30 de mayo de 2022
Uno de los jóvenes profesionales que gana relevancia en los medios opina sobre el rol de la comunicación y la necesidad de generar espacios alternativos.
Apenas cierra la puerta de su casa se cae el picaporte. «Acá no hay pauta», sonríe el entrevistado. Adentro de un despoblado departamento en Colegiales un gato ronronea, omnipresente, y se divierte con un dosificador de bebida para mascotas que hace circular el agua y la mantiene –dice Juan Amorín– a la temperatura justa. Es una de las pocas señales de lujo (si puede considerársela como tal) que está a la vista. El resto: mate, termo, libros, una computadora abierta (en un archivo sobre una figura del mundo judicial), un par de prendas apiladas en un banquito, paredes blancas, un cuadro con un Diego Maradona dibujado en varias versiones. El periodista, con espacio en la pantalla de C5N y en la radio Futurock, tiene 29 años. Todo a su alrededor parece ratificar ese dato. ¿Podrá seguir siendo identificado como «una joven promesa del periodismo»? Otra vez ríe, pero más fuerte: «Se me va a acabando el curro, pero ustedes dirán».
–¿Cómo definís este momento profesional para vos?
–Me siento contento. Fueron años difíciles los que pasamos. Bueno, y los que seguimos atravesando de alguna manera, tal vez por distintos contextos. A mí me tocó egresar como periodista el 10 de diciembre de 2015, el día que asumió Mauricio Macri como presidente. Venía trabajando en el último año de la carrera dando mis primeros pasos como redactor en El Destape. Nos tocó crecer y crecimos, como dice Joaquín Sabina. Fue todo muy vertiginoso. Son pocos los momentos que encontré para mirar hacia atrás, sobre todo en esos primeros años. Muy rápidamente pasé de pasante a redactor, de redactor a columnista televisivo, de columnista televisivo a conductor radial, inmediatamente a conductor televisivo. Agradezco que hayan sido pocos los momentos para parar la pelota y mirar, porque uno a veces se marea con eso. A mí me encanta lo que hago, lo disfruto muchísimo, lo disfruto de verdad, siempre busco la manera de mantener ese romanticismo con la profesión. Soy alguien que funciona un poco a través de la pasión, entonces, más allá de que lo económico que, obvio, es importante para vivir, si no le encuentro un motivo todos los días al levantarme me resulta difícil.
–¿Cómo se puede romantizar el periodismo frente a este divorcio entre la actividad de prensa y, por ser piadosos, los buenos usos de la profesión?
–No creo que haya un desenamoramiento de la profesión, hay un desenamoramiento tal vez de quienes lo ejercen o, en tal caso, de cómo se ejerce. Yo hice un año muy fallido en la Universidad de Buenos Aires, estudiando Derecho. Y rápidamente orienté para acá, fundamentalmente porque no me gustaba lo que veía. Es por la negativa que decido meterme. Y me metí para dar las discusiones que siento que estoy dando y que quiero dar. Hablamos de la necesidad de transformar el periodismo y de devolverle el rol social que perdió, de alejarlo de los carpetazos y de los intereses judiciales y de los intereses tal vez partidarios, no políticos, porque soy alguien que reivindica y mucho la función política también del periodismo. Uno puede quedarse en la queja y decir: «Es todo una mierda, son todos unos operadores», o puede intentar hacer algo distinto. E intentar hacer algo distinto no es una cuestión individual ni por casualidad. Yo no concibo bajo ningún punto de vista que uno llegue y se salve solo. No hay salvadores individuales en esta profesión. Creo en la necesidad de armar equipos. Recién hablábamos de hasta cuándo se es joven promesa, ¿no? Me está pasando de empezar a abrir puertas a los que vienen, hay una camada que está detrás de mí y es importante abrir puertas a esas camadas para permitir justamente que vayamos llegando y que, en la medida que vayamos llegando, las generaciones que están detrás también entiendan que tienen que abrir otras puertas. Esto se cambia de manera colectiva o no se cambia.
–Se necesita ese cambio.
–Aborrezco muchísimo lo que veo cuando enciendo la tele en, digamos, el 97% de los medios de comunicación tradicionales. Pero no por eso me la voy a agarrar con el alma del oficio. Porque muchos de quienes lo ejercen lo hagan para enriquecerse, por intereses individuales o non sanctos, el periodismo no tiene por qué pagar los platos rotos.
–«Medios tradicionales» dijiste, creo que es muy oportuna tu aclaración. Sobre todo, cuando parece que el universo de medios se cerrara solo en dos o tres diarios y tres canales de televisión.
–Hay un nicho que vale la pena y que es necesario fomentar, difundir, acompañar desde donde se pueda. Soy un enamorado de esos proyectos alternativos, comunitarios, que no tienen nada, absolutamente nada que envidiarles a los medios tradicionales y que demuestran que les pueden competir mano a mano. Yo tuve la suerte de ser jefe de redacción de El Destape, vivir desde adentro todo su crecimiento y hoy está ubicado como quinto o cuarto portal más leído del país, muy cerquita de grandísimos medios que cuentan con una estructura y con una historia detrás muchísimo más importante en cuanto a resortes económicos y a la caja de resonancia también. Formo parte de Futurock, que es un espacio que adoro, que amo y en el que elijo estar desde hace cuatro años ya, y donde también todas las mañanas hacemos y tenemos la suerte de contar con material periodístico que termina metiéndose en la agenda de los medios. Soy un lector de Tiempo Argentino, consumo constantemente medios alternativos y creo que ahí surgió un nicho muy interesante, sobre todo para quien estudia periodismo, ¿no? Quien entraba en la carrera podía decir: «Yo quiero trabajar en cuatro o cinco lugares». Bueno, hoy esa oferta es muchísimo más amplia, mucho más variada.
