Voces

Superar mitos y prejuicios

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Con 20 años de experiencia en la Justicia, Félix Crous asume un nuevo desafío en la Procuraduría de Narcocriminalidad. La necesidad de un nuevo modelo para entender y combatir el tráfico de drogas.

En el marco de un proceso de reformulación del Ministerio Público Fiscal encarado por la  Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó, se pusieron en marcha unidades especiales destinadas a atender problemáticas específicas del delito. Así nació la Procuraduría de Narcocriminalidad (PROCUNAR), junto con la de Criminalidad Económica y Lavado de Activos, la de Violencia Institucional y la de Trata de Personas. Félix Crous, quien anteriormente estuvo al frente de la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por Violaciones a los Derechos Humanos, comanda un equipo de fiscales y funcionarios que trabajan en la generación de estrategias unificadas de investigación del narcotráfico.
La PROCUNAR, en funcionamiento desde febrero de este año, tiene alcance federal y se plantea como principal objetivo recabar información suficiente  para crear «una masa crítica» a partir de la cual los fiscales puedan encarar las investigaciones «de forma más compleja y profunda. Para tener una política criminal profesionalizada, inteligente, no intuitiva, no basada en prejuicios, ni en el sentido común, como la que ha circulado todos estos años», según afirma su titular.
–La procuradora Gils Carbó dijo que la PROCUNAR fue creada para superar las asignaturas pendientes en materia de narcocriminalidad. ¿Cuáles son?
–En primer lugar, la falta de un mapeo profundo del tema en la Argentina. La información está, pero dispersa; no están disponibles ni siquiera los datos más básicos. No sólo para el público, tampoco para los actores estatales. Ha habido un déficit de gestión del Estado y también una disposición de trabajo por compartimentos estancos que deberían estar conectados entre sí; déficit alimentado, además, por la organización federal del país: son 24 policías, las provincias tienen un alto nivel de autonomía y además lo reivindican. Así, el Ministerio Público se pierde al no tener facultades de acción directa sobre las secretarías de Seguridad de cada provincia.
–¿Qué objetivo de fondo se propone en esta gestión?
–Me importa aportar una mirada para que los fiscales piensen el tema de una manera no condicionada por un sentido común fraudulento, formado por lo que circula por los medios de comunicación y por discusiones prejuiciosas. Nos interesa saber efectivamente cuáles son las drogas que están más presentes en el consumo y cuáles son las que tienen mayor incidencia criminógena. Para poner un ejemplo, se suele escuchar que «la droga», así, como si fuera una sola cosa, es el principal factor de crímenes, cuando en realidad esta más que claro que el principal factor es el alcohol. Donde hay mayor presencia de violencia en hechos criminales, violencia familiar, homicidios o accidentes de tránsito, tiene menos incidencia el consumo de sustancias prohibidas por la ley que el alcohol, cuya venta está habilitada.
–Lo ocurrido en la provincia de Santa Fe en los últimos meses, ¿es un caso único o se replica en otros lugares?
–Es evidente que este tema, por sus características de alta corrupción, atraviesa todos los estamentos del Estado. Por supuesto que el caso de Santa Fe no es el único. Pero la pregunta no debe ser si es único, sino si la dimensión que adquirió, más precisamente en Rosario, se puede encontrar en otros lados. Puede ser que este caso haya reinstalado el tema en la agenda, pero siempre lo hace a partir de los mismos tópicos. Nosotros vamos por otro lado, más allá de casos aislados, del prejuicio y de la histeria. Queremos desarrollar una intervención profesional, sistemática y científica, para tener datos y trabajar en red con otros actores. Pero hay en disputa dos modelos de intervención y se enmascara una discusión geopolítica muy importante.
–¿Cuáles son esos modelos en pugna?
