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Memoria de siglos

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A poco de cumplirse 100 años de la muerte de Roca, Osvaldo Bayer reflexiona sobre su legado en la historia argentina. Los pueblos originarios y la militancia por la verdad.

 

Figura central del pensamiento nacional a partir de rigurosas investigaciones de gran valor histórico, Osvaldo Bayer se revela a sus 87 años como un intelectual en permanente actividad, comprometido con las causas populares, la verdad y la justicia. Además de sus muchos y fundamentales trabajos publicados, los cuales han iluminado zonas de conflicto y sucesos políticos silenciados u opacados en las narraciones oficiales, el historiador, escritor y periodista continúa investigando y colaborando en medios gráficos, en tanto recorre desde hace más de 10 años distintos puntos del país para ofrecer charlas sobre historia política. Como si fuera poco, recientemente sumó la actuación teatral a sus múltiples actividades al aceptar un protagónico en la obra Las putas de San Julián, pieza basada en un capítulo de La Patagonia rebelde, el célebre libro de Bayer que aborda en cuatro tomos la feroz represión y matanza del Ejército durante la huelga de los trabajadores de Santa Cruz en 1921.
Entrevistado por Acción en su casa ubicada en el barrio porteño de Belgrano (bautizada como El Tugurio por el escritor Osvaldo Soriano), el también autor de Rebeldía y esperanza; Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia y Los anarquistas expropiadores y otros ensayos –entre sus diversos trabajos–, habla con voz firme y pausada sobre un amplio abanico de temas, entre los que sobresalen la situación de los pueblos originarios y el desenmascaramiento de personajes influyentes de la historia como el ex presidente Julio Argentino Roca, figura a la que dedicó tramos importantes de su obra, de cuya muerte se cumplen 100 años el próximo 19 de octubre. «¿Cómo podemos adoptar a un genocida como héroe?», se interroga con asombro e indignación al aludir al promotor de la Campaña del Desierto que exterminó y despojó de sus tierras a los indios. Una de las razones por las cuales Bayer y un colectivo de militantes impulsa desde hace años una cruzada para cambiar los nombres de calles, plazas y monumentos públicos que rinden tributo a Roca y otros responsables de crímenes y atropellos contra las comunidades indígenas.
–¿Qué sentido actual le asigna al centenario de la muerte de Roca?
–Tiene el sentido de toda una generación que cambió el sistema en Argentina. Esto es, que terminó con los principios de la Revolución de Mayo. Recordemos que la Asamblea del año XIII había aprobado el Himno Nacional donde se canta «Ved en trono a la noble igualdad». La noble igualdad. «Libertad, libertad, libertad». Toda esa generación de Roca va a fundar una Argentina totalmente diferente. Lo que fue Roca para la historia argentina se demuestra en los dos ministros de guerra del ex presidente Nicolás Avellaneda. Se funda la Sociedad Rural y su presidente –Martínez de Hoz– pide que se termine con los pueblos originarios y que esa tierra se utilice para la producción, para la cual están ellos, los estancieros. Entonces, Avellaneda encarga a Alsina un plan respecto de cómo ganar esas tierras y qué hacer con los pueblos indígenas. Así, Alsina propone un proyecto increíble: la denominada «zanja de Alsina», que consistía en hacer una ancha excavación para que los indios no pudieran llevarse las vacas de los estancieros. Pero Alsina se muere al año y el proyecto no sigue adelante. Ahí Avellaneda nombra a Roca como nuevo ministro de Guerra, dado que había sido el mejor oficial en la Guerra del Paraguay, y le encarga que haga un plan. Y Roca escribe que es un disparate hacer una zanja. Dice textualmente: «Hay que imitar a los Estados Unidos, que inventaron el Remington para exterminar a los sioux y a los pieles rojas». Avellaneda aprueba esto, se importan 10.000 Remington de Estados Unidos y se hace la Campaña del Desierto. Un verdadero genocidio. Bueno, eso hicimos los argentinos. Y este señor tiene hoy el monumento más grande de la ciudad de Buenos Aires.
–Sin embargo su figura sigue concitando reconocimientos.
