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«La solidaridad es la única opción»

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El derecho al acceso a la atención sanitaria y los valores de justicia y equidad desde la óptica de una bioética centrada en la comunidad. En el contexto de la pandemia y las estrategias para mitigarla, una mirada puesta en la salud pública y colectiva y la resignificación de la cooperación social.

La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto la necesidad de ampliar la mirada sobre distintos aspectos. La bioética se suma como una herramienta de la gestión de la salud que permite, con criterio ético y desde una perspectiva de respeto por los derechos humanos, acompañar distintas decisiones sanitarias basadas en evidencia científica.
Ignacio Maglio forma parte, junto con otros especialistas, del Comité de Bioética y Derechos Humanos del Ministerio de Salud de la Nación. Abogado y diplomado en Salud Pública, preside numerosos comités de Bioética de instituciones de salud como el hospital Francisco J. Muñiz y la Fundación Huésped, y es miembro del Consejo Directivo de la RedBioética de UNESCO. «Optimista por construcción genética y antropológica», como se define, cree que este escenario mundial puede convertirse en una nueva oportunidad.
–¿Cuál es el rol de la bioética en un escenario como el actual?
–La pandemia es un gran desafío para la bioética, la pone en el lugar necesario de ofrecer respuestas que sirvan para que la gente pueda vivir mejor, que los equipos de salud puedan trabajar mejor, más protegidos, con mayor resignificación de lo que significa el trabajo en salud. Si bien uno puede pensar que en un principio la bioética estaba orientada a un trabajo más clínico, más hospitalario, una ética centrada en el paciente, la pandemia nos puso a pensar en una bioética centrada en la comunidad, que pueda generar principios nuevos con fundamentos para una salud pública y colectiva.
–¿De que modo impacta la bioética en la vida cotidiana?
–Hoy se presenta la oportunidad de una bioética social para desarrollar tres principios básicos: la solidaridad, la equidad como fenómeno de justicia y otro que a mí particularmente me gusta mucho, que es la confianza. La solidaridad es un principio muy declamado pero poco desarrollado. Y su perspectiva debe entenderse hoy más que nunca como un sentimiento de cooperación social, decir que no estamos solos, que la preocupación por el otro resignifica la preocupación personal. Yo sigo mucho el principio de la encíclica del papa Francisco Laudato si en el sentido de pensar en nuestra casa, en ampliar los horizontes. Que la vida de uno no termina en la oficina, en la casa o en la familia, sino que hay una vida que necesita ser vivida que va mucho más allá. Pensar en una casa común.
–En esa casa común, ¿es necesario un replanteo de la relación con el planeta?
–Sin duda. Esta pandemia es un alerta también en términos ambientales y es necesaria una bioética ambiental. En algún lado leí «la Tierra está pataleando» y me interpela esa imagen. Estábamos en una suerte de afán consumista, de tener, más que ser, y nos olvidamos de cuestiones elementales como la vida misma. Durante mucho tiempo nuestros aportes de la bioética estuvieron ligados con los finales y los inicios de la vida, con los dilemas éticos clásicos como la muerte digna, el aborto, la adecuación del esfuerzo terapéutico, que son muy importantes. Pero es necesario ampliar la mirada.


–¿Cómo se abordan desde la bioética los derechos individuales y colectivos?
–Acá hay una discusión política e ideológica que tiene que ver con privilegiar la vida y prevenir el sufrimiento y no privilegiar los intereses. El ejercicio de la democracia tiene un límite y es no afectar los derechos de los demás. Si en una manifestación no se respeta la posibilidad de evitar la transmisión del virus, ese derecho tiene que estar limitado por un derecho superior, que es el derecho a proteger la vida. Y el derecho a proteger la integridad de los miles de trabajadoras y trabajadores de la salud que trabajan a destajo en todos los establecimientos de salud, con guardias eternas y sin descanso. Es necesario volver a la solidaridad como la mejor estrategia posible para contener y mitigar la epidemia. A los que hablan de la defensa de la república y la libertad, hoy esas dos cosas se están jugando en las salas de terapia intensiva de los hospitales tratando de salvar vidas de compatriotas. Yo me imagino hoy a San Martín en la puerta del Hospital Muñiz y no en el Obelisco.
–¿En esta coyuntura la solidaridad es el mejor camino?
–En estos tiempos la solidaridad no es la mejor opción, es la única. La evidencia en el mundo demuestra que aquellos Estados que consideran a la solidaridad como un principio básico de la salud colectiva tuvieron mejores resultados. La ponderación excesiva de la autonomía promovió más muerte y más enfermedad. En esta dicotomía de privilegiar lo económico por sobre la salud es donde se da la contradicción, que es dialéctica, política pero también cotidiana, que tiene que ver con más muerte, más enfermedad y más sufrimiento.
–En el marco de la pandemia, ¿cómo puede el sistema de salud tomar decisiones sanitarias enmarcadas en la bioética?
–La posibilidad de colaborar con el Ministerio de Salud nos permite tener una mirada desde la ética y los derechos humanos. Una mirada ampliada con otras disciplinas. A la hora de tomar alguna medida hay que hacer una ponderación entre derechos y garantías individuales y salud colectiva y derechos de la salud pública. Desde la ética y los derechos humanos podemos justificar la limitación de un derecho fundamental que es la libertad ambulatoria. Pero lo hacemos porque, en ese juicio de ponderación, estamos priorizando otros derechos que tienen mayor necesidad de protección ética, que tiene que ver con tratar de salvar la mayor cantidad de vidas posibles.
–¿Cómo abordan la infodemia?
–La infodemia la diagnosticó de alguna manera la Organización Mundial de la Salud y es un llamamiento a la ética de los comunicadores sociales. La primera recomendación que nosotros hicimos al Ministerio de Salud fue que la infodemia provoca efectos catastróficos, lo que yo llamo «infoxicación». Sin ir más lejos, una periodista, por dos puntos más de rating, aconseja tomar dióxido de cloro y poco después fallece un niño como producto del consumo de esa sustancia. Contra la infodemia propusimos tres puntos: en primer lugar la formación de los comunicadores que tienen una enorme responsabilidad social. El segundo punto es el chequeo de las fuentes, porque el problema no son solo las fake news sino el daño que pueden provocar en la salud colectiva al difundir este tipo de informaciones falsas. Para evitar eso hay sociedades científicas y organismos públicos calificados. El tercer punto es la certificación de la presencia de conflictos de intereses. Es necesario saber qué hay detrás de la información que se divulga, qué intereses personales hay detrás de la persona que da una noticia dudosa.


–¿Cómo se maneja el criterio de asignación de recursos escasos?
–Nosotros desarrollamos un protocolo de asignación de recursos escasos en el Hospital Muñiz, que fue el primero en el país junto con el Sanatorio Finochietto, con el objetivo de evitar lo que pasó en Italia o en España donde médicos y médicas tuvieron que tomar decisiones sobre quién sobrevivía y quién no en un contexto de inmensa soledad e improvisación. Ahora se están viendo las consecuencias y las secuelas morales de quienes tuvieron que tomar estas decisiones. Como tuvimos la oportunidad de pensarlo antes, hicimos un protocolo que luego se expandió en forma colectiva con más de veinte sociedades científicas y se presentó también en el Ministerio de Salud de la Nación.
–¿En qué consiste ese protocolo?
–A grandes rasgos el primer principio es salvar la mayor cantidad de vidas posibles, tener criterios lo más objetivos posibles en la asignación de equipos de triage conformados por profesionales independientes con cierto liderazgo institucional, donde las decisiones que se toman se hacen para racionalizar de la mejor manera estos recursos, con criterios clínicos y técnicos. Cuando hay emparentamiento de esos criterios recién ahí se utilizan otros secundarios como pueden ser la edad y el pronóstico. Esto evitaría el agobio moral de los trabajadores en las áreas de terapia intensiva que son quienes tienen que tomar estas difíciles decisiones.
–En algunos países la gestión de la mistanasia (muerte evitable de grandes grupos poblacionales por deficiencia de políticas públicas) evidenció cómo funcionan los sistemas de salud.
–La mistanasia es un concepto que acuñamos nosotros hace 30 años con el cura Leonardo Belderraín (N. de R.: un hombre de fe católica dedicado al estudio de la bioética). Así como la eutanasia es la respuesta para la sobreatención médica del soporte vital, la mistanasia la describimos como la «muerte infeliz», producida por abandono social y desatención médica. Este fenómeno se produjo en Brasil, Ecuador y Estados Unidos donde la pandemia evidenció la ausencia de un estado efectivo que pueda dar respuesta para que nadie muera por no tener acceso a una terapia intensiva. Tiene que ver con lo que decía de la solidaridad, la equidad y la justicia. La epidemia es una tragedia pero también una oportunidad de denuncia de la falencia de los sistemas de salud y una oportunidad para volver a invertir en salud.
–¿Cómo se manejan la privacidad y los datos sensibles?
–Es un tema que apareció en torno a las plataformas como Cuidar y Detectar que algunos plantearon como dilema que ponía en juego a la salud pública versus la privacidad. Acá también es necesario hacer un juicio de ponderación. En el marco de la pandemia, el desarrollo tecnológico de algunos dispositivos de inteligencia artificial y de reconocimiento facial o de seguimiento de contactos, creo que son derechos compatibles. Si advertimos que es necesario el manejo adecuado de los datos y el Estado se compromete a la protección de esos datos sensibles de salud, no habría contradicción y se podrían establecer estrategias de mitigación protegiendo al mismo tiempo la privacidad de los datos.
–¿Qué tiene para decir la bioética sobre la gestión de las nuevas vacunas, medicamentos y tratamientos?
–La bioética tiene mucho que decir. Hay declaraciones de la Red de Bioética de la UNESCO para Latinoamérica y el Caribe, que hablan de tener en cuenta que la vacuna tiene que asegurar la universalidad en cuanto al acceso y la gratuidad. Esto es esencial. Respetamos el derecho a la propiedad intelectual, creemos que el derecho a la investigación y al desarrollo de las empresas y los gobiernos son importantes, pero este derecho a la propiedad no puede ejercerse de modo abusivo cuando está en juego la posibilidad de evitar un sufrimiento global y que tiene que ver con la posibilidad de evitar millones de muertes. Desde la bioética decimos que hay que adecuar la protección de las patentes a la promoción de vacunas para que tengan acceso universal y gratuito. Apoyamos la promoción del desarrollo científico pero sin que afecte la universalización y el derecho a la salud. Por el artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Sociales, Económicos y Culturales de Naciones Unidas, la Argentina está obligada a asegurar las mejores condiciones de salud disponibles.
–¿Cree que este momento histórico se puede transformar en oportunidad?
–Yo no quiero volver a la normalidad tal como se conocía, porque la pandemia puso en evidencia que no estábamos bien. La desigualdad iba en aumento, los pobres cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, evidenciando un nivel de sufrimiento que no solo es una calamidad, sino que es un escándalo. Y aquí recuerdo a Savater: «La primera condición de la ética es estar convencido de que nada da lo mismo y que nada da igual». Con esa convicción el escenario que me imagino, porque a pesar de todo soy medianamente optimista, es un mundo más solidario, más comprometido con el sufrimiento del otro. Donde se vea que el problema no es la pobreza sino la riqueza. Donde finalmente podamos comulgar todos en una convicción: que nadie se salva solo.

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