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Vigente y necesaria, sobrevivió a los cambios tecnológicos y la competencia con nuevos medios y formatos y hoy enfrenta los desafíos que imponen las industrias globales de la comunicación. Entre el público fiel que elige el acompañamiento sonoro cotidiano y la búsqueda de contenidos a medida.


Nacional. El estudio, con periodistas y locutores, y la pecera, territorio de productores y operadores, la usina donde se genera la trama radiofónica. (Jorge Aloy)

A100 años de la audacia de cuatro pioneros conocidos como «los locos de la azotea», que transmitieron una ópera desde la terraza del Teatro Coliseo, la radio confirma que la característica que se mantuvo imperturbable a lo largo de este siglo es su capacidad de adaptación. Como la famosa canción de María Elena Walsh, la radio puede cantar con autoridad aquello de «tantas veces me mataron». Sobrevivió a todo; ahora se enfrenta con un futuro que se presenta amenazante, tal vez más que nunca. El cambio de paradigma en las industrias de comunicación y de entretenimiento y la consolidación de soportes digitales aparece más temerario que, por caso, el cuco que simbolizó la masificación de la televisión en la década del 60.
Poco queda de su importancia cultural y política –y simbólica– en la sociedad del siglo XX. Las postales de un pasado de gloria son en blanco y negro: la gente agolpada frente al diario Crítica sobre la porteña Avenida de Mayo para seguir la trasmisión de la pelea entre Dempsey y Firpo; las orquestas de tango con sus hinchadas invadiendo los estudios; el fervor popular por los radioteatros… Imágenes arbitrarias, elegidas entre tantas. Esa relevancia mediática en caída libre es global. Una acción mítica como la de Orson Welles informando una invasión extraterrestre en 1938 por la CBS inspirado en La guerra de los mundos (y con el pueblo estadounidense aterrado, y un paisaje de paranoia, éxodo y rutas atestadas) o la conquista de Los Beatles a los Estados Unidos motorizada por una minuciosa estrategia trazada junto con los programadores radiales, hoy serían imposibles. La radio, sí, conserva su esencia: cambió, se reconfiguró y se apoya, como siempre, en su médula comunicacional que se puede resumir en una ecuación elemental: «Alguien que tiene algo para decir, y lo dice bien; otro que escucha porque está interesado en ese contenido».

Creíbles y con hinchada
¿De qué hablamos cuando hablamos de radio en 2020? Hay diferencias entre Matías Martin y los trabajadores de una emisora comunitaria, entre un podcast de Migue Granados y el programa de Héctor Larrea por Radio Nacional, entre FutuRock y Radio CASo. «La radio es un medio plebeyo hecho por plebeyos. Si uno tiene pretensiones extraordinarias, posiblemente derrape. El oyente se da cuenta cuando lo respetan». La frase es precisamente de Larrea, y constituye un concepto que trasciende un formato o un soporte. Es un concepto filosófico. En los últimos años, se tiende a la segmentación y la especialización, pero la idea del respeto al oyente es capital.


1952. Música en vivo durante la era de oro: Nelly Omar canta desde Radio El Mundo. (Archivo General de la Nación)


En casa. La radio acompaña, de cerca pero sin invadir, la vida hogareña. (Horacio Paone)

