Amenaza flotante

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Desde hace décadas la industria ha venido produciendo millones de toneladas de desechos plásticos. Algunos quedan en tierra, pero la mayoría van a parar a los océanos. Ya existen enormes islas de este material artificial que pone en riesgo la fauna marina e incluso la salud humana.

(Juan Manuel Quintanilla)

Cada año son arrojadas a los océanos más de ocho millones de toneladas de plástico, afectando gravemente no solo a diversas especies de la fauna marina sino incluso la salud humana. La cifra fue dada a conocer el pasado mes de diciembre por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), durante una cumbre de tres días que se realizó en Nairobi, Kenia, a la que asistieron más de 100 ministros de Medio Ambiente, presidentes, científicos, ambientalistas y empresarios de todo el mundo (incluida la Argentina) para debatir sobre diferentes problemas ambientales; con especial énfasis, el de los residuos plásticos que están contaminando el planeta desde hace al menos cinco décadas.
Según se aseguró en el encuentro, de seguir el ritmo actual de polución, hacia 2050 «el volumen de plásticos en el mar será mayor que el de peces», con las consecuencias sobre la alimentación humana que esto implica. El PNUMA estima que en la actualidad hay unas 600 especies marinas afectadas por esa contaminación.
Ya en febrero de 2017, la ONU había lanzado la campaña #MaresLimpios para involucrar a los gobiernos, las empresas y la sociedad en general en la lucha contra la basura marina. Alejandro Laguna, oficial de información del PNUMA, explicaba entonces que «en los últimos 50 años se ha multiplicado 20 veces la producción mundial de plásticos, llegándose a generar 320 millones de toneladas en ese plazo». Durante la cumbre de Nairobi más de 200 países firmaron una resolución para eliminar la contaminación con plástico y ya durante este año muchos comenzaron a tomar medidas drásticas respecto a esta problemática.
El plástico es un material sintético que se obtiene por la agrupación en largas cadenas moleculares de carbono de compuestos orgánicos, que pueden ser derivados del petróleo o de otras sustancias de la naturaleza, como la celulosa y el caucho. Se caracteriza por su facilidad para ser moldeado, su impermeabilidad, su baja densidad y su bajo costo de producción; además es un excelente aislante. El problema es que aunque algunos plásticos son en parte biodegradables, otros tardan siglos en reintegrarse a la naturaleza y resultan muy contaminantes, ya que liberan compuestos tóxicos.

El lugar de espectador
Para Claudio Bertonatti, asesor en la Fundación de Historia Natural Félix Azara y exdirector del Zoológico de Buenos Aires y de la Reserva Ecológica Costanera Sur, «lo estratégico es que el ciudadano pueda hacer algo al respecto y abandone su lugar de espectador. En vacaciones el Estado debe hacer foco en los residuos plásticos que se abandonan al atardecer al dejar la playa. Muchos de estos terminan en el mar –y agrega el especialista–, pero no es solo la playa, en muchos eventos se ha puesto de moda la suelta de globos inflados con helio y casi nadie se pregunta dónde van a parar. También buena parte cae al mar. Esos globos terminan siendo comidos por animales y aves marinas. Lo que hemos propuesto algunas organizaciones ambientalistas no es que se prohíba la suelta de globos, sino que sean lanzados al viento, pero luego recogidos, no que se los libere».
Según comenta a Acción el director regional de comunicación y movilización pública de Greenpeace, Hernán Nadal, «se producen 100 millones de toneladas de plástico por año. Por ejemplo, el 40% del plástico en Europa termina incinerado y unas 8 millones de toneladas en el océano. Eso obviamente tiene un impacto muy grande sobre la biodiversidad. La mitad de las tortugas marinas y el 90% de las aves comió plástico, al confundirlo con alimento. Hay plástico que se aprecia a simple vista, el que está en la superficie del agua o en las costas, que es un entre 10% y 15%, que está flotando; el resto está todo en el fondo del mar. Eso también provoca un daño muy grande a la fauna».
Por su parte, Bertonatti alerta: «Hay que estudiar urgentemente cómo enfrentar este problema, porque en los mares hay islas enteras de residuos plásticos». En 1997, el activista ambiental y oceanógrafo estadounidense Charles Moore documentó durante una carrera marítima una extensa zona de residuos plásticos en el océano Pacífico norte, al noroeste de Hawái, que recibió los nombres populares de «isla de basura», o «gran mancha de basura del Pacífico». Se trata de una zona del océano de cerca de 1.400.000 kilómetros cuadrados, en la que se concentran, por acción de las corrientes marinas, toda clase de residuos plásticos de diversos tamaños –en su mayor parte muy pequeños–, conformando un conglomerado que está destruyendo poco a poco el ecosistema marino. También forma parte de este «continente plástico» otra acumulación al suroeste de Japón. Y todo el conjunto –que los científicos estiman comenzó a formarse después de los años 50– crece día a día.

