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Los cambios en el proceso de integración regional a partir de la restauración neoliberal que gana terreno en varios países de Sudamérica, la disputa por la hegemonía global y la orientación comercial de la política exterior argentina según la visión de una reconocida especialista.


Directora del Área de Relaciones Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) e investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), asegura que su principal virtud es aportar una mirada que mezcla la teoría y la práctica sobre temas internacionales. Doctorada en Relaciones Internacionales y Economía por la London School of Economics, fue consultora de la Cancillería y es autora de libros como Luces y sombras de una nueva relación: el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la Sociedad Civil y El ALCA y las Cumbres de las Américas ¿una nueva relación público-privada?, con Mercedes Botto. Su mirada está mayormente orientada al comercio exterior. Es así como uno de los temas que más la ocupan hoy en día es el «regionalismo posthegemónico», concepto con el que explica la actualidad de los países de la región en esta época de declive de la supremacía estadounidense. Asegura que vivimos una «oportunidad única» para el crecimiento, sin embargo duda de que los nuevos gobiernos de Latinoamérica, abanderados del neoliberalismo, sepan aprovecharla.    
–En una nota publicada el año pasado dijo que la política internacional del macrismo es «solo apetito por negocios». ¿Ha cambiado esa orientación desde entonces?
–No, es su marca de origen. Esto que se dice «los CEO al gobierno» de alguna manera es la visión de la política internacional que tiene mucho más que ver con la búsqueda de negocios que con un alineamiento político. Estos negocios pueden ser más para la élite gobernante que para el país, es cierto, pero ese es su perfil. Y esto marca una diferencia con la historia de las relaciones internacionales en nuestro país, donde lo político siempre tuvo preeminencia. Lo cual no quiere decir que anteriormente no haya habido negocios, pero nunca había sido tan claro que el marco iba a ser este, o sea el «no político».
–En esta búsqueda de negocios se hicieron muchas concesiones: disculpas a España, encapsular el tema Malvinas, intentar aislar a Venezuela… ¿Sirvió para algo?  
–Por lo visto, inversiones no hay. Creo que fue un poco ingenua la visión. Es cierto, las inversiones productivas necesitan ciertas condiciones políticas: garantías, previsibilidad o un marco legal. Pero también hace falta un país que crezca y un mercado interno activo. Y esto es lo que el macrismo no ha podido dar. En cancillería se ha puesto gente con mucha experiencia y que conoce la cultura de empresa privada. Entonces sí sabían qué era lo que una empresa necesitaba y quería, pero lo que no pudieron es armar el país que las empresas necesitaban.
–¿Cuál debería ser la actitud del gobierno frente al caso venezolano?
–Sobre todo, mediar, ya que allí tenés una semi guerra civil. Los sectores que apoyan a Maduro no entienden de qué habla la oposición cuando denuncian avasallamientos en los derechos civiles, que están ocurriendo, y a la oposición le importan poco los derechos económicos y sociales efectivamente logrados por los que apoyan al gobierno. Por eso abrir un canal de diálogo es fundamental.
–Las sanciones, como la expulsión del MERCOSUR vía la cláusula democrática, no parecen seguir ese camino.
–Eso no sirve para nada. Y en parte no se termina aplicando, porque hay muchos países de la región que le venden trigo, leche o subterráneos a Venezuela. Las sanciones dañan primero al pueblo, pero también al inversor. No tienen sentido, hay muchos estudios sobre su poca efectividad. Las sanciones o no se aplican o son contraproducentes. En este marco es una pena que la mediación del papa no haya funcionado, porque los dos sectores se referencian con la Iglesia Católica. Creo que Francisco se retiró porque entendió que no iba a ser tenido en cuenta.    
–Qué está sucediendo en la región: ¿Una restauración conservadora o solo un cambio de época?
–Obviamente hay un cambio de época. Pero son olas. La restauración es más bien neoliberal. Hay mayor apetito de negocios, hay mayor desregulación económica, pero después está la política: las elecciones, las manifestaciones, las resistencias, las negociaciones o las especulaciones. No se sabe en cinco años dónde estamos otra vez.

