Argentinos por el mundo

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Año a año aumenta la cantidad de compatriotas que deciden pasar sus vacaciones fuera del país. Más allá de las posibilidades económicas, ¿cuáles son las motivaciones íntimas y las circunstancias generales que fomentan el placer de pasear a miles de kilómetros de casa? Claves de una tendencia.

Uzbekistán. La ciudad de Samarcanda, uno de los destinos turísticos que se suman a las ya tradicionales elecciones de los viajeros. (Esteban Mazzoncini)

Antes de la consagración por sus novelas sobre las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Mark Twain fue un curioso empedernido que dejó un testimonio  de ello en su Guía para viajeros inocentes.
«Viajar –escribió en 1869– es fatal para los prejuicios, el fanatismo y la estrechez de miras, y mucha de nuestra gente lo necesita gravemente por estas razones. No se pueden adquirir puntos de vista amplios, saludables y caritativos sobre los hombres y las cosas vegetando toda la vida en un pequeño rincón de la Tierra».
Casi 150 años después de su publicación, cada vez más argentinos se empeñan en seguir los consejos de Twain. De acuerdo con los registros migratorios provistos por la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) y la Encuesta de Turismo Internacional (ETI), entre enero y octubre de 2017 salieron al exterior por vía aérea 3.849.893 compatriotas. Ya en el primer trimestre del año pasado se había superado el millón de turistas que eligen vacacionar afuera, lo que representó un incremento del 12,5% frente al mismo período de 2016. Esta tendencia produce un efecto contundente en la economía del país ya que, según un informe de la consultora Ecolatina, la balanza del sector turismo del año pasado  arrojaría un déficit de 10.000 millones de dólares. Incluso otras estimaciones auguran un saldo más negativo. El dato no es menor en el marco de la actual situación de las cuentas públicas.
Pero más allá de las posibilidades económicas, ¿cuáles son las motivaciones íntimas y las circunstancias generales que favorecen y alientan el placer de irse a miles de kilómetros de casa?
«En mi caso –explica Santiago– tengo sangre italiana, pero el origen no tuvo nada que ver con mi gusto por viajar, aunque podría decirse que me lo inculcó mi viejo. A él le gustaba mucho la historia, me contaba y me compraba libros y así me fue transmitiendo esa fascinación por las civilizaciones antiguas, las guerras y las resistencias, los héroes y los mitos. Ahora, cuando elijo un destino, sí o sí tiene que tener una historia detrás que me atraiga».
Santiago puede decir que con 38 años ya cumplió el sueño de pisar los lugares que de chico solo podía imaginar: la Plaza Roja de Moscú; Berlín y su muro que fue frontera y símbolo de una época o algunos de los castillos de Sintra, en Portugal, tan cargados de referencias mitológicas como religiosas.
«¿Si puede haber algo de poco nacionalismo en la clase media? Puede ser, pero en mi caso no fue así, porque primero recorrí la Argentina y los países limítrofes. Durante un tiempo preferí volver a Machu Picchu y no ir, por ejemplo, a Estados Unidos. No fue por nacionalista, sino porque, realmente, no le encontraba un atractivo. Hasta que en un viaje, por una escala, aproveché y me quedé unos días en Nueva York y me encantó. También se dio el caso inverso. En La Paz (Bolivia) la pasé mucho mejor que en un lugar cosmopolita como Milán (Italia). Creo que en el caso de los viajeros, el sector social al que pertenecen no tiene que ver con la elección del destino. No siguen una moda ni tampoco visitan solamente las grandes capitales. Lo que mueve a un viajero es ir cada vez más lejos».
La vida de Santiago se volvió desequilibrada: 0nce meses cumpliendo horario en una oficina que lo aplastaba a cambio de cuatro semanas que le recordaban que vivir también podía ser una experiencia placentera. Pero, a mediados de 2016, un viaje –qué otra cosa si no– le abrió los ojos.

