Animalitos domésticos

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La hiena

Resistida, rechazada por gente prejuiciosa y aferrada a convencionalismos tontos, la hiena no deja, por ello, de ser un animalito simpático. Y muy compañero, digno de ser alojado en el hogar tal vez con más razón que un perro, un gato e, incluso, un murciélago. Conviene adoptarlo de cachorro, como amiguito de nuestros hijos y para acostumbrarlo a los rígidos preceptos que postula la pedagogía moderna.
La hiena es una criatura sensitiva y cariñosa; sus ululantes carcajadas nocturnas –que hielan la sangre de algunos pusilánimes– son tan sólo una alegre muestra de lo bien que se encuentra con sus amos adoptivos. Sin embargo, es muy importante, para evitar resentirla y tornarla huraña, no recurrir al castigo cuando su desgarrador alarido, partiendo desde la cabecera de nuestra cama, nos trepana los tímpanos y nos pone al borde del colapso, en las tormentosas noches invernales. Por el contrario, debemos acariciarla, hablándole suavemente para demostrarle que nos hacemos cargo de sus desvelos: ¿quién no nos dice que tras su aparente hilaridad, y como no sabe hacer otra cosa, se oculta el llanto lastimero porque la sarna le corroe ya los huesos? ¿No será, acaso, que, como es bastante rabona, envidia al perro?
La alimentación de este pobre animalito se resuelve fácilmente: basta destinar una habitación chica –tal vez la de los niños– para almacenar carroñas varias, como vísceras de doce días, cadáveres exhumados e, incluso, intestinos delicuescentes, que soportan muy bien la humedad en lugares cerrados (¿el roperito del menor?). Se debe tener cuidado, empero, cuando, ya más crecidita –detalle que se notará en los colmillos y en cierta baba que le chorrea intermitentemente– comienza a seguir, fijamente, los pasos temblorosos del abuelo. En todo caso, habrá que decirle al abuelo que no tiemble tanto.
Si seguimos estos consejos, lograremos una compañía agradable y fiel con que impresionar fuertemente a las visitas, y que mañana no se apartará de nuestro lecho final, tratando de alegrarnos con su risa fervorosa minutos antes de la agonía.

 

La piraña

Mantener un abúlico pez de color, empeñarse en abastecerlo de costosas e ínfimas raciones de alimento balanceado para tan sólo verlo abrir insulsamente la boca en la seña del ancho de copas, no es, sin duda alguna, negocio brillante. Los remanidos «pescaditos de colores», tan caros e intrascendentes, configuran, incluso, un magro bocado de fin de año en su faz utilitaria. No es lo mismo –vaya si no– la presencia vibrante, astuta, vital y soberbia de una palometa o piraña.
Animal audaz y valiente, es la compañía ideal para ancianas solas o matrimonios jóvenes. Incluso, puede prescindirse de la burguesa pecera para mantenerla: la bañera es un cómodo reducto de la piraña; allí la veremos devorar –gozosa– esponjas, jabones, piedras pómez y hasta el felpudo, todo bien rociado con talco del bueno. Conviene, eso sí, sacarla cuando uno se baña, pues las pirañas son algo traviesas.
En tales eventualidades, se recomienda mantenerlas en el inodoro (abierto), donde se sienten como en el río por el borbollón del agua. Si se las pone en peceras, habrá que recomendar a los niños que no metan los deditos en el agua, detalle que habrá que reiterar al abuelo, especialmente si tiene agua en la rodilla.
Todo alimento es bueno para la piraña: lomo (con o sin champignons), costeletas de cerdo, tucuras deshuesadas, ravioles, omelettes, hemofílicos, canarios y hasta algún vecinito tentador. Hábil guardián, la piraña cuidará la casa con inusitado celo, basta anegar el hall para que bogue tranquila. Se la puede sacar a pasear en una bolsa de polietileno con agua, siempre acompañada del certificado de vacuna contra la claustrofobia.
La piraña es un pez de muchas agallas, cuyas hazañas han sido cantadas por numerosos juglares. Ya lo dijo Machado: «Se equivocó la palometa,/ se equivocaba./ Creyó que el niño era almuerzo,/ que aquel dedo una carnada./ Se equivocaba».

