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«Una derecha vieja y clásica»

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El columnista económico santafesino rebate la idea de la herencia negativa que el Gobierno de Cambiemos remonta a los últimos 70 años y señala a la etapa de la última dictadura cívico-militar como el punto de inicio de la desindustrialización del país. El rol del Estado, en disputa.

La herencia que deja el macrismo va a ser la peor desde el regreso de la democracia», asegura Diego Rubinzal. En la antesala de la presentación de una nueva edición de su libro Historia política y económica de la Argentina en la Feria del Libro de Buenos Aires el 13 de mayo a las 18:30, acompañado por Mercedes Marcó del Pont y Arnaldo Bocco, el contador y columnista económico de Acción y del suplemento Cash de Página/12 analiza las alternativas que enfrenta el país de cara a las próximas elecciones presidenciales. Califica al actual proceso como «una derecha vieja y clásica, pero que utiliza herramientas novedosas», en referencia a las redes sociales y al manejo mediático de la información. En un recorrido por los últimos 140 años de historia argentina, el autor rechazó la idea de una herencia negativa de 70 años. «Es una idea falsa y refutable con datos. Si la Argentina hubiera seguido creciendo, como lo hizo en el modelo industrial hasta 1976, hoy tendríamos un PIB per cápita como el de España», afirma Rubinzal, quien insiste en que es el Estado el que debe cumplir el rol redistributivo y no el mercado. «En países como los nuestros el rol estatal es fundamental», concluye el docente de Economía política de la Universidad Nacional del Litoral.
–Su último libro llega hasta 2015 y deja fuera al macrismo. ¿Cómo definiría el actual proceso político?
–Si tuviera que contarle a un turista extranjero, sin mucho conocimiento en materia política, lo definiría como un gobierno de derecha clásica y neoliberal. Y eso lo va a poder verificar en primer lugar con las trayectorias previas de Mauricio Macri.  Cuando uno analiza su cosmovisión ideológica y sus discursos, dentro del PRO, no hay sorpresas. El PRO es un partido nuevo, pero que ya se sabía hacia dónde iba. Distinto es el Movimiento 5 Estrellas italiano, que es más difícil de clasificar. El PRO está ideológicamente identificado y afiliado a la Unión Demócrata Internacional, que es el mayor partido de derecha en el mundo. También tiene vínculos estrechos con el Partido Popular de España, con el cual compartió, por ejemplo, múltiples actividades conjuntas de sus think tank. Me parece que estaba claro desde el minuto cero hacia dónde iba a apuntar este gobierno.
–Algunos analistas lo caracterizaron como una derecha moderna.
–Lo que podemos ver como novedad es que se arma, por primera vez en la historia argentina, un partido de derecha que gana en elecciones democráticas y donde la élite empresaria asume el poder sin mediaciones. Pero la cosmovisión ideológica es la de una derecha neoliberal tradicional. Lo que tiene también de novedoso es que utiliza herramientas nuevas, como es el manejo de redes sociales, donde demostraron ser muy eficaces, tanto para ganar elecciones como para instalar ejes falsos en la sociedad. En eso fueron eficaces. Son una derecha vieja y clásica, pero que utiliza herramientas novedosas.
–¿Y desde lo económico?
–Es un espacio político que se propone redefinir el rol estatal, fundamentalmente limitando su fase distributiva hacia los sectores más postergados. Busca que el mercado sea el asignador de los recursos económicos y modificar la matriz productiva y distributiva. En lo distributivo, apunta a bajar el costo argentino, a partir de una reducción del salario. En lo que tiene que ver con la matriz productiva, es un programa completamente antiindustrial, que se enfoca en replantear la  especialización de los argentinos y donde tilda a la mayor parte del entramado industrial como ineficiente.
–En su libro hace referencia al proceso de valorización financiera que comenzó con la última dictadura cívico-militar y que se había detenido con el kirchnerismo. ¿El actual es un nuevo proceso de especulación financiera?
