Al rescate del soldado Bergdahl

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Estuvo en poder de los talibanes cinco años y fue canjeado por presos de Guantánamo. Crítico de la intervención estadounidense en Afganistán, desde sectores de derecha lo acusan de traidor.

 

Comunicado. Los padres del joven militar se presentaron en la Casa Blanca para agradecer la gestión del presidente Obama. (AFP/Dachary)

La liberación de un sargento estadounidense secuestrado durante cinco años por los talibanes en Afganistán es parte de una película de géneros múltiples: suspenso, misterio y drama. Bowe Bergdahl regresó a su país no por maniobra de fuerzas de elite como las que suele publicitar Hollywood, sino merced a un intercambio de prisioneros. La Casa Blanca abrió las puertas de Guantánamo a cinco miembros del grupo islámico, y los talibanes dejaron salir al rehén. Barack Obama, presidente de Estados Unidos, argumentó con tono épico la política para con sus tropas al expresar que «nunca dejamos a nuestros hombres detrás». La historia habría tenido final feliz si no fuera por dos escenas fuera de libreto. Se acusa a Obama de resolver el canje de presos sin autorización del Congreso y son varias las voces que califican a Bergdahl de ser un desertor. El protagonista estrella, para colmo, tampoco ayuda. «Esto es un asco. El Ejército de Estados Unidos es un ejército de locos, mentirosos y abusadores», había escrito antes que se perdiera su rastro en 2009.
En la mañana del 30 de junio de aquel año, Bergdahl terminó con su guardia en el campamento de Yahya Khel, un pequeñísimo pueblo perdido en las montañas, cercano a la frontera con Paquistán. El soldado le preguntó a su superior si podía salir de la base con su equipo de trabajo, un fusil y unos lentes de visión nocturna, y le respondieron que no. Bergdahl volvió a su bunker, tomó un cuchillo, una cantimplora con agua, su cámara de fotos y su diario, y empezó a caminar. Tenía 23 años. Conocía la zona, conocía a la gente del lugar, tanto que sus compañeros recordaron luego que él «pasaba más tiempo con los afganos que con nosotros». Horas después, el jefe de la unidad comunicó la desaparición del soldado. En la tarde de ese mismo día, un avión no tripulado que captura señales electrónicas de radio o telefonía celular reportó una charla de un uniformado norteamericano buscando alguien que hablara inglés. El ejército afgano, antes de caer la noche, avisó a Estados Unidos que informes de inteligencia daban cuenta del secuestro de Bergdahl por los talibanes. Al día siguiente, los propios servicios secretos del Ejército ocupante interceptaron una charla entre dos combatientes del grupo armado musulmán. «¿Es cierto que capturaron a un chico norteamericano?», preguntó uno de ellos. «Sí, está vivo», contestó el otro. Desde entonces, poco y nada se supo del cautivo. Se conoce ahora que intentó fugarse dos veces y que, como castigo, fue torturado y recluido en una pequeña celda de metal. Los talibanes dejaron marcharse a Bergdahl cuando supieron que cinco de los suyos aterrizaban en Qatar, el país elegido en el acuerdo con Washington para que permanecieran durante un año, vigilados. En Guantánamo es casi imposible saber el número de presos que Estados Unidos mantiene y más difícil aún es conocer de qué se los acusa. Los detenidos canjeados por el soldado estaban en la base estadounidense en Cuba tras los atentados a las Torres Gemelas. Nunca se les probó relación con el ataque terrorista, pero a algunos se los vinculó con la matanza de partidarios chiítas entre 1998 y 2001 y a otros se los identificó como altos miembros de Al Qaeda. John McCain, senador republicano y prisionero de guerra en Vietnam, manifestó que la negociación para liberar a Bergdahl fue un error. «Aplaudimos que esté en casa, pero la decisión de traerlo carece de fundamento; nos estamos rindiendo ante criminales de guerra que han dedicado su vida a destruirnos», agregó. Marco Rubio, su compañero de bancada, sostuvo que «el presidente ha elevado a un grupo terrorista a la posición de Ejército de una nación, legitimando de facto a los talibanes». Los adversarios de Obama le imputan el riesgo de que, a partir de ahora, se reconozca como interlocutores válidos a facciones insurgentes de otras partes del planeta. El oficialismo en el Parlamento pidió no politizar el caso. «La oposición ha aprovechado la liberación de un prisionero de guerra estadounidense para hacer juegos políticos, cuando este hecho debería constituir un momento de unidad y celebración en nuestro país», declaró Harry Reid, jefe de los demócratas.
«La verdad es esta: Bergdahl es un desertor. Nadie toma sus cosas y se va como si nada. Soldados de su propia unidad murieron tratando de localizarlo», disparó Nathan Bradley Bethea, compañero de Bergdahl en la base de Yahya Khel. Según la acusación, se responsabiliza al sargento por el fallecimiento de ocho uniformados, implicados directa o indirectamente en su búsqueda. Algunos analistas relativizaron ese dato, explicando que 2009 fue un año de bajas importantes en la zona de conflicto. Los medios de comunicación echaron más leña al fuego. Apenas desapareció Bergdahl, la cadena Fox cargó contra él, sugiriendo que los talibanes podrían ahorrarle mucho dinero al gobierno de Washington matando al prisionero. The New York Times aseguró que el soldado violó numerosas leyes militares y que podría pasar unos años en la cárcel. Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, admitió que el soldado podría ser juzgado sólo si se comprueba que abandonó su posición antes de ser capturado. «Él es inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero el Ejército no hará la vista gorda si se comprueba que no cumplió con las reglas castrenses», concluyó.

