Voces

Tiempos violentos

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Para el periodista de Radio Nacional, «llegar a un trabajo y no saber si lo vas a tener a la noche» es una forma de violencia. «Es un momento muy duro para los trabajadores y especialmente en el sector de prensa», asegura. El debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

El entrevistado ofrece al entrevistador una alternativa novedosa: mientras él va a buscar a su pequeña hija a la escuela, puede acompañarlo o quedarse en la biblioteca de su casa espiando entre numerosos libros. A Eduardo Anguita no le importa compartir con un colega su espacio doméstico. El periodista fue militante del erp, estuvo 11 años preso (1973-1984) y al salir de la cárcel probó con el oficio que hasta entonces desconocía y al que abraza desde hace tres décadas. Estuvo al frente del noticiero de Canal 7 en la gestión de Fernando De La Rúa, dirigió el semanario Miradas al Sur durante el kirchnerismo y participa de un programa en Radio Nacional. Lo tuyo es sabiduría en medios públicos, le sugiere este entrevistador, rodeado de guardapolvos blancos. Él sonríe sin eludir el comentario y agrega: «Del Canal 7 me fui solo, con el diario hice enojar a muchos del gobierno de entonces y ahora no tengo reparos en objetar la gestión Macri». Ya con su hija de la mano, hace subir al periodista a su auto y los tres regresan a casa. «Es un juego áspero el del periodismo», describe, y se dispone al comienzo formal de la charla.
–¿Cómo observás el nuevo sistema de medios públicos?
–No puedo ser muy determinante. Y tengo más expresiones de deseos que esperanzas palpables. Tenemos una dificultad, y es que deberíamos dejar de encarar el debate de los medios públicos desde los nombres propios de los periodistas. Siempre hubo una idea en términos políticos de que el kirchnerismo se construyó por una vacancia en el Estado, pero que se construyó desde el Estado. La construcción política estuvo irradiada por esa concepción. Entonces, en esos tiempos, el discurso oficial o el discurso de todo este amplio movimiento político que expresó el kirchnerismo habló de medios de comunicación, y eso fue sano. Pero la derrota electoral impuso una discusión sobre unos 50 trabajadores de prensa, figuras muy importantes, a las que yo les reconozco –en su mayoría– una trayectoria notable. Pero ese grupo, aun en veredas opuestas, se constituye en una elite. Entonces se pervierte el concepto de la comunicación como servicio público. En una situación como la de la Argentina, donde están sobre el tapete temas como la propiedad de los medios y la convergencia tecnológica, me parece que estos periodistas muy respetables también en algún momento tendrían que decir: «Che, recojamos las cosas buenas que dejó la década kirchnerista», así como Macri dijo: «La Asignación Universal por Hijo es buena». Este gobierno no ayuda a tender esos puentes, porque está desmontando claramente todo aquello que considera «el aparato de propaganda K». En ese desmonte no hay ninguna ingenuidad, hay toda una manera de favorecer a ciertos sectores, ciertos comunicadores, sobre todo ciertas empresas, y generar de esa manera también otra incidencia en la opinión pública.
–Por fuera del aporte que le pedís a tus colegas, ¿qué tendría que aportar el Estado?
–Todos nosotros estamos en cambio permanente respecto a las formas en que accedemos y consumimos contenidos ligados con la información y el entretenimiento. Hay un crecimiento tecnológico fenomenal, expresado en las redes sociales y las nuevas plataformas digitales. Esto crea una nueva trama cultural que necesita ser repensada desde la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. El Estado debe retomar esa iniciativa que, en líneas generales, era muy buena. Esa revisión impactará, lógicamente, en los entes reguladores y en la autoridad de aplicación. Es imprescindible una ley que regule la pauta oficial. Como columnista del diario Tiempo Argentino pude criticar sin censura el dinero que ese medio recibió de manera descontrolada desde el gobierno nacional. Pero, por ejemplo, el diario La Nación no investigó jamás la pauta oficial que repartió el ejecutivo porteño.
–Retomar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual parece una quimera.
–Y es una pena. Me parece que se produjo una inversión del debate que se dio a principios de 2003, cuando la Coalición por una Radiodifusión Democrática empezó a plantear con mucho más fuerza la salida de la vieja Ley de Radiodifusión, nacida en la dictadura. Y era muy interesante discutir de esa manera porque se apuntaba a una serie de cuestiones de fondo respecto a la estructura de propiedad de los medios. Entonces me parece que aquello fue una discusión muy buena, sobre todo porque la Coalición buscaba la pluralidad de voces, que en realidad es la libertad de expresión en su sentido más genuino. Más allá de la resistencia de los grupos hegemónicos, hubo deudas pendientes que se tienen que imputar a la propia esencia del proyecto.
–¿Cuáles son esas deudas?
–La primera deuda importante es que no se puso el énfasis en ver cómo podían lograrse canales para las entidades sin fines de lucro. Y no se pensó cómo asignarles recursos. Así como, por ejemplo, la educación pública sabe cómo financiar las radios de las escuelas rurales, en el espectro de medios no estaba suficientemente claro. Otra deuda fue que la administración de la autoridad federal cambió muchas veces de manos, se planteó que tuviera atribuciones para tener cierta autarquía del gobierno y terminó siendo manejado de manera flagrante desde la Casa Rosada. Y esto perjudicó, porque muchos de los trámites o quedaron inconclusos o se hicieron mal; vale decir, la mayoría estaban flojos de papeles. Y el tercer aspecto es, como decía, la falta de regulación de la pauta oficial.