–No es novedoso. Es el mismo proceso que tuvo una interrupción de 12 años. Uno de los puntos que más rescato del kirchnerismo es que intentó poner trabas al engranaje del poder financiero, que no es nacional, sino internacional. El neoliberalismo sigue teniendo hegemonía a nivel internacional y en ese sentido hay una reiteración de cuestiones que ya vivimos con el menemismo. Nunca la historia se repite dos veces de la misma manera. Está claro que hoy es más importante para una empresa el rol de un gerente financiero que el de uno productivo, y ese es un rasgo compartido con lo que pasó desde la última dictadura.
–Para el Gobierno la «pesada herencia» ahora se extiende a  los últimos 70 años.
–Es una idea falsa y refutable con datos. Si la Argentina hubiera seguido creciendo como lo hizo con el modelo industrialista hasta el 1976, hoy tendríamos un Producto Bruto Interno per cápita como el de España. El verdadero punto de inflexión de la economía nacional, y el comienzo de su retroceso, fue la dictadura militar. Y eso no es opinión, basta ver los datos. Por eso es falso, pero además, el mensaje, más allá de querer denostar al peronismo, es un tiro por elevación a un programa económico industrial más inclusivo. El metamensaje apunta a esa idea mítica de que la Argentina era una potencia con un modelo agroexportador y sin una industria, supuestamente, ineficiente.
–En 35 años de democracia no se pudo revertir esa situación. ¿Por qué?
–En estos años de democracia hubo momentos cortos cuando se llevaron adelante modelos económicos inclusivos. En la mayoría de los gobiernos hubo planes de ajuste condicionados a partir del endeudamiento externo. Los dos mandatos que tuvieron una política distinta fueron el gobierno radical de Raúl Alfonsín, en su primera parte con el Ministerio de Economía a cargo de Bernardo Grinspun, cuando se buscó otro camino, pero que duró poco. Y luego, dos décadas después, los gobiernos kirchneristas, que llevaron adelante un modelo económico distinto. Para mejorar el entramado productivo, se requieren muchas décadas de continuidad de un proyecto político-económico de desarrollo, y eso no sucedió en los 35 años de democracia.
–¿Por qué perdió el kirchnerismo? ¿Fue sólo por el predominio de los medios de comunicación expresamente opositores?
–Los medios de comunicación hegemónicos jugaron un rol importante en el sentido de que la elección de 2015 se definió por pocos votos. Pero Cristina Fernández también ganó con el 54% de los votos con todos los medios en contra. Había problemas en la economía desde 2011, cuando hizo irrupción la restricción externa y obligó a tomar medidas antipáticas como el cepo cambiario. Uno de los problemas clave en ese momento fue la profundización del déficit energético y tener que importar energía. Si tuviera que marcar errores, diría que la acertada decisión de estatizar YPF se tomó un poquito tarde, aunque hay que tener en cuenta la correlación de fuerzas de ese entonces. Faltó además una política industrial para evitar llegar a la situación de falta de divisas. Más allá de eso, en 2015 no estábamos en una situación crítica, y está absolutamente claro que este gobierno no solucionó esos problemas, sino que los profundizó.

–¿Le preocupa que se profundice aún más la avanzada de la derecha en la región como respuesta a las crisis económicas?
–En la historia hay muchos ejemplos donde se eligen recetas reaccionarias tras una crisis. Lo de Jair Bolsonaro en Brasil no es una novedad en términos históricos. Pero creo que el caso argentino es distinto. No niego que haya bolsones de autoritarismo y que una mayoría social apoye las medidas represivas de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. Pero no veo que esos bolsones se expresen en un candidato autoritario. La Argentina tiene mecanismos de defensa, con una sociedad civil muy activa, para evitar que un Alfredo Olmedo sea presidente. A pesar de la andanada contra la expresidenta Fernández de Kirchner, ella se mantiene con alta intención de voto en una parte de la sociedad que reconoce en esa etapa avances económicos y sociales.