 

Búsqueda paterna
Investigar a la víctima fue la estrategia que los detractores de Bergdahl tramaron para quitarse de encima a un personaje que les resulta incómodo. Su caso fue difundido a causa de la intensa campaña que realizaron sus padres al anoticiarse de que el soldado estaba en manos del enemigo. En un principio estuvieron absolutamente solos, al punto de que ellos mismos emprendieron una pesquisa paralela y –según afirma The New York Times– se entrevistaron con los talibanes para dar con su hijo. La máquina mediática movió sus fichas hacia el lado más ruin del argumento: que el papá del soldado tenía barba musulmana, que él  era raro, que le gustaba la danza clásica casi tanto como el uniforme verde oliva, que el joven fabulaba y le encantaba inventar historias, que se trataba de un idealista que se había enrolado «para salvar al mundo», que de adolescente conoció una chica que lo acercó al budismo y otras tantas anécdotas del estilo. La intención era clara: se pretendía desacreditar sus dichos. ¿Qué decía el soldado? Lo contó un periodista de la revista Rolling Stone que entrevistó al sargento y a su unidad para una extensa crónica que se publicó cuando Bergdahl estaba desaparecido, un año después de que el autor de la nota falleciera en un accidente de tránsito.

Pantalla. La televisión catarí fue testigo de la entrega del soldado Bergdahl. (AFP/Dachary)

«El horror de Estados Unidos es repugnante», escribía Bergdahl a sus padres, vía email, según mostró la Rolling Stone. «La vida es demasiado corta –continuaba diciendo– como para gastarla en ayudar a los tontos con sus ideas que están mal. He visto sus ideas (de sus superiores y compañeros de armas) y me da vergüenza incluso ser norteamericano». Bergdahl, a punto de abandonar su campamento, se manifestaba decepcionado por lo que le habían dicho que iba a hacer a Afganistán y lo que realmente realizó: «Se supone que debíamos ganarnos los corazones de los afganos, simpatizar con ellos. Estas personas necesitan ayuda; sin embargo, lo que reciben es al país más vanidoso del mundo, diciéndoles que no son nada, que son estúpidos, que no tienen idea de cómo vivir. Nos burlamos de ellos delante de sus caras, nos reímos porque no comprenden que los estamos insultando. No nos importa cuando los oímos hablar entre ellos acerca de la ejecución de sus hijos en plena calle, atropellados por nuestros camiones». Se especula, incluso, que el sargento pudo haber presenciado la muerte de uno de esos pequeños, bajo las ruedas de un vehículo militar, episodio que habría acentuado su deseo de huir.

 

Salarios pendientes
Habrá que esperar para conocer el testimonio completo de Bergdahl. Su familia asegura que ya no comprende el idioma inglés. Del aeropuerto de Kabul, el soldado viajó a un hospital militar en Landstuhl, Alemania. Tras unos días allí, voló a San Antonio, Estados Unidos, para ser internado en el Brooke Army Medical Center, un sanatorio de asistencia específica para miembros del Ejército que padecieron largos períodos de cautiverio. «Nuestra prioridad ahora mismo es que el sargento Bergdahl continúe recibiendo la atención y el cuidado que necesita», expresó John Kirby, secretario de prensa del Pentágono. No se brindó plazo alguno para su reinserción social. Las autoridades militares no permitieron todavía que pudiera ver a su padre ni a su madre, aunque aclararon que la decisión final la tendrá el propio paciente. Al sargento no le corresponderán los ascensos de rigor como veterano, por no haber cumplimentado responsabilidades dentro del orden de mando, tal como establece el código militar. Del sumario interno que se le realice dependerá si Bergdahl cobrará o no los 300.000 dólares de salario que se le adeudan desde 2009 a esta parte.
La historia del sargento y el proceso de su liberación se enmarcan en la decisión que Obama tomó cuatro días antes de anunciar la resolución del caso Bergdahl. El presidente dijo que retirará sus tropas de Afganistán. «Hemos estado más tiempo de lo que muchos estadounidenses esperaban», declaró Obama. La Casa Blanca considera que se cumplieron los objetivos de su presencia allí al lograr reducir el accionar de Al Qaeda, eliminar a Osama Bin Laden y evitar que esa parte del mapa se convirtiera en una amenaza real para los intereses de Washington. El retiro de tropas es, en rigor, un eufemismo. De los 32.000 efectivos que permanecen en la actualidad, 9.800 se quedarán durante 2015. Serán sólo 1.000 en el 2016 y ninguno participará en combates; o, al menos, eso se prometió. Para entonces, el caso Bergdahl habrá caído en el olvido, acaso injustamente, precio de una guerra larga, interminable: la de la mentira contra la verdad.

Diego Pietrafesa

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