Voces | ENTREVISTA A RITA SEGATO

Inventar un nuevo mundo

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Bárbara Schijman

La antropóloga y activista analiza los desafíos del feminismo, los mandatos de masculinidad, los prejuicios en la Justicia y el abordaje de los medios.

Foto: Télam

Doctora en Antropología, teórica y activista feminista, Rita Segato nació en Argentina en 1951 y en marzo de 1975 se exilió en Venezuela. Vivió en Brasil, Irlanda del Norte, Estados Unidos y, de un tiempo a esta parte, en Tilcara, Jujuy, su lugar en el mundo. Sus intereses más profundos hablan del género, la raza, el racismo, la religión, el colonialismo y la desigualad, pero no como preocupaciones estancas sino como hilos conductores de un mismo universo.
Autora de La guerra contra las mujeres (2017) y Contrapedagogías de la crueldad (2018), entre otros libros, Segato defiende las palabras para entender y posicionarse. Para «comprender el género hay que comprender el mundo primero» y para eso «es absolutamente indispensable hacer un esfuerzo por encontrarle nombre a lo que pasa, porque sin nombrar el problema no podemos defendernos del problema», remarca.
Referente en Latinoamérica en la lucha por los derechos de las mujeres, Segato ha sido distinguida con el título Honoris Causa en distintas universidades de Argentina, América Latina y Europa, a partir de su vasta trayectoria académica y profesional y su activismo contra la violencia de género y su compromiso con los derechos humanos.

«En el movimiento de mujeres todavía no hemos trabajado sobre la idea de que es necesaria una conciencia de género. Ese es un trabajo pendiente.»

–A pesar de los significativos avances en materia de políticas públicas y derechos, las estadísticas de la violencia de género son alarmantes. ¿Cuál es su mirada al respecto?
–Se trata de un fenómeno de hegemonía. Por eso cuando se habla de la equidad, cuando se habla de ocupar cargos, suelo decir que el cuerpo de la mujer es necesario pero no suficiente. En el movimiento negro existe la noción de conciencia racial. En el movimiento de mujeres todavía no hemos trabajado sobre la idea de que es necesaria una conciencia de género; hay muchas mujeres que sustentan y reproducen el patriarcado porque no tienen conciencia de género. Ese es un trabajo pendiente. Sí creo que el movimiento se ha expandido inmensamente y que hay muchísimas mujeres con conciencia de género; las nuevas generaciones ya vienen con una cabeza muy modificada. El derrumbe del patriarcado es el derrumbe de un mundo como lo conocemos. Estamos tocando un núcleo de la reproducción del poder y de la dueñidad, que es una palabra que yo uso, un neologismo que formulé para hablar de un mundo adueñado que es el mundo en el que vivimos, que es mucho más que desigual, es un mundo con dueños. Hace aproximadamente 15 años que los sectores conservadores perciben que hay algo del feminismo que toca en el núcleo de reproducción del poder. A partir de ahí empieza una alianza estrechísima entre los dueños de la riqueza, los dueños de la vida, contra las reivindicaciones feministas. A esto responde la urgencia con que las iglesias de ultraderecha, lo que llamo iglesias corporativas, colocan en la calle a sus rebaños.
–Sostiene que «a los ojos de la práctica del Derecho el crimen de género es un “crimen menor”». ¿Por qué?
–En el feminismo hemos colocado una gran parte de nuestras fichas en el campo de la legislación. Hay mucha legislación que protege supuestamente a la mujer contra la violencia, pero esa legislación no ha llegado a destino, porque para llegar a destino tiene que transitar por el camino de los jueces, los fiscales, o sea, el camino que he llamado en estos días tribunalicio. Y, como he dicho, infelizmente, jueces y fiscales tienen el mismo sentido común que los carniceros, los panaderos, los físicos o los químicos; el juez y el fiscal tienen la misma mentalidad y el mismo sentido común misógino que cualquier persona. La Justicia tendría que haber trabajado más en la comprensión de lo que es la desventaja de género y no lo ha hecho. Generalmente, cuando un perpetrador de un crimen contra la mujer es juzgado, la tendencia es que su sentencia sea leve, tenga atenuantes. Cuando una mujer es acusada de un crimen, la sentencia le cae con severidad, con más rigor. En el terreno de la Justicia funciona así: la mujer está siempre bajo sospecha, aun cuando es víctima. Entonces tenemos un problema de falta de desarrollo y de trabajo en la mentalidad de aquellas personas que están a cargo de la Justicia. Y esto no sucede solamente en la Argentina. Siempre la sospecha recae sobre el cuerpo negro y sobre el cuerpo de la mujer; son acusados antes del proceso. Los crímenes contra las mujeres son vistos en general como un crimen menor.