–La discusión es si debe haber o no guerra contra las drogas. Esto abre la puerta a la intervención política de otros países. La doctrina de las llamadas «nuevas amenazas globales» incluye el narcotráfico como una de esas nuevas amenazas junto con el terrorismo, cuestiones medioambientales o las pandillas. En esta materia se pide un alineamiento de todos los países como una especie de nueva doctrina de la seguridad nacional, que incluye la intervención de fuerzas armadas extranjeras, inmunidades específicas e instalación de bases. Argentina no está en esa línea, y nosotros debemos saber que cuando uno toma uno u otro discurso, está participando de una puja que, por supuesto, nos excede largamente.
–¿La otra mirada, la que no encara el tema desde la postura de «guerra contra las drogas», tiene una forma sistematizada y organizada? Porque está claro con qué no están de acuerdo, pero no de qué modo se trataría el tema de manera efectiva.
–Están desde los que no comparten las miradas beligerantes hasta los que hablan de la despenalización total. Está claro que para encarar el tema hay que quitarle la ilegalidad y así entender el fenómeno. Así como en cualquier otro delito, para entenderlo, lo primero que hay que hacer es olvidarse de que es un delito y entender el fenómeno como algo pre-normativizado. Al narcotráfico hay que entenderlo como una industria, como fenómeno comercial y financiero. De este modo lo entienden los narcos y así debemos verlo nosotros si queremos comprenderlo. La prohibición es algo que viene siempre sobre el fenómeno. Es posterior a que suceda. Lo que pasa es que, en el debate público, la demonización de otras posiciones que no sean las del prohibicionismo extremo impide la comprensión del tema. Y obstaculiza, también, trabajar en materia de prevención en salud personal y pública. El primer discurso fue prohibir determinadas sustancias, moralizando el tema para luego llegar a su satanización. Se transformó al consumidor primero en un inmoral vicioso y luego en un criminal. Y lo que no estamos discutiendo son cuestiones básicas: qué le pasa a una persona para llegar ahí, qué le pasa cuando consume y qué hacemos para ayudarlo.
–Pareciera que estas posiciones de satanización estarían en retroceso, ¿cómo lo ve usted?
–Esa es una característica general, no sólo de nuestra sociedad. La percepción del consumo de algunas sustancias como la marihuana no tiene la mirada reprobatoria de hace unos años. Hay una mayor permeabilidad para discutir estos temas. Pero hubo una época en la que todo aquel que se declaraba en contra de la criminalización del consumo era llanamente acusado de estar aliado con el narcotráfico. Esto, evidentemente, ya no es así.
–En este contexto, ¿no sería un buen momento para que se debata una nueva ley de drogas?
–El mundo está yendo hacia una revisión de las convenciones internacionales, que son muy duras. La Organización de las Naciones Unidas tiene una convención fijada para 2016 dedicada al tema. La asamblea general de la Organización de los Estados Americanos este año va a debatirlo y hay varios países que le reclaman a la ONU revisar lo hecho en las convenciones de 1961 y de 1982, ambas con la prohibición como encuadre irreductible y con los países maniobrando sobre su nivel de autonomía y hasta algunos claramente confrontándola. Lo acaba de decir el presidente de Estados Unidos, Barack Obama: la política de beligerancia es una política del fracaso.
–En nuestro país, teniendo en cuenta que la Corte Suprema decidió en un fallo no condenar la tenencia de marihuana para consumo, ¿se ha producido un vacío al no haber una nueva ley?
–Pasa que, de hecho, en el fondo ya es legal. La ley está declarada inconstitucional y la Constitución es una norma superior a la ley.
–Pero en algún nuevo caso concreto, hasta que la Corte se expida, puede haber procesados por el tema.
–Depende. La policías y los jueces han desarrollado algún protocolo de no intervención en esta clase de delitos. Y en verdad los procesos son breves o ya casi no hay por consumo. Pero es cierto que esto no es así en todo el país y que hay lugares más duros y resistentes. Una ley aclararía mucho las cosas. Directamente impediría la interferencia en la libertad personal por parte de la policía en algunos casos, con el perjuicio de por sí que esto implica más allá de cómo termine su proceso después. Lo de la Corte marcó la cancha. En realidad, no es ninguna novedad es volver a la jurisprudencia de la primera Corte desde la vuelta a la democracia. Esto ha ayudado mucho, pero todavía no es suficiente.

