Voces

Lo esencial, lo visible y los ojos

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Crisis de la interioridad, dependencia de la mirada ajena, la intimidad como espectáculo: por estos temas transita Paula Sibilia, referente del análisis de los fenómenos culturales contemporáneos.

 

Desde hace más 20 años vive en Brasil y asegura que ese país hermano «la eligió». Motivos personales la llevaron a Río de Janeiro y terminó convirtiéndose en una de las referentes de la investigación de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. La argentina Paula Sibilia es antropóloga y comunicadora de la Universidad de Buenos Aires e hizo una maestría en la Universidad Federal Fluminense y un posdoctorado en Francia, en 2012. Autora de tres libros (La intimidad como espectáculo; El hombre postorgánico y el más reciente Redes o paredes), Sibilia confiesa que no usa las redes sociales propuestas por Internet por una cuestión de tiempo, aunque le fascina entender de qué se trata y observar estos fenómenos contemporáneos relacionados con la comunicación. Su último libro, a modo de obra ensayística, se pregunta si la escuela ha quedado obsoleta y si «la manera en que las nuevas tecnologías de comunicación, sobre todo los aparatos móviles de acceso a las redes informáticas y los estilos de vida que ellos implican, están afectando el funcionamiento de esa institución clave de la modernidad». Sibilia señala que sigue apostando por la investigación surgida en tierras latinoamericanas, con estilo propio y desterrando «los complejos de inferioridad» que llevan siempre a mirar a autores europeos. Asegura además que su trabajo plasmado en sus tres obras podrían sintetizarse como «la crisis de la interioridad» y se apoya en el fenómeno del bullying para explicar la gran dependencia de la mirada del otro.
–En varias de sus obras usted menciona la exhibición de la intimidad, la falta de límites entre lo público y lo privado fortalecido por los nuevos fenómenos comunicacionales. ¿En eso consiste la crisis de la interioridad?
–La crisis de la interioridad es el abandono de la creencia de la existencia de una vida interior, algo invisible a los ojos pero esencial, propia de los siglos XIX y XX, que definía a cada persona de un modo único, más importante que las vanas apariencias, consideradas además falsas, frívolas y algo menor, comparadas con aquellas bellezas interiores que definían a los individuos de un modo más profundo y verdadero. Claro que las herramientas también eran otras: diario íntimo, cartas, novelas, todos dispositivos que facilitaban la introspección. Ahora, y desde hace varias décadas, estamos abandonando estas tecnologías y estas creencias que justificaban los modos de ser y estar en el mundo, tecnologías que están siendo remplazadas por otras. Estaríamos abandonando esta noción que dice que lo más importante de cada uno es algo que no se ve, la interioridad.
–¿Lo que se ve es lo más valioso?
–Cada vez le damos más énfasis a lo que se ve, incluso para definir quién es cada uno y cuánto vale. De allí la importancia que se le da al aspecto físico, al famoso fenómeno del culto al cuerpo, los tratamientos estéticos y las dietas. Además del aspecto físico, también importa mucho el comportamiento visible de cada uno: todo lo que hacemos y mostramos, todo lo cual los demás puedan ver. Esto se considera ahora mucho más valioso, mucho más confiable y verdadero que las esencias interiores que nadie puede ver ni juzgar, de ahí las tácticas de autopromoción, por ejemplo, que antes eran consideradas de mal gusto y que ahora están por todas partes. Esto se ve en la lucha por conquistar la mayor cantidad de seguidores posibles para confirmar que uno tiene valor.