–Por cuestiones que se han omitido. Lo que nunca se nos dijo en los colegios ni en las universidades es que Avellaneda y Roca restablecen la esclavitud en la Argentina. Esto se puede comprobar fácilmente. Sólo resta ir al Archivo General de la Nación y pedir los diarios de enero de 1879. Ahí aparecen los avisos oficiales que dicen: «Hoy entrega de indios. A toda familia de bien que los requiera se le entregará un indio varón como peón, una china como sirvienta y un chinito como mandadero». Es decir, que se esclavizaba también al niño. Están también las crónicas de los periodistas que describen la entrega de indios en las plazas de Buenos Aires. Las familias indígenas están en las plazas acorraladas por los soldados y entonces el indio ve cómo entregan a su hijo, mientras la madre lo aprieta contra su pecho y grita desesperada. Y se lo quitan igual. Bien, está toda esa descripción del dolor inmenso de los indios, de los «salvajes», «los bárbaros», según las palabras de Roca en sus discursos. Otra cosa que tampoco se nos dijo fue que la Sociedad Rural recién fundada por Martínez de Hoz cofinanció la Campaña del Desierto. Están los avisos en los diarios. Por cada cupón de 4 pesos que compraran los estancieros se les entregaría después de la Conquista una hectárea de tierra. Está el decreto de Avellaneda dándole 4 millones de hectáreas a 1.832 estancieros de la Sociedad Rural. Por todas estas cosas es inadmisible que Roca tenga un monumento. Mientras tanto a San Martín lo mandamos a Retiro, sobre un caballito flaco y tapado por la Torre de los Ingleses. Y Roca en un lugar central de la ciudad y a pocos metros de la Plaza de Mayo, donde se debate la libertad del país. Bueno, es necesario saber la verdad y retirar ese monumento.
–¿Por qué considera de especial relevancia retirarlo?
–Yo espero que antes de irme definitivamente saquen el monumento a Roca. Hace ya 12 años que estoy luchando por eso. Pero mientras esté Macri como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires será imposible. Para él Roca es un ejemplo, un modelo a seguir. Además, a ese monumento lo levantó un gobierno no democrático: el gobierno de la década infame. ¿Y quién era el vicepresidente de entonces? El hijo de Roca, quien lo impulsó. En el acto de inauguración aparecen en primera fila todos los representantes de la Sociedad Rural. Con eso está todo dicho.
–Más allá de Roca, usted también lleva adelante una pelea para que localidades que llevan el nombre de personajes vinculados con el genocidio de los pueblos originarios recuperen su denominación auténtica. ¿Cuál es el sentido de realizar esos cambios?
–Bueno, por una condición de respeto hacia los pueblos originarios, los que vivieron hace siglos allí. Y son todos nombres bellos, algunos muy poéticos. Y justamente se cambiaron por los de políticos argentinos. En toda la zona sur, en la zona patagónica, las ciudades y pueblos llevan los nombres de todos los denominados oficiales de la Campaña del Desierto. Lo mismo el caso del Perito Moreno, cuando en realidad fue un alcahuete, porque el Perito Moreno que viajó por todas las regiones de los pueblos originarios fue el que le dio todos los datos a Roca para que hiciera la Campaña del Desierto y quien le dijo dónde estaban los indios peligrosos y los no peligrosos. Después trajo a los prisioneros indígenas y los mostraba en el museo como si fueran bestias salvajes. Es más, los llevó con sus vestimentas a Europa para mostrarlos. Ese fue el Perito Moreno.
–El objetivo de cambiar los nombres, según explica, es una forma es reconocer el lugar en la historia de estas comunidades.
–Es rescatar los nombres bellos de ellos y no los de políticos, ricachones o propietarios después de la Campaña del Desierto. Por ejemplo, hay una ciudad en La Pampa que se llama Ataliva Roca, por su hermano. Sarmiento inventó el verbo «atalivar», porque Roca cobraba la coima. Sarmiento decía: «El General Roca hace esos negocios y su hermano Ataliva». Bien, «atalivar era cobrar la coima». Y nosotros aceptamos el nombre de una ciudad como Ataliva Roca. Otro caso: Coronel Rauch, en la provincia de Buenos Aires. Yo propuse que se llamara Arbolito, por el ranquel que mató a ese coronel prusiano, incluso estudiantes de esa localidad también lucharon por eso, pero no se aprobó. Sigue llamándose Coronel Rauch. Recordemos el primer comunicado de este hombre cuando es contratado nada menos que por Rivadavia para exterminar a los indios ranqueles. Dice: «Hoy para ahorrar balas hemos degollado a 27 ranqueles». Punto. No explica ni siquiera por qué hubo que matarlos. No. Sino para ahorrar balas. Rauch: europeo, cristiano y occidental. Y nosotros en homenaje a ese miserable tenemos una ciudad.
–Es decir que se presentan fuertes resistencias ante estas iniciativas.
–Por supuesto. Principalmente de los políticos conservadores. El poder ha sido conservador y ha visto a los pueblos naturales como enemigos, como invasores, cuando han vivido desde hace siglos antes que los blancos.
–Usted ha indagado con profundidad y conocido de cerca la realidad de los pueblos originarios, ¿cómo viven?, ¿cuál es su situación hoy?
–Viven cada vez más aislados. Se están perdiendo todas las culturas. Ya los nietos no hablan más el idioma de sus antepasados. En la Constitución Nacional se aprobó que tienen que recibir la enseñanza en los dos idiomas: en castellano y en el suyo original para mantener la cultura. Y eso no se cumple para nada. Yo he visto las escuelas bilingües solamente en Laguna Paiva, en Santa Fe. Pero en el norte no vi nada de eso. Donde más se mantienen ellos es en la zona del Chaco y en la Patagonia. Allí, si bien conservan costumbres, estas se van perdiendo cada vez más.