Villa Gesell. Estudiantes toman muestras de desechos en playas bonaerenses. (Antonio Barrio/Gentileza: Facultad de Agronomía-UBA)

En 2009 se localizó a su vez una mancha similar en el Atlántico norte, que tiene su origen en el llamado giro oceánico que forman las corrientes en esa zona. Y en 2011 otra mancha de basura fue identificada en el Pacífico sur, cerca de la Isla de Pascua, la cual fue también estudiada por Moore y su equipo. En declaraciones a un diario chileno a comienzos de 2017, el oceanógrafo explicó que «los plásticos están dispersos, no están formando islas, es un nuevo tipo de sedimento. Estamos empezando a cubrir la superficie con un sedimento sólido de plástico que flota, es como una lámina delgada sobre el agua, como una red que se ha tirado encima».

Cosméticos e indumentaria
Los científicos clasifican a los residuos plásticos en tres tamaños: grandes (una botella entera, por ejemplo); mesoplásticos (pedazos medianos, de una jabonera o de un vaso descartable); y microplásticos: partículas minúsculas provenientes de objetos mayores destruidos por acción del sol y las olas, u originados en componentes de cosméticos que usan mujeres y hombres cada día. Hay una gran variedad de productos de belleza que contienen micropartículas de plástico que, por ejemplo, cumplen una función exfoliante. También es muy común hallar microplásticos en pastas de dientes, champúes o detergentes. Se estima que en un solo producto puede haber entre 130.000 y 2,8 millones de estas microesferas, que son fabricadas en diferentes tipos de plástico como poliestireno (PET), polietileno (PE) o polipropileno (PP). Debido a su tamaño minúsculo escapan a los filtros de las depuradoras de agua y a través de las cañerías van a parar finalmente al mar, sumando así miles de toneladas de plástico.
Otra fuente importante de microplásticos es la ropa. Es sabido que ya desde hace décadas las fibras naturales dejaron de ser los únicos componentes de las prendas y fueron reemplazadas en parte, e incluso completamente según la indumentaria, por fibras plásticas: más baratas, no necesitan planchado, se manchan menos y se secan más rápido. Pero he aquí que las telas con fibras plásticas pierden en cada lavado miles y miles de microscópicas partículas de plástico que son descartadas en cada enjuague y centrifugado del lavarropas.

Honduras. Aguas del Caribe amenazadas también por una capa flotante de desperdicios. (AFP Photo/Caroline Power)

Un estudio publicado en la revista Science en febrero de 2015 daba cuenta de que ocho millones de toneladas de plástico eran vertidas desde las costas de 192 países. El trabajo –conducido por la investigadora Jenna Lambreck, de la Universidad de Georgia, EE.UU.– estima que la masa de residuos crecerá año a año y que, de no hacer nada al respecto, para 2025 se habrán volcado a los océanos otras 155 millones de toneladas.
El impacto sobre la fauna marina, por lo tanto, es enorme. Consultado por Acción, Diego Albareda, médico veterinario especializado en tortugas marinas, perteneciente a la Gerencia de Conservación del Ecoparque Interactivo de Buenos Aires (ex Zoo), explica que «fue en estos animales que empezamos a encontrar en los estómagos e intestinos un alto porcentaje de contenido plástico, tanto en especímenes en rehabilitación como cuando hacíamos las necropsias a tortugas muertas. A veces no morían solo por los plásticos que habían ingerido, sino también por interacción con redes y distintos artefactos de pesca, que también son de plástico». Albareda cuenta que mayoritariamente se trata de «bolsas de compras, globos, pedazos de nylon de monofilamento de pesca, algún trozo de telgopor, bandas elásticas, hasta algún resto de preservativo o celofán de los paquetes de galletitas, pero el componente más importante es la bolsa plástica de polietileno. Esta especie en particular de tortuga marina, de la zona de la bahía de San Borombón, se alimenta específicamente de medusas, las aguavivas, entonces es probable que la medusa y la bolsa puedan llegar a crear algún tipo de confusión. También se ha encontrado plástico en los estómagos de delfines franciscana y del lobo marino de dos pelos, en trabajos realizados en esa bahía, en el estuario del Río de la Plata».