–Es una buena noticia en medio de otras no tan buenas o pésimas.
–Siempre que tengo la suerte de ser convocado para dar charlas en facultades de Comunicación, en escuelas de periodismo, digo lo mismo: dejen de mirar tanto los medios tradicionales con los que crecimos y empiecen a mirar para otro lado, donde se puede estar mejor y, sobre todo, ejercer la actividad desde una libertad no restringida, sin los condicionamientos que indudablemente sí tienen los medios tradicionales. Hay ahí obviamente otras cuestiones que hacen también a la situación del periodismo actual que tienen que ver con la precarización, con las necesidades de muchos periodistas de tener tres o cuatro trabajos, si tienen la suerte de conseguirlos. Creo que también es algo para poner en agenda, para discutir y para no olvidar. No dejo de pensar en la cantidad de colegas que hay, tan o más talentosos que uno, y que no tienen la posibilidad de tener un espacio o que tienen que bancar una familia y no alcanza con un solo laburo y a la vez tampoco hay tres o cuatro laburos para agarrar. Es algo que no puedo dejar de mencionar, al margen de que, obviamente, el surgimiento de esta enorme cantidad de medios alternativos, en distintos formatos, aporta a una pluralidad de voces que democratiza la palabra.
–Viviste en carne propia el poder de un medio no tradicional, cuando publicaste en El Destape una denuncia sobre aportantes truchos para la campaña de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. Aquella noticia, aún silenciada por la hegemonía comunicacional, tuvo impacto público pero escaso resultado judicial y político.
–Es frustrante. Me pasa que en esa causa para mí se nuclea todo, toda la podredumbre de la que hablábamos del periodismo, de la política, del Poder Judicial. Pero también hay algo muy lindo que pasó ahí, una conexión, incluso un compromiso que para mí tiene que existir por parte del periodista a la hora de contar una historia, de acompañar a las personas a los juzgados, sin las cámaras, digo, sin buscar el efecto o la consecuencia en beneficio de uno. Yo he ido a hacer las pericias caligráficas con ellos, los acompañé a las cámaras electorales, los contacté con abogados. Después está todo el otro costado que tiene que ver con el poder real en la Argentina, con quienes forman parte del poder real y lamentablemente nunca pagan. Hay cientos de personas a las que les robaban la identidad, está recontra probado, les falsificaron la firma, los afiliaron a un partido político, hoy siguen afiliados al PRO. Hubiese sido otra la historia si el partido político que cometió este delito hubiera sido otro, si llevara la letra K habría tenido otro desenlace, y sobre todo, si las personas involucradas pertenecieran a otro sector de la sociedad. No tengo ninguna duda de que si la identidad robada hubiera sido –no estoy haciendo un juicio de valor– de Marcos Galperín, de Carlos Bulgheroni, de cualquiera que tuviera otras posibilidades económicas, seguramente habría sido diez veces más grande el escándalo, habría sido diez veces más rápida la Justicia y probablemente hoy tendríamos condenados con sentencia firme. Hubo un hecho premeditado, les robaron la identidad a personas que cobran planes sociales, que viven en barrios humildes, que no tienen la posibilidad de acceso a internet siquiera, servicios básicos, que no tienen la posibilidad de dedicarle tiempo a ir a juzgados, a ir a estudios jurídicos, armar presentaciones judiciales. No es fácil para una persona que vive en un barrio humilde pararse de pronto frente a una cámara de televisión y denunciar a los gobernantes y al propio Estado que en muchos casos es quien sustenta su único ingreso mensual. Estas personas, bueno, confiaron en mí. Y, por otro lado, está todo lo podrido que a uno lo desencanta. Quiero quedarme más con lo primero que con lo segundo.
–Un mes de pauta oficial a Clarín equivale a 34 años en un medio cooperativo o alternativo, no parece sencilla la discusión mediática.
–Es una discusión que nos debemos y que, sobre todo, resulta muy incómoda para la política. Creo que con la Ley de Medios (Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual) hubo algunas intenciones de avanzar. Tal vez sea una cuestión nostálgica ya, pero cuanto más tiempo pasa, uno más la valora. Le faltaban tal vez muchísimas cosas, pero era indudablemente mucho mejor que el panorama con el que nos encontramos hoy. Creo que hay una discusión pendiente respecto de cuál es el rol del Estado sobre los medios de comunicación, hay una discusión pendiente respecto de los favoritismos. Creo que en los últimos años se vivieron situaciones muy dolorosas al respecto, con una discrecionalidad y un nivel de arbitrariedad preocupante de los que se habló poco y nada. Me parece que a la política le falta también una convicción de dar esas discusiones. Hay mucho por hacer, y no hacer es también una decisión política. La inacción también es una decisión en este punto. Es elegir que nada cambie y es elegir que, en definitiva, cinco grandes jugadores sigan concentrando una muy buena parte de las voces y que aquellos que logran romper con esa hegemonía tengan que lograr un trabajo descomunal para hacerlo, que sea todo un mérito de hecho hacerlo, que sea la noticia, la excepción. Vale preguntarse cuántos otros habrían llegado y habrían permitido que la oferta sea un poquito más variada, si hubieran tenido el acompañamiento necesario del Estado.