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Los derechos que faltan

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Desde hace más de 40 años la médica feminista trabaja por la salud sexual y reproductiva y lucha por la igualdad de género. En este diálogo, avances y retrocesos, legalización del aborto, violencia en tiempos de aislamiento e inequidades en la labor de las mujeres en la ciencia.

Poner en la agenda pública temas como la salud sexual y reproductiva de las mujeres, la educación sexual, el VIH y la violencia de género, le valió a Mabel Bianco ser elegida entre las mujeres «más influyentes e inspiradoras del mundo» en la lista «100 Mujeres de la BBC» 2019. Se recibió de médica en la Universidad del Salvador, es máster en Salud Pública por la Universidad del Valle (Colombia) y especialista en Epidemiología y Estadística Médica por la Escuela de Epidemiología de la Universidad de Londres. Presidenta de la Fundación Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), es además coordinadora de la Campaña Internacional Las Mujeres No Esperamos, Acabemos la Violencia contra las Mujeres y el VIH/SIDA. YA! y del Grupo Internacional de Mujeres y el Sida –IAWC–. Desde el año pasado es también defensora de género de diario Perfil.
–Desde hace décadas lucha por los derechos de las mujeres en general y por los derechos sexuales y reproductivos en particular. ¿Cómo fueron sus primeras experiencias?
–Empecé a plantear el tema ante las cifras de mortalidad materna en el país y las diferencias con países vecinos que tenían igual o menos servicios de salud. En ese entonces en Chile se trabajaba muy bien sobre la planificación familiar, y por lo tanto había menos muertes por abortos clandestinos que acá. Me vinculé con grupos que estudiaban la mortalidad materna en los países de la región y trabajé con los grupos de la Red de Salud de Mujeres de América Latina y el Caribe, cuando recién comenzaban. En 1983, con la llegada del gobierno democrático, trabajé con el grupo de Raúl Alfonsín, donde desde Salud teníamos como prioridad combatir el hambre, pero además, promover los derechos de las mujeres y mejorar sus condiciones. Con el equipo de Maternidad, Infancias y Estadísticas se realizó el estudio de mortalidad materna en Ciudad de Buenos Aires, que puso en evidencia las muertes por abortos inseguros, con un claro subregistro. A lo largo de los años el trabajo por la defensa de los derechos de las mujeres y niñas se fue ampliando y vinculando con otros aspectos. La violencia siempre fue un tema relacionado con los derechos sexuales y reproductivos pero también con el VIH, la Educación Sexual Integral (ESI), la participación laboral de las mujeres y la responsabilidad de los cuidados que limitan la participación no solo laboral, sino también la participación política y social de las mujeres.
–¿Cuáles fueron los avances y dónde hubo retrocesos?
–Logramos mucho, como la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, la Ley de Violencia de Género, la Ley de Educación Sexual Integral, la de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes, la Ley de Matrimonio Igualitario, incluso la Ley de Divorcio, la patria potestad compartida, la identidad de género, la Ley de Trata. Tenemos una Ley de Paridad y Cuota Sindical que no se termina de cumplir. Pero nos falta la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Y vamos a seguir trabajando hasta lograrlo.
–¿Cree que estamos más cerca de la legalización del aborto?
–Sí, estamos más cerca, porque mayoritariamente hay ciudadanos y especialmente jóvenes y adolescentes que perciben la necesidad de permitir a quien necesita un aborto, no arriesgar su salud y su vida. Muchos entienden que esto implica una injusticia muy grande, porque quienes tienen recursos, no solo económicos sino también sociales, pueden ejercer ese derecho. Y quienes no los tienen corren riesgo de enfermar y morir. Pero lo cierto es que aún la Interrupción Legal del Embarazo, permitida por el Código Penal desde 1921, es rechazada por muchos.
–¿Cuál es hoy el rol de las mujeres en la ciencia y la salud?
–Los servicios de salud se feminizaron, hoy las mujeres predominan entre el personal de salud, médicas, enfermeras, auxiliares, técnicas. También ganaron terreno psicólogas, trabajadoras sociales, sociólogas, técnicas de nutrición, obstétricas, y sigue la lista. Pero esto tiene también su contracara. En muchos casos los salarios son más bajos, entonces hay especializaciones que no son de interés para los hombres. Sin embargo, el aumento de las mujeres no se condice con los cargos de conducción. Son muy pocas las directoras de hospitales, las jefas de servicio, excepto en enfermería y otras áreas técnicas donde son solo mujeres las integrantes. Tampoco se ven en cargos de ministerios o secretarías. Hoy estamos viendo una situación excepcional con la doctora Carla Vizzotti como secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio de Salud de la Nación, que tiene a su cargo el operativo de control y manejo de la pandemia y es casi más visible que el ministro Ginés González García, pero no es lo habitual. En la medida en que se mejoraron las condiciones salariales, en enfermería, por ejemplo –que alcanza nivel universitario–, ahora se ven enfermeros. Con respecto a la ciencia, son muchas las mujeres que desde hace tiempo vienen trabajando en el campo de la investigación médica y la salud, pero tardan más en alcanzar niveles más altos en la carrera científica.
–¿A qué atribuye la persistencia de este tipo de desigualdades?
–Hace más de 20 años, como resultado de la conferencia Internacional de las Mujeres en Beijing, China (1995), donde se habló sobre la igualdad entre hombres y mujeres en distintos campos, recibí el llamado de la médica Christiane Dosne Pasqualini, en ese entonces jefa de investigación en el Instituto de Inmunología de la Academia Nacional de Medicina. Quería consultarme acerca de una invitación que había recibido de una organización internacional científica para hablar sobre las diferencias de mujeres y hombres en la carrera científica. Como buena investigadora, realizó un estudio para formular y fundamentar su presentación. Trabajó sobre el rendimiento de las mujeres y los hombres en la carrera de investigación en medicina en el CONICET, y como resultado surgió que las mujeres tardaban muchos años más en ascender que los varones, y esto se veía por el menor número de papers que publicaban, en gran parte como consecuencia de la maternidad, que las dejaba relegadas en el tiempo, y porque eran además más exigentes y publicaban algo cuando tenían resultados más evidentes. Como tutora en la carrera científica empezó a estimular para que publicaran más, a tratar de adecuar la continuidad de las actividades en momentos de maternidad y a considerar que el cuidado y crianza de los hijos son elementos que les impiden progresar igual que los varones. Sabemos que esto sucede en gran parte de la vida laboral de las mujeres, que se ve afectada por las tareas de cuidado no remunerado que concentran, y que por eso ganan menos. Más que brecha salarial, se trata de desigualdad laboral.
–¿Por qué a las mujeres les resulta más difícil llegar a lugares de poder?
–Nos cuesta porque la sociedad está armada sobre valores patriarcales que jerarquizan al hombre sobre las mujeres. Para poder llegar, nosotras tenemos que ser dos o más veces mejores de lo normal. Si sobresalimos, entonces sí nos empiezan a prestar un poco de atención. Pero también somos pasibles de ataques para que no sigamos queriendo ascender. Esa es la norma y por eso nos cuesta. Si somos condescendientes y aceptamos reglas de subordinación, nos permiten estar e ir subiendo de a poco. La independencia y autonomía es algo muy negativo para nuestras carreras, pero no las debemos abandonar nunca.

