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Un servicio, no un negocio

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Ricardo Sapei, vicepresidente primero del Banco Credicoop analiza el sistema financiero y la historia del segmento bancario cooperativo. El desafío de acercar las entidades a los ciudadanos.

 

La crisis de 2001 puso a los bancos argentinos en el ojo de la tormenta. La medida conocida popularmente como «el corralito» fue el corolario de un proceso de concentración y extranjerización del sistema financiero que tuvo entre sus opositores históricos a los bancos cooperativos. El origen de buena parte de ese segmento del sistema bancario está en las cajas de crédito cooperativas, organizaciones financieras vecinales sin fines de lucro que durante las décadas del 60 y 70 promovieron la movilización de los ahorros de cada localidad con fines productivos, fortaleciendo de esa manera las economías regionales. El modelo neoliberal que comenzó a instalarse con fuerza en la última dictadura militar de 1976 combatió a las cajas y las obligó, mediante la Ley de Entidades Financieras del entonces ministro de economía, José Alfredo Martínez de Hoz, a transformarse en bancos y regirse con los mismos parámetros de las entidades lucrativas. En este contexto, se fundaron bancos cooperativos a lo largo de toda la Argentina que, como aspecto diferencial, involucraron a los ahorristas en las entidades, dándoles voz en la gestión a través de las llamadas comisiones de asociados. Luego de los sucesivos cimbronazos financieros a lo largo de la década del 90, éstos fueron desapareciendo o fusionándose con otras entidades. Hoy, Credicoop es el único banco cooperativo del país. El contador público Ricardo Sapei, actual vicepresidente primero del banco, fue testigo de ese proceso: dio sus primeros pasos en el movimiento cooperativo en el año 1982 como integrante de la comisión de asociados de la filial San Francisco (Córdoba) del desaparecido banco cooperativo Horizonte, donde llegó a ocupar la presidencia. También fue consejero del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y participó de empresas vinculadas con el movimiento nucleado en dicha federación. Actualmente, a la par de su actividad privada y de su participación en espacios institucionales, Sapei tiene un rol activo en la política de su localidad: participó en las últimas elecciones municipales de San Francisco –donde reside– como militante del Partido Solidario, en alianza con el partido local Mejor San Francisco, y fue electo vocal del Tribunal de Cuentas municipal, órgano previsto en la ley de municipios de la provincia de Córdoba que se encarga de controlar los gastos de las administraciones locales.
–¿Cómo evalúa lo sucedido con el sistema financiero en los últimos años y cuál fue el rol del movimiento cooperativo en este marco?
–El sistema financiero fue el centro de la crisis económica, financiera y social que sufrimos a fines del año 2001,  y  para el movimiento cooperativo significó el momento de quiebre. Cuando se produce el corralito, y luego el corralón, la mayoría de los bancos se escondieron y tuvieron que poner chapas en sus ventanas porque se las rompían. Nosotros, al contrario, salimos a dar la cara con nuestros asociados, en los medios periodísticos, en los barrios, en los pueblos. Porque habíamos advertido en todas nuestras memorias, y lo marcábamos en cada una de nuestras actividades, hacia dónde nos llevaba ese modelo, quiénes iban a ser los grandes perjudicados, y no nos equivocamos. Por lo tanto, sólo tuvimos que salir a decir lo que habíamos repetido siempre, de manera coherente, porque no nos sentíamos culpables de lo que había pasado. Posteriormente lanzamos, en febrero de 2002, un plan que llamamos Credicoop y la comunidad para tomar contacto con todas las entidades de la economía social y ayudarnos entre todos los que compartimos, además de actividad económica, principios, valores e ideales, a potenciar nuestras actividades. Y nos fue muy bien. Desde entonces, más que duplicamos nuestra participación en el sistema financiero. Y lo hicimos sin arriar ninguna de nuestras banderas, sin renegar de ninguno de nuestros principios, sin recurrir a ninguno de los ajustes tradicionales de cualquier empresa capitalista, sin despedir personal, sin cerrar sucursales, sino aplicando más cooperativismo, más participación y más democracia.