–Los nuevos gobiernos de la región, ¿suman o restan para la integración latinoamericana?
–Aportan, pero de una manera diferente. Le quitan a la integración la característica «solidarista» que hubo en los últimos años. Pero a las redes de comercio le aportan. Por ejemplo, se está hablando ahora de un tratado de libre comercio con Chile. Va haber integración en algunos campos. No la que nos gusta, no la que yo pensaba, no la de los pueblos, pero las redes de comercio se van a fortalecer.
–¿Tiene futuro el MERCOSUR?
–Futuro tiene. Ningún organismo se entierra. Se reconstruye, se reconfigura, va siguiendo los cambios de gobierno y de época. Ya lo dieron por muerto varias veces y sin embargo todavía está. El MERCOSUR tiene una red de acuerdos que, es cierto, no crecieron, pero no se desarmaron. Hay compromisos enormes que no están en los titulares de los diarios, pero que existen: legales, comerciales y de inversión. También entre las universidades y de acreditación de título. También hay que ver si cuando hablamos de futuro nos referimos a esa imagen utópica que imagina «llegaremos y todos unidos triunfaremos». Eso no sé si va pasar. Pero va a seguir existiendo de diferentes maneras: para Macri va a ser una cosa, para el que venga luego será otra cosa o para Tabaré Vázquez otra diferente.
–¿Qué debe hacer el bloque para lidiar con las diferencias de economías que hay ente sus miembros?
–Se negocia. La política no es lineal. Por supuesto que hay diferencias, dentro del país y entre los países. Se soluciona con cláusulas de salvaguardia que permitan márgenes de maniobra. El mejor ejemplo es la Unión Europea. Tuvimos en 2005 una cantidad de referendos que rechazaban el Tratado de Lisboa y así fue como se reinterpretó ese tratado. Las decisiones nunca pueden quedar cristalizadas. Además, están los que pelean por sus derechos y fuerzan la situación. Uruguay, por ejemplo, siempre se sintió muy apretado entre Brasil y Argentina, y tienen razón. Entonces, ¿qué puede hacer un débil ante dos fuertes? Bueno, amenaza con irse o con irse con uno más fuerte. Y así fuerza a negociar. No va a reclamar rogando.        
–Usted señaló que se presentaba una gran oportunidad para nuestros países porque se daba un «regionalismo posthegemónico». ¿De qué se trata esto?
–Sí, decía que, por un lado, el regionalismo no venía mandatado por EE.UU. No era el ALCA o los acuerdos de libre cambio de la época del Consenso de Washington. Este regionalismo tiene una construcción posthegemónica, en el sentido de que las hegemonías están en disputa. La segunda característica es que el regionalismo había dejado de enraizarse en lo comercial, como lo fue por ejemplo en los 90 con el MERCOSUR, para tener un contenido de política social: una mirada de educación compartida, de salud, de derechos sociales o migratorios.
–¿Y cuánto de todo esto sigue vigente hoy?
–Bueno, la disputa de la hegemonía estadounidense continúa por Alemania o por China. El otro factor, con los nuevos gobiernos neoliberales, es lo que está en duda. La posibilidad de continuidad está, pero hay una tensión o una pregunta: ¿qué va a hacer el regionalismo posthegemónico en esta restauración neoliberal? Las condiciones internacionales están dadas. Desde que Trump dice que la globalización no le sirve, hay una disputa por quién la dirige.   
–¿Se espera mayor presencia de China en la región?
–Sí, por varias razones. Primero por el tipo de crecimiento, que conlleva una internacionalización. Se están metiendo en la provisión de semillas con la compra de Syngenta, ya estaban en el tema de energía e infraestructura. En segundo lugar, porque al mismo tiempo hay en la región una «sed» de infraestructura. El nuevo mundo post hegemónico necesita una nueva geografía. En vez de estar mirando hacia el Atlántico norte, como en los últimos 200 años, hoy se mira hacia el Pacífico y hacia el sur. Esas nuevas geografías necesitan conexiones: caminos, redes eléctricas, ferrocarriles y puertos. Entonces, en este desgranamiento de la hegemonía unipolar, China hoy está creciendo más rápido de lo que veníamos viendo dos años atrás.
–¿Y qué recaudos deben tomar los países para no caer en nuevas dependencias?
–Como siempre: no entregar demasiado. Siempre pasa que cuando un país presta, impone condiciones. Hay que tener cuidado. Por ejemplo, hace unos años en nuestro país hubo una discusión porque se supo que la mano de obra para la construcción de una represa no iba a ser argentina. Esos recaudos son los que se podrían tomar: que la mano de obra sea nacional, que se respeten los derechos laborales, que se deje sindicalizar a la gente, que haya condiciones de trabajo decente.    
–¿La visita de Angela Merkel a nuestro país tuvo que ver con la búsqueda de nuevos mercados?
–Parcialmente. La visita tuvo que ver con la reunión del G20, que ellos presiden este año, y a la Argentina que le tocará dirigirlo el año próximo. A Merkel le correspondía legar su agenda, para ver cómo se combina con los intereses argentinos. Pero sí, además, hay interés en Alemania por diversificar sus mercados. Sin embargo, en Argentina ya hay grandes empresas de ese país, como la Volkswagen, Mercedes Benz, Bayer y Siemens, que paradójicamente todavía casi no han prometido nuevas inversiones. Su compromiso ha sido tan bajo que alcanzaría solo para pintar una fábrica. Pero es lógico que no quieran invertir, no es momento, hoy no tenés un mercado en crecimiento, entonces todavía hay capacidad ociosa.

–¿Cuánto cambia la situación para Argentina y para la región con el gobierno de Donald Trump?
–Trump da una oportunidad, pero no sé si será aprovechada. Plantea un cierto repliegue global, que no es total, porque sí es en lo migratorio, en lo productivo y lo comercial, pero no en lo financiero. Buena parte de sus nombramientos son gente de Goldman Sachs. Y con alguno de los principales bancos fue que Argentina obtuvo deuda por 100 años. Ese tipo de negocios financieros, que el gobierno le está sirviendo en bandeja, sería lo negativo. En lo productivo podría ser una oportunidad, porque no van a estar queriendo imponer la globalización. Si se retiran efectivamente de la globalización productiva, la región pasaría a tener un margen de maniobra inédito en los últimos 30 o 40 años. En los 90 había un solo polo, todos competían por venderle tres tornillos a EE.UU. y la verdad es que no había otro lugar a dónde ir. Y antes estabas de un lado o del otro de la cortina de hierro, occidental o comunista. Hoy están China y Alemania, hay muchas oportunidades de negocios. Es un momento único, no sé si lo sabrán aprovechar.    
–¿Qué tan importante es para nuestro país que se solucione la crisis política que atraviesa Brasil?
–Mucho. Económicamente uno pediría que se resuelva como sea, pero como la economía nunca va desatada de lo político, no da lo mismo cómo se dirima. La gravitación de Brasil en la región, junto con Venezuela, fueron fundamentales en los últimos 15 años. Necesitamos un respiro en Latinoamérica. Precisamos orden para que esto arranque, pero también alguien que lidere una nueva oleada antineoliberal.    

Fotos: Jorge Aloy

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