Río de Janeiro y Atenas. «Todo lo que conozco de artistas, historia y hasta de sistemas políticos lo aprendí gracias a los viajes», dice Victoria. (Gentileza Victoria de la Torre)

«Me tomé mi mes de vacaciones para recorrer Andalucía (España) y Portugal con una amiga en auto. En Sintra visitamos un jardín que había sido de la realeza. Era un lugar mágico, con muchas fuentes y cuevas. Cuando llegamos a un foso, el guía nos dijo que teníamos que tirar una moneda y pedir un deseo. La verdad que nunca creí en eso pero estaba tan mal que pedí dejar mi trabajo chato y empezar a hacer lo que me gustaba, que era viajar y cocinar».
A los cuatro días, Santiago estaba en Madrid, esperando el vuelo que lo devolvería a la Argentina y su monotonía. Sin embargo, a diferencia de otros regresos, esa vez estaba ansioso. La noche anterior, en el hostel, había soñado que al volver su trabajo ya no existía, que le era imposible, no solo encontrar su oficina, sino el edificio entero.
«En la misma semana que me reincorporé, me mandaron a llamar de Recursos Humanos para decirme que no iban a contar más con mis servicios. Cobré la indemnización y lo primero que hice fue sacar un pasaje».
En Moscú, Santiago conoció a Margarita, otra argentina de 64 años que también había viajado sola. Cuando el tour por la ciudad terminó, los dos se fueron a caminar a un parque de las afueras. Santiago confesó que sentía miedo de lanzarse a una nueva vida, que capaz ya estaba grande, que quizás debió haber hecho caso a los amigos y parientes que insistían en que invirtiera la plata de la indemnización en vez de gastarla en viajes.
Cuando llegó su turno, Margarita le contó que recién a los 60 años había cumplido su sueño de unir Argentina y Alaska en una casa rodante junto a su marido. En los dos años que duró el viaje, la mujer, remarcó, acumuló las experiencias más increíbles de su vida. De vuelta en la Argentina se separó y empezó a viajar sola. «Y vos decís que ya estás grande. Las cosas se hacen cuando se tienen las ganas de hacerlas», le dijo a Santiago, que escuchaba fascinado. Después hablaron de los viajes que iba a hacer cada uno y Santiago, que tenía más millas recorridas, le recomendó que no se perdiera París ni Viena. «Voy a ir cuando sea vieja», le contestó la mujer.
Santiago volvió a la Argentina. Alquiló su casa, buscó que alguien se quede con su perro, y sacó un nuevo pasaje sin fecha de retorno. Por estos días está trabajando en un restaurante de Granada, en España. Ya no está solo: en el medio conoció a su nueva novia.
«Margarita –dice Santiago y en su voz, a pesar de la distancia, se filtra la emoción– es de esa gente que te cruzás en los viajes y te deja algo. Las personas que conocés, los lugares que visitás, todo es sabiduría. Para mí, viajar es eso: una forma de vida distinta, más abierta, más sensible. Es el estado ideal de una persona».

Ver lo que no se muestra
Si la esencia de una persona se podría cifrar en palabras, la de Marta –66 años, bioquímica, jefa de laboratorio de un hospital– sería el afán por conocer.
«Soy descendiente de inmigrantes –empieza–, pero la elección de viajar al exterior viene dada por mi necesidad de conocer y experimentar. No solo saber de dónde venimos, sino todo aquello que es totalmente diferente a lo nuestro, como las culturas de Oriente. Y hablo más de culturas que de paisajes porque es lo que realmente me interesa».
La costumbre de Marta –ya visitó más de 40 países– comenzó muy temprano, cuando todavía era una nena y viajaba en el asiento de atrás del auto de su padre. «Siempre le gustó recorrer el país, nos hacía meter en todos los pueblos, él quería conocer más de lo que habitualmente se ve en los centros turísticos», recuerda.