–¿Cómo evalúa el tema del consumo de paco?
–Cuando uno habla de paco, utiliza una jerga que dice muchas cosas y ninguna a la vez. Estamos hablando de una etapa de la producción de lo que luego se conoce como clorhidrato de cocaína. No sabemos qué es lo que hay ahí adentro. Sabemos que no es un residuo como se dice generalmente, sino una instancia previa a la cristalización y transformación en cocaína que puede ser consumida estirada. Tampoco es una materia prima, ya que tiene un proceso.
–¿La presencia de cocinas de paco evidencia que Argentina dejó de ser un lugar sólo de tránsito y consumo para ser hoy productor?
–La presencia de paco no significa que se esté cristalizando en cocaína. Las cocinas que se han encontrado son de estiramiento, un proceso que es más precario y simple. No es que se cocina como tal, no se elabora en el país. Eso se hace en lo que sería pie de planta, en los lugares donde se cosecha, porque los volúmenes a tratar son muy grandes, ya que la hoja de coca es muy liviana. Así, la logística de traslado se simplifica, porque el volumen es similar al del clorhidrato y el costo es más bajo. Por eso la hipótesis es que lo que se exporta es pasta base y en el lugar de destino se la cristaliza. Puede ser en Argentina o en Europa, más generalmente. Eso puede significar dos cosas: que la pasta base funciona tanto para mercado mayorista como minorista. Puede utilizarse como elemento de consumo y pago mucho más barato de los sectores más marginales, o puede que se use como elemento de gran exportación. Por lo otro, no tenemos los datos como para dar una respuesta tajante. Por una cuestión de posicionamiento geopolítico, nuestro país lógicamente es un lugar de tránsito y, por consecuencia, de consumo. Pero, por una cuestión demográfica, Argentina no es un mercado apetecible: estamos lejos y somos pocos.
–¿En cuáles otras sustancias se debería poner el foco?
–El paco es impactante debido a los sectores sociales donde llega. Ya son vulnerables antes de volverse híper vulnerables después con el consumo de esta sustancia. Otro gran tema son las drogas de diseño. Hace poco tuvimos dos muertos en una fiesta electrónica en la Costanera. Pero, bueno, pareciera que no existe la misma percepción si se presenta a un chico estereotipado, totalmente deteriorado por el consumo de pasta base, siempre vinculado con hechos de violencia, se lo localiza en la villa y lejos de uno, que si la alta burguesía termina con dos muertos en una fiesta exclusiva. Es muy distinta la manera en que la sociedad lo mira. El tema está tan poco tratado que no sabemos en qué situación estamos. Hace poco se encontró un laboratorio en Del Viso de metanfetaminas, muy precario. No sabemos si se están elaborando o modificando. Históricamente se importaban.
–¿Cómo debe encararse, a su juicio, el debate sin caer en la polémica entre posiciones extremas que no aciertan a establecer una forma concreta de atender esta problemática?
–Creo que hay que desmontar las miradas beligerantes sobre el tema, porque son falsas y porque son inútiles. Está claro que han fracasado. Pero también hay que evitar una mirada banalizadora, que pretende transformar todo esto en algo meramente recreativo o infantil, que no produce ninguna secuela. Yo creo que hay que debatirlo seriamente. Porque paradojalmente, y contra lo que se piensa, esto es más duro, eficaz y poderoso en la temática que la prohibición. Esa postura hace que la norma tape todo; entonces, inmediatamente queda legitimado enfrentar las posiciones represivas a las miradas súper liberales que muchas veces son banales y, francamente, irresponsables. Uno no puede decir que las sustancias son inocuas, como tampoco hacer campaña de prevención desentendiéndose de que producen una satisfacción inmediata y tienden a cubrir la realidad.

Pablo Tassart
Fotos: Juan C. Quiles/3Estudio

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