8 de noviembre de 2023
«La ultraderecha ha logrado correr el lugar de lo decible de un modo inédito», asegura la socióloga. Ruptura del consenso sobre el Nunca Más, mercantilización y restauración de viejas jerarquías.
Socióloga, investigadora y docente, actualmente secretaria de Cultura y Medios en la Universidad Nacional de General Sarmiento, María Pía López (Trenque Lauquen, 1969) sostiene una reflexión tan intensa como movilizadora entre la actividad académica, el espacio periodístico y la militancia. En Travesía, jugar con maldón, su último libro, aborda experiencias recientes de los feminismos –así piensa el término, en plural– y episodios de resistencia en campos de concentración durante el terrorismo de Estado que se resignifican en un presente que desde su mirada se define en primer lugar por la ruptura del consenso en torno al Nunca Más.
El subtítulo de Travesía alude a una regla que en el truco permite dar de nuevo cuando las cartas son muy malas y propone una clave para la coyuntura. «En la vida no existe esa posibilidad y no queda otra que jugar con las cartas que nos tocan», dice López. En el libro refiere a «situaciones de prisión, hambre y problemas barriales serios que enfrentaron compañeras de organizaciones populares y de resistencias que aparecen en lugares pequeños donde hay una invención cotidiana, un desvío, no el momento heroico sino el momento de hacer algo con lo que se puede».
–¿Estamos en un momento donde se trata de configurar una resistencia?
–Estamos en un momento muy difícil. A mí, por lo menos, me cuesta pensar los hilos de un contexto político donde emerge una ultraderecha con mucha capacidad de acción, con mucha capacidad de convicción, que hace acuerdos con una derecha que también es negacionista. Cuando se discute sobre el terrorismo de Estado y se niega lo que ocurrió o se lo relativiza se habilitan los crímenes del presente. Tenemos que saber que esa otra derecha llegó para quedarse y que si todo sale muy bien, y pierden las elecciones en el balotaje, de todos modos han logrado correr el umbral de lo decible, han producido intervenciones y han hollado el sentido común de un modo que no había ocurrido antes.
«Emerge una ultraderecha con mucha capacidad de acción, con mucha capacidad de convicción, que hace acuerdos con una derecha que también es negacionista.»
–¿Qué es lo más grave en ese umbral que se corrió?
–Uno central es la ruptura del consenso del Nunca Más. Ese consenso organizó los 40 años de democracia y por primera vez va a las urnas una fuerza política que lo rompe y de algún modo dice que se puede estar a favor del terrorismo de Estado. Otro es poner en escena una idea de mercantilización donde la vida entera y los cuerpos se piensan como objetos de mercado y los bienes comunes culturales aparecen como recursos a ser privatizados e intercambiados por dinero. Esa mercantilización de todo lo existente es nueva en la política argentina. Es impresionante que se haya dicho que el pacto entre Macri y Milei no incluye la compra y venta de órganos. Como si estuviéramos discutiendo el retorno de la esclavitud, volvemos a cosas que considerábamos fuera de discusión. Y cuando se corre el umbral de lo decible también se corre el umbral de lo que se puede hacer. Eso es muy peligroso, hay análisis sobre los lenguajes totalitarios y los modos en que se modificó la lengua en los años previos al nazismo. El Holocausto pudo producirse también porque antes se volvió verosímil, porque en la conversación pública se afirmó que era posible aniquilar a un conjunto de la población. Estamos en ese camino hacia una posible habilitación de formas muy cruentas de existencia.
–El proyecto de Lilia Lemoine, la diputada nacional electa de La Libertad Avanza, para que los varones puedan renunciar a la paternidad provocó mucho rechazo. ¿Ese episodio demuestra que, en algún punto, no se puede decir ni proponer cualquier cosa?
–En una sociedad heterogénea como la nuestra, con diferencias, con muchas capas, algunas cosas que dicen estas personas generan una saludable reacción. En la misma semana otra persona del mismo espacio político propuso privatizar el mar porque si no es privado no se cuida y eso también generó escozor en personas que por otras razones, por la dolarización, por la fantasía del mercado financiero liberado, lo sostendrían. Es parte de la heterogeneidad. Hoy lo de Lemoine es intolerable también por el trabajo que hemos hecho desde los feminismos para poner en escena muchos aspectos de las crianzas, los cuidados, la responsabilidad parental. Todo eso está muy afirmado, muy sostenido, y también está la experiencia directa de millones de mujeres haciéndose cargo de modo individual del cuidado y el financiamiento de la vida de sus hijes frente a padres abandónicos. Se considera que Lemoine hizo perder votos, pero al mismo tiempo su propuesta se inscribe en una reivindicación más profunda en La Libertad Avanza del sujeto masculino como un sujeto agraviado, presionado, atacado. La Libertad Avanza toma entre sus enemigos dilectos no solo al Estado y al peronismo como articulación política del Estado sino a los feminismos, y reivindica una subjetividad masculina que cree que las mujeres estamos para dañarlos.
–¿Cómo observás a los feminismos en la coyuntura? En artículos periodísticos señalás la necesidad de desligarlos de la crueldad, en relación al punitivismo. Por otra parte, después de las primarias hubo una discusión respecto a que el voto de las mujeres podía ser decisivo contra Javier Milei.