Moscú. A los 38 años, Santiago cumplió el sueño de viajar a Rusia. (Gentileza Santiago de Nicola)

Marta siguió los pasos de su papá de forma literal. Ha pisado –y sigue pisando– el suelo de cada una de nuestras provincias («solo me faltan las Islas Malvinas y la Antártida», se sincera) pero en cierto punto necesitó conocer las tierras donde habitaron las grandes culturas indígenas, como los incas o los aztecas, y así, «enganchando» un país con otro, fue escalando el continente.
«Mi viaje inaugural –cuenta– fue a Perú. Lo recorrí de punta a punta y lo organicé yo sola. Así descubrí que con un mapa podía llegar a un montón de lados sin que me tuvieran que llevar en una excursión. Lo de ir más lejos, a países que no sean de habla hispana, surgió por una oferta que vi y que incluía el viaje a distintas capitales y ciudades de Europa. Yo estaba acostumbrada a moverme sola y lo que me gustaba de este paquete era que una vez que llegabas al lugar, te dejaban a tu libre albedrío».
Marta dice que volvería a cada uno de los países que visitó porque «siempre queda algo por hacer o conocer», sin embargo, a la hora de repasar momentos o sensaciones, el orden de los recuerdos delata las preferencias.
«Edimburgo y Berlín me gustaron mucho. Vietnam me encantó. China es increíble. Pero lo que nunca me voy a olvidar fue cuando estando en Sarajevo, una guía local nos mostró los túneles por donde la gente intentaba escapar cuando la ciudad estaba sitiada. En ese momento empezó a llorar y como pudo nos contó que cuando ella era chica, había salido corriendo por ahí junto a su mamá y sus hermanos, pero que su papá se había quedado a proteger la ciudad. Durante muchos años no supo si su papá estaba vivo. Finalmente se reencontraron, pero el padre jamás habló de lo que había pasado en Sarajevo. Todos los días, hasta que murió, se la pasó llorando».
El anecdotario de Marta incluye haberse quedado encerrada en el baño de un puesto sobre la ruta que une Jaipur con Nueva Delhi, en India; maravillarse ante una aurora boreal en Islandia o llorar junto a una croata al recordar los bombardeos de los serbios.
«Elegir viajar al exterior no es una preferencia en sí. De hecho, sigo viajando dentro de mi país. En realidad, surge como una necesidad de conocer otras culturas, de ver y comprobar lo que se lee y se dice en otros países, de tener contacto con otra gente. Por ejemplo, cuando estoy afuera me gusta mucho viajar en transporte público o caminar sin rumbo por las calles e ir observando a la gente. Ver no solo lo turístico, sino lo que generalmente no se muestra».
Cada vez más mujeres, como Marta, se animan a viajar solas por el mundo. Según Marybeth Bond, la escritora experta en viajes del National Geographic, en los últimos seis años ha habido un aumento del 230% en el número de agencias dedicadas a ellas. Santiago Rey, fundador de yporquenosolo.com, afirma que, en los 10 años de existencia de su web especializada en viajes sin compañía, el 70% de los usuarios son mujeres.

Ezeiza. En un año, la cantidad de viajeros argentinos aumentó el 12%. (Jorge Aloy)

«Desde hace varios años –opina Marta– es más sencillo viajar al exterior: hay ofertas en pasajes, lugares de alojamiento barato, hasta la opción de los famosos paquetes que te resuelven todo. Otra cuestión importante es la facilidad con que uno se puede mover de un lado a otro una vez que está afuera. Con los trenes y los vuelos low cost, se puede viajar rápido y barato».
Aunque Marta tenga estatus de viajera frecuente, su lista de pendientes es larga. Haber recorrido tantos países le hizo descubrir que «el mundo es muy grande y que mi vida no me va a alcanzar para conocerlo». Irak, Zimbabue, Australia o Costa Rica son algunos de los destinos que, estima, logrará visitar.
«En un momento –concluye con el tono serio– va a llegar un límite y voy a decir “hasta acá llegué”. Por ahora quiero seguir aprovechando la oportunidad de conocer y abrir la mente a todo tipo de escenarios, porque no todo lo que sucede es como se lo quiere mostrar. De todas formas, me parece que el que viaja al exterior debería primero conocer nuestro país; eso ayuda muchísimo a apreciar lo que tenemos y así, comparando realidades sociales, nos vamos a dar cuenta de que se parecen mucho más de lo que pensamos».

