Voces

Señales de resistencia

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Excandidata a vicepresidenta del PT, la dirigente comunista brasileña recalca errores de comunicación con el pueblo que beneficiaron a Bolsonaro. El protagonismo de las mujeres en el marco de un modelo represivo y la necesidad de la unidad para defender la democracia.

Manuela D’Ávila reúne cuatro condiciones que en el Brasil de estos días la transforman en un blanco móvil para el nuevo poder. Es mujer, feminista, comunista y además, periodista. Marcas de identidad que en un país donde se eligió a un presidente de extrema derecha, son también señales de resistencia. De paso por Buenos Aires estuvo acompañada por su pequeña hija Laura, fruto de  la relación con el músico Duca Leindecker. También junto a ella recorrió diecinueve estados de Brasil en una campaña extenuante para los comicios en los que finalmente triunfó Jair Bolsonaro. De apenas 37 años, la excandidata a vicepresidenta, que compartió la fórmula con Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT), milita desde su adolescencia en Porto Alegre. Una vez volcada a la política por completo, tres veces consecutivas tuvo la satisfacción de ser la diputada estadual y federal más votada en Río Grande do Sul.
–¿Qué significado tiene hoy ser una mujer pública, militante del Partido Comunista y feminista en este Brasil?  
–Creo que hay por lo menos dos miradas acerca de eso. La primera es lo que significa para ellos, que ponen el tema del odio sobre las personas de izquierda y entre estas, sobre todo las mujeres. No por nada yo he sido una de las dirigentes más cuestionadas durante la elección. Porque tienen una narrativa donde el enemigo común es el comunismo y dentro de él, los y las jóvenes, y entonces creo que surge de ahí un poco el centro de los ataques. Pero, en segundo término sucede que ahora hay una resistencia en Brasil por parte de mucha gente, pero en especial, de mujeres jóvenes. Ese es el punto de encuentro que tenemos. Por eso nos atacan, porque es nuestra mayor fortaleza. Además, debemos comprender que la crisis y todas las salidas que encuentra la derecha neoliberal perjudican más a las mujeres. Porque si te dicen que el Estado tiene que ser menor, alguien tiene que ser excluido y ese alguien no son los hombres en una sociedad machista: son las mujeres las que pierden.
–¿Entonces qué deben hacer?
–Si tenés menos dinero para la educación, si no conceden becas para los niños, si el presidente sostiene que va a acabar con la educación presencial e improndrá  la educación a distancia, ¿quiénes se van a quedar con los niños?: las mujeres. Yo creo que es por eso que las mujeres están tan involucradas, porque son las que más sienten los impactos de la crisis con el desempleo y las más perjudicadas por las salidas que construyen ellos en la crisis. Entonces, para mí, significa estar en la lucha con la mayoría del pueblo. Porque las mujeres son responsables en una sociedad como la nuestra de los cuidados, de la estructura para preservar a los niños, que es lo primero que reducirá el Estado.  
–En la construcción de sentido que hicieron Bolsonaro y la derecha en Brasil, la eligieron como un blanco selectivo porque son conscientes de cómo están empoderadas las mujeres. ¿Es cierto que las movilizaciones por cuestiones de género tienen una extensa tradición en su país, ya desde la década del 60 y 70?
–Sí, desde siempre. Creo que esa es una de las cosas que tenemos que comprender. Uno de los debates que plantean los demócratas en los Estados Unidos dice que la izquierda perdió las elecciones porque estamos involucrados en la situación de las mujeres. Incluso hay gente en la izquierda que cree en lo que ellos dicen. Es decir, varias personas adhieren a ese supuesto de que es una contradicción tener un proyecto nacional y a la vez la mirada atenta a las mujeres y jóvenes, y en el caso brasileño, a la cuestión racial. Pero en verdad es una cosa estúpida e inimaginable en la situación de Brasil que se piense en la posibilidad de cambiar el país sin enfrentar la desigualdad. La desigualdad tiene un color y un género: los más pobres en Brasil son los negros y, sobre todo, las mujeres negras. Entonces, qué contradicción es ésa para alguien de izquierda si se está en la lucha y con las mujeres en ella. Este momento de la lucha, con miles de mujeres en las calles, empieza más que nada en 2008 y ese dato no es casual, no es un dato cabalístico, porque es el año en que comienza la crisis en el mundo. Tiene que ver con eso. Entonces creo que para comenzar a cambiar la realidad, todos los que defendemos la democracia tenemos que estar unidos. En Brasil va más allá del neoliberalismo, porque hoy lo que está en peligro es la democracia. Y debemos tener en cuenta que la gente no sufre toda de la misma manera la pobreza y la violencia.
–Usted también es periodista. Los grandes medios en Brasil cumplieron un papel clave, como el partido militar y el de las iglesias evangélicas, antes de la elección. ¿Qué análisis podría hacer de la influencia que tuvieron las cadenas televisivas y los principales diarios en su país?
–Yo creo que es correcto pensar que llegamos donde llegamos –y teniendo en cuenta el papel de los medios–, al descrédito de la política, a que todos son iguales y que solo hay una salida para el mundo y que la salida es «menos Estado». Todo eso lo plantearon las cadenas y los diarios. Pero estas elecciones en Brasil también fueron el espacio de la negación de los medios tradicionales y creo que eso es algo sobre lo que debemos reflexionar. El presidente, por ejemplo, no estuvo en ningún debate, lo que siempre ha sido una tradición en Brasil como en Estados Unidos. Las mediaciones que hemos construido en la democracia brasileña pasan por los espacios de debate electoral.
–Bolsonaro optó por otro camino, el de un desmesurado despliegue en las redes sociales, donde volcó toda su maquinaria electoral para construir una subjetividad en base a noticias falsas, prédicas discriminatorias o a favor de la utilización de armas.
–Creo que nosotros tenemos en nuestra cabeza la idea de que internet es solo una plataforma con una hegemonía que antes solo tenía la televisión. Esta dejó de ser tan importante porque allí se ofrece una única versión de la historia. Perdimos de vista que internet es un espacio de organización y de presencia de la gente que está ahí, como en una asamblea popular permanente.
–¿Y qué se puede hacer en ese escenario virtual?
–¿Cómo se organizan nuestros partidos? ¿Por qué las mujeres jóvenes son las más movilizadas? Creo que hay algo aquí que es más profundo y tiene que ver con cambios muy intensos para las nuevas generaciones y es que se modificó la forma de relacionarse en la sociedad. No podemos seguir tratando este tema como si en las próximas elecciones fuéramos a contratar a un periodista y él pusiera el contenido ahí, en una plataforma.

