Voces | ENTREVISTA A MARTÍN SCHORR

«Vamos camino a un nuevo industricidio»

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Mirta Quiles

El primer Gobierno libertario de la historia poco se diferencia de sus pares neoliberales que lo precedieron, sostiene el sociólogo económico. Ganadores y perdedores del modelo.

Foto: Jorge Aloy

Con más de una veintena de libros en su haber e innumerables artículos solo o en colaboración, Martín Schorr, sociólogo, especializado en economía industrial, docente e investigador del Conicet, es claro al definir el rumbo industrial de la actual gestión libertaria: «En realidad, todo indica, a juzgar por experiencias de otros ensayos neoliberales, que este Gobierno descuella por la virulencia que tiene, pero en términos de sesgo de la intervención estatal es más de lo mismo en muchos sentidos. Vamos camino a un nuevo industricidio al estilo de lo que fueron la dictadura, los 90 y el macrismo».

«Hay un combo letal para gran parte de la industria, excepto un núcleo muy acotado. Tenés, por un lado, un proceso de apertura comercial muy fuerte, muy virulento, que se enmarca en un escenario de dos o tres elementos muy negativos para el capital industrial o para los sectores de la producción. El primero, hay una caída muy fuerte en la demanda interna, hay recesión, no hay mercado interno y eso es un elemento muy tensionante. La otra, es que en paralelo a la apertura estamos teniendo un proceso de suba de costos que le reduce mucha competitividad al capital industrial, sobre todo al focalizado en el mercado interno, fundamentalmente en lo que son servicios públicos, logística, etcétera. No hay financiamiento para eventualmente respaldar una reconversión vía una inversión que te permita posicionarte más estratégicamente frente al proceso de apertura, y no hay política industrial. Además, la política de tipo de cambio, es una política que estimula aún más el negocio importador. Con lo cual el combo está dado para caminar hacia un industricidio. Y los números que tenemos de estos primeros ocho meses de gestión, dan cuenta de eso en términos de una caída bastante generalizada de la industria, cierre de empresas, reducción de turnos de producción.

−¿En ese rumbo se posiciona el RIGI?
–Es un elemento muy claro en este sesgo industricida. El RIGI básicamente tiene dos focos: uno es la reprimarización. Y el otro tema es la falta total de atención al desarrollo de proveedores en un esquema que contiene una multiplicidad de subsidios a las empresas que se van a adherir al programa. En ese marco, el combo está desplegado, los efectos los estamos viendo y el tema de fondo es que el gran «ancla» para resolver los problemas inflacionarios es el ajuste recesivo sobre el nivel de actividad y sobre los salarios, que conspira contra la capacidad de expansión de los sectores productivos e industriales. En segundo lugar, es un sacrificio fiscal enorme que hace el Estado en un contexto donde se busca desesperadamente un equilibrio fiscal, con lo cual va a hacer recaer todavía más el ajuste sobre renglones del gasto, por ejemplo, que podrían estimular una salida del ajuste con algo más virtuoso y se relega. Y el otro elemento es la restricción externa.

−Nada a favor del país…
–Otro elemento muy importante es que consolida una especialización y una inserción de Argentina en el mercado mundial, donde el capital trasnacional que controla esos sectores no vive del mercado interno. No es un capital al cual, como una empresa mediana o grande que el grueso de lo que factura tiene que ver con el mercado interno, en la medida que lo que produce se vende afuera, el nivel de salarios no le importa, cuanto más bajo mejor. Con lo cual la reprimarización no es solo concentración, trasnacionalización, agravamiento de la reprimarización, desindustrialización, sino que también te pone un límite objetivo muy pesado en la capacidad de redistribuir el ingreso a favor de los trabajadores. Ahí hay un tema más estructural, más pesado, y que en los debates sobre el RIGI no apareció.

