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Yo pisaré las calles nuevamente

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La dictadura de Pinochet llevaba a Chile al desastre económico y social, pero el pueblo comenzaba a alzar la voz por el regreso de la democracia.

1984. Facsímil de la edición de «Acción» de la segunda quincena de enero.

Foto: Archivo «Acción»

Bajo el título «Chile: el clamor de todo un pueblo torna inexorable el retorno a la democracia, a pesar de la intransigencia del régimen», las páginas de Acción reflejaban la crueldad de la dictadura de Augusto Pinochet, donde la represión crecía «desmesuradamente», mientras las protestas no se detenían. 

La crónica denunciaba que «el límite de la seguridad no existe» y la desesperación se reflejaba en suicidios y señalaba que «la sed de libertad, lenta pero inexorable, envuelve a todo el país y el repudio al régimen que hace diez años desalojó a sangre y fuego al Gobierno socialista de Salvador Allende es virtualmente total». 

Los andenes encerados, las plazas y sus canteros impecables, el orden y la limpieza maníaca reflejaban esos años que nadie pisaba las calles de Santiago. Estaba prohibido todo. 

La brutalidad se evidenciaba en los números que la dictadura quería –pero no podía– ocultar: 300.000 exiliados, un millar de desaparecidos y, ante cada manifestación masiva, miles de detenidos y torturados, heridos y amedrentados. 

Para el régimen se trataba de «maniobras comunistas», y a pesar de los intentos de disuasión y las mentiras del proceso pinochetista, las concentraciones opositoras convocaban a más de medio millón de personas cada vez. 

Se iban cayendo las máscaras y las organizaciones populares se reagrupaban para volver a la vida política de Chile y, aunque estaban separadas por diferencias irreconciliables, todas buscaban una salida. ¿Cuál era el camino? El abogado Jaime Castillo Velazco, presidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos y exiliado, sostenía: «Hablar de derrocamiento me parece erróneo, porque significa fuerza, y fuerza contra las fuerzas armadas no existe», y señalaba que «hablar de eso es perder el tiempo». Apostaba entonces por «la vía de la maduración del proceso social con base en problemas concretos» y adelantaba que se daría «en la medida en que la realidad agudice los problemas, como ahora, en que se podría decir con lenguaje marxista que todo el mundo se siente en condiciones revolucionarias porque todo el mundo está desesperado, angustiado». Frente al «mundo caótico» advertía que «la movilización social crecerá». 

El toro por las astas
Los testimonios coincidían en que «el desastre a que se ha llevado al país solo puede ser resuelto por un régimen democrático», llamaban a «tomar el toro por las astas» y a la organización, la lucha y la unidad «como camino verdadero para alcanzar una democracia real». 

La publicación le dedicaba un tramo al llamado «milagro chileno», aquel del que se jactaban tanto Pinochet «como los popes del monetarismo importado desde los Estados Unidos». Ese «milagro de barro» le representaba por entonces a Chile una deuda externa de 17.000 millones, «la más alta del mundo en relación con la población». Los sectores productivos, en tanto, habían disminuido su participación en el PIB del 48,8% en 1974 al 42,1% hacia 1982. 
Las quiebras, en todos los sectores, había aumentado en el mismo período 35 veces y la fiebre consumista «determinó una delirante ola de importaciones»: para muestra, en solo seis meses, en 1981, habían ingresado al país 5 millones de pares de zapatos.

Mientras se abarataban los bienes durables, se encarecían educación, salud, alimentos y viviendas, y desaparecían al mismo ritmo fuentes de trabajo. El movimiento sindical era socavado, y sus representantes, exiliados o encarcelados. 

Finalmente, las cooperativas chilenas tampoco pudieron escapar a las condiciones impuestas por la crisis y constituyeron uno de los sectores más afectados: entre 1974 y 1982 el número de organizaciones disminuyó en un 88,2%. El Confecoop-Chile advertía entonces que «como paso simultáneo o previo a la instauración de un nuevo orden político y social», el movimiento cooperativo, por su esencia solidaria, participativa y democrática, «tiene un papel que desempeñar en cualquier esfuerzo que se realice para sacar al país de la crisis generalizada que lo está jibarizando como nación».

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