Voces

Romper el silencio

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Presidenta de la Federación de Comunidades Indígenas del Pueblo Pilagá, analiza el inédito fallo de la Justicia argentina que reconoce la masacre de Rincón Bomba como un crimen de lesa humanidad. La importancia de la memoria colectiva y el rol de las mujeres de su tierra.

Cipriana Palomo todavía está muy conmovida por el gran logro de la Federación de Comunidades Indígenas del Pueblo Pilagá, que ella preside. Luego de 14 años de juicio, consiguieron, a comienzos de julio, un fallo inédito en la Justicia argentina en el que se reconoce que la masacre pilagá de 1947 en Formosa fue un crimen de lesa humanidad, perpetrado durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón. Se trata de una matanza indígena silenciada durante muchos años. Conocida como la Masacre de Rincón Bomba, se inició el 10 de octubre en el paraje La Bomba, cercano a la ciudad formoseña de Las Lomitas, en donde miles de pilagás se habían congregado en torno a un sanador llamado Tonkiet (Luciano Córdoba). El Escuadrón 18 de Gendarmería Nacional, bajo el falso argumento del «malón», fusiló con rifles y ametralladoras a familias enteras. Muchos trataron de huir, se dispersaron por el monte, pero fueron perseguidos y asesinados. Los militares violaron a niñas y mujeres, y destruyeron y quemaron los restos humanos para ocultarlos. Quienes sobrevivieron fueron encerrados en Reducciones Indígenas, sometidos a trabajo esclavo y desarraigados de su cultura.
Hace aproximadamente 15 años los ancianos y ancianas sobrevivientes pudieron empezar a hablar y contar lo que habían vivido en aquel octubre sangriento. Este proceso de memoria fue acompañado por el trabajo de investigación imprescindible de la cineasta Valeria Mapelman, que se plasmó en el documental y libro Octubre Pilagá. Relatos sobre el silencio, en el que se confirmó la decisión política de asesinar a los pilagá. Se estima que ese 10 de octubre había unas 4.000 personas y solo escaparon 500.
La Federación está integrada actualmente por 23 comunidades, todas distribuidas en el departamento de Patiño, en el que viven más de 7.000 personas. Cipriana Palomo (Noolé, su nombre pilagá), que es hija de una sobreviviente de la Masacre de Rincón Bomba, estuvo recientemente en Buenos Aires –junto a Norma Ríos, consejera del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y oriunda de Formosa–, para contar la experiencia de la comunidad frente al fallo judicial, que no solo nombra como delito de lesa humanidad el crimen de Estado contra el pueblo pilagá, sino que también ordena acciones de reparación como indemnizaciones, becas escolares e incluir la fecha conmemorativa en el calendario escolar.
–¿Cómo está la comunidad después del fallo de la Justicia por el cual se reconoce la Masacre de Rincón Bomba como un delito de lesa humanidad y se proponen una serie de medidas reparatorias para la comunidad pilagá de Formosa?
–Como presidenta de la Federación Pilagá creo que es un fallo histórico para nuestro pueblo. Por primera vez en la historia argentina se ve un fallo tan importante como es el del juez Fernando Carbajal hacia el pueblo pilagá, reconociendo el hecho como delito de lesa humanidad. Pero los pilagá todavía no estamos muy enterados. Fuimos a cada comunidad a explicar la sentencia, pero es tan complejo el idioma de lo que es la Justicia, que al pueblo pilagá le cuesta entender bien la sentencia. Hay muchas palabras del derecho que no las puedo traducir en pilagá porque no existen. Una tiene que leer mucho, incorporar, y saber transmitir al otro, para que el otro pueda entender. Tenemos que masticarlo mucho más, tenemos que estudiarlo para poder volcarlo en un idioma más fácil. Creo que todavía las comunidades no pueden ver la magnitud de este fallo. Se reconoció el testimonio de los abuelos, y todo eso fue muy importante.
–¿Cómo fue la situación de su mamá que, siendo una niña, sobrevivió a la Masacre?
–Mi mamá había ido a Las Lomitas con su abuela, con su papá, con su mamá, con todo el clan familiar. Estuvieron en La Bomba porque había un sanador, un hombre que curaba y que leía la Biblia. Los pilagá fueron ahí porque escucharon eso. Mi mamá era chica cuando sucedió esto. Decía que antes los ancianos tenían mucha conexión con la naturaleza, ellos podían entender el idioma de los animales. La abuela de ella decía que escuchó un zorro que aullaba ahí cerca (de La Bomba) y que eso significaba que se tenían que ir porque iba a pasar algo feo. Entonces, la familia de ella se fue temprano a la tarde, pero mucha gente de la familia de ella se quedó. Y ella contó que, cuando llegaron, lejos se escucharon los primeros tiros y se tuvieron que tirar cuerpo a tierra hasta que cesaron los tiros y recién ahí pudieron volver a caminar. Pero cuando ocurrió la matanza ella no estaba en La Bomba, ya se había ido. Perdió un tío, una tía. Los fusilaron con ametralladoras. La persecución pasó distintas etapas. Ellos iban escapándose de todo eso por el monte, escondiéndose. Había mucha gendarmería y policías que andaban en caballos. Después llegaron a ser prisioneros en Estanislao del Campo, a 40 kilómetros de Pozo del Tigre. Había mucha gente prisionera. Al otro día fueron todos trasladados a Bartolomé de las Casas, donde había una Reducción de Indios. Mi mamá vivió muchos años ahí con su familia, hasta que creció. Pudieron escapar después de muchos años, porque ahí eran esclavos, cosechaban maíz, algodón, los hombres sembraban, hacían madera en el aserradero. Para comer no les faltaba, pero nunca les pagaron un peso por todo el trabajo que hacían.