–A pocos meses de las elecciones presidenciales, ¿le parece que esa intención de voto es transferible si la exmandataria no es candidata?
–Me parece que no es transferible. Pero es una sensación.
–¿Por qué?
–Porque hay un reconocimiento de la gente, especialmente de los sectores populares, a la gestión de Cristina Fernández más que a un proyecto o movimiento kirchnerista. Es una sensación que tengo. Incluso uno podría decir que es saludable que pudiese ser trasladable a otro candidato para una renovación.
–El macrismo ya no parece representar a todo el arco empresario.
–El tablero político de los grandes empresarios hoy se divide en dos, por un lado, el macrismo o los ricos, que es un sector bastante chico, representado por  el sector financiero internacional. Y, por otro, el capital internacional en general. Los grandes grupos económicos se están alejando del macrismo, porque para ellos su mejor representante es el «peronismo racional», que apunta a un modelo productivo que ya se planteaba en la salida de la crisis de 2001-2002. Mientras que el kirchnerismo es sin dudas otra cosa, es una alianza más cercana a los sectores trabajadores y pyme, aunque en el medio haya cruces y grises.
–¿Qué herencia deja este gobierno?
–La herencia que deja el macrismo va a ser la peor desde el regreso de la democracia y obliga a desafíos muy fuertes. De mínima, te obliga a renegociar las condiciones del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Se van a tener que generar acuerdos políticos muy amplios y ser, además, muy generoso, con una redefinición respecto de algunas posturas del kirchnerismo. En el corto plazo la contradicción principal va a estar en cómo abordar la dependencia financiera que generó este gobierno y entrar a desarmar algunos negocios del capital financiero internacional, para lo cual se van a necesitar aliados. Se va a tener que recuperar el poder adquisitivo y al mismo tiempo ir anudando alianzas a nivel internacional para salvar el ahogo financiero. La ayuda china es una posibilidad. La buena noticia es que el mundo dejó de ser unipolar y es bipolar y permite algunas alianzas estratégicas.
–Sin dudas, por un tiempo seguiremos dependientes de la cosecha.
–Un país para dejar de ser pobre necesita industrializarse. Y para ser de medianos ingresos, necesita incorporar tecnología. La Argentina es un país de ingresos medios, aunque en declive en estos momentos. Y eso se logró fundamentalmente por el desarrollo industrial, hoy absolutamente dañado. Tenemos que volver a sanar el entramado industrial. En el corto plazo no va a quedar otra que seguir financiándose con la cosecha, pero deberán tomarse medidas para proteger la industria y apostar al desarrollo tecnológico.
–¿Somos un país de ingresos medios?
–La Argentina tiene puntos diferenciales respecto de otros países de la región, porque tiene una burguesía con un nivel de consumo internacionalizado que no lo tienen otros países latinoamericanos. Por ejemplo, lo que se gasta en turismo en la Argentina es descomunal. Se gasta más en turismo que el déficit de la balanza comercial. La cantidad de gente que va a vacacionar al extranjero es tres veces superior a la de Brasil. La burguesía nacional tiene una conducta de consumo internacionalizado y es gastadora de dólares. En consecuencia, hay que tomar decisiones políticas y utilizarlos de manera productiva.
–Siempre se ve a la burguesía brasileña como más nacionalista que la nuestra.
–El carácter de nacional o no tiene que ver con cómo impacta ese desarrollo industrial en el desarrollo de los pueblos, y la mayoría de la población brasileña vive con salarios lamentables. Esa glorificación del empresario brasileño tiene mucho de mito. Por otro lado, tampoco culpo al empresariado en general, porque coincido con lo que decía Aldo Ferrer: vos llevás a un empresario a Corea y a la semana está haciendo lo mismo que el coreano y si viene un coreano, a la semana se comporta como un argentino. Tiene que ver con las reglas de juego y la estabilidad de los modelos productivos. Pedirle a un empresario que no compre dólares en un momento de corrida es tener una mirada ingenua.