Alto impacto

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El ascenso de la temperatura del planeta ha disparado una sucesión de eventos extremos en los últimos 50 años. Inundaciones en Argentina, sólo una de sus consecuencias.

Invernadero. La emisión de gases como el dióxido de carbono durante la generación de energía evita que el calor escape al espacio.(AFP/Dachary)

La temperatura de la Tierra se eleva, hace mucho calor, los glaciares se derriten, también los hielos del Ártico, se desprenden plataformas de hielo de la Antártida, se producen ciclones devastadores, lluvias torrenciales, inundaciones. Al mismo tiempo, hay sequías, incendios, lagos que se desecan. También hace mucho frío y las nevadas en algunas ciudades son cada vez más rigurosas. Algunas especies mueren y muchas otras se acercan peligrosamente a la extinción. El nivel de los mares va lentamente en aumento y vastas áreas costeras empiezan a correr riesgo. Parece el escenario de una película de catástrofes al estilo de 2012, pero no es más que una breve descripción de lo que está sucediendo ahora mismo en diversos lugares del planeta. Son las consecuencias palpables del cambio climático (CC); consecuencias que, como vienen señalando varios especialistas, los argentinos –más allá de la discusión sobre las responsabilidades políticas– han sufrido recientemente en carne propia con las inundaciones en la Ciudad de Buenos Aires, en La Plata, o las anteriores en el litoral santafesino.
Junto con el del planeta, el clima de la Argentina también está cambiando. Según Inés Camilloni, doctora en Ciencias de la Atmósfera (UBA) e investigadora en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera dependiente del CONICET y la UBA, «hay una tendencia en los últimos 40/50 años a que llueva más en toda la región del sudeste de Sudamérica y en Argentina en el norte de la Mesopotamia, en la provincia de Buenos Aires. El problema con la tendencia a que llueva cada vez más es que también se ve acompañada por cambios en la forma en la que llueve. Son episodios quizá más separados en el tiempo, pero llueve en forma torrencial. Ese cambio en la intensidad de precipitación de cuánto llueve en determinado tiempo es lo que produce impactos como los de las inundaciones. Se podría decir que es un evento extremo que sale del promedio de la estadística».
Respecto a la Ciudad de Buenos Aires, la científica aclara que «lo que aumentó mucho es la cantidad de días en los que llueve más de 100 milímetros por jornada. En un año, pueden llover unos 1.400 milímetros; entonces, que en un solo día te llueva más de 100, produce impacto. Lo que tiene de importante el CC es la variabilidad, que está asociada con cambios extremos. Los extremos en las temperaturas, los extremos de lluvias, son los que producen el impacto más importante en la sociedad».
Las transformaciones que está sufriendo el sistema climático de la Tierra  deberían preocupar seriamente, ya que en las próximas décadas, incluso años, la vida de todos podría cambiar. Consultado sobre si el CC se ha estabilizado o ha empeorado en los últimos 10 años, Thomas Wilbanks, geógrafo estadounidense del Instituto de Ciencia sobre Cambio Climático del Laboratorio Nacional Oak Ridge, considera que «se trata de un proceso gradual de evolución y no hay evidencia que apoye una respuesta definitiva a esta pregunta». Además de científico, Wilbanks es autor de varios libros sobre el impacto y las consecuencias del CC  y ha estado en congresos en Argentina en dos ocasiones. «Sin embargo –dice–, dos cosas han cambiado. En primer lugar, estamos observando más signos del CC que hace una década. El impacto no es ya principalmente en proyecciones de modelos informáticos, sino que se basa en observaciones de que el clima de las últimas décadas es diferente del clima del siglo pasado. En segundo lugar, la cantidad total mundial de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos está creciendo más rápidamente que cualquiera de nuestros escenarios de CC (incluso los más extremos). Esto significa que, en los últimos años, nuestra percepción de que el CC podría convertirse en una seria amenaza para el desarrollo sostenible ha aumentado».

