un poco más cómodo si entre las dos discuten la asociación con Chevron. Se supone que los procesos de integración juegan un papel para defender un poco mejor nuestros intereses.
—Jorge Vilas
Fotos: Horacio Paone