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Un plan espacial hecho en Argentina

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El presidente de la empresa estatal, Matías Bianchi, repasa el desarrollo y la exitosa puesta en órbita del satélite Arsat 1. Un logro estratégico para la soberanía tecnológica.

 

El pasado 16 de octubre no fue un día cualquiera para los argentinos. Buena parte de la población, junto con los funcionarios del Gobierno nacional, incluida la presidenta Cristina Fernández, estuvieron pendientes desde las 18 horas de la transmisión en vivo –desde la Guyana Francesa– del lanzamiento del satélite geoestacionario Arsat 1, el primero fabricado en nuestro país y también el primero enviado al espacio por una nación latinoamericana. Con este logro científico Argentina pasó a integrar el selecto club de los 8 países con capacidad para construir sus propios satélites de telecomunicaciones.
En su oficina del complejo tecnológico de Benavídez, provincia de Buenos Aires, Matías Bianchi Vilelli, presidente de Arsat, habló con Acción sobre la creación de la empresa estatal en 2006 a instancias del ex presidente Néstor Kirchner y del desarrollo del Arsat 1 (el primero de una serie de tres), que brindará servicios de telefonía, televisión e Internet en todo el territorio de la república, así como en países limítrofes como Chile, Uruguay y Paraguay. Pensado desde una perspectivafederal y de inclusión, el Arsat 1 ofrecerá cobertura satelital a zonas alejadas del país –la Puna, la Patagonia, la Antártida– donde no llegan los servicios de empresas privadas. Mientras tanto, ya está en marcha en INVAP –la empresa estatal de tecnología con sede en Río Negro– el Arsat 2, segundo instrumento de este gran proyecto nacional, a lanzarse al espacio en 2015.
–¿Cómo surge Arsat?
–En 2006 la Argentina estaba en una situación crítica porque estaba perdiendo la asignación de las posiciones orbitales determinadas por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que es un organismo dependiente de la ONU. Es como si dividieras la Tierra en grados y por cada grado hubiera un estacionamiento donde van los satélites que siguen una órbita ecuatorial. Están fijos con respecto a la Tierra, por eso se llaman geoestacionarios. Hay una relación entre la posición en el espacio y la ubicación geográfica. Argentina estaba perdiendo esas posiciones porque en los 90 se las habían asignado a Nahuelsat, una empresa alemana que desarrolló por entonces en el país el negocio satelital. Les habían fijado las posiciones 72 y 81, quedando toda la responsabilidad de la soberanía argentina en manos de este privado. Nahuelsat hizo un primer satélite, comenzó a dar servicios, y en poco tiempo empezó a tener problemas comerciales y técnicos. Comerciales porque no llegó a vender más de la mitad del satélite, con lo cual los ingresos no le alcanzaban para sobrevivir; y técnicos porque a mitad de su vida útil empezó a fallar y ya no lo podían controlar. Esta empresa tenía que construir otro satélite para ocupar la otra posición y no lo hizo. Ahí fue cuando el entonces presidente Néstor Kirchner dijo «bueno, vamos a tomar los activos de Nahuelsat –en realidad Nahuelsat directamente los terminó entregando– y a crear Arsat, que va a desarrollar el negocio satelital en la Argentina, con una mirada de inclusión social, de brindar servicio a las zonas con peores condiciones de telecomunicaciones, y lo vamos a llevar a cabo con satélites fabricados en la Argentina».
–¿Cómo se puso en marcha la empresa?
