Apogeo y caída de Berlusconi

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Fue tres veces premier de Italia. Amenazó con hacer caer el gobierno de Letta y su  partido le dio la espalda. Procesos y condenas en el futuro del magnate mediático.

 

Impensado. Il Cavaliere estaba acostumbrado a que todos cumplieran su voluntad. Tuvo que resucitar su partido Forza Italia. (Rex Features/Dachary)

Acaba de cumplir 77 años y se lo ve juvenil, aunque un exceso en el color y la rigidez del cabello le dejan una imagen decadente. En todo caso, no se resigna al paso del tiempo, una verdadera obsesión que lo acompaña desde que comenzó su fulgurante carrera política, allá por 1994, cuando fundó su primer partido, al que bautizó con el nombre de los cantitos de aliento tribuneros a la escuadra italiana: Forza Italia.
Para entonces, Silvio Berlusconi ya se había convertido en el hombre más influyente en los medios italianos, al punto que desde 1974 era dueño de canales de televisión  en su país natal, en Francia y en España. De hecho, fue el primero en darse cuenta de que era hora de apropiarse de las señales cuando en Europa se fue abriendo a manos privadas el espectro televisivo hasta entonces estatal.
Ávido no sólo de dinero sino básicamente de poder, este abogado recibido en la Universidad de Milán «cum laudem» con una tesis sobre las implicancias de la publicidad, extendió sus tentáculos a la prensa escrita y las editoras de libros. Así se fue quedando con la mayoría accionaria de diarios como Il Giornale o incluso, a través del grupo Mondadori, del más prestigioso La Repubblica, los semanarios L’Espresso y Epoca y decenas de otras publicaciones.
Una lista detallada de sus participaciones económicas sería demasiado extensa. Baste decir que su fortuna, según la revista Forbes, supera hoy los 6.000 millones de dólares y está en el puesto 7 en Italia y 194 entre los «billonarios» del mundo (los que tienen más de 1.000 millones según la denominación sajona).
Algunas de esas adquisiciones lo llevaron a los estrados judiciales y específicamente en uno de esos casos, el de la compra del Fininvest, uno de los conglomerados financieros más importantes de Italia, luego integrada al grupo audiovisual Mediaset, implicó el principio de su caída final. Pero ese no es su único inconveniente judicial. Lo curioso –o simbólico si se quiere– es que quienes le dieron la estocada final son sus más cercanos dirigentes políticos. Uno, incluso, diseñó una ley para protegerlo de terminar preso por sus múltiples problemas judiciales aunque luego le dio la espalda de una manera tan ruidosa como definitiva.

 

Forza Italia
Con Forza Italia, Berlusconi fue presidente del Consejo de Ministros de Italia en tres ocasiones: de 1994 a 1995, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011. Todas ellas resultaron atravesadas por escándalos a granel, especialmente por cuestiones económicas y de faldas. El hombre se mostraba como un latin lover y disponía de todo el poder. En primer lugar su propia fortuna, pero al mismo tiempo utilizaba las ventajas de un cargo de relevancia para organizar fiestas que hacían recordar a la Roma imperial. Por si fuera poco, además de sus propios medios televisivos, aprovechaba los estatales a su favor, como la RAI. Siempre tuvo que dejar el gobierno por algunos de estos «excesos».
Pero la última vez quería aprovechar la experiencia acumulada en tantos años de disputas en los entresijos de la política italiana, a la que había llegado con la promesa de ser una nueva brisa en un país que en aquellos tiempos se debatía en los coletazos de la crisis de mani pulite y la tangentópolis (casos de corrupción en los gobiernos de la Democracia Cristiana).
Así fue que, otra vez premier con una nueva agrupación derechista creada en 2007, el Partido del Pueblo de la Libertad (PdL) designó como ministro de Justicia a una joven promesa destinada a sucederlo. Se trata de Angelino Alfano, nativo de Agrigento, actualmente con 43 años y una imagen de funcionario ejecutivo para un momento particularmente complicado en la historia moderna de la península.
Con Berlusconi en el Palazzo Chighi, Alfano pergeñó una normativa destinada a proteger de acusaciones judiciales a la máxima dirigencia política el país. En realidad, el único que estaba en problemas era su tutor. La llamada ley Alfano, aprobada en 2008, prevé la suspensión de cualquier tipo de proceso penal contra el presidente de la República, el presidente del Senado, el presidente de la Cámara o el presidente del Consejo de Ministros.
La crisis económica y el hastío por la frivolidad de Il Cavaliere terminaron sepultándolo en noviembre de 2011. Pero pudo seguir siendo una suerte de árbitro de la política italiana porque la situación no mejoró con los que lo sucedieron, primero el tecnócrata Mario Monti y tras unas elecciones que no hicieron más que desnudar la orfandad de soluciones dentro del sistema político, Enrico Letta, quien comenzó una gestión totalmente debilitada por la falta de consensos fuertes en la legislatura.
En agosto pasado, Belusconi, luego de varias chicanas legales, resultó condenado a cuatro años de prisión por contabilidad fraudulenta masiva en la cadena de televisión Mediaset. Sólo deberá cumplir un año de arresto en virtud de una ley que también oportunamente dictó en su gestión en 2006. Y por otro lado, debido a su edad, ese año lo podrá pasar en su casa o brindando servicios comunitarios. Pero el asunto lo deja fuera del Senado.
Casi en simultáneo, en otro estrado judicial se condenó al holding familiar a pagar una multa de 494 millones de euros en concepto de daños por la amañada adquisición de la editorial Mondadori. Le hicieron precio, porque por la primera sentencia debía pagar 564 millones. Se trata de un escándalo que incluye una disputa con otra empresa, CIR, a la que debe abonar el resarcimiento por las comprobadas maniobras para quedarse con la editorial. Para lo cual Berlusconi habría recurrido a sobornos a jueces y a funcionarios judiciales y de la entidad recaudadora de impuestos.