–Carlos Heller llevó al Congreso el proyecto de ley de Servicios Financieros. ¿Qué diferencia implica la concepción de los servicios bancarios como un servicio público?
–La Ley de Entidades Financieras vigente, la ley de Videla y de Martínez de Hoz a la que nos oponemos desde antes de que se sancionara (cuando era un proyecto en el año 1976, que no permitía ser bancos a las cooperativas y que una gran movilización militante logró modificar), tiene por sujeto a las entidades financieras y por objeto su maximización de rentabilidad, permitiéndoles hacer todo lo que no está expresamente prohibido. En el proyecto de ley de Servicios Financieros presentado por Carlos Heller los sujetos de la ley son los usuarios y el objeto es la prestación del servicio que los bancos deben ofrecerles. La definición en este proyecto de la actividad financiera como servicio de interés público permite a la autoridad monetaria establecer, a través de regulaciones, qué pueden hacer los bancos y de qué forma, es decir, definir, por sobre todas las cosas, un sistema financiero al servicio de las políticas de desarrollo del país y no del objetivo de un directorio de una empresa con sede en cualquier país del mundo. Tiene en cuenta también, de manera esencial, el interés de los usuarios, habitualmente presas fáciles de la letra chica que no pueden discutir con los bancos, con los que tienen una relación desigual.
–¿Qué avances implicó la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central?
–Nosotros hemos defendido históricamente la necesidad de un Banco Central cuyas políticas monetarias acompañen las políticas económicas que fije el Gobierno. Probablemente, la disputa que se generó a partir de un presidente del BCRA que quiso constituir prácticamente un poder dentro de otro poder, ayudó a que se esclareciera en mayor medida esta problemática, porque la visión neoliberal del Banco Central autónomo, con una única misión que es cuidar el valor de la moneda, también es una definición política, pero que responde a los centros financieros de poder mundial. La nueva Carta Orgánica del BCRA se encuentra más cercana a nuestra concepción. Y si bien seguimos con el convencimiento de que finalmente hay que cambiar la ley, vale destacar que numerosas cuestiones incluidas en el proyecto de ley de Servicios Financieros de Heller fueron incorporadas a la reforma de la Carta Orgánica, y, entre otras cosas, hoy el Banco Central puede establecer las líneas de créditos para inversión productiva y direccionarlas fundamentalmente a las pymes, puede establecer topes a las tasas de interés y así muchas otras cuestiones cuyo límite antes estaba reservado solamente a las leyes del mercado. En virtud de estas disposiciones, y a la obligatoriedad que las normativas imponen a los bancos de direccionar créditos de inversión a baja tasa a las pymes, éstas tienen en la actualidad el nivel de participación histórica más alto en el sistema financiero.
–¿Qué implica la concentración y transnacionalización de los bancos para la vida cotidiana de asalariados, dueños de pymes, jubilados?
–Durante los años 90 se produjo en el país el mayor proceso de concentración y extranjerización de la economía y, en particular, del sistema financiero. Y aquí el movimiento cooperativo tuvo actitudes claramente diferenciadas. Algunos bancos cooperativos, quizás convencidos de que había que aggiornarse al nuevo sistema que se venía, se transformaron en sociedades anónimas y buscaron la asociación con un banco extranjero que le diera una imagen de mayor solidez. El resultado fue letal porque, lisa y llanamente, desaparecieron. Otros bancos cooperativos, especialmente los nucleados en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, convencidos de que la necesidad de alcanzar determinadas escalas era un camino inevitable, elegimos profundizar nuestra esencia cooperativa, sustentarnos en nuestros principios, como la integración y avanzar en verdaderos procesos de consolidación democrática y participativa. Como resultado de estos cambios, en especial las pymes y los pequeños proyectos personales encontraron siempre su mejor respuesta en la banca oficial y la cooperativa.

