Artesanos por naturaleza

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En el Puerto de Frutos, Tigre, un grupo de hombres y mujeres organizados en cooperativa comercializa la producción creada con elementos de las islas. Aprovechar sin arrasar, el lema que los rige.

 

Medio de vida. Merlo en el puesto donde se venden canastos de mimbre, velas, lápices y mates, entre otros productos artesanales. (Jorge Aloy)

En uno de los estantes del local que Manos del Delta tiene en el Puerto de Frutos de Tigre se apilan unas pequeñas cestas tejidas a mano, con la fuerza que se necesita para domar el junco o la madreselva y volverlos elementos decorativos. Es el producto distintivo de la cooperativa formada en 1996, luego de que un grupo de mujeres que vivía en la Reserva de Biosfera del Delta del Paraná se sumara a un programa de capacitaciones organizado por el Consejo Provincial de la Familia. «Nos convocaron en las escuelas y la que sabía hacer algo le enseñaba a otras vecinas y así se fue armando una red donde todas participábamos de los cursos: una enseñaba cestería, otra a hacer dulce, a pintar, a tejer, cada una hacía lo suyo», recuerda Marta Merlo, tesorera de la cooperativa de trabajo que reúne hoy a 18 artesanos. Todos los viernes, Merlo viaja dos horas en lancha para llegar al puesto desde su casa en Canal Arana, en la tercera sección del Delta de San Fernando. Ahí vive junto con su esposo desde hace 35 años, en una isla a la que no llega la señal del celular y que ella, confiesa, no dejaría por nada.
Los integrantes de la cooperativa, de hecho, viven desperdigados por las islas que delinean los ríos, canales y arroyos. «Es que el Delta es así», explica Merlo y esa pequeña palabra, «así», encierra muchos adjetivos: caprichoso, salvaje, incómodo, indomable, generoso. Un territorio que exige templanza e imaginación, dos cualidades que tienen estos artesanos cooperativos que durante la semana trabajan en su casas y los viernes viajan en lancha hasta Tigre para llevar su producción al puesto. Para todos ellos, el río y su contexto es fuente de materia prima. «Hay que usar la imaginación: ves musgo en la costa, lo juntás, lo secás, lo pones en una bolsita y lo traés. Encontrás caracoles, los juntás y los traés. Todo sirve. La  cestería botánica está hecha con lo que podría considerarse basura: con una enredadera, una madreselva, dándole forma, se pueden hacer cosas que la gente busca para decorar sus casas», relata Merlo. El lema es aprovechar lo que la isla les da, sin arrasarla. El reglamento interno de la cooperativa prohíbe utilizar plástico en las artesanías y pone como condición ser residente isleño para formar parte de la misma. Las manos del Delta hacen canastos de mimbre, cajones de madera y junco, y también velas, lápices de madera, mates de palo santo, cortinas de junco, pantallas de mimbre. Además, se comercializan en sus instalaciones dulces, nueces, cañas quemadas y semillas.
A diferencia de otras experiencias asociativas, los artesanos no comparten un espacio común de trabajo. Otra vez, la geografía caprichosa del Delta impone sus formas y define el modo de organizar la labor cotidiana. Por eso, su estructura de distribución de excedentes tampoco es la tradicional: la cooperativa paga a cada productor por sus artesanías y anualmente se reparten los excedentes generales de la venta del puesto 162 del Puerto de Frutos, que funciona de viernes a domingo. Esta modalidad es resultado del aprendizaje que les dio la experiencia. «Con los años nos fuimos acomodando, tenemos un reglamento interno que dice que no se puede hacer el producto que hace otro socio –explica Merlo–.  También fuimos dinamizando el trabajo en el puesto, aprendimos a hacerlo más sencillo. Cada productor pone su precio y la cooperativa lo paga y después lo vendemos al público con un porcentaje remarcado para mantener el local».

 

Identidad colectiva
La cooperativa cuenta con un fondo de crédito que constituyó gracias a un subsidio que mantuvieron siempre en circulación. Con ese fondo, los artesanos pueden comprar sus herramientas o adquirir alguna materia prima cuando el precio los favorece. A lo largo de 16 años la conformación del grupo fue variando y aunque ahora son menos que antes –llegaron a ser más de 20–, la sensación que tienen sus integrantes es que eso mismo los consolidó y que ahora «cada uno siente la cooperativa como propia». Conocer otras experiencias similares y participar en encuentros con otras entidades en el marco de la actividad del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos los ayudó a fortalecer esta identidad colectiva. Por otra parte, con ayuda de un grupo de alumnos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA lograron tener su propia página web y una imagen comercial que los identifica en etiquetas y stickers.
El último viernes de cada mes, el consejo de administración se reúne y abre el juego para que participen todos los integrantes. Es una cita fija en la cual, con la presencia de los asociados, se toman las grandes y las pequeñas decisiones. Establecer una hora y un lugar que no se modifican es imprescindible en un grupo donde varios de sus miembros no tienen teléfono. «El asociado sabe que puede contar con la cooperativa para todo: si necesita un material, una herramienta, si tiene algún problema social, familiar, económico –concluye Merlo–. Si necesita un respaldo o lo que fuese, lo puede plantear en la asamblea».

Emilia Erbetta

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