–¿Cómo era la vida para los pilagás en la Reducción?
–La situación ahí era muy controlada, por una iglesia, por Gendarmería, por Abel Cáceres, que era el director de la Reducción. Ese hombre manejaba a todos los pilagás, que tenían que trabajar. En 2005, cuando los ancianos se animaron a contar la historia de la masacre, recién mi mamá pudo contar. Ella ya tenía hijos grandes, hijas grandes, nietos, bisnietos, pero nunca nos contó lo que sucedió, por miedo. Estaba en su memoria, pero nunca lo había contado. Hubo miedo, pero la memoria de los ancianos fue muy importante para que ellos se abrieran a contar la historia de la matanza y la persecución.
–¿Cómo se animaron, después de tantos años, a empezar a hablar?
–Los ancianos empezaron a abrirse para poder dialogar, para poder hacer la demanda al Estado. Los ancianos tenían que reunirse todo el tiempo, contar la historia, eso es lo que los motivó a contar a cada uno su experiencia, cada uno de lo que sabía de lo que le pasó a su familia, a dónde fue, a dónde se escaparon, qué familiares perdió. Las mujeres tienen mucho protagonismo, porque han denunciado cosas sobre las que capaz los hombres no hablaron, como las violaciones a las niñas; hay muchos testimonios muy fuertes de lo que le fue pasando a cada mujer, cómo han sufrido. Yo no sabía nada, nunca nos contó nada mi mamá. Ella, cuando empezó a hablar, contaba todos los días, contaba una parte, otra parte, se acordaba y volvía a contar.
–¿Cómo surge la idea de demandar al Estado nacional?
–Fueron muchas reuniones, siempre había gente que acompañaba esto, ONg que acompañaron mucho para que los ancianos se sintieran seguros. Pero también hubo una documentalista, Valeria Mapelman, que filmó ahí para sacar el testimonio en vivo y en directo. Ese testimonio podía servir también para la causa. Para ellos (los ancianos) fue muy importante, pero también fue muy doloroso, porque los ancianos lloraban mucho, porque revivir el pasado era muy doloroso.
–¿Cómo es la reacción de las personas más jóvenes cuando se empieza a conocer lo que fue la masacre?
–Para nosotros fue duro, porque no podíamos creer que le haya pasado una historia tan triste a nuestros antepasados, cómo han sufrido. La Federación y las escuelas tratamos de trabajar fuerte en el tema de la memoria, porque había que transmitirles a los niños y los jóvenes lo que sucedió, el esfuerzo de los ancianos para poder llegar a esto, lo que es una sentencia ahora. Pero siempre a través de una organización que ellos mismos realizaron, que acompaña la causa de ellos que es el genocidio del pueblo Pilagá. Es muy importante y hay que trabajar mucho para la concientización de los jóvenes de la comunidad.
–¿Cómo trabajan el tema de la memoria?
–Cada 10 de octubre hacemos un acto en conmemoración de la Masacre de Rincón Bomba en Las Lomitas, donde se efectuaron los disparos, donde la comunidad vivía antes. Pero también tratamos de ir a dar charlas a las escuelas, mostrar la película Octubre Pilagá. Relatos sobre el silencio, mostrar qué es lo que pasó, para que los jóvenes estén preparados para defender el derecho indígena. Nosotros nos basamos en los derechos, y que los mismos jóvenes sean los protagonistas de defender a los ancianos o defender a una comunidad. Entonces, creo que es la manera de mostrar cómo los abuelos han sufrido porque no tuvieron defensa, ni el castellano, pero también porque hubo un Estado que tomó represalias contra ellos cuando estaban desarmados.

–¿Cuál le parece que es hoy el rol de la mujer pilagá en la comunidad?
–Creo que el rol de la mujer en la comunidad cambió mucho en el nuevo siglo, las mujeres tienen mucho protagonismo porque están saliendo de sus casas. Muchas veces hemos hecho capacitación en el tema de la violencia de género, y cuesta mucho porque tal vez no existían las cachetadas o levantar la voz, pero sí eso de «vos cuidá a tus hijos», todo el tiempo para la mujer eran los hijos, ella es la que se mueve si se enferman en la familia. Pero ahora el papá puede llevar al doctor y la mamá puede quedarse, son pequeñas cosas que hay que trabajar, porque no es fácil. Hablar de violencia de género fue difícil, porque también están los temas de la Iglesia [NdR: la mayor parte de la comunidad pilagá es evangélica]. Yo he conversado mucho del tema de que las mujeres se quieren separar, porque son mujeres que quieren activar, quieren salir, quieren ir a la escuela, quieren estudiar, y muchas veces el marido dice «no, ya sos grande, tenés hijos, no podés estudiar». Muchas veces no ayuda la familia, que es conservadora y dice «Dios no quiere que te separes, aunque sufras, aunque estés triste, aunque llores, tenés que estar con tu marido». Yo muchas veces he cuestionado esas cosas. ¿Acaso Dios quiere que sufra esa mujer a costa de que esté con su marido?