–¿Cómo se inserta el cooperativismo en el mercado financiero?
–El movimiento cooperativo debe luchar en el mismo mercado en el que actúan los grandes bancos extranjeros de altísimo nivel de competitividad, y con las mismas reglas, pero con los límites que nos imponen nuestros principios, nuestros valores. Muchos no tienen límite alguno para el desarrollo de su actividad, y sólo vale su capacidad de maximización de rentabilidad. Somos la otra forma de ser banco, porque ningún otro puede ser participativo, ningún otro banco puede ser solidario, ningún otro banco puede ser democrático. Desarrollamos nuestro modelo integral de gestión, del que nos sentimos orgullosos. Este modelo nos permite garantizar la participación democrática que a veces se dificulta en la gran escala y la presencia directa del asociado en la gestión, que hace a la esencia de una entidad cooperativa. Asimismo, ese sistema de funcionamiento genera condiciones para que todo el personal pueda acompañar la gestión institucional. Definimos el concepto de rentabilidad mínima necesaria, que es el monto que necesita incrementarse cada año nuestro patrimonio para cumplir con las exigencias que establece la normativa vigente en función de los crecimientos de volúmenes de actividad que establecemos anualmente al definir nuestros planes de gestión. Es un concepto opuesto al de máxima rentabilidad posible. Y no necesitamos más que eso, porque no hay un socio capitalista que debe llevarse su dividendo. Por eso hoy podemos ofrecer a nuestros asociados los créditos y servicios con los costos más bajos del sistema financiero privado.
De nuestro Balance Social Cooperativo, auditado por la Alianza Cooperativa Internacional, surge que, si se hubieran aplicado las tasas y tarifas promedio del sistema financiero, nuestro excedente del ejercicio cerrado el año pasado habría sido más del 100% mayor que el que finalmente expresó nuestro balance. Y eso marca con claridad el criterio de distribución al asociado a través de menores costos, de excedentes que, sin esas políticas, se habría apropiado el banco.
–¿Podría reeditarse una experiencia similar a la de las cajas de crédito cooperativas? ¿Qué necesidades cubriría?
–Seguramente puede reeditarse una experiencia de desarrollo de cajas de crédito. Pero creo que con diferencias, porque los escenarios son distintos. No obstante, hay posibilidades igualmente importantes, especialmente en lugares con base cooperativa, que les disminuya costos de estructuras y les otorgue masa crítica. Y, a partir del Banco, como complemento para servicios que no podrían prestarse individualmente. De cualquier manera, donde haya una necesidad, siempre es posible una respuesta cooperativa.
–¿Cómo evalúa la actual coyuntura política y económica argentina?
–En el año 2001, desde el movimiento cooperativo lanzamos la Propuesta para refundar la Nación, que, de alguna manera, daba un marco orgánico a todas las propuestas que se defendieron históricamente. A partir del año 2003, desde el gobierno se adoptaron decisiones que tienen que ver con el modelo de integración latinoamericana, de política de derechos humanos, de política internacional, de intervención del Estado en materia económica, con políticas activas de inclusión social e impulso al mercado interno y a las economías regionales. Todas esas políticas son, en general, parte de nuestra propuesta. Hoy vivimos las dificultades de un contexto internacional difícil y la decisión judicial de un sistema (porque no es sólo el fallo de un juez que no sabe de qué se trata sino de la justicia norteamericana) que pretende castigar de manera ejemplar al chico díscolo al que, con su estrategia, le fue bien, y se convirtió en mal ejemplo para el resto del mundo. Claro, un mal ejemplo que sólo perjudica a los capitales financieros concentrados y especulativos. No obstante, los fundamentos de la economía siguen manteniendo solidez para enfrentar este escenario. Creemos que hay cosas que faltan, que hay políticas que deben profundizarse, otras que deben corregirse, pero siempre en el camino que hoy está propuesto.
–¿Sigue siendo dificultoso para algunos sectores del movimiento asumir que los dirigentes deben involucrarse en la vida política de las comunidades de las que las cooperativas forman parte?
–Sí, aunque durante los últimos años se fue generando un mayor espacio de participación  y preocupación por los problemas de la comunidad. Sigue sosteniéndose en muchos sectores el concepto de neutralidad. Pero nada es neutro. No hacer nada o no fijar posición es una posición política y produce efectos. Somos parte de un movimiento social que defiende la equidad, la justicia distributiva, que entiende que debe ser el hombre y no la ganancia el motor de la economía, que hay valores distintos del lucro que permiten gestionar una empresa con eficacia. Nacimos con las luchas de los movimientos sociales y creemos en el poder transformador de la política. Por eso seguiremos luchando por nuestros objetivos de ensanchar nuestra base social, de generar sentido de pertenencia, convencidos de que, de verdad, el cooperativismo puede contribuir a la creación de un mundo mejor.

Cora Giordana
Fotos: Jorge Aloy

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