Variaciones
Con frecuencia, en charlas informales e incluso en los medios de comunicación se suele confundir el CC con el calentamiento global. Sin embargo, aunque están relacionados, son dos fenómenos diferentes.
El sistema climático del planeta está compuesto por la atmósfera, los océanos, la biosfera terrestre y la marina, la criosfera (hielo marino y glaciares) y la superficie terrestre. Estos componentes interactúan entre sí mediante flujos de energía (solar, gases e intercambio de agua en sus distintas fases). La solar es la energía que pone en movimiento este sistema, ingresando al planeta y escapando al espacio en forma de radiación infrarroja. Este intercambio de flujos posee un delicado equilibrio y a menudo se producen desequilibrios fluctuantes, inherentes a la variabilidad del clima, sin por ello afectar prolongadamente a todo el planeta (fenómenos meteorológicos como El Niño y La Niña).
Sin ajustarse a una definición académica, se podría decir que el CC es una variación significativa y persistente en las condiciones meteorológicas medias de una región, o, en el caso que aquí se trata, de todo el planeta. Estas variaciones –para beneficio o perjuicio del ser humano– se han producido históricamente por procesos naturales, como ha ocurrido desde que el mundo es mundo y existe una atmósfera a su alrededor. Así, por diferentes estadios de la naturaleza, el planeta ha estado más caliente o más frío. De hecho, no hace demasiado tiempo, la Tierra pasó por un proceso de CC que derivó en una sucesiva alternación de calentamientos y glaciaciones, la última de las cuales se produjo hace apenas unos 10.000 años.
La otra forma de que se produzca un CC se inició hace poco más de dos siglos, con el advenimiento de la era industrial y sus persistentes emisiones de carbono y otros gases a la atmósfera. A esto habría que sumarle la intensificación de ciertas actividades durante el siglo XX, como la deforestación, la ganadería intensiva y los arrozales (grandes emisores de metano). Es lo que se conoce como CC generado por perturbaciones antropogénicas, es decir, provocado por la acción del hombre que, ya no caben dudas, ha roto ese equilibrio.
Antes de la era industrial, mediante la fotosíntesis, la absorción de dióxido de carbono (CO2) estaba equilibrada respecto de la emisión de este gas por parte de los seres vivos y por la descomposición de materia orgánica a nivel terrestre. Su concentración en la atmósfera resulta casi constante hasta poco después de mediados del siglo XIX, casualmente unos 60 años después de que diera comienzo la Revolución Industrial. Con un número de fábricas en constante crecimiento y la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) para poner en marcha las maquinarias, empezaron los problemas ambientales. Camilloni aclara que a nivel mundial Argentina no es un gran emisor: «En el ranking de países emisores, está más o menos en la posición 24. A nivel de Latinoamérica, estamos detrás de Brasil y México. El 90% de las emisiones de Argentina provienen de dos sectores: agricultura y ganadería, un 44%, y 47% de generación de energía y uso de combustibles fósiles para la generación de electricidad y trasporte. El 5% de las emisiones provienen de los residuos; por ejemplo, los rellenos sanitarios generan metano. La ganadería tiene gran incidencia, porque las vacas, con su sistema digestivo, emiten gran cantidad de metano a la atmósfera, a través del eructo».
Ahora bien, ¿cuál es el problema de liberar dióxido de carbono a la atmósfera? En realidad, ninguno, si se hace en las proporciones en que el planeta lo requiere; si se sobrepasa (y largamente, como ocurre hoy en día), el clima se desequilibra y comienza a gestarse lo que se denomina calentamiento global, pues se trata de la suma de muchos eventos locales en forma sostenida en el tiempo. ¿Y por qué se calienta el planeta? Debido a lo que se conoce como «efecto invernadero».