−Y profundiza aún más las desigualdades al interior de la industria.
–Ese núcleo de empresas trasnacionalizadas, porque hay extranjeras y llamémosle argentinas, que viven del mercado mundial, no representan más del 5% de las firmas que hay en el país. El gran problema es que al 95% restante, donde descuellan la micro, pequeña y mediana producción, les vendría bien una estrategia de redistribución del ingreso porque gran parte o la totalidad de lo que hacen termina en el mercado interno. Pero si no aplicás política industrial o ciertos esquemas de proteccionismo selectivo que les permita crecer en un escenario que no sea como los de la apertura, donde la presión competitiva es muy fuerte, si no acompañás con esas políticas, la suba de salario termina siendo una suba de costos que le termina jugando en contra. Entonces, la estrategia de redistribución necesariamente hay que articularla, acompañarla con una política selectiva en materia de fomento industrial a este tipo de segmento. Y ahí está, según mi punto de vista, la gran crítica que se les puede hacer a los experimentos no neoliberales. Hicieron mucho para mejorar la distribución, pero tuvieron, entre otras, dos grandes deficiencias. La primera, no confrontar contra esta base de acumulación predominante trasnacional y concentrada que mira el mercado mundial. Y la segunda, que la estrategia distributiva fue muy poco acompañada con política industrial para mejorar la competitividad de un gran universo industrial que todavía Argentina tiene. Ahí hay una tensión que es importante hacer aparecer en el planteo.

−¿Redistribución sin un modelo de desarrollo muy distinto?
–Hoy, el debate o el planteo bastante consensuado al interior de lo que uno puede llamar heterodoxia, tiene que ver con que la distribución del ingreso es un tema a atender, pero primero hay que sentar las bases para un modelo de crecimiento sustentable, sostenido en el tiempo. Entonces, una vez que la economía crece, aumenta la torta y ahí el Estado interviene para redistribuir. Pero, ¿cuál es el problema? Es el tipo de modelo de crecimiento que tiene la heterodoxia en la cabeza, que es el mandato exportador. Entonces cuando decís, exportemos soja, petróleo, agro o minería el gran problema se centra en cuatro aspectos centrales. Primero, quién exporta en Argentina esas cosas. Son 100 empresas controlando el 70% de las exportaciones. Esas empresas son en su totalidad altamente trasnacionalizadas, con lo cual el dólar que te aportan por la vía exportadora, se lo llevan por la vía remisión de utilidades, fuga. El segundo elemento, muy importante, el escaso o nulo encadenamiento de la producción primaria con bienes y servicios. El tercer elemento fundamental de esos planteos es lo que mencionábamos antes. En la medida que esa modalidad de crecimiento está vinculado a un capital trasnacionalizado exportador eso te mete un bloqueo estructural a la capacidad de la economía por mejorar la distribución del ingreso. Con lo cual la promesa distributiva después del despliegue efectivo del modelo de crecimiento, no llega nunca. Y finalmente, el tema ambiental que me parece que está clarísimo que todas estas especializaciones de la producción primaria tienen un componente tremendamente negativo en términos ambientales, de salud de las poblaciones de zonas aledañas a los lugares de explotación, que no aparecen en el debate.

Foto: Jorge Aloy

–Ese capital trasnacionalizado además está inmerso en un proceso de financiarización cada vez más profundo…
–Hay una relación muy estrecha, y que a veces no se le da mucha relevancia, entre financiarización y reprimarización. ¿En qué sentido? Un componente de la financiarización, de los 70 para acá, es el auge de las finanzas, de la «timba», y toda la liberalización financiera que generó el mundo para la libre circulación de la especulación. Pero hay otro proceso de financiarización que es menos asible, más abstracto, pero que es importantísimo: cómo el capital trasnacional le imprime a un activo de la economía real la lógica financiera. Me meto en un sector para tratar de obtener la mayor rentabilidad a corto plazo como si estuviera invirtiendo en un activo financiero. Y cuando en mi tablero me aparece otro escenario que me da más rentabilidad en la economía real, me voy para ahí. Esto es fundamental porque hay dos o tres vectores que dan cuenta de esto. Uno es la erosión de los salarios y de las condiciones de vida del pueblo trabajador. Hay una competencia perversa entre países para ver quien ofrece una mano de obra más barata, más precarizada. Todos estos embates contra el mundo de trabajo en Argentina, juegan en este escenario. Otro, es la erosión muy fuerte, en aras de maximizar rentabilidad, del cumplimiento de estándares ambientales. Ahí cada vez más Argentina juega. Y el otro, los sectores con ventajas comparativas y ahí las producciones primarias de exportación son fundamentales. Creo que todo este proceso que no es de ahora, sino que viene desde la dictadura, pero que no para, no para con Gobiernos neoliberales, con neodesarrollistas o con heterodoxos, tiene que inscribirse en esa lógica de financiarización. No es solo que capitales financieros se hacen cargo de empresas productivas, no es solo que a través de derivados y otros instrumentos el sector financiero forma parte del negocio de las producciones primarias, sino también que el capital trasnacional busca maximizar rentabilidad a corto plazo con esta lógica financiera aplicada a la economía real.

