Assange: matar al mensajero

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La detención de Julian Assange en la embajada de Ecuador del Reino Unido era la crónica de una entrega anunciada. Durante semanas existieron rumores de que Lenín Moreno estaba dispuesto a entregar al fundador de WikiLeaks. Días siguientes a su detención, los grandes medios fueron prolíficos en los detalles de la vida de Assange, resaltando