–¿Cómo operan las nuevas tecnologías? ¿Son causa o efecto de este fenómeno?
–Esto sucede con la ayuda de las tecnologías digitales de comunicación e información. Todos tenemos un teléfono inteligente con nosotros, con cámaras embutidas con acceso permanente a las redes informáticas; cámaras y redes permiten la visibilidad y la conexión permanente. En los últimos 5 años esto se popularizó de una forma muy rápida. No digo que este fenómeno se deba a la popularización de estos aparatos, no son su causa, es más bien al revés, estas tecnologías –celulares, Internet, computadoras– son fruto de estos cambios históricos, de transformaciones mucho más complejas y radicales en los modos de ser y de relacionarnos con los demás, que vienen gestándose hace rato y que estos aparatos están ayudando a reforzar, acelerándolas y poniéndolas en evidencia.
–¿Pero las nuevas tecnologías de la comunicación no expanden de cierta forma conductas nocivas que antes se reducían a determinados ámbitos?
–Los celulares inteligentes no cayeron del cielo, no vinieron de la nada; suele decirse que todo cambió porque apareció Internet y no es así, probablemente sea al revés: Internet y los celulares aparecieron para hacer todo lo que ahora hacemos con ellos, incluso las selfies y el ciberbullying. Las tecnologías no son ni buenas ni malas ni neutras: son históricas, tienen embutidos determinados valores e incitan ciertos modos de uso, no los determinan, pero sí los estimulan, y lo que tal vez sea más importante, inhiben otros usos y otros modos de ser y de relacionarse con los demás. En el caso del ciberbullying, las redes sociales son un vehículo para expandir el papelón, la performance negativa. Se quiere mostrar un espectáculo bien montado y cuanto más pantallas y más público haya, mejor. La contracara de esto es que nos hemos vuelto más vulnerables a la mirada ajena, con el riesgo de que esta mirada nos rechace con un «no me gusta» o ignore; es decir, el bullying pasivo.
–Las selfies actuarían, dentro de esta lógica, como una suerte de termómetro de la mirada de los demás.
–Las selfies son algo muy reciente, hace 3 años nadie hablaba de esto y ahora todos sabemos qué son e incluso las tomamos y esperamos el «Me gusta». De hecho, la mayoría de las fotos que se suben a Internet son selfies. Esto significa que el otro es fundamental para garantizar que existo y que valgo; por otro lado, la experiencia con el otro está totalmente empobrecida porque no interesa más que de un modo instrumental y se corre el riesgo de anularlo. Hoy la autoestima es un valor muy defendido: «Lo hice por mí». Esto es curioso, porque hasta hace no tanto tiempo esa palabra tampoco era tan común y un posible sinónimo de la vanidad. Y la vanidad era un pecado. Estamos ante la presencia del individualismo más radical pero que, sin embargo, tiene una dependencia extrema de la mirada ajena. Si en buena medida nos liberamos de la culpa, que fue tan terrible y tan eficaz durante los siglos XIX y XX, parece que lo hicimos cayendo en otra trampa, que modela una subjetividad compatible con la cultura contemporánea.