–Arsat empieza con la fabricación de estos satélites en conjunto con INVAP. La historia de INVAP y el desarrollo tecnológico arranca por allá lejos, en los años 40, cuando se comenzó con la energía atómica. Con el tiempo esas empresas estatales de tecnología derivaron en la agencia espacial, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), que tiene a cargo el desarrollo de los satélites de baja órbita, que son los satélites científicos de observación de la Tierra y se fabrican trabajando con INVAP. La complejidad tecnológica de un satélite de baja órbita es mucho menor a la de un satélite de telecomunicaciones, por lo cual el Arsat 1 fue un salto, una decisión rupturista.
–De no haberse defendido, esas posiciones orbitales, ¿se habrían perdido?
–Uno presenta un proyecto y dice, «quiero esta posición para mí, para brindar servicios en esta zona, en esta banda de frecuencia», entonces hay un comité en la UIT, en Ginebra, que dice, bueno, esto va para tal y te la asignan. Si en 3 años no pusiste nada a funcionar viene el siguiente. Eso es lo que estaba pasando y estaba por quedar en manos de Gran Bretaña. Digamos que esto también tiene que ver con un mercado de comunicaciones satelitales que está concentrado en 3 empresas en todo el mundo, de origen estadounidense y europeo, son los grandes, que tienen también la mayor cantidad de satélites y posiciones orbitales. El otro aspecto importante de esta decisión fue decir «no vamos a ir a comprar un satélite ni alquilarlo, lo vamos a hacer acá, con nuestros científicos», con científicos que vamos a repatriar, con una mirada de diseño comercial del satélite enfocada en los argentinos y no en un mero negocio, con los ejemplos extremos de poder darles televisión o conectividad a escuelas rurales en medio de la Puna, o hacer lo propio en la Antártida, donde hoy los científicos tienen conectividad satelital gracias a Arsat, tanto para hablar con la familia como para enviar datos científicos de sus investigaciones sobre el medio ambiente, glaciares, etcétera.
–Este proyecto consta de 3 satélites. El Arsat 1 sería un primer logro.
–Sí, estaban pensados 3 satélites y en realidad incluso lo estamos impulsando más allá, no es que hacés 3 satélites y guardás todo. Hay un aprendizaje tecnológico, de gestión de proyectos de alta complejidad y de evolución tecnológica de esos mismos satélites que debería durar mucho más que 3 dispositivos. Tenemos que buscar competitividad para poder también ofrecérselo a terceros. Este primer satélite es una plataforma diseñada de manera conservadora, en el sentido de poner parte del diseño en pos de asegurar el buen funcionamiento. Un satélite a 36.000 kilómetros de altura no puede ser reparado, con lo cual hay que pensar bien qué elementos se usan. Y hay que duplicar sistemas, porque si un componente falla está el otro para funcionar, eso se llama «redundancia». Todos los componentes que se usaron tienen lo que se llama «herencia de vuelo». Ya volaron en otro satélite, están probados. La computadora de a bordo, que está diseñada por INVAP, ya voló satélites de la CONAE.
–¿Cuánto se invirtió en el Arsat 1?
–Aproximadamente unos 250 millones de dólares por satélite.
–Este desarrollo de tener un satélite propio es un logro de pocos países, entre los que ahora se incluye Argentina.
–Si se cuenta la Eurozona como un solo actor –porque en general trabajan en conjunto– en todo el mundo hay 7 países más la Eurozona. Brasil tiene un programa que armó con los franceses de transferencia tecnológica, pero en ese sentido están lejos.