Penoso ranking
Según el estudio de Science, los 20 países que más contaminan producen el 80% del plástico que termina en desechos que luego van al mar. China ocupa el primer puesto y le siguen Indonesia, Filipinas, Vietnam y Sri Lanka. Más abajo, en el puesto 16 está Brasil, los países con costa de la UE en el 18 y EE.UU. en el 20. La Argentina ocupa el puesto 28 de países contaminantes.
Albareda explica: «Los plásticos que están en el ambiente marino tienen la particularidad de que favorecen la absorción de contaminantes, como distintos pesticidas. Cuando una tortuga está ingiriendo plástico no solo corre el riego de taponar su sistema digestivo, sino que también está ingiriendo dosis adicionales de otros contaminantes. Se ha comprobado que esto también les ocurre a las aves, a los delfines y seguramente les pasa a los peces que, por último, terminamos comiendo nosotros», dice el especialista.

Albareda. «Los plásticos en el ambiente favorecen la absorción de contaminantes.»

Bertonatti. «Los globos lanzados en eventos caen al mar y son comidos por animales.»

En relación con los desechos plásticos, la página del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable que encabeza el rabino Sergio Bergman solo describe en la Gestión Operativa de Residuos Sólidos Urbanos (RSU) que hasta el momento se cuenta con plantas de separación, y que «se está desarrollando una industria para el procesamiento de los residuos recuperados (plásticos, vidrios, papel y cartón), los cuales son mayormente recolectados por trabajadores informales, tanto en la vía pública como en sitios de disposición final».

La peor opción
En tanto, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Ley 1.854, Basura Cero, promulgada en enero de 2006, durante la gestión de Aníbal Ibarra, y reglamentada en mayo de 2007, está orientada a la eliminación progresiva de los rellenos sanitarios, donde van a parar, además de los residuos orgánicos, buena parte de los desechos plásticos. Y apunta además a la separación en origen de los residuos que puedan llegar a ser reciclados, como los plásticos. Nadal comenta a Acción: «Pensemos que el presupuesto de basura es el más grande que tienen los municipios. Y generalmente está subsidiando a lo peor, porque los que hacen el trabajo de recolección diferenciada y con condiciones de trabajo que no son buenas, son los cartoneros. Ellos se llevan 500 toneladas de basura de la ciudad de Buenos Aires –que produce cerca de 6.000 toneladas por día–. La Ley de Basura Cero lo que hace es armar distintos centros verdes donde hay cooperativas de cartoneros y el gobierno de la Ciudad debería hacer una recolección diferenciada, porque tendría que poner en todos los barrios dos contenedores –uno para productos reciclables–, y que un camión lo lleve a este centro verde para que la gente allí con condiciones de trabajo dignas, que respeten la seguridad y la higiene, las separe para reciclar –dice el ambientalista–. Pero están poniendo la plata en camiones que los llevan al CEAMSE para enterrar los residuos. La peor opción».

Alimento. Es frecuente que  las tortugas confundan las bolsas con medusas y terminen con su sistema digestivo taponado. (Gentileza: Eco Parque Bs. As.)

Respecto a la gestión municipal de residuos, incluidos los plásticos, Nadal es lapidario: «La Ley de Basura Cero dice que para 2020 ningún residuo domiciliario tendría que ir a un relleno sanitario. Desde que asumió Macri en la ciudad la violó sistemáticamente y el gobierno de Larreta, mediante una modificación, quiere avanzar hacia la incineración, que es algo que está prohibido».
Las opciones disponibles para solucionar a nivel global una cuestión tan compleja, por ahora no son muchas. La mayor parte de la responsabilidad recae en la acción del Estado de cada país y en las campañas para concientizar a la población de separar los residuos desde el mismo momento en que son descartados; de modo que productos que pueden ser reciclados –como los plásticos– queden aparte de los orgánicos. También terminar de una vez por todas con la cultura del «usar y tirar».
Pero aun así surge la cuestión de que no todo el plástico puede ser reciclado. ¿Qué se hace entonces con ese remanente irrecuperable? Quizá la respuesta pase por la investigación científica e industrial para crear nuevos plásticos totalmente biodegradables y en un futuro fabricarlos a escala industrial. En México, alumnas de un colegio produjeron plástico con cáscaras de banana y en la Feria Nacional de Innovación Educativa 2017 estudiantes salteños fabricaron plástico con mucílago de tuna. Otras experiencias en el mundo han logrado polímeros a partir del tomate, la yuca, la celulosa y la fécula de papa.
Pero uno de los principales problemas es que las grandes empresas y las multinacionales se oponen firmemente, desde hace décadas, a cualquier tipo de restricción en la producción de plásticos. Un artículo de BBC Mundo dio cuenta de que en la reunión de Nairobi «un delegado, que quiso permanecer anónimo, dijo que en algunos países de África la industria del plástico paga a periodistas para que escriban notas sobre cómo cualquier prohibición llevará a la pérdida de empleos», una estrategia por demás conocida que ya utilizaron varias industrias, como la tabacalera, con los resultados sobre la salud pública que se conocen. Con el plástico podría ocurrir algo similar. Y las consecuencias para la humanidad, a corto plazo, podrían ser desastrosas.