Radiación infrarroja
Pese a que lo que está ocurriendo en nuestro planeta no es exactamente lo que sucede dentro de un invernadero, es la imagen más aproximada de cómo, a causa del dióxido de carbono y otros gases como el metano (CH4) –además de los aerosoles–, el calor del sol queda atrapado entre la superficie y la tropósfera, no escapa al espacio en la medida en que debería hacerlo y provoca un aumento globalizado de la temperatura. Se estima que desde el comienzo de la era industrial la temperatura de la superficie terrestre aumentó 0,75°C. No parece mucho, pero en realidad lo es. En ese incremento, según la American Geophysical Union, las temperaturas medias globales de superficie aumentaron en promedio cerca de 0,6°C sólo en el período que va de 1956 a 2006, así como 11 de los 12 años anteriores a 2006 fueron más cálidos que cualquier otro desde 1850.
Siguiendo un patrón similar al invernadero, los GEI actúan de modo que no dejan escapar la suficiente cantidad de radiación infrarroja al espacio y este mayor nivel de energía se traduce en un aumento de temperatura. Por ejemplo, desde 1750, las concentraciones de CO2 y metano han aumentado en un 36% y 148% respectivamente. Para mantener una temperatura promedio, la Tierra debe emitir al espacio el 30% de la radiación solar que recibe mientras que absorbe el 70%. La acción antrópica desde hace 200 años ha provocado que el planeta tenga que adaptarse al exceso de energía. Apenas un 2% de incremento es suficiente para romper este precario equilibrio.
Hay que precisar que muchos de los GEI ya se encuentran de por sí en la atmósfera. Además de los nombrados, está el vapor de agua (H2O), el ozono (O3) y el óxido nitroso (N2O), pero hay otros que, literalmente, fueron creados por el hombre. Son los famosos compuestos clorofluorocarbonados (CFC) y otros derivados: PFC, HFC y HFHC.
Lo peor es que todas estas emisiones tienen un efecto acumulativo. En su libro El cambio climático y la costa argentina del Río de la Plata, el doctor en Ciencias Meteorológicas de la UBA, Vicente Barros, señala que «las concentraciones de GEI permanecen largo tiempo en la atmósfera, y el ajuste térmico del sistema climático a las mismas es también lento. Por lo tanto, la temperatura de los próximos años aumentará en cualquiera de los posibles escenarios a pesar de lo que se haga para disminuir las emisiones: el CC con sus gravísimas consecuencias ya es inevitable».

Panel internacional
El CC resulta preocupante, especialmente, por el impacto que tiene y seguramente tendrá en todas actividades humanas. Según Wilbanks, «si el CC es moderado, la humanidad será capaz de adaptarse a muchos de los cambios, con algunas excepciones: por ejemplo, en las regiones polares y las islas tropicales de baja altitud. Si es severo, muchas adaptaciones deberán ser de transformación más que incrementales, lo que sería más difícil y costoso». El estadounidense aclara que «en general, las actividades humanas en las zonas especialmente vulnerables (por ejemplo, las costas y poblados en la ribera de los ríos) y las actividades que están más estrechamente relacionadas con variables climáticas (agricultura, forestación, turismo, entre otras) se verán afectados directamente».
En su Cuarto Informe de Evaluación, que data de 2007 (el Quinto se estima que estará finalizado en 2014), el IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático, del cual forman parte varios argentinos) concluye que «es muy probable que algunos fenómenos meteorológicos, como olas de calor, temporales y sequías, que pueden tener gran impacto, sean más frecuentes y generalizados en el futuro, y, en algunos casos, más intensos. En general, cabe esperar que  los impactos correspondientes sean negativos; entre ellos, la reducción en la disponibilidad de agua, el daño a los cultivos y una mayor posibilidad de que se produzcan enfermedades, especialmente transmitidas por insectos portadores».

Wilbanks. «Observamos más impactos del cambio que hace una década».

Camilloni. «La mayor intensidad de las lluvias provoca las inundaciones».

Canziani. «Los políticos deben aprender a escuchar a los científicos».