 

–Fuiste contundente contra algunos colegas. Dijiste que no puede defenderse «el choreo disfrazado de militancia».
–Por supuesto que no. No tengo problemas en hablar sobre el periodismo militante. Defiendo a los periodistas que hacen de su tarea una militancia, aunque no me guste que algunos hagan periodismo partidario o partidista desde medios del Estado o desde empresas privadas. Y no me sumo a la crítica desde el pensamiento liberal que aborrece al periodismo militante. Es preferible que digan «mi capacidad de comprensión es amplia, aunque yo no sea militante valoro que haya uno que lo sea». Pero no ocurre, les choca tanto que a lo sumo pueden decir «soy tolerante», con el gesto fruncido.
–Hablar de militancia es para vos un doble juego personal y profesional. Por tu historia de vida y por haber escrito junto con Martín Caparrós La Voluntad, un intenso acercamiento a los 70.
–Debo decir que, en mi caso, tengo cierta vergüenza de hablar de la militancia. Primero, por una marca de origen, que es psicológica, generacional, y que es la culpa. No solamente por todos los compañeros que perdí, sino por lo que veo cuando me miro en el espejo. La palabra «militancia» hoy a mí me queda grande. Me quedan ciertos reflejos y el reconocimiento de alguna gente y el odio de otros. En realidad, si esa militancia uno la va contextualizando, en determinados momentos significa luchar por la democracia. Y en todos los momentos significa luchar por sociedades más justas y más iguales. Y me parece que en eso sí hay que mantener ciertos valores éticos muy a la orden del día. Yo no toleraría enterarme de que la gente que quiero y que respeto más allá de lo que piense, tiene actividades sucias en el periodismo. Y tampoco lo tolero para mí mismo.
–La prensa sabe cómo imponer íconos. En estos últimos 12 años se habló mucho de la violencia. Específicamente de la violencia hacia el opositor. Escuché que vos redefinís ese concepto.
–Sí. Digo que violencia es llegar a un trabajo y no saber si lo vas a tener a la noche.
–Son tiempos violentos, entonces, sobre todo para los periodistas.
–Sí, claro. Es un momento muy duro para los trabajadores en general y especialmente en el sector de prensa. Para los periodistas de renombre también es una situación difícil. Hoy necesitaríamos muchísimas más entidades periodísticas, que nosotros seamos los protagonistas de esas entidades. No podemos dejar que nos lleven puestos. Tienen que respetar a los delegados gremiales en las empresas, tienen que asegurarse los derechos convencionales. Es una coyuntura delicada. Además, nos pasa lo que le ocurre a buena parte de la sociedad. Cuando tenés esa sensación de acercarte al abismo, te acobardás. Lo único que te salva en esas situaciones son los tejidos colectivos.
–¿Sería momento de colegiar la actividad?
–Me da la impresión de que por la manera en que se hacen los colegios en la Argentina, hay un nivel de lobby impresionante. Cuando vemos de qué manera el Colegio de Abogados incide en el nombramiento de miembros del Poder Judicial, cómo incide el Colegio de Ingenieros en la adjudicación de obra pública, cómo se vincula el Colegio de Profesionales de Ciencias Económicas con la afip, no parece que esa receta traiga soluciones. Yo me acuerdo de que en el estatuto de Prensa de 1975 se establecía cómo elegir los directores de los medios pero no había una incidencia directa de la planta de periodistas. Si en los medios se logra democratizar más la incidencia profesional en la elección de autoridades, por lo menos en una parte, me parece que ahí la colegiación podría llegar a tener éxito.
–¿Y cuál sería la alternativa?
–Prefiero hablar de observatorio. Un observatorio nos permite a nosotros ser al mismo tiempo parte y estar ajenos. Esa forma de organización pone un foco de luz sobre una actividad, la describe y recomienda cosas. Y yo creo que los mismos periodistas podemos ser a su vez nuestros propios observadores con la contribución de otros actores de la sociedad. Esto tiene que ir de la mano con una jerarquización de la actividad sindical, tal como lo han logrado los trabajadores de la educación, que hoy destinan una parte de los propios fondos del sindicato a la capacitación pedagógica. El Sindicato Argentino de Televisión participa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo. El sindicato de encargados de edificios también tiene una obra monumental en ese sentido. Sin embargo, los sindicatos de periodistas no estamos en emprendimientos de esa naturaleza. Entonces me parece que tendríamos que lograr una convergencia entre entidades de periodistas, que no necesariamente se planteen lo básico de lo sindical, y ampliar la agenda de la actividad gremial. Recién después yo pondría la idea de la colegiatura.
–Tenés 63 años, la mitad de ellos dedicados al periodismo. ¿Ya descubriste qué es la verdad?
–Si supiera… Hay dos definiciones. Una es sencillita: para el periodista, la verdad es no mentir. Porque en el periodismo se miente mucho, se miente a sabiendas. Un colega que no miente está en la búsqueda de la verdad en términos filosóficos. Yo no estudié metafísica ni filosofía. Pero cada tanto me gusta escuchar a gente que sabe del tema. Y escuchándolos pude construir una respuesta que me conforma. Me doy cuenta de que la verdad es un camino, es una búsqueda, que tiene distintas visiones y que se contextualiza distinto en cada momento, en cada sociedad. La verdad es simplemente una utopía a la que uno aspira y que sirve, ni más ni menos, que de guía.

 

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