–Carlos Araujo, el marido fallecido de la expresidenta Dilma Rousseff y preso político como ella durante la dictadura militar brasileña, sostenía que el PT cometió un grave error al subestimar el poder de la prensa, al no generar su estructura propia. ¿Qué piensa de esa cuestión?
–Ese es uno de los errores, pero no creo que haya habido solo uno. Otro fue el no haber intentado crear una conciencia popular y una comunicación alternativa. Es un error importante, sí. Pero más que eso, pienso que hay un error subjetivo que es mantener una especie de ilusión en los medios que están. Hubo una idea basada en otro momento de la economía del país, en que la gente podría ganar y cuando empezó la crisis, no hubo espacio para que ganara toda la gente. Las salidas de ellos, de la derecha, son las salidas por las que jamás optaríamos nosotros: como el cambio en la legislación del trabajo, la reforma laboral.     
–¿Cómo se entiende la adhesión de esos sectores populares que antes votaban al PT a un candidato ultraderechista? ¿Cómo se entiende el voto de las mujeres ofendidas por su prédica misógina y de los negros por sus frases racistas?
–Hay muchas razones para entender eso. En Brasil se percibió una conducta de la gente que hablaba sobre lo que Bolsonaro no iba a hacer. La gente muchas veces pensó que las cosas dichas por el candidato a presidente contra las mujeres eran una broma. Creo que nuestro principal error fue no poder establecer diálogos con el pueblo acerca de los motivos de la crisis económica o, por ejemplo, de la necesidad de identificar prácticas machistas y racistas para poder transformarlas. Modificar eso no es una responsabilidad individual y nosotros no supimos llegar a la gente con ese problema. Es un problema de la política, es un problema estructural, es un problema del capitalismo mundial. Fuimos muy confiados. Como cuando pensábamos que el disparate de las fake news nadie lo iba a creer, y no fue así. Cometimos errores en la manera de hablar con la gente.
–¿Cuál es su explicación para que las iglesias evangélicas, las llamadas iglesias electrónicas, se alinearan de una manera decisiva con Bolsonaro y llamaran a votar por él?
–Se comete un error al englobar a todos los evangélicos en un mismo espacio, es lo que hace el fascismo, cuando tilda de comunistas a todos los que se oponen a él. Considero que nosotros hicimos la misma cosa con la gente, con el pueblo, ¿no? Ese fue un error tremendo, porque se trata del 20% del pueblo brasileño. Pero hay que diferenciar. Esas iglesias persiguen fines económicos, pero no la gente que las sigue. Hay una diferencia muy grande entre sus líderes, como Edir Macedo, y los fieles que los siguen.
–¿Qué análisis hace sobre la designación del juez Sergio Moro como ministro de Justicia en el gabinete del nuevo presidente?
–Creo que eso es lo más simple de entender dentro de lo que fueron estas elecciones. Lo podría comprender hasta mi hija Laura que tiene tres años. Sin embargo, lo alarmante es el cinismo explícito en ese nombramiento. Porque Moro, quien pertenece al Poder Judicial y tiene la obligación de garantizar la justicia en Brasil, afirma que actuó en función de intereses políticos y eso no parece problematizarse.
–¿Qué le sugiere un gabinete donde los militares tienen fuerte presencia, sobre todo en Defensa, y más allá de que Bolsonaro y su vice Hamilton Mourâo también proviene de las Fuerzas Armadas?
–Nosotros habíamos logrado hasta ahora que los ministros fueran civiles, pero creo que el punto central no está solo en eso y en los militares. Yo creo que las amenazas a la democracia son más complejas que imaginar a generales comandando la defensa en Brasil. Porque nosotros no hemos tenido un golpe militar en el país en estos años, pero sí hemos vivido un impeachment o la situación judicial de Lula. Ellos, esta alianza que llegó al gobierno en Brasil, creen que poniendo un candidato y proscribiendo a otro, dominan todo. Pero no tienen  la fuerza que pensaban. ¿Por qué Lula sigue siendo fuerte a pesar de que la prensa habla mal de él todo el tiempo? ¿Por qué lo pusieron en la cárcel? ¿Por qué intentaron destruirlo solo hablando? No lo lograron porque él siguió sumando apoyos, creciendo.
–¿Cuál es el mayor desafío que les queda por delante a las fuerzas progresistas en Brasil?
–Construir la unidad. Y comprender que nuestra unidad deberá tener necesariamente dos caminos. El primero es la defensa de la democracia y todo lo que logramos poner en la Constitución de 1988. Incluso con sectores que no estén combatiendo junto a nosotros al neoliberalismo. Porque hay gente de derecha que es democrática y en todo caso es una contradicción de ellos. Y el otro camino es la unidad del pueblo contra el neoliberalismo y cómo va a actuar en Brasil. Será mucho más cruel, más privatizador, con poquísimo Estado, con políticas que no hemos vivido en ningún momento de nuestra historia.

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