 –Específicamente, ¿qué servicios ofrecerá el Arsat 1?
–El servicio satelital tiene, haciendo un gran resumen, dos posibilidades, una es que uno sube una señal al satélite una vez y luego esa misma señal se distribuye en un montón de puntos al mismo tiempo. Por ejemplo, hoy tenemos subida la señal de la Televisión Digital Abierta y en todo el país, al mismo tiempo, con una antena satelital uno puede recibir de forma gratuita los canales en alta definición. Hay una gran diferencia con la conexión por cable que va a cada hogar, esa es una conexión individual. El satélite lo hace en muchos hogares al mismo tiempo, eso también sirve para distribuir señales en todo el país o en el continente. Argentina tiene el 70% de la generación de contenidos de la televisión de habla hispana en Latinoamérica, incluido México. Por nombrar solo una señal, en ESPN se produce la programación en Argentina y se levanta en Colombia, Perú o México. O lo mismo en el interior del país. Esta es la función de distribución. Y después la otra es lograr la conexión entre dos puntos donde es difícil llegar de otra manera. Para llegar hasta un pueblo pequeño en medio de la Puna, la inversión de hacerlo con un cable es muy alta, entonces con el satélite uno puede dar incluso servicios de telefonía IP.
–Quizá muchas empresas privadas no hacen esa inversión porque no es rentable.
–De hecho nadie la hizo. Igual también es discutible, porque esa comunicación no existe hasta que uno la genera, cuando se genera empieza a funcionar y empuja el desarrollo del área. Es como el ferrocarril. Alrededor de las estaciones aparecieron pueblos. Si se hace la cuenta hoy de lo que habla un pueblito de 10 habitantes es nada, claro, si no tienen teléfono, ¿cómo van a hablar? Cuando vos le pusiste la conexión van a empezar a hablar todos, a navegar en Internet y rápidamente ese pueblo va a desarrollarse. Ahora bien, es una visión de largo plazo y de desarrollo, que va paralela a la Red Federal de Fibra Óptica que es otro de los proyectos que tiene Arsat desde 2010. Entonces, con el satélite se logra comunicación en zonas donde es difícil llegar o donde la ecuación económica es mejor con un satélite y se puede dar telefonía sobre IP, Internet o televisión en una zona donde antes no había nada. Hemos instalado televisión con un panel solar en lugares donde no hay electricidad. Hay chicos que vieron televisión por primera vez gracias al sistema de distribución satelital. También se usa en otras áreas, por ejemplo en cajeros automáticos en zona de playas, clearing bancario, móviles de televisión, barcos de Prefectura, pesqueros, incluso la información del transporte público de pasajeros, llega el colectivo y baja inalámbricamente todos los boletos que cargó con la SUBE y eso viene a parar a nuestro datacenter, se procesa y después se hace el pago del subsidio en función de las personas que transportó el colectivo.
–¿Otros países del área pueden llegar a utilizar estos servicios?
–Hay una explosión en Latinoamérica de la industria satelital. ¿Qué características tienen nuestros países? Una densidad de población muy despareja, con mucha concentración en las grandes urbes. En general vos mirás México, Brasil, Argentina, todos tenemos el 60/70% del PBI en lugares donde está el 40/30% de la población y que por ahí es el 2% de la superficie. En todo el resto del país hay poca actividad. Entonces la industria satelital te permite empezar a desarrollar y dar comunicación a lugares aislados. Venezuela desarrolló su propio plan, compró un satélite en China; Bolivia también compró un satélite en China; Brasil lo que te comenté antes. En lo que estamos trabajando ahora es en convocarlos para tratar de sumarlos en un plan conjunto como hace Europa. Es decir, vamos a hacer satélites juntos y vamos a desarrollar la industria no con transferencia tecnológica simple, es decir, te enseño cómo usarlo, sino decir a ese país amigo «vení y desarrollá una parte de este satélite en conjunto», de modo de tener ahí un plan espacial de la Patria Grande.
–Yendo al plano político, ¿qué opinión te merecen las críticas que se hicieron a las pruebas del cohete Tronador o las expresiones de un funcionario porteño sobre que «hay despilfarro en tecnología»?
–Estas son inversiones de muy largo plazo. Si uno las reduce a «esto es un despilfarro, no sirve para nada», creo que se está en la línea de aquellos que alguna vez mandaron a lavar los platos a los científicos. La ciencia y la tecnología son algo estratégico en el desarrollo de un país con agregado de valor, con conocimientos. Tiene que ver con –como dice Conrado Varotto– sacarse el colonialismo mental y decir «sí, se puede». Y se pueden hacer cosas distintas y difíciles. Acá tenemos buenos profesionales y muchas condiciones para desarrollarlo y es importante para pensar el país de otra manera. Y el tema de que un lanzador ha tenido una falla, es el camino adecuado para que después, al siguiente intento, funcione. Si lo vas a usar mediáticamente para otra cosa, eso es otro tema. Hay una cuestión de expectativas y de uso. Si vos decís «voy a lanzar un satélite a la Luna» y a los 10 centímetros se te cae, tenés un problema. Si vos decís «voy a lanzar un satélite para que se me caiga» y sube 10 centímetros, estás saltando en una pata. Entonces la cuestión es cómo se usa la información. Ahora bien, que la falla haya sido difundida profusamente por algunos medios, y el éxito no, habla de cierta intencionalidad.

Marcelo Torres
Fotos: Jorge Aloy