Voces | ENTREVISTA A MANUELA D’AVILA

La comunicación en tiempos de odio

Tiempo de lectura: ...
Bárbara Schijman - Foto: Diego Martínez

«No existe desinformación sin legitimidad social», dice la dirigente brasileña al analizar el avance de las extremas derechas. La necesidad de una alternativa progresista y el papel de las mujeres.

«Creo que no hemos tratado a la internet como un ambiente de disputa política, que lo es. Nosotros, los más radicales de la participación, que hemos gastado una energía tremenda en nuestras vidas, imaginando espacios de participación transversales, universales, no hemos percibido que hay una dimensión que no tiene que ver con lo que es, sino con lo que parece ser», advierte Manuela D’Ávila, periodista, escritora, magíster en Políticas Públicas y dirigente política brasileña. El tema de las redes sociales «tiene que ver con comunicación, con ausencia de neutralidad, pero tiene que ver sobre todo con la política. Hay que escuchar a la gente en los territorios, en las calles y en las redes», subraya.

Referente indiscutida de la izquierda de su país y la región, D’Ávila fue candidata a vicepresidenta de la fórmula que encabezó el Partido de los Trabajadores (PT) en 2018, además de haber sido la concejala más joven de Porto Alegre, con 23 años, y la diputada federal más votada de Brasil en 2006 y 2010.

«Feminista marxista», como se define, es autora de ¿Por qué luchamos? Un libro sobre amor y libertad (Clacso/Siglo XXI México, 2019); y Siempre fue sobre nosotras: catorce relatos de la violencia política de género en Brasil (Clacso, 2022), entre otros.

–¿Cuál es su mirada acerca de la coyuntura política mundial?
–Vivimos un momento muy complejo, no solo en la región, sino en el mundo. Es una crisis que se agrava. Creo que el ejemplo más evidente es la situación de Palestina. El genocidio del pueblo palestino por parte de Israel no para; es la evidencia de la dimensión de la crisis que enfrenta la humanidad. Lo tomo como ejemplo porque si no tenemos real dimensión de la crisis no podemos pensar América Latina situada en el marco de la crisis. ¿Cómo puede ser que Milei gobierne en Argentina? Bolsonaro, Milei, Trump –en otra dimensión porque ellos son el imperio–, son consecuencias de esta crisis y de la manera cómo las élites intentan buscar salidas para la crisis del capital. Es una crisis muy severa.

–¿A qué adjudica el ascenso de las extremas derechas en el mundo?
–La extrema derecha se pone en una posición de ofensiva política en esta crisis. Sabiendo que es una crisis del sistema, ella misma –que está en el sistema y es la caricatura del sistema– se pone en contra del sistema. Son muy pícaros. Y al hacerlo, encuentran fuerza y respaldo popular. La gente se vuelca contra instituciones que son muy relevantes –y que logramos construir, por ejemplo, en Argentina y en Brasil, durante los procesos de redemocratización–, pero que presentan muchos problemas y están muy lejos de las necesidades de la gente, de la gente trabajadora. Es lo que algunos llaman «la paradoja de la democracia». Si en los 80, saliendo de las dictaduras, teníamos una movilización social muy fuerte, sí teníamos esta relación con los actores; si en los 2000 hemos tenido a Evo Morales, Rafael Correa, sí teníamos una agenda y apuntábamos caminos para nuestra gente. Ahora no lo tenemos en la dimensión necesaria.

–¿Qué explicación encuentra? 
–Hay algo importante que es el tema de la tecnología y de la ausencia de neutralidad del algoritmo; esa es una verdad. Pero, ¿por qué no estamos ahí? ¿Es un problema de comunicación? También, pero sobre todo es un problema político, porque las redes son espacios de comunicación, pero sobre todo son espacios de debate público. En 2018, poco después del triunfo de Bolsonaro en mi país, yo hablaba todo el tiempo acerca de la existencia de una especie de esfera pública duplicada. Con Bolsonaro recién asumido la gente esperaba que hablara de fascismos y extrema derecha y yo insistía en hablar de la existencia de dos esferas públicas.