La radio sigue siendo el medio más creíble. Un estudio titulado «Tecnología, noticias y entretenimiento en tiempos de aislamiento por el COVID-19», realizado por un equipo de investigadores e investigadoras del CONICET en el Instituto Gino Germani, arroja algunas evidencias. En abril encuestaron a 1.572 personas, de las cuales el 69% dijo leer más de un medio gráfico, mirar más que un canal de televisión pero que, en cambio, se concentra en una sola radio. La vieja idea de la fidelidad hacia una emisora y hacia sus programas se mantiene: la gente sigue a Mitre, a la 750, a Radio Con Vos, a Metro o a cualquiera. «También las encuestas demuestran que el tiempo de permanencia del oyente en un programa es de dos tercios. Mucho más que en la televisión», dice Eduardo Aliverti, un emblema del medio radial y un estudioso de su historia y de sus zigzagueos. Y completa: «Las radios y ciertos programas no tienen oyentes, tienen hinchadas».
Las encuestas también revelan un casi nulo encendido entre los jóvenes, volcados en su mayoría a diferentes plataformas. Uno de los más prestigiosos especialistas en medios de comunicación, Martín Becerra, ofrece un punto de vista abarcador: «El mediano plazo de la radio y la televisión –digamos, de acá a 10 o 15 años– es una incógnita. No quisiera repasar el fracaso estrepitoso de los sepultureros intelectuales de los viejos medios. Pienso que la radio como la conocíamos ha cambiado, que no es el clásico medio generalista, policlasista e interpelador de masas, sino una compañía cada vez más segmentada en su público, temática y modesta en su aspiración de alcance e impacto. La tercerización generalizada de la programación en casi todas las radios de la Argentina, con excepción de un par de emisoras top, también habla de la progresiva pérdida de una identidad característica».


(Silvia Porritelli)

Esas «radios top» que menciona Becerra suelen ser parte –una parte mínima, por otro lado– de grandes grupos empresarios. Salvo excepciones, el medio nunca representó un negocio voluminoso. Ese detalle no menor le ha otorgado una libertad de expresión que no existe, por ejemplo, en la televisión. «La radio goza de una independencia significativa –señala Martín Giménez, gerente artístico de Radio Nacional–. Así como no tiene tanta penetración, manifiesta una variedad importante de voces, que no se encuentra en otros medios. Está claro que hace tiempo que la radio es insostenible económicamente. Estamos contemplando cómo gigantes del medio, por ejemplo, Radio del Plata, Radio Rivadavia, zozobran».
El derrumbe es extensivo al resto de los medios tradicionales, como televisión, diarios y revistas. Pero una mirada amplia debería contemplar que el crecimiento avasallante de formatos que circulan por internet deja afuera a un sector significativo de la comunidad. «Los medios empiezan a migrar a lo digital, pero un segmento de la población sigue sin usar este tipo de servicios streaming», señala Beatriz de Llano, analista de consumo audiovisual en Euromonitor International. Ese razonamiento se potenció desde el comienzo de la pandemia: no tener computadora o red de wifi representa hoy otra de las formas de la marginación.
Argentina cuenta con una presencia federal de radios alternativas, comunitarias y cooperativas, muchas de ellas agrupadas en FARCO (Foro Argentino de Radios Comunitarias), que lleva a cabo una intensa tarea comunicacional y también social. Tuvieron su origen en los años 80 y resistieron todo tipo de embates, entre ellos, el de la ilegalidad inicial –mientras rigió la ley de radiodifusión de la dictadura–, la hiperinflación y el del neoliberalismo de la década del 90. «No existe prácticamente pueblito en la Argentina que no tenga al menos una emisora. Son fenómenos muy saludables, que van de abajo hacia arriba», apunta Aliverti. Y completa: «Las radios que marcan agenda periodística siguen siendo las de los grandes multimedios; hay otra zona que se mueve en una especie de anarquismo romántico, más artesanal. Soy escéptico: creo que las audiencias masivas se van a seguir concentrando en los grandes medios. Y después va a haber una suma de pequeñas minorías, con temáticas más determinadas». Becerra habla de «cierta pregnancia de grupos sociales que quieren “hacerse oír”, aunque haya pocos oyentes». «Tal vez revisar esos usos sociales reales, no imaginarios, que sigue teniendo la radio sea un buen disparador para su necesaria introspección y reinvención», opina.