−¿Quién podría controlar este funcionamiento?
–No el Estado, sino que son estos capitales trasnacionalizados con esta lógica. Y el otro problema es, por ejemplo, en Ecuador, Uruguay, Chile, Venezuela, Paraguay, Perú, Colombia, que la tendencia de largo plazo sea cada vez más participación de la producción primaria es atendible en la medida en que el desarrollo industrial en esos países es exiguo o nulo. Ahora que, en Argentina desde la dictadura y en Brasil desde los 90, la reprimarización sea un proceso muy fuerte, es un problema. Porque son países que aun a pesar de todos los embates de las políticas neoliberales todavía tienen una masa crítica importante en términos de desarrollo industrial, que de consolidar este modelo reprimarizante y financiarizado la vamos a terminar de reventar. Y eso es un problema porque vamos a un país donde sobra población, con lo cual son todos modelos muy reñidos con una vida democrática. Vamos a una sociedad con momentos y focos de tensión muy grandes producto de este tema estructural que es la no generación de empleo, los límites estructurales a la distribución del ingreso y a quién controla estas inserciones.

−Aldo Ferrer sostenía que estos modelos del neoliberalismo implican un país más pequeño y con dos tercios menos de población. ¿Hacia ahí vamos?
–En el campo popular no podemos asumir que esto es inevitable. Coincido con Ferrer en que no quiero vivir en una sociedad donde sobren dos tercios de la población, porque entre otros va a sobrar mi hijo, voy a sobrar yo, vas a sobrar vos. Yo veo algo central. El mundo pospandemia habilitó dos discusiones que hasta hace cinco minutos no eran parte de lo que socialmente se podía decir. Una es sobre la desigualdad. Argentina es un país tremendamente desigual, inequitativo y que en caso de consolidar todavía más el mandato reprimarizador, va a ser todavía más inequitativo. Y el otro es el regreso del tema de la política industrial. Ese segmento de micro, pequeña y mediana pero también de grandes producciones, que tienen el núcleo de lo que producen destinado al mercado interno, que les vendría bárbaro desde el punto de vista estrictamente económico, una política estatal que busque la mejora distributiva y acrecentar la demanda interna en un sentido propositivo, si no lo acompañás con política industrial, por ahí le estás poniendo un cinturón de plomo. Porque en un escenario de apertura económica, si yo aumento el salario, aumento la demanda, pero también estoy aumentado los costos de producción, y le estoy restando competitividad a ese segmento. Hay ahí una doble dimensión que es muy clara en esta necesidad de redistribuir y la política industrial y que lo habilita el escenario actual, donde la desigualdad, la concentración como un problema y la necesidad de pensar y repensar política industrial ha vuelto al foco de la cuestión. Hay una ventanita que hay que saber leer y que en términos políticos hay que hacerla converger con un frente, una alianza, que involucre todo este capital, llamémosle mercado internista, con el mundo del trabajo, no solo el formal, sino también con los movimientos sociales. Con todos los sectores que les vendría bien incluso desde un punto de vista estrictamente económico, que la dinámica económica sea traccionada más por el mercado interno, la demanda interna, que por esta salida exportadora con estos sesgos. 

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