–Hablemos de su condición de intelectual itinerante. ¿Hasta dónde cree usted que hay que continuar con esto de recorrer los pueblos? ¿Por qué cree que es importante?
–Porque la democracia tiene que ser, primordialmente, justicia y gobernar para todos. Nosotros, a partir de toda nuestra historia, tendríamos que tener el deber de coparticipar con los pueblos originarios y respetarlos en sus culturas. También aprovecharnos de ella en el sentido de aprender las cosas buenas que tienen ellos. Yo lucho por lo que se denomina «la paz eterna», aquello que soñaba el filósofo Kant. Y la paz eterna se logra solamente reconociendo los derechos de los demás. Esto es, hacer un país multicultural, en la paz y en el respeto. Esa es la verdadera democracia. Y no lo que vivimos nosotros, donde se cree que la democracia es poner un papelito blanco en una caja de cartón cada dos años. Respecto a esto por lo menos tendría que haber un principio. Habría más democracia si todos los partidos políticos pudieran contar con la misma suma de dinero para la financiación de sus campañas. Pero hay algunos que presentan solamente entradas de sus afiliados y otros que cuentan con millones de la industria. Eso no es democracia. Es decir, el señor Macri tiene millones para entrar en los barrios más pobres y para que lo voten en las villas miseria, mientras otros partidos políticos que defienden los derechos de esas personas no tienen capacidad financiera para hacer propaganda. Voy hacia una verdadera democracia, hacia una democracia de base. Y esto no es democracia. Tampoco la de Europa. En Alemania, el mejor país de Europa económicamente hablando, el presidente de la república y otros funcionarios cercanos ganan 55.000 euros por mes, mientras que los trabajadores sin trabajo cobran por el seguro de desempleo 300 euros por mes. ¿Eso es democracia? Hay que denunciar estas cosas. Y fundamentar todos estos principios, hacerlos conocer por medio del periodismo, en conferencias y demás. Todo esto lo digo en conferencias. No he cobrado nunca por ellas.
–¿Qué conclusiones saca de este trabajo militante?
–Yo digo siempre que mi vida valió la pena. Por ejemplo, el tema del monumento a Roca ya cuenta con miles de personas que lo discuten. Hemos logrado el triunfo en 26 ciudades argentinas que han quitado el nombre de Roca a sus calles. Pero falta mucho por hacer. No nos tenemos que conformar solamente con cambiar el nombre de calles sino que también tenemos que cambiar las condiciones sociales. Y esa es una lucha larga. Yo he sufrido 13 dictadores militares en mi vida, en mis 87 años, y estas es la primera vez que he visto morir a dictadores en cárceles comunes, como es el caso de Videla. Creo que ya nunca más vamos a sufrir estos dictadores…
–Y respecto de su obra, ¿qué valor le asigna?
–Estoy muy contento porque mi obra es el origen de toda una ideología que vuelve a estar presente, como lo es el anarquismo y los valores de la lucha de esos primeros trabajadores. Son increíbles las huelgas patagónicas, en esa época, en esas regiones. Con la custodia militar que había, hacer una huelga demuestra un gran coraje civil y una gran pasión por la justicia. Creo que han servido de ejemplo a otros trabajadores. Además aquello de que todo se resolviera en la asamblea. Por ejemplo, un dirigente no podía durar más de dos años sino que debía volver a trabajar a la fábrica y nunca más podía volver a ser dirigente. Esos temas, y otros, se resolvían en asambleas. Hay ahí un gran sentido de la democracia al sentirse todos iguales y cada uno con valor para hacer eso. Creo que mis libros se han leído mucho y han demostrado la valentía de los obreros en las huelgas patagónicas y de los hechos realizados por los anarquistas expropiadores. Digo, el ejemplo de Severino Di Giovanni que realizaba asaltos de muchísimo dinero y siempre se dedicó a publicar libros y su periódico y no a tener una vida confortable. Él siempre vivió humildemente.
–Usted pasa mitad del año en Alemania y mitad en Buenos Aires. De alguna manera siguen estando presentes las marcas del exilio.
–El exilio me cambió totalmente la vida. Tengo una vida muy diferente a la que llevaba antes del exilio. Toda mi familia quedó en Alemania. Esto es, mi mujer, mis cuatro hijos, mis diez nietos y ahora tres bisnietos. Yo tenía una vida familiar muy intensa acá. Luego mis cuatro hijos estudiaron en Alemania cada uno en una ciudad diferente. Mi hija vive en Italia. Los nietos también viven en diferentes lugares porque ya la mayoría de ellos están en la universidad. En cambio, antes vivíamos todos acá.
–¿Cómo son los seis meses acá?
–Me la paso dando charlas en el interior del país. Ahí donde me invitan voy. Ahora con el teatro hemos hecho una gira por Santa Cruz. Estamos ofreciendo Las putas de San Julián, que es el capítulo de La Patagonia rebelde que cuenta el caso de las prostitutas que se levantan contra los soldados por los fusilamientos y los sacan del prostíbulo. Eso lo tomó un dramaturgo del Teatro Cervantes y realizó una versión teatral. Y me puso como protagonista a mí. Yo soy el investigador que va allí.

Pablo Provitilo
Fotos: Jorge Aloy

 

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