Podcast, ser o no ser
Cuando se habla del presente y futuro, surge una palabra que a esta altura parece insoslayable: podcast. En los Estados Unidos, por ejemplo, un estudio titulado «Share of Ear», realizado por Edison Research, encontró que los canales digitales son los que están captando mayor crecimiento de medios, tendencia que se potencia porque el 42% de las personas entre los 18 y 34 años de edad no escuchan radio a través de AM o FM. El fenómeno es global. El aumento de smartphones hace que la voz sea una de las formas de interacción cotidiana. Y en el anglicismo «on demand» se pueden encontrar claves de las formas de entretenimiento y comunicación actual. Los jóvenes se han acostumbrado a ir hacia lo que necesitan: sea una película, una canción, una noticia. Esa idea de falsa libertad de elección puso todo patas para arriba. El podcast, en ese sentido, se muestra vigoroso. Cada vez se escuchan más y el verbo que se ha naturalizado es otro neologismo: «monetizar». Es decir: cómo convertir ese interés en dinero.


Giménez. Variedad importante de voces que no se encuentra en otros medios.

Mengolini. «Se comparte un momento único entre el que emite y el que recibe».

Becerra. «Es posible que la expansión del podcast esté un poco inflada por la moda».

Aliverti. «La mayor falencia es la falta de renovación estética y de contenidos».

Larrea. El respeto al oyente en «un medio plebeyo, hecho por plebeyos».

Aliverti es tajante: «El podcast no es radio. Se puede mimetizar, pero ontológicamente no es radio. Es un dispositivo, ni más ni menos que eso. Es como pensar que Twitter es un medio de información». Julia Mengolini, fundadora de FutuRock opina igual: «La radio es en vivo, se comparte un momento único entre el que emite y el que recibe. A mí me gustan algunos podcast, pero no los considero radio. Y me gustan cuando están guionados, elaborados, editados; no la chantada de cuatro tipos hablando sobre los sándwiches de miga, o esa gente que corta pedacitos de programas de radio, los mezclan un poco, los editan y los suben». Becerra encuentra el podcast como una síntesis: «Su surgimiento responde a la dosificación y personalización de contenidos, así como la desprogramación como tendencia general de acceso y uso de información y entretenimientos. Es posible que la expansión del podcast esté un poco inflada por la moda. Pasada la fiebre veremos que se asentarán aquellas ideas y proyectos más genuinos y conectados con necesidades sociales».
Según Digital News Report, el 86% de los argentinos urbanos se informó en 2019 a través de contenidos online, y de ese grupo un 76% a través de un celular. Por otra parte, el 56% de los consumidores de podcast no escucha radio. «Los números en general son elocuentes –dice Aliverti–. De todos modos, yo creo que la mayor falencia de la radio no pasa por la tecnología sino por la falta de renovación estética y de contenidos. En los 60, al avance de la televisión, la radio le contrapuso los magazines al estilo Fontana Show… Ahora, ¿cuál fue la última gran renovación? Yo creo que hay que hablar de 35, 40 años, durante el período de fin de la dictadura y comienzo de la democracia. A mi juicio, esa renovación la encarnó desde la estética, Rock & Pop y desde el periodismo y los contenidos, Radio Belgrano. No ha habido grandes disrupciones desde entonces. Ya pasó mucho tiempo».


FM en tránsito. Las alternativas y comunitarias están presentes en todo el país. (Alejo Jorge Miguel)

Anacrónica, sentimental, gratuita… La radio maneja un imaginario del siglo XX. «Se sabe: le han decretado la muerte muchas veces. Pero sigue viva y coleando. No quiero decir que sea sagrada. Se modifica, claro está. Pero al final, según pasa el tiempo, la radio es inmutable. Su magia es: alguien escuchando en la cocina una voz que le habla, en vivo», señala Mengolini.
Aliverti encuentra para definir a la radio y su presente una metáfora. La frase es contundente: «Es una anciana sin mayores achaques». Tiene razón Aliverti. Cumple 100 años y, contra viento y marea, resiste con la fuerza que da la nobleza macerada en el siglo pasado. El debate acerca de su futuro es imprescindible porque, al fin y al cabo, desnuda la diferencia entre conexión y comunicación y pone de relieve la erosión creciente del tejido social.

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