–Entonces las redes sociales ¿favorecen la comunicación o la evitación del otro?
–Al principio, cuando se empezó a pensar en esto, sobre todo en el ámbito de la comunicación, se hacía la diferencia entre lo real y lo virtual, se decía que las relaciones en Internet no serían reales porque no se estaba con el otro físicamente. Pero creo que, cada vez más, como estas herramientas se incorporaron tanto a nuestras vidas y en todos los ámbitos, consideramos a esa comunicación real, las relaciones por Internet son tan reales como las relaciones cara a cara, está por supuesto la diferencia porque no existe el contacto físico pero el valor y la intensidad pueden ser fuertes. Creo que a esta dinámica en las redes sociales se la ve de una forma más clara, aunque no es solamente en las redes sociales donde esto ocurre, hay una prioridad de la apariencia, de lo visible, hay un declive de la interioridad que está presente también en las relaciones cara a cara.
–¿Por qué está pasando esto ahora? ¿A qué se debe la transformación de los valores?
–Creo que es un gran cambio histórico, que viene sucediendo desde hace varias décadas pero que está terminando de plasmarse ahora. En los conflictos escolares más clásicos motivados por las amonestaciones y las malas notas lo que operaba era la culpa que podía ser por haberse portado mal, por no haber estudiado lo suficiente, por haber hecho algo prohibido por los reglamentos. Incluso el mismo alumno se consideraba culpable, sabía que había hecho algo que estaba mal. Ahora, en el caso del bullying, no es la culpa lo que está en juego sino la vergüenza, una noción pública, no privada ni interna, y en una situación donde el problema no es uno sino los otros; son los demás que me juzgan de modo injusto, equivocado y cruel, aunque no se tenga la culpa de nada.
–Entonces, con las redes sociales los espectadores del maltrato se multiplican, a diferencia de lo que ocurría en la escuela…   
–Las redes sociales forman parte de este fenómeno que a su vez forma parte de la transformación de la subjetividad, de cómo nos construimos como sujetos y nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Las redes sociales serían un fruto de esa transformación, son un fenómeno que tiene más o menos 10 años y que se popularizó en los últimos 6, pero los cambios que yo analizo, como el bullying, como problema, vienen gestándose desde hace más tiempo. Las redes sociales no solamente multiplican los efectos del bullying –sobre la subjetividad, la familia, la convivencia con los otros, la sociabilidad– sino que también estarían dando cuenta de una transformación de nuestros valores.
–¿Por dónde pasan las soluciones?
–Creo que ante esto la solución no existe, tanto la culpa como la vergüenza funcionan como mecanismos de control social. El hecho de que la culpa haya perdido parte de su fuerza y de que la vergüenza se haya magnificado en principio no es ni bueno ni malo pero creo que es un dato que hay que tener en cuenta. Las cosas cambiaron y no deberíamos tratar de entenderlas y solucionarlas como si fuera lo mismo que ocurría antes. Hoy si un profesor reprende a un alumno porque no estudió o porque se portó mal, la acusación puede recaer sobre el docente, acusado por los padres y la sociedad porque causó una vergüenza al alumno, mientras que la culpa de este último es cuestionable. Esa mirada del otro que tanto se busca seducir y conquistar contiene siempre la posibilidad del fantasma terrible de la vergüenza, del papelón, el pánico al bullying generalizado que puede extenderse más allá de la escuela. Es un riesgo que estamos dispuestos a correr por ese delicado equilibrio entre cuidarse y mostrarse, y frente a esto no tenemos muchas defensas.
–En su último libro usted reflexiona justamente sobre el rol que ocupa la escuela como institución en medio de la incorporación de las nuevas tecnologías de la información…
–En Redes o paredes se plantea esta oposición. Por un lado las paredes siguen existiendo y cada vez más reforzadas, blindadas, con alarmas, barrios cerrados. Sin embargo para las redes informáticas, tan importantes en estos días, es lo mismo el espacio público y el privado, el tiempo de trabajo y el de ocio, esas redes ignoran las paredes, lo cual no significa que no existan más sino que se resignificaron y probablemente se hayan anulado como mecanismo de poder; las redes las desactivan. Lo que sucede ahora demanda ciertas habilidades y un equilibrio muy delicado, porque por un lado tenemos que exponernos y mostrarnos, cultivar la propia imagen, y por otro lado y por lo anterior, nos hemos vuelto más vulnerables a la mirada del otro, porque esa mirada que tanto se busca también puede ignorarnos o despreciarnos. Cuando la burla o la difamación se disemina por las redes sociales esa vergüenza o esa humillación se hace más total y sin salida, porque lo que antes solía ser privado, dentro de la paredes de la escuela, se hace público y no hay dónde refugiarse.
–Esta cuestión de la importancia de la mirada ajena retoma de algún modo la obra de Guy Debord, La sociedad del espectáculo.
–En Internet se ve de forma más cruda esa lógica del rating. Lo que da el valor es la cantidad de seguidores, de comentarios, de «Me gusta». Esto es algo que está alineado con la idea de que vivimos en una sociedad del espectáculo, una teoría bastante antigua, de los años 60; sociedades que propician modos performáticos de ser y estar en el mundo, donde se le da más importancia a la mirada ajena. La visibilidad, las pantallas, lo que se ve, el aspecto físico y el comportamiento visible, están siendo privilegiados. Se desplaza el eje de la interioridad, cada vez se la considera menos valiosa y las redes sociales serían más un efecto, un síntoma de esas transformaciones.

María Carolina Stegman
Fotos: Jorge Aloy