–¿Cómo cree que impacta en la mujer el aislamiento en medio de la pandemia?
–El método que requiere la prevención del COVID-19, el aislamiento, es lo que afecta a la otra epidemia, la de la violencia contra mujeres y niñas. Porque las obliga a estar encerradas los siete días de la semana y las 24 horas conviviendo con el agresor real o potencial. El riesgo de padecer violencia de mujeres y niñas en hogares con antecedentes de violencia es alto y en los que no tienen antecedentes puede ocurrir. Este es uno de los efectos negativos del aislamiento. Dentro de las formas de violencia, el abuso sexual en la infancia es muy frecuente en el país. UNICEF reconoce que una de cada cinco niñas ha sufrido un episodio de abuso sexual en su vida hasta los 19 años, y los niños, en menor medida, también lo padecen. En cuarentena esta grave situación las deja más expuestas y es un problema al que el Gobierno nacional y los Gobiernos provinciales no han dado respuestas, más allá de ciertas recomendaciones. Además, el sistema de protección, que es resultado de la articulación de los niveles nacional, provinciales y locales, no funciona bien, de forma que ni este ni los otros problemas del impacto negativo del aislamiento están reconocidos ni atendidos adecuadamente.
–¿Cómo evalúa la salud sexual y reproductiva en este contexto?
–Los cuidados de la salud sexual y reproductiva también sufrieron un impacto negativo. La continuidad del uso de métodos anticonceptivos no está siendo asegurada, porque las mujeres y en especial las más jóvenes no quieren salir por miedo a infectarse o a ser paradas en la calle por las fuerzas de seguridad y que no sepan que se trata de una atención esencial. También sucede que hay muchos centros de salud donde se retiran en forma gratuita que están cerrados o atendiendo solo COVID-19. Si bien sabemos que muchos servicios están funcionando y tienen a disposición métodos anticonceptivos, hay que profundizar en informar y capacitar a todos sobre lo esencial que es la salud sexual y reproductiva. Así lo ha manifestado la Organización Mundial de la Salud, y lo ratificaron todos los ministros de Salud en la última asamblea mundial. Es tan importante como asegurar la alimentación y otro tratamiento prolongado de cualquier enfermedad crónica. Se debe reconocer y se debe eliminar el requisito de la receta médica para favorecer su acceso, además de asegurar la provisión para más de un mes y así evitar que tengan que salir nuevamente a buscarlas.
–¿Cómo analiza las respuestas frente a situaciones de violencia de género?
–En general cuando hablamos de violencia de género hablamos de la que ocurre en el interior de las parejas o en ámbitos como la escuela o el trabajo. Pero está la violencia institucional, que es la más difícil de ver. Es esa violencia que ejercen las instituciones cuando nos niegan prestaciones, o cuando nos retacean o niegan un derecho. La violencia obstétrica está dentro de esta categoría porque son las instituciones que niegan el derecho a la atención del parto humanizado o la interrupción de un embarazo permitido por la ley. Como el caso extremo de la niña de 12 años en Santiago del Estero, a quien se le mintió la edad gestacional para negarle el aborto. Eso es directamente una violación de sus derechos humanos. El abordaje de la violencia debe ser brindado en primer lugar por los organismos gubernamentales en todas sus instancias. Las puertas de entrada son varias, pueden ser el servicio de salud o la comisaría o el servicio social, pero falla la articulación entre los distintos ámbitos. Muchas veces los mecanismos dependen de personas que establecen vinculaciones, y cuando alguna cambia de posición, se destruye lo construido. El principal problema es la incapacidad de estos organismos de asegurar el seguimiento y acompañamiento de las mujeres y especialmente cuando hacen una denuncia y están muy expuestas. Esto es lo más grave. La otra gran falencia es la falta de protocolos de atención uniformes para todo el país.
–¿Se imagina una nueva sociedad cuando todo esto haya pasado?
–Deseo y trabajo para que seamos capaces de superar las desigualdades. El COVID-19 está demostrando que son muchas.

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