 

Reivindiquemos a la víbora

«Todo no ha sido otra cosa que un complot histórico para justificar actos turbios». Quien esto asevera es Honesto Pérez Alsina (63, casado), director del MRLV (Movimiento Reivindiquemos la Víbora), entidad adjunta a la Sociedad Protectora de Animales, Sección Ofidios, Poste Reptante 14. La historia ha condenado a la víbora desde aquel sonado affaire «Adán», cargándole las culpas del hecho. El revisionismo tiene, no obstante, la versión fidedigna del suceso, de acuerdo a Pérez Alsina, de quien Bumor asume el compromiso de transcribir su versión.
«Lo que todos conocemos como el Paraíso –afirma– era un latifundio denominado Parque Nacional. Moraban toda clase de sabandijas, leones, cebras, carpinchosaurios y otros animales más pequeños cuyo nombre no recuerdo, peligrosos unos, inofensivos dos. Los cuidadores del predio eran el susodicho Adán, de ocupación y madre desconocidos, presuntamente paraguayo, obrero de la construcción, y una tal Eva, o “la rubia Eva”, o “Eva la del Edén”, mujer sin ocupación fija. Se dice que ambos no se frecuentaban pues imperaba ya el Estado de Sitio, que impedía las reuniones de más de una persona. Tanto Adán como Eva no lucían vestimenta alguna y sólo portaban una hoja firmada por Superior Mandato. La versión por todos conocida cuenta que cierto día, tal vez lo único de cierto, una serpiente ofreció a Adán una manzana, de las llamadas “de agua” (y no precisamente bendita), haciéndole simultáneamente proposiciones deshonestas. Adán, dubitativo, caminó dos o tres vueltas a la manzana hasta que, tentado (de la risa, por algunas insinuaciones del ofidio), usó dicho fruto como excusa para abordar a Eva. Empleó el pretexto de olvidar el pasado que no tenían y que lo mejor era dar vuelta la hoja (la de ella). Con otras argucias baladíes (“¿No nos conocemos de las estampitas?”), Adán logró su objetivo, siento el resto de la historia el admitido erróneamente por todos».
«La verdad, señores, es muy distinta. Adán y Eva realmente estaban como caseros del Edén, con pesebres, comida y cama adentro. Cortaban el ligustro, arreaban hormigas y el Patrón les pagaba religiosamente. Se supone que ya tenían relaciones desde antes del Paraíso (tertulia alta) pues el día del hecho, ante el reproche divino, Adán protestó: “¿Qué me vienen con el pecado original, si este de original no tiene nada?”. Sin embargo, el problema radicaba en las apetencias laborales de la pareja. Ya habían aparecido varias inscripciones en los elefantes, tales como “La tierra para el que la trabaja” y “Poblemos el Edén”. Por otra parte, no se había dictado aún la ley de Sagrados Alquileres, y Adán y Eva pagaban una miseria por morar en aquellos vergeles. Además, era mal vista por la Patronal la presencia de una víbora, que decían silbaba “La internacional”. Finalmente, ante esta situación insostenible, se decretó el Estado de Sitio, citando a la pareja en un mismo lugar donde, tras acusársele de contubernio, actos atentatorios a la moral y a las buena costumbres y exhibicionismos, se les señaló el camino de los vestuarios, entre la rechifla de la serpiente, que se hallaba en el lugar munida de una extraña caja de pildoritas de terapia desconocida. Luego, el mismo ofidio fue condenado a dar quinientas mil vueltas a la manzana, con lo que se le atrofiaron las patas. De allí en más, las víboras tomaron dolorosos rumbos: algunas fabricaron pomada, como la cobra; otras merodearon el Gólgota como la de la cruz, e incluso alguna llegó a picar a Cleopatra en el mismo seno de la historia romana».
«Confío –termina Honesto Pérez Alsina– en que se reivindique a la víbora, librándola de un papel tan arrastrado como el que desempeña en nuestra cultura».

—Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007) fue el creador de dos de los grandes personajes de la historieta argentina: Inodoro Pereyra, el renegáu, y Boogie, el aceitoso. Al margen de estas obras, desarrolló un notable trabajo como escritor. Publicó, entre otros, los libros de cuentos El mundo ha vivido equivocado (1982), Nada del otro mundo (1987), El mayor de mis defectos (1990), La mesa de los galanes (1995), Usted no me lo va a creer (2003), El rey de la milonga (2005) y Negar todo (2013). Los textos que se recuperan en estas páginas aparecieron en 1970 en la revista rosarina Boom, donde Fontanarrosa se inició como humorista gráfico y escritor, y nunca fueron reeditados.

Ilustración: Pablo Blasberg

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