11 de julio de 2024
Especializada en el pensamiento de Nietzsche, la docente de Metafísica interpreta la realidad actual y hace un profundo análisis del Gobierno libertario. La teología política.
Catedrática destacadísima de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA –de Puán, como se la llama–, donde se desempeña como profesora regular de Metafísica y Problemas Especiales de Metafísica, y como directora de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad, Mónica Cragnolini es licenciada y doctora en Filosofía. Ha publicado varios libros y numerosos artículos en revistas académicas y otros medios. Es investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y, sin duda, una autoridad en su campo de especialización: el pensamiento nietzscheano y postnietzscheano, además de la filosofía de la animalidad.
–Considerando su especialización, ¿cuál es su análisis, desde esa perspectiva, de la situación política y social que atraviesa la Argentina bajo el Gobierno anarcocapitalista?
–Desde un punto de vista nietzscheano, estamos ante la obra del resentimiento más profundo. Ese es el modo en que el presidente Milei accedió al poder, frente a otros modos de pensamiento y otras formas de gobernar. En La genealogía de la moral, Nietzsche desarrolla precisamente cómo el resentimiento y la venganza produce lo que él llama el ideal ascético. El resentimiento, en el fondo, es resentimiento ante lo vital, es decir, ante todo aquello que significa transformación. Alguien podría decir que la mayoría votó a Milei buscando un cambio, pero sucede que ese cambio no significa para el existente humano una vida mejor, sino todo lo contrario. Desde el principio, ese cambio se planteó como sacrificio, sufrimiento, dolor, padecimiento, penuria, etcétera, en función de una lejana esperanza. En ese sentido, estamos ante el renacimiento de la teología política.
«El cambio se planteó como sacrificio, sufrimiento, dolor y penuria en función de una lejana esperanza. Estamos ante el renacimiento de la teología política.»
–¿Teología política? ¿Por qué?
–Claro, teología política, en la caracterización de Carl Schmitt, cuando se refería a que la política ya no tenía grandes valores. Que es lo que acontece con la secularización de la modernidad, en la cual ya no es posible apelar a valores trascendentes para organizar la vida humana. En consecuencia, la política se vuelve pragmática e instrumental; pero este pragmatismo requiere todo el tiempo de un gran valor, de un ideal sublime diría Nietzsche, que responda a la necesidad de que la política vaya más allá del mero ámbito político.
–¿Un sentido superior?
–Un principio que vaya más allá de lo que simplemente se hace. En el caso del Gobierno libertario esto se manifiesta en la fuerte inclinación mística, en la recurrente invocación del más allá y de las fuerzas del cielo, y en el gran valor, el valor superior al que apela: el valor sublime del mercado. Por eso digo que se trata de teología política, que es la forma que toma el resentimiento. El mercado y la libertad de mercado como referente primero y último para todas las acciones humanas, incluso también con carácter místico, porque Milei volvió a hablar de la «mano invisible» del mercado, algo de lo cual no se hablaba desde la época de Adam Smith. Esa recurrencia acerca de que habría algo no humano, que podría salvarnos de las contingencias de nuestra existencia, me parece que es teología política. Y no solo eso, sino también una expresión de fanatismo moral, cuyo análisis podemos encontrarlo en Nietzsche cuando critica el imperativo categórico de Kant como un concepto totalizante y por eso hipnótico, dice él, para alguien débil.
–Es decir, un concepto totalizante se vincula con el fanatismo moral, según Nietzsche.
–Claro, porque una totalización no permite la diferencia. Estamos viviendo la fanatización libertaria que impugna toda diferencia respecto del gran valor, la libertad de mercado. Esa libertad, sin embargo, es solamente para el ejercicio de las propias opiniones, porque cuando aparece una opinión que se opone al valor superior del mercado de inmediato viene el rechazo, la aniquilación del otro y la estigmatización.
Redes sociales
–¿Pero cuál sería el origen o el objeto del resentimiento puesto en la base de esa teología política de mercado?
–Es un resentimiento hacia todas las formas anteriores de Gobierno, de todo aquello que entre dentro de las categorías estigmatizantes de los libertarios, que son las que utilizó Milei en el discurso de Davos: zurdos, colectivistas, socialdemócratas, etcétera. La astucia de La Libertad Avanza fue haber hallado un medio no explotado lo suficiente por las otras corrientes políticas, las redes sociales, y el hecho de dirigirse al grupo etario de los muy jóvenes, quienes tienen un recuerdo de la dictadura más lejano que el resto de la población. También votó a Milei, por supuesto, gente más grande. Además, está el slogan sobre la «casta política», pero que yo sepa, en un sistema de castas, también está la casta de los parias. De todas maneras, esa idea de «casta política» concentró el resentimiento.
«Los libertarios entronizan el mercado como un principio superior. Para Milei se presenta como una superpotencia ordenadora y por encima de lo humano.»
–Pero además del resentimiento hay odio.