Según el informe del IPCC, la cantidad de eventos climáticos extremos iría en aumento a medida que se incremente el CC, lo cual derivaría en desastres climáticos. Algunos de ellos serían: un aumento en la frecuencia y severidad de las olas de calor en las grandes ciudades (los menores y ancianos son los más vulnerables); veranos más secos y prolongados, con su incidencia calórica sobre fauna y flora, incendios forestales, perjuicios a las cosechas y amenaza a las reservas de agua; mayor demanda de energía; lluvias más intensas, mayores inundaciones con consecuencias como deslizamientos de tierra e incremento en la erosión de los suelos; y un aumento en la cantidad y violencia de los ciclones, dado el calentamiento de los océanos en áreas tropicales. Aunque este desequilibrio ecológico no hace distinción de clases, el informe del IPCC señala que «en zonas incluso con elevados ingresos, una parte de la población podría encontrarse en peligro (por ejemplo, pobres, niños y ancianos). Muchas de las diferencias regionales en términos de impacto surgirán de los cambios en la disponibilidad del agua, esencial para la salud humana y la producción de alimentos» (ver Hiperconsumo).

Adaptación
El informe también hace hincapié en que «incluso en el caso de que las emisiones se estabilizaran ahora, las temperaturas globales se elevarían una media de 0,6°C adicionales para 2100. Además, algunos objetivos actuales encaminados a reducir las emisiones asumen un incremento medio de la temperatura global de 1,5°C por encima de la actual (es decir, 2°C por encima de las temperaturas preindustriales)».

Calentamiento. Por el aumento de la temperatura media terrestre se derriten glaciares milenarios como el Upsala, en Santa Cruz. Arriba, en 1928; abajo, hoy. (De Agostini Caprie/Greenpeace/Beltra)

Pese a todos los indicadores y al gran consenso entre la comunidad científica de que el calentamiento global tiene principalmente fuentes antropogénicas, existen algunos científicos que o no suscriben del todo a esta hipótesis o directamente la rechazan argumentando que se trata sólo de variaciones circunstanciales en la temperatura global inherentes al sistema climático del planeta. Continuamente son refutados con datos por aquellos que sí consideran el papel del hombre en esta alteración, pero muchos continúan con su prédica de que se puede seguir enviando sin consecuencias GEI a la atmósfera para no frenar el desarrollo (especialmente el de los países más ricos). Tal es la excusa que viene dando EE.UU. para no ratificar el Protocolo de Kioto, un acuerdo internacional que se firmó en 1997 para reducir –o, por lo menos, no aumentar– la emisión de GEI.  EE.UU., con apenas el 4% de la población mundial, consume alrededor del 25% de la energía fósil y es el mayor emisor de gases contaminantes del mundo. Canadá directamente abandonó el Protocolo en 2011 para no pagar multas por incumplimiento (ver Mercado de bonos).

Las conclusiones del panel no son muy alentadoras: «Incluso el esfuerzo de mitigación más severo no podría evitar algunos impactos del CC durante las próximas décadas. De hecho, estamos comenzando a percibir estos impactos en la actualidad. Esto hace que la adaptación sea fundamental, especialmente a la hora de hacer frente a impactos a corto plazo. Sin embargo, es probable que el CC no mitigado, a largo plazo, supere nuestra capacidad de adaptación». Al respecto, Camilloni señala: «Se sabe que el clima va a seguir cambiando. Al hablar de adaptación se habla sobre de qué forma la humanidad puede ajustarse de modo que los impactos asociados con el CC no sean tan negativos. En eso consiste. Significa: hago defensas costeras para protegerme, para que no se inunde con tanta frecuencia, hago un sistema de alerta para que la gente que vive en la zona no tenga que verse evacuada cada vez con más frecuencia, y hago normas sobre el uso del suelo y del espacio. O incentivo el uso del trasporte público, en lugar de un mar de autos con un único conductor. Probablemente –destaca la científica– hay soluciones que estén asociadas con infraestructura, pero tampoco implican grandes obras. Por ejemplo, si no se hubiera reemplazado por asfalto todo el empedrado de la ciudad, algo se habría mejorado la infiltración del agua».
Pese a que muchas de las soluciones dependen en buena medida de la respuesta del Estado, el ciudadano común tiene también a su alcance algunas herramientas sencillas para combatir el CC, como el uso eficiente de la energía, principalmente no dejando luces encendidas, ni aparatos electrónicos en piloto. Y, por otra parte, no derrochando agua potable. Son pequeños gestos hacia la naturaleza que deben partir de la conciencia de que el planeta es de todos y no tiene recambio.

Marcelo Torres

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