Movimiento perpetuo
Para Victoria, una tesorera de una empresa de salud, todo comenzó hace diez años, a partir de una mala noticia. «Mi novio –se acuerda– llegó un día a mi casa y me dijo que tenía que quedarse trabajando durante enero y febrero. Enseguida empecé a imaginarme en la playa con los jubilados».
La cabeza de Victoria acertó, pero solo en parte. El novio le propuso irse juntos en marzo pero a un destino hasta el momento impensado para ella: Brasil. «Yo tenía 22 años y nunca se me había ocurrido la posibilidad de irme de vacaciones a un lugar que no sea la costa argentina», confiesa.
Ese año, Victoria se subió por primera vez a un avión. El contacto inaugural con «el exterior» fue el portugués de las azafatas. La pareja pasó la noche en un hotel de Porto Seguro y al otro día, temprano, combinaron un bote y un micro para llegar al destino final: Trancoso, un paraíso terrenal no muy conocido, en el estado de Bahía.
«Lo que me impresionó de entrada fue lo típico: la arena blanca, el mar cálido, que no haya viento en las playas. Pero lo que realmente descubrí en ese primer viaje fue que me gustaba conocer cómo era la vida en otro país. Averiguar, por ejemplo, qué comía la gente del lugar, a qué playas iban, cuáles eran sus costumbres, cómo se divertían. No quería estar en el circuito turístico, no quería comprar solo la postal que te vendían. La otra cosa que me di cuenta es que no me podía quedar en un solo lugar».

Camino al andar
Desde entonces, cada vez que Victoria debe decidir un destino, contempla los lugares cercanos que vale la pena conocer, el tiempo que habría de dedicarles y los gastos de traslados, entre otros ítems. «Cuando fuimos a Cuba –relata– no nos quedamos solo en La Habana o Varadero, sino que llegamos hasta Santiago de Cuba, que queda en una de las puntas de la isla, habiendo parado antes en todos los pueblos del medio. En Perú hicimos lo mismo. Antes de llegar al Machu Picchu, estuvimos 20 días subiendo desde Bolivia y después seguimos hasta el límite con Ecuador. En Colombia y México fue algo parecido. A mi novio y a mí nos gusta mucho la playa, pero ni se nos cruza por la cabeza encerrarnos en un all inclusive. Preferimos recorrer y empaparnos de la cultura de los distintos lugares».

Nueva York. El segundo destino de Estados Unidos elegido por los argentinos. (Solange Bendinelli)

Victoria se jacta de que viajar también le sirvió para vencer sus miedos: «Yo siempre tuve vértigo y al principio la pasé mal en el Machu Picchu, pero después me pude relajar y termine caminando por el borde del precipicio. En un parque acuático de Brasil me tiré de una tirolesa que estaba a más de 100 metros. Hasta me tomé una copa de champagne en la cima de la Torre Eiffel».
El otro aspecto que destaca es el enriquecimiento intelectual que implica subirse a un avión, barco o micro. «Antes de aquel primer viaje a Brasil, nunca había pisado un museo y ahora es una fija que busquemos uno en cada ciudad del mundo en la que estamos. Todo lo que conozco de artistas, historia y hasta de sistemas políticos fue por viajar. Y eso ya no me lo quita nadie».
Se sabe que en la última década, el pasaporte de Victoria no ha dejado de amontonar sellos. El registro de lo aprendido, en cambio, es un privilegio de la memoria.

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