–Justamente, volviendo a Nietzsche, para él el resentimiento provoca odio hacia todo aquello que signifique un impedimento de lo propio y deseable, es decir, la libertad de mercado. En otras palabras, que yo, como individuo, pueda por mis propios méritos obtener lo que quiero para mí. Y para eso es necesario romper con todo el tejido social, porque si yo soy pobre es por mi falta de méritos y, por lo tanto, no merezco ser rico.
–¿En qué medida, respecto de este fenómeno, se puede hablar de nihilismo en el sentido nietzscheano?
–Bueno, eso es complicado. Nietzsche entendía como nihilismo muchas cosas diferentes. En principio, para él, toda la historia de la metafísica es nihilismo, en cuanto plantea un principio supremo que es la nada misma, nihil. A eso lo denomina nihilismo decadente. Los libertarios harían algo similar en cuanto entronizan el mercado como un principio superior, sin advertir ni reconocer que es una creación humana. Esa concepción está todo el tiempo en el discurso de Milei, donde el mercado se presenta como una superpotencia ordenadora, como una «mano invisible» no humana y por encima de lo humano. En ese sentido, diría que nos gobierna un nihilismo decadente. Por eso decía que estamos ante una teología política. Los libertarios se autoproclaman los hombres de bien e instalan valores altísimos, sublimes, con un carácter totalizante y por eso implica un fanatismo moral que se cierra en torno a una figura mesiánica, mística.
–Sin embargo, parece que el principio superior del mercado sería la antítesis de los valores morales supremos, al decir de Nietzsche.
–Parece, porque el mercado es el valor supremo de la época actual. Nietzsche afirma que Dios ha muerto, pero a la vez señala que es tan fuerte la necesidad humana de creer en un principio superior y fundacional que los seres humanos seguirían creando a Dios por mucho tiempo. El lugar de Dios lo podía ocupar el sujeto, la historia, etcétera. En Así habló Zaratustra aparece muy claramente el mundo del mercado.
–«Las moscas del mercado», recuerdo.
–Claro, es cuando Zaratustra habla en el mercado de otra forma de hombre, del ultrahombre, y los hombres del mercado, que son gente pequeña, solo preocupada por lo que poseen –lo que Zaratustra detesta–, le dicen que ellos quieren seguir viviendo como viven, con sus pequeños placeres para el día y la noche. Ese es lo que Nietzsche denomina «el último hombre», quien ha elegido el mercado como su Dios. Cualquier cosa puede entronizarse como Dios. Los «hombres superiores», que van a conocer a Zaratustra, terminan adorando un asno. Y cuando Zaratustra los cuestiona, ellos le dicen que es mejor adorar cualquier cosa, antes que nada. Esa actitud de subordinarse a un principio superior corresponde con el último hombre, el que considera que vive en el mejor de los mundos posibles.
Nihilismo extremo
–Nietzsche también se refiere al nihilismo como falta de sentido del mundo, de la existencia. ¿De ahí la necesidad de cualquier sentido, el asno o el mercado, antes que ninguno?
–El nihilismo como falta de sentido último es, para Nietzsche, el nihilismo extremo; pero, agrega, nadie puede vivir en él sin sentido. El problema del fanático moral, del nihilista decadente, como el libertario, reside en que se aferra a un principio tan totalizante que toda su vida se subordina a eso. Y no admite lo contrario.
–Por lo tanto, entre esa totalización y el autoritarismo existe una estrecha proximidad.
–Y sí, porque el principio supremo, fundacional y totalizante ordena el mundo de manera absoluta. De modo que sí, es una forma de autoritarismo o incluso de totalitarismo.
«El problema del fanático moral, como el libertario, reside en que se aferra a un principio tan totalizante que toda su vida se subordina a eso. Y no admite lo contrario.»
–Un totalitarismo de mercado.
–Sí, sí, porque ya el mercado es una totalización de productores y consumidores, donde toda la libertad que tenemos es elegir el producto que vamos a comprar. Como fenómeno político, el Gobierno libertario es algo nuevo en el sentido de que aparece como un caso raro dentro de las extremas derechas. Estas son, en general, nacionalistas, pero Milei no. En segundo lugar, Milei se dice anarcocapitalista, pero eso supone una contradicción en los términos, porque el capitalismo es un sistema «árquico», es decir, responde a un principio, mientras la anarquía expresa la negación de todo principio. Milei constituye una extraña derecha, un experimento político, como él lo ha dicho, que no gobierna para el bien común, lo cual es increíble.
–Pero lo han votado, en gran medida, para que no gobierne para el bien común.
–Es muy triste eso. Estamos viendo una forma de animalización de los seres humanos, una violencia estructural que parece ser inherente a la cultura humana que se compone, según pienso, de tres ejes: la crueldad, que goza con el sufrimiento del otro, la sarcofagia, que es la ingesta cadavérica de animales, y la virilidad carnívora, que refiere la dieta cárnica asociada a lo masculino. En ese sentido, pensado simbólicamente, el Gobierno de Milei tiene una dimensión caníbal.