«El punitivismo es una característica del patriarcado; el patriarca va a punir, va a decir quién es moral y quién no lo es.»

–¿Por qué señala como una de sus preocupaciones centrales al feminismo punitivista?
–Dirijo una cátedra en el Museo Reina Sofía de Madrid y cada año tenemos un tema; el del año pasado fue una frase de un gran pensador latinoamericano, Aníbal Quijano, quien preguntó en una oportunidad: ¿puede la izquierda tener una episteme de derecha? Este año transformamos esa frase y propusimos: ¿puede el feminismo tener una episteme patriarcal? ¿Cómo sería? Sería purista, autoritaria, inquisitorial, que mira al mundo a partir de una plataforma de superioridad moral, que compite por el poder del patriarca. El patriarcado es la primera forma de desigualdad y de expropiación de plusvalía; el orden patriarcal es un orden político primordial. El punitivismo es una característica del patriarcado; el patriarca va a punir, va a decir quién es moral y quién no lo es. ¿Estamos nosotras pidiendo un cambio de manos del poder o queremos destituir todo poder? Tenemos que inventar un nuevo mundo, no competir por el poder en el mismo mundo; esa es la tarea del feminismo.
–Usted afirma que existe un mandato de masculinidad que es estructurante de la sociedad. ¿Cómo se desmantelan estos comportamientos?
–Este es un problema de los hombres. Quizás de nosotras porque, como muchas veces digo, maternar es político. Porque una persona que cuida –no necesariamente una madre– va formando la piel política de las personas que cría, que cuida. Muchas veces depende de las madres ese trabajo de volver a los hombres gente menos vulnerable al mandato de masculinidad. El hombre viola para disciplinar a la víctima, para moralizarla, curiosamente. Es el sujeto moral por excelencia, un sujeto moralizador. La violación no es un acto sexual, es un acto de poder, de dominación, es un acto político. La víctima es alguien que debe ser disciplinado, puesto en su lugar, controlado. Y, en el otro plano, en el otro eje al que llamo eje horizontal, el violador viola para los otros hombres que a veces están en presencia, sea física o en su paisaje mental. Es una prueba de su masculinidad ofrecida a sus pares en la masculinidad.

Foto: Télam

–¿Qué características toma este mandato?
–Un elemento central en el mandato de masculinidad es la desempatización, la falta de empatía; tiene algo de la formación de una personalidad de estructura psicopática, poco vincular, es decir, el hombre aprende a ser hombre mediante estas pruebas de una capacidad de crueldad. Ese mismo mandato de masculinidad, la estructura de eso que llamo fratria en mis primeros textos o hermandad masculina o fraternidad masculina, en mis últimos textos lo llamo corporación. Esa corporación masculina tiene que dar prueba a los ojos de los otros hombres de pertenecer, de merecer ese estatus, de poder ser situado ahí, esas pruebas tienen mucho que ver con la falta de empatía y con la crueldad. Toda corporación va a replicar esa corporación base, fundante, que es la corporación masculina con sus dos mayores valores: la lealtad corporativa y la jerarquía al interior. ¿Cómo se frena esto? Desmontando el mandato de masculinidad, porque sin mandato de masculinidad no hay reclutamiento para ninguna guerra. Solo mujeres extremadamente masculinizadas entran en la carrera militar o en la carrera de las facciones armadas –la mara, la pandilla–. Suelen ser mujeres que aspiran a desarrollar una sensibilidad masculina. Si desmontamos el mandato de masculinidad, el mundo se transforma: no habrá más mano de obra servil dispuesta a morir antes de tiempo para mostrar hombría, para mostrar coraje. Muchas veces, en conferencias y charlas, algún hombre me pregunta: «¿Cómo podemos los hombres colaborar con el proyecto de las mujeres, con el feminismo?». Y yo digo: están entendiendo muy mal la cosa; es exactamente al revés: somos nosotras, las mujeres, que estamos colaborando con ustedes.

«Muchas veces depende de las madres ese trabajo de volver a los hombres gente menos vulnerable al mandato de masculinidad.»

–¿En qué sentido?
–Somos nosotras que estamos dando el primer paso para que ellos se den cuenta de que se benefician desmontando su mandato de masculinidad, haciendo un camino político antipatriarcal para el beneficio de los hombres, porque la primera víctima –no la más grande de las víctimas, como a veces se me ha entendido mal– en una secuencia cronológica es el propio hombre que primero tiene que ser castigado, maltratado por la aplicación de formas de crueldad, para que luego pueda él ejercerlas sobre las mujeres o, si hablamos de las corporaciones militares o policiales, sobre sus víctimas. La masculinidad es una programación para la capacidad de crueldad y para la ambición, el anhelo de dominación, porque el patriarcado es un orden político de dominación. Entonces, desmontar el mandato de masculinidad es una tarea de politización de los varones.