 

Apoyo. Simpatizantes del ex jefe de Gobierno frente al juzgado que lo condenó. (Rex Features/Dachary)

 

Presiones y amenazas
Acostumbrado a la presión mediática y política, el magnate amenazó con hacer caer al gobierno de Letta. Surgido en condiciones de debilidad, y frente al rechazo de los legisladores enrolados con el cómico Beppe Grillo en apoyar una coalición gobernante, el Pdl le dio sustento a Letta, que colocó como Ministro del Interior al mismo Alfano.
Pero entonces ocurrió lo impensado: un grupo de partidarios de Berlusconi se negó a crear otra crisis política para salvarle el pellejo a su líder, que había sido condenado por la causa Mediaset. Quizás les pareció desmesurado en vista de la situación por la que atraviesa la nación. Quizás entrevieron que Berlusconi ya es pasado y decidieron acompañarlo sólo hasta la puerta del cementerio. Como sea, Alfano, «con todo el dolor y la amargura del alma» encabezó una rebelión a los deseos de Il Cavaliere y no sólo no renunció al cargo junto con los demás Pdl sino que le dio un voto de confianza a Letta el 2 de octubre. No tardaría mucho en sellar su alejamiento también de las filas del partido que integraba.
A mediados de noviembre anunció la creación de un grupo parlamentario al que denominó Nueva Centroderecha. Son 30 senadores y 27 diputados que le dieron una oportuna dosis de aire fresco a la gestión de Letta, que parecía destinada a un nuevo fracaso. Es bueno señalar que parte de este entramado de gobernabilidad fue una de las últimas contribuciones que le puede haber hecho a Italia el presidente de la República, Giorgio Napolitano, un antiguo dirigente del Partido Comunista de 88 años que debió dejar su cargo en abril pero aceptó ser reelegido porque era el único político con cierta aceptación entre los italianos. Como nunca antes en la república nacida tras la caída del fascismo, en la Segunda Guerra Mundial, un presidente decidió olvidar que se trata de un cargo meramente formal y metió «las patas en el barro» para apurar a los dirigentes a no caer en chiquilinadas.
El caso es que Berlusconi, que si algo tiene es un orgullo a prueba de misiles, el mismo día que su delfín anunciaba la creación de un nuevo movimiento de derecha, dictaba la sentencia de muerte del PdL y anunciaba con toda la pompa la vuelta de Forza Italia. Ante más de 800 delegados dio un emotivo discurso en que se cuidó de denostar a los que abandonaron el barco. Sabía que no iba a poder evitar la expulsión pero tampoco podía encender nuevos incendios, fundamentalmente para no quedarse aún más solo.
La imagen final de un médico llamado al escenario para verificar si todo estaba bien con Berlusconi fue un símbolo. El facultativo lo ayudó a bajar las escaleras como a un anciano jubilado.

Alberto López Girondo