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«La brecha iniciada en la crisis de 2001 sigue abierta»

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Para el historiador e investigador, el macrismo se propone concretar un cambio cultural que rompa los lazos solidarios. Las marcas que dejó el estallido social de comienzo de siglo, la clase media como identidad, una visión crítica hacia los gobiernos kirchneristas y el ataque al desarrollo científico.


Por sus libros Historia de la clase media argentina e Historia de las clases populares en la Argentina, por sus conferencias o por su particular manera de abordar la historia, sus análisis llaman cada día más la atención del mundo intelectual y político. Historiador e investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Ezequiel Adamovsky es uno de los jóvenes pensadores más renombrados del momento. Uno de sus trabajos más consultados sitúa a la clase media más como una «identidad expansionista» que como una clase social. Ya sea por «pudor» o por discriminación, Adamovsky, quien se ha doctorado en la University College London, analiza que «tanto a la clase alta como a la trabajadora les cuesta reconocerse como tales y aspiran a ser reconocidos como clase media». También, en el libro La marchita, el escudo y el bombo propone una mirada del movimiento peronista, pero desde una óptica novedosa: tomando los climas de pertenencia o rechazo generados por el bombo, el «chori y la coca» y «la pizza con champagne».
Sobre la coyuntura, asegura que el feminismo es «lo más interesante de los últimos 15 años» en nuestro país. Además, alarmado por los recortes en el CONICET y los ataques al sindicalismo, asegura que el macrismo viene a cortar con los lazos de solidaridad que caracterizan a la sociedad argentina.
–¿Qué es la clase media en nuestro país y por qué es tan importante?
–Para empezar, no considero que sea una clase propiamente dicha, o sea un grupo de personas que tenga un mismo interés material que lo traccione hacia la unidad, sino que es, más bien, una identidad. No tiene un elemento económico que la solidifica como tal, sino que se hace fuerte desde lo social. Y es por eso que lo considero un campo en disputa. Porque no hay elementos empíricos que nos demuestren que la clase media siempre actúa políticamente en un sentido o en otro. No hay nada que demuestre que sea un sujeto político determinado: ni antipopular, ni antiperonista. El kirchnerismo, por ejemplo, tiene grandes componentes de clase media, más allá de las críticas. La clase media se terminó de consolidar durante el primer peronismo. Allí sí se ve en su origen algo de antiplebeyo, pero eso con los años se ha ido debilitando a medida que la identidad clase media se ha ido extendiendo hacia otros sectores. Hoy las encuestas dicen que entre el 70% y el 80% de la población se cree de clase media, cuando no necesariamente todos ellos son de derecha, y eso se comprueba con los datos electorales.
–¿La derrota del kirchnerismo en las últimas elecciones se explica porque pierde ese sector de la clase media que años antes lo había acompañado?
–Hay una especie de estereotipo que han compartido tanto los kirchneristas como los anti, políticamente muy nocivo, que dice que las clases populares son kirchneristas y las medias no lo son, y las dos cosas son falsas. Porque, por un lado, los sectores medios han votado, y lo siguen haciendo, por el kirchnerismo. Pero además, lo más importante, es que existe dificultad para percibir que hay una parte muy relevante de sectores bajos que se han volcado a propuestas no kirchneristas, incluso de derecha. Lo que fue decisivo es la pérdida de caudal de votos en todos los sectores, pero principalmente en sectores bajos. Es importante aclararlo porque si no se vive en una fantasía que dice que no hay problemas con el voto popular. En la Ciudad de Buenos Aires esto es muy claro: el macrismo obtiene más votos al norte y al sur de la ciudad, en los sectores más ricos y más pobres. En conclusión: el kirchnerismo pierde la elección por una serie de errores propios, pero fundamentalmente porque perdió las credenciales de ser el abanderado del cambio. En los últimos años de sus gobiernos, el kirchnerismo se volvió mucho sobre sí mismo y terminó siendo muy conservador, o sea, propuso defender lo logrado más que profundizar el cambio. El macrismo supo encarnar mejor esas expectativas de cambio, aunque más no sea en lo discursivo, que flotan desde el 2001 y que el mismo kirchnerismo supo representar en algún momento.
–Durante el gobierno anterior el uso de la historia generó fuertes debates. ¿Qué opinión tiene al respecto?
–Me interesa el trabajo que ha hecho la historia con el propio kirchnerismo. Uno hoy lo recuerda solo como lo que vino después de 2008, o sea esa especie de neocamporismo que se apoyó fuertemente en la militancia de los 70. Lo que me parece importante destacar es que esto no es un invento del gobierno anterior, sino que se venía dando desde fines de los 90 y que el 2001 terminó de imprimir muy fuertemente. El kirchnerismo se relaciona con esas memorias, pero no las inventa. La reivindicación del militante de los años 70 es algo que viene desde la fundación de HIJOS. El kirchnerismo intenta obtener una legitimidad política conectándose con esos recuerdos que a su vez estaban conectados con las expectativas de cambio de 2001. Y lo hace de una manera selectiva: el primer Kirchner intenta licuar su identidad peronista, pero luego, desde 2008, se reperoniza eligiendo la primavera camporista, que es el momento menos peronista del peronismo, con una identidad izquierdista muy a contrapelo de lo hecho por el propio Perón antes y después. Es selectivo, además, porque el horizonte que estaba presente en la época de Cámpora y que el kirchnerismo, por lo menos en sus dirigentes, no retoma, es el socialismo. En resumen la recuperación del pasado ha sido selectiva.
        
