Voces | ENTREVISTA A FORTUNATO MALLIMACI

Política y religión

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Diego Pietrafesa

La visita de Javier Milei a un templo evangélico en Chaco expuso los vínculos entre los cultos y el Gobierno. Radiografía de la influencia de las creencias en el poder, en Argentina y América Latina.

Portal del Cielo. El templo en el que el presidente brindó un discurso político.

Foto: Captura de pantalla

El presidente Javier Milei juró su cargo sobre «los Santos Evangelios», los cuatro textos agrupados en el Nuevo Testamento. Sus citas religiosas se centran más en el Antiguo Testamento, con Moisés como profeta preferido. La Torá, el libro sagrado de los judíos, también es fuente de consulta y, previsiblemente, no aborda referencia alguna al Corán, pilar del Islam. El primer mandatario desembarcó recientemente en el territorio evangelista con su visita a la inauguración de un templo de la iglesia «Portal del Cielo» en la provincia de Chaco.

«El culto evagélico crece sostenidamente en la Argentina», sostiene Fortunato Mallimaci, sociólogo, profesor de Historia Social Argentina e investigador del Conicet en la temática de Sociedad, Cultura y Educación. En 2020 Mallimaci participó en la producción de la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina. El estudio reveló que la cantidad de católicos en el país cayó del 76,5% al 62,9% entre 2008 y 2019, mientras que en ese mismo período los evangélicos crecieron del 9% al 15,3%. Hace ya cinco años el trabajo señalaba que el mayor desarrollo de ese culto se encontraba en el Noreste argentino (NEA) y en el Noroeste argentino (NOA).

–Hay en ese culto una organización no tan reglada, ¿verdad?
–En la medida que cada pastor crea su iglesia, esa iglesia tiene una impronta muy personal, pero tiene la dificultad de no crear una burocracia de largo plazo. Se ha creado la Asociación Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina, que asocia a mucho de ese mundo pentecostal, pero no a todo. Está la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, que asocia a los metodistas, los luteranos, los anglicanos. Las Asambleas de Dios son importantes, las bautistas también. Y más allá de lo que mucha gente piense, las «pare de sufrir» de los brasileños están muy establecidas en todo nuestro país, pero va muy poca gente asiduamente. Concurren en situaciones puntuales.

–¿Cómo encuadra en el universo evangélico la Iglesia de Chaco?
–La Iglesia Evangelista como la del Chaco es relativamente nueva, asociada a iglesias norteamericanas, con una fuerte cultura de demostrar con el dinero que Dios te ha elegido, la predestinación. Pero es una pequeña iglesia, tanto es así que después de la presencia del presidente numerosos pastores de todo tipo en todo el país fueron muy críticos con la utilización política y religiosa que se intentó hacer en ese acto.

–¿Y qué fue a hacer Milei a una iglesia tan pequeña?
–Creo que él va a buscar al Chaco apoyos, me parece que en algún momento siente que su programa, su proyecto, está entrando en tensión. Tiene en los obispos católicos hoy una gran voz opositora, que no tenía antes. Cuando Milei dijo que el papa Francisco era el maligno, la gran mayoría de los obispos católicos hizo silencio. A partir de la muerte de Francisco se han liberado más. Ves a obispos en manifestaciones, ves las palabras en el Tedeum, ves cómo acompañan las marchas de los jubilados o la de los trabajadores del Garrahan.

Mallimaci. «Sin creencias no hay religión, política ni liderazgos».

Foto: Horacio Paone

–Lo religioso parecería ser esencial en Milei…
–Leyendo un poco su historia, es una persona que, de larga data, ha tenido presente en su vida lo religioso y lo místico. Creo que hay ahí una combinación de creencias, un vínculo muy fuerte también con su hermana desde su historia familiar. Es la idea de ser el llamado, el elegido, convocado por un dios para cumplir determinadas tareas.

–¿Es un fenómeno nuevo?
–Esto (lo religioso, lo místico) se ha dado mucho en la política en América Latina, también en la Argentina. Lo que tenemos de novedoso es que en Milei el vínculo con ese ser superior es explícito y muy fuerte, y forma para de la manera que el presidente tiene de comprender el mundo y la sociedad. Además, la gran mayoría de la dirigencia en nuestra modernidad occidental y latinoamericana no expresa lo religioso y lo místico en el espacio público. También se diferencia porque históricamente la mayor parte de los presidentes que se habían asomado a la religión en el espacio público lo había hecho conectados con el mundo católico.

–¿Y cómo lo hace Milei?
–Milei tiene un fuerte contacto con el mundo judío. Participa de actos y eventos de la comunidad, pone de embajador en Israel a Axel Wahnish, a quien llama su «líder espiritual» y, desde ya, tiene una política exterior muy pegada a Israel y Estados Unidos. Y tiene, lo vimos en Chaco, un diálogo espiritual pero no religioso con el mundo evangélico.

–El ancla espiritual del presidente apunta a otra gran consigna religiosa: la recompensa llegará, tal vez no acá, no ahora, pero llegará…
–Hay una larga cultura judeocristiana en nuestra sociedad que es la idea de la promesa, yo te prometo que vas a estar mejor. Para cumplir esa promesa ¿se puede actuar de manera pacífica o se debe hacer de manera violenta? Tengo que dar signos de esa promesa, tarde o temprano hay una esperanza que aparece frente a esa promesa y la espera no es sencilla. Tengo que alimentarla. Tengo que buscar un chivo expiatorio y mostrarme como una fuerza del cielo que combata a las fuerzas del infierno.

–Los judíos tienen en sus escrituras la Tzedaká, un concepto que significa justicia y solidaridad, la restitución del derecho de un semejante a vivir con dignidad. Los católicos tienen el «Tuve hambre y me diste de comer» en boca de Jesús. Milei claramente no comulga con esas visiones. ¿En qué cree?
–Milei cree en una serie de premisas económicas religiosas, porque lo que él cree lo cree como religión, como verdad absoluta, esta idea del bien y el mal, todos o ninguno, el cielo y el infierno. Son concepciones religiosas fuertes que ya las religiones instituidas tienen cada vez menos. Pero sí es muy útil para gente convencida, que lo que está haciendo es un llamado de dios, un llamado del bien, para transformar la sociedad en el mundo. De ahí proviene también el anarcocapitalismo, la antipolítica, la destrucción del Estado: destruyo aquello que Dios me pide porque ahí está el demonio. Claro, entran ahí los enfermos, los que reciben subsidios, los que no pueden por su propia cuenta. «Bueno –piensa–, si Dios no los eligió, yo tampoco».

–Con ese argumento costaría creer en religión alguna…
–Sin creencias no hay religión, pero sin creencias tampoco hay políticas, sin creencias no hay liderazgos. El desafío es encontrar cómo las religiones acompañan como eje vertebrador de una sociedad más justa. Volviendo a una vieja frase, como volver a que nada de lo humano nos resulte ajeno.

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