–No hay padrones masculinos y femeninos, por lo que no tenemos fehacientemente ese dato, pero sí encuestas y estudios de opinión pública que muestran una diferencia muy grande de votos femeninos y masculinos respecto de las candidaturas de Sergio Massa y Milei. ¿Qué significa ese voto? ¿Es un voto feminista? En muchos casos es probable que no sea feminista sino que venga de los roles atribuidos sexogenéricamente a las mujeres, los cuidados, la protección de los hijos, la defensa de las condiciones de vida de las familias. Por otro lado, apareció una politización feminista como adversidad a la candidatura de Milei. La Libertad Avanza quiere terminar con los derechos ya adquiridos y con la discusión sobre los derechos porque es una fuerza rejerarquizante y piensa que se puede restablecer una disciplina social sobre la base de estructurar con más fuerza la jerarquía de clase, género y cuerpos racializados. Es muy difícil la situación para los feminismos, por varias razones. La pospandemia es un momento de relativo repliegue, donde la capacidad de movilización no es la misma que en los años anteriores. Ha habido una retirada del espacio público, una renuncia a la intervención pública que afecta a todas las fuerzas políticas, a todos los movimientos sociales, y para los feminismos, que son un movimiento callejero, de construcción de tramas, de organización por abajo y en red, es muy problemático.
–¿Cuáles sería entonces la discusión a dar respecto al punitivismo?
–Con respecto al problema de la punición, entre las tantas discusiones pendientes dentro de los feminismos, hay una cierta tendencia a resolver cuestiones sin discutir. Los abusos y los femicidios, aquello que claramente implica un régimen de castigo, muchas veces se convirtió en el centro del enunciado dejando de poner en juego otra idea de justicia que es la justicia social en términos de generar formas más reparatorias, igualitaristas, de construcción de lo común.
«La Libertad Avanza toma entre sus enemigos dilectos no solo al Estado y al peronismo como articulación política del Estado sino a los feminismos.»
–¿Habría que redefinir la punición?
–Llamamos punitivismo no a cualquier lógica de castigo a un crimen sino al tipo de estrategia por la cual primero pensamos en la pena antes que en el desarme de las lógicas estructurales. El punitivismo hace caso omiso de la discusión sobre la crueldad. Este año comenzó con el juicio a los rugbiers por el asesinato de Fernando Báez Sosa. Ese juicio, que era necesario, fue puesto en escena de un modo que era una apología de la crueldad, no solo por el show mediático del abogado sino porque el discurso social sostenía todo el tiempo el deseo de una crueldad que no se detuviera nunca: «Ojalá que en la cárcel los violen, que los hagan sufrir, que los torturen». La idea es que el sufrimiento infligido debe ser revertido con el mismo sufrimiento sobre el victimario. Si algo pudo hacer el movimiento de derechos humanos en Argentina fue desarmar esa lógica. Nunca dijimos que había que torturar a Videla hasta la muerte o encerrar a Massera en un campo de concentración, aunque fueran los responsables de los crímenes más atroces, y como si fuera una equivalencia posible. Ese consenso hoy retrocede y en su lugar aparece la idea de que lo único que puede garantizar la Justicia es el sufrimiento del otro.
–¿Cómo se pueden desarmar las construcciones discursivas de la ultraderecha?
–Es difícil. Esas ideas de algún modo corresponden a la propia vida social, porque vivimos en una sociedad de mercado, lo que implica una usina permanente de producción ideológica. La crueldad se pone todo el tiempo en escena hasta el punto de naturalizarla. Nuestro ambiente está lleno de imágenes crueles y nuestra acción es muchas veces mirar para otro lado. Estamos en una ciudad donde hay gente que vive en la calle, que duerme a la intemperie, y la transitamos. Esa naturalización también hace que nuestro propio discurso sobre los derechos tenga un hilo flaco. Hablamos de la lengua de los derechos en un cotidiano donde vemos su ausencia para muchas personas.
«La crueldad se pone todo el tiempo en escena. Nuestro ambiente está lleno de imágenes crueles y nuestra acción es muchas veces mirar para otro lado.»
–¿Cómo se hace entonces?
–Por un lado está la batalla por el sentido común, lo que el peronismo ha hecho, poner en juego los derechos, la idea de que donde hay una necesidad hay un derecho, afirmar cotidianamente que todas las personas tienen que desarrollar dignamente sus vidas; pero también hay que asumir la dificultad de sostener esa insistencia en condiciones de extrema desigualdad porque muchas veces por defender lo que existe, el movimiento político que implica mayores posibilidades de autodefensa colectiva, omitimos la crítica o aceptamos mirar para el costado no solo ante las personas que habitan la calle sino ante la cárcel o ante un 40% de pobreza. Si no asumimos la discusión sobre el alcance efectivo de los derechos y de cómo esos derechos aparecen relativizados por las condiciones extremas de desigualdad social, siempre alguien va a tener la impresión de que hablar de los derechos solo garantiza los privilegios de unos pocos. Ese es el punto más dramático de la situación.