–¿Por qué lo remarcaba entonces y por qué lo trae ahora?
–Porque la gente no estaba en la misma esfera pública que muchos de nosotros en Brasil. Y retomo la idea porque ahora también estamos con dos ágoras; y esto se conecta con nuestra distancia. El tema de las redes sociales tiene que ver con comunicación, con ausencia de neutralidad, pero tiene que ver sobre todo con la política. Hay que escuchar a la gente en los territorios, en las calles y en las redes. No hemos tratado a la internet como un ambiente de disputa política, que lo es. La gente siente placer por hablar de política en las redes sociales, y a mí me duele profundamente que el gozo de la política esté en manos de la derecha, porque debatir sobre la sociedad es algo que me apasiona. Se dice mucho en la izquierda de Brasil, creo que en la de Argentina también, que nosotros perdimos elecciones porque nos fuimos al campo de la disputa de la extrema derecha.

–¿Cuál es ese campo, específicamente?
–El campo de los valores. Eso es una mentira porque no estamos en el campo de los valores. ¿Qué valores hemos disputado en la sociedad? ¿Cuánto hablamos de la solidaridad de la izquierda y del egoísmo de la extrema derecha? Casi no hablamos de nuestros valores; es al revés: la extrema derecha está disputando sus valores en las redes, en las calles, en la sociedad. Es decir, la extrema derecha tiene ideas clave y organiza a su gente, no a través de los partidos que teníamos nosotros, pero con las ideas. ¿Y nosotros?

–¿Qué respuesta se da?
–Tenemos que discutir más quiénes somos nosotros y cuáles son nuestros valores. Miremos la conmoción en torno a la muerte de Francisco, por ejemplo. ¿Qué nos dice eso? Fue el hombre que habló intransigentemente acerca de la paz en Palestina; no se olvidó un solo día de Gaza. ¿La conmoción tiene que ver con religión o tiene que ver con la disputa de ideas que él planteó? Creo que tiene que ver con las dos cosas. Tenemos que apuntar más caminos.

–¿Por dónde cree que deben ir hoy esos caminos?
–Los datos comprueban que la alternativa a la extrema derecha está en las manos de las mujeres. Es una lástima que la izquierda no lo haya percibido y crea que cuando hablamos de mujeres hablamos de cosas particulares. Necesitamos de una agenda universal que perciba la existencia de una base social de trabajadoras. Hay dos cuestiones fundamentales en esto: por un lado, las mujeres necesitamos del Estado, porque nuestra emancipación tiene que ver con escuelas, con salud pública, con guarderías; por otro lado, es importante percibir que el activo de la extrema derecha es la violencia y el odio. La extrema derecha organiza el odio y el resentimiento de los hombres; esto no es subjetivo y tiene que ver con la crisis económica. Hay una mirada superficial que la extrema derecha organiza a partir del odio. Nosotras, las mujeres, hemos sido construidas históricamente en torno a los afectos. En la división de la socialización de género, se nos ha asignado el rol de amar, incluso el trabajo de los cuidados como amor y no como trabajo. Entonces, hay algo muy complejo en esto, una complejidad muy elevada que nos relaciona a las mujeres como la perspectiva de enfrentamiento a la extrema derecha. Las mujeres, también por necesidad, tenemos una vivencia más comunitaria y colectiva. Tenemos que mirar a las mujeres del pueblo y construir, desde ahí, alternativas más sólidas y agendas políticas más conectadas.

–En 2018 fundó el Instituto ¿Y si fueras tú?, cuyo principal objetivo es combatir la desinformación y las fake news. ¿Cuán alerta está la sociedad sobre la difusión de noticias falsas?
–No existe desinformación sin legitimidad social. El problema no es la mentira, sino que crean en ella. El componente central de la desinformación son los mecanismos que le dan legitimidad. Por un lado, hay un sistema de legitimación, o sea, el rol de políticos como Milei o Bolsonaro tiene que ver con eso, con una mentira legitimada por alguien relevante. Pero hay algo aún más importante: el contenido.

–¿A qué se refiere, puntualmente?
–Hablar de fake news sin asociarlas al odio es un error. La desinformación se viraliza a partir del odio y se legitima a partir de los prejuicios que estructuran la sociedad. Su contenido suele apuntar a cuerpos, personas y grupos sociales sobre los que la mentira encuentra sentido en el prejuicio, la discriminación y el odio. ¿Qué es desinformación sin percibir los prejuicios estructurales de nuestra sociedad? Una mentira. La gente cuenta mentiras desde que el mundo es mundo, pero la fuerza del odio en la desinformación es lo que la hace tan peligrosa.

Estás leyendo:

Voces ENTREVISTA A MANUELA D’AVILA

La comunicación en tiempos de odio