–¿Eso es una marca de época?
–En la Argentina, salvo los clásicos partidos de izquierda, nadie menciona al socialismo como horizonte. Pero quiero recalcar algo: todas las fuerzas políticas, incluyendo el Pro, han tenido que lidiar con la papa caliente que es la expectativa de cambio heredada del 2001. El kirchnerismo se conectó montándose sobre la recuperación de los años 70 y el Pro también, pero apuntando a la renovación de la política y con una retórica no conservadora, proponiendo cambios casi progresistas desde lo discursivo, por más que sus políticas van en un sentido opuesto. O sea, esa desvinculación entre las políticas reales y los discursos que se ven en la mayoría de las fuerzas, tiene que ver con la necesidad de hacerse cargo con la expectativa de cambio iniciada en 2001 y que todavía sigue activa.
–¿Todavía estamos dentro del período histórico iniciado en 2001?
–Los historiadores tenemos el vicio profesional de ver el largo plazo más que las coyunturas. Creo que la brecha iniciada en la crisis de 2001 sigue abierta y que el macrismo es el intento más acabado de clausurarla. El kirchnerismo también lo intentó, pero habilitando algunos de los horizontes de cambio que se imaginaron en ese momento. En cambio, el macrismo quiere cerrarla definitivamente con la desmovilización de los movimientos sociales, con los cuales el kirchnerismo compartió ciertas metas aunque sea incorporándolos al Estado. Ahora se intenta desactivarlos o atacarlos, como vemos con los sindicatos. También Macri viene a desandar los cambios económicos decisivos de esos años. La reactivación del consumo con el Plan Jefes y Jefas de Hogar, la moratoria de la deuda externa comenzada con Adolfo Rodriguez Saá y la reinstauración de las retenciones agrarias de Duhalde. Todas esas políticas son producto del 2001, previo al gobierno de Kirchner, y se pudieron implantar porque estaba la gente en las calles. Todos esos cambios económicos, incluidos los subsidios a las tarifas, son los que el macrismo está desarmando muy rápidamente.
–Usted sostiene que el macrismo se propone un cambio cultural, ¿de qué se trata?
–Sí. Y hay que tomárselo con toda la seriedad del caso. Es el núcleo del cambio macrista. Tiene que ver con eliminar un rasgo de la cultura argentina visible, que son sus valores progresistas y las solidaridades amplias que ha sabido construir este país a lo largo de su historia. Hay encuestas comparativas en distintos países sobre valores. Y cuando uno ve cómo responden sobre la apreciación del libre mercado y la idea de que el individuo debe valerse por sus propios medios, en la Argentina hay niveles muy altos de rechazo, un 80%, contra un 20% en los países desarrollados. Y con un rasgo particular en nuestro país, que es que ese rechazo está repartido de igual modo en sectores medios y bajos. Mientras que en los otros países los valores individualistas del libre mercado son muy aceptados en los sectores medios. Acá hay una solidaridad entre esos dos universos sociales y es a través de valores progresistas. Eso es lo que viene a romper el macrismo, esos valores y solidaridades, como por ejemplo en el ataque que hace hoy a los maestros o los científicos.
–¿Cómo evalúa lo sucedido en el CONICET? ¿Se trata solo de un ajuste o hay algo ideológico en contra de las Ciencias Sociales?
–En el ataque a las Ciencias Sociales hay dos cuestiones: por un lado, está la visión utilitarista, o se,a esto de que no sirven para nada. Que las ciencias deberían orientarse a la economía y la productividad. Y que además es la visión del anterior gobierno también, no casualmente el ministro es el mismo. Lino Barañao viene despreciando las ciencias sociales desde que asumió en la gestión anterior. Solo que ahora se ve más. Antes, con un perfil si se quiere más desarrollista, y ahora hacia el libre mercado, pero la orientación de la política de ciencia y técnica hacia lo económico es la misma. Y la otra cuestión, lo nuevo de este gobierno es que el pensamiento crítico para ellos es un obstáculo para el progreso, porque para progresar se necesita entusiasmo, pensamiento positivo y ese tipo de valores new age. Ahí es obvio el ataque porque no existen ciencias sociales sin pensamiento crítico, es un oxímoron.   

–Destaca lo sucedido con el feminismo en lo últimos 15 años. Desde una perspectiva histórica, ¿es de los cambios más significativos?
–En esta actualidad tan gris de la política nacional me interesa no perder de vista que estamos asistiendo, por primera vez en la Argentina, a una revolución con todas las letras de un feminismo de masas. Es cierto que acá el feminismo existe desde hace un siglo, pero nunca de masas. Esto cambia dramáticamente el escenario cultural y político. Es interesante que este movimiento reproduce los rasgos típicos de la política argentina que es pensarse en relación y generando lazos con otros movimientos sociales. No es un feminismo encapsulado, no piensa solo en sus reclamos. Si uno ve la proclama de la última movilización, es amplia: se ocupa de temas laborales y de derechos humanos, no solo de los tradicionales del feminismo como sí pasa en otros lugares.

Fotos: Juan C. Quiles/3Estudio

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