Voces | MARTÍN BAÑA

Las raíces de la guerra

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Verónica Engler / Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

Investigador, docente y especialista en historia rusa, bucea hasta la etapa imperial de la nación más grande del mundo para explicar el conflicto con Ucrania.

Si bien suele participar en distintos medios de comunicación con intervenciones sobre su especialidad académica, definitivamente las últimas semanas fueron de una intensidad inusual. Como especialista en la historia de Rusia, Martín Baña fue una de las voces más convocadas para tratar de dilucidar el conflicto bélico desatado contra Ucrania.
Doctor en Historia por la UBA, donde también es docente, e integrante del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas (CONICET-UNSAM), sus trabajos se desarrollan en torno a la historia política de la música y a los cruces entre política, sociedad y cultura en la Rusia de los siglos XIX y XX. Es coeditor de Octubre Rojo (en colaboración con Ezequiel Adamovsky y Pablo Fontana) y autor de Una intelligentsia musical. Modernidad, política e historia de Rusia en las óperas de Musorgsky y Rimsky-Korsakov (1856-1883); coautor (junto con Pablo Stefanoni) de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa; y recientemente publicó Quien no extraña al comunismo no tiene corazón (ver recuadro).
En esta charla con Acción vincula el conflicto entre Rusia y Ucrania con motivos históricos que lo contraponen a los ideales de la revolución de octubre de 1917 y lo ligan a un modelo imperial de más larga data.
También destaca la disputa por una nueva hegemonía mundial con Estados Unidos y Europa, que avanzaron sin cesar en las últimas décadas sobre las fronteras rusas, convirtiéndose de alguna manera en corresponsables del ataque ruso a Ucrania. «Desde el siglo XVIII lo que se observa es que Rusia no tiene una tradición de ataque militar, más bien siempre se está defendiendo de ataques extranjeros –afirma Baña–. Hay excepciones también que confirman la regla como, por ejemplo, la invasión de la Unión Soviética a Afganistán. Pero, por lo general, lo que se ve es que Rusia defiende un área de influencia, una suerte de cordón o de cinturón de seguridad, para evitar cualquier ataque enemigo».
–El conflicto entre Rusia y Ucrania parece justificarse con argumentos que lo vinculan con el relato histórico de la Rusia más imperial, pero además la OTAN avanzó en las últimas décadas sobre las fronteras rusas. En consecuencia, ¿es esta una acción defensiva ante este avance o una búsqueda de reunificación con territorios que estuvieron anexados en el pasado?
–Desde hace ya algunas décadas la OTAN, a pesar de su promesa informal de no expandirse sobre lo que era el territorio soviético, lo viene haciendo. Incorporó a su alianza a países que formaban parte del bloque soviético, como por ejemplo Hungría o Polonia, y también países que habían formado parte de la Unión Soviética, como Letonia, Estonia y Lituania. De modo que ahí, efectivamente, puede verse una situación de avance de la OTAN de la que el Kremlin entiende que tiene que defenderse, que es una amenaza para su seguridad nacional. Ese parecía ser el discurso de Putin, por lo menos durante los meses de diciembre, enero y febrero, cuando desplegó su ejército y cuando se estaban llevando a cabo las negociaciones diplomáticas. Pero cuando él decide ingresar a territorio ucraniano, pasa a un discurso más defensivo. Ninguna potencia mundial quiere que le coloquen misiles en las puertas de su casa. ¿Qué pasaría si Rusia instalara misiles en México; por ejemplo, en Tijuana? Probablemente Estados Unidos no lo permitiría. De modo que eso es entendible. Ahora, la de Putin es una justificación no tanto defensiva, sino más bien lo contrario, ofensiva, porque en el caso de Ucrania está la idea de recuperar un territorio que nunca tendría que haber dejado de pertenecer al espacio ruso, culpando a los bolcheviques, particularmente, de haber creado ese territorio durante la revolución de 1917, y criticando indirectamente su política de autodeterminación nacional.
–¿Los bolcheviques habrían interrumpido una historia de un gran territorio ruso unificado?
–Acá hay una lectura histórica de Putin que tiende a colocar a la Rusia actual dentro de una larga historia rusa, que no se remite ni a 1991 (cuando se disuelve la URSS), ni a 1917, sino que se incorporaría dentro de los 1.000 años que tendría el Estado ruso, y en donde el actual sería la consecuencia de una larga continuidad estatal, de la cual los distintos períodos históricos habrían formado parte, el zarismo o la etapa imperial, el comunismo y el capitalismo. Entonces, dentro de esa lectura, Putin entiende que Rusia como país fue próspero y su población tuvo bienestar cuando tuvo un Estado fuerte, centralizado y un territorio unificado. Cuando eso no sucedió, pasó todo lo contrario, hubo guerras civiles, invasiones extranjeras, calamidades. Y hay varios ejemplos a lo largo de la historia rusa, como la invasión mongola en el siglo XIII, o lo que se conoce como la época de los disturbios en el siglo XVII. Y, un elemento que es central, que para el putinismo es incómodo, es la revolución de 1917, porque supuso ampliación de libertades, ampliación de derechos y cierto igualitarismo. Pero además supuso la autodeterminación de ciertos pueblos, como el ucraniano, y la interrupción de esa continuidad territorial. Para Putin, Lenin y los bolcheviques interrumpieron la grandeza de ese Estado ruso. Por eso, dentro de la lógica de Putin, se trata de recomponer ese mundo ruso que él considera que está conformado no solamente por Rusia, sino por Bielorrusia y por Ucrania. En lo que respecta al discurso histórico, la justificación de Putin viene dada por ese lado, por tratar de reconstituir no ya la Unión Soviética, sino incluso irse un poco más para atrás y tratar de reincorporar elementos del imperio ruso.
–¿Cuál es el lugar de Ucrania en esta disputa geopolítica de dos poderes imperiales?
–Ucrania se lleva la peor parte, porque queda en el medio de esta disputa. Putin, en las negociaciones previas, siempre dialogó con las potencias de Europa y con Estados Unidos, en ningún momento se sentó a dialogar con el presidente ucraniano, que era quien eventualmente más estaba involucrado en este conflicto. Y esto tiene que ver con que Putin piensa que Rusia es una potencia o debería ser una potencia, o debería recuperar ese lugar de potencia que alguna vez tuvo. De hecho, uno de sus objetivos, ya desde hace varios años, es reposicionar a Rusia a nivel global, que sea un actor que sea tenido en cuenta a la hora de la toma de decisiones a nivel mundial, y siente que ni Europa ni Estados Unidos la toman en consideración. Entonces ahí un país como Ucrania aparece como una suerte de excusa para dirimir cuestiones más globales, más geopolíticas, en donde se está definiendo una nueva hegemonía mundial después de la disolución de la Unión Soviética, después de la caída de ese mundo bipolar, en donde aparentemente había triunfado un orden unipolar. Pero eso desde hace varios años se viene cuestionando, no solamente por parte de Rusia, sino también por otra potencia en ascenso que es China.


–En relación con este nuevo mapa que se está armando, ¿qué modelo encarnaría Rusia?
–A través del putinismo, es un modelo que apunta a presentarse como una suerte de alternativa, podríamos decir moral, conservadora, o de valores, a lo que entienden que es la decadencia de Occidente. Sobre todo una decadencia que tiene que ver con ciertos valores, con ciertas prácticas, y que Rusia se presenta como una suerte de guardiana, por eso la persecución a los homosexuales, por eso la condena al feminismo. Rusia entonces vendría a salvar al mundo de esta decadencia, de esta mala injerencia que supone Occidente. En 2012 hubo una intervención de un grupo feminista punk que se llama Pussy Riot en una de las catedrales más importantes de Moscú. Las chicas denunciaron la relación que había entre el presidente Putin y la Iglesia Ortodoxa. Por eso fueron detenidas y empezaron a llegar adhesiones de todo el mundo, entre ellas la de Madonna. Entonces eso reforzaba el mensaje o la visión de la dirigencia, diciendo «miren quiénes apoyan a estas chicas, gente como Madonna», que encarnaría esa decadencia moral y de valores. Lo que está detrás de todo esto es el resurgimiento de un neoconservadurismo bastante peligroso, que casi podríamos considerar antiiluminista, que deja todo ese legado detrás y que se acerca peligrosamente a otros valores que serían un retroceso en cuanto a conquistas de derechos y de libertades.
–En varias ocasiones te referiste a Putin como un recipiente que cada uno rellena con lo que quiere: puede ser un zar 2.0, un comunista, un nazi o un líder antiimperialista. ¿Por qué caben lecturas tan diversas e incluso, antagónicas?
–A veces hay desconocimiento. Las informaciones que llegan de Rusia no son las mismas que pueden llegar de Estados Unidos o de Europa. No siempre las traducciones son fieles, no siempre hay un vínculo directo con lo que sucede en Rusia, siempre viene mediado, eso puede colaborar. A veces también hay malicia. Definir a Putin como Hitler o como un líder comunista demuestra no ya desconocimiento, porque no hace falta leer muchos libros para saber que Putin no es eso, sino que hay un objetivo político detrás de todo esto, y que sirve a los propios fines de quién enuncia esa caracterización. Putin no es un líder comunista. Claramente, no es Hitler, no es un líder antiimperialista, ni siquiera es alguien que podríamos considerar como un político de izquierda. Es un dirigente político más cercano a lo que podríamos llamar las derechas o a un gobierno neoconservador, que tiene dos objetivos muy claros y es lo que ha intentado hacer desde que llegó al poder, que es reposicionar a Rusia a nivel global y dentro de Rusia reforzar el rol del Estado. Por eso no está tan cercano a las prácticas democráticas, aunque en Rusia hay un sistema democrático. Entiende que la democracia es precisamente un obstáculo para el fortalecimiento del Estado. Que haya elecciones cada dos años, que puedan cambiar los funcionarios, entiende que es dejarle la puerta abierta a los enemigos tanto externos como internos, por eso también la persecución a opositores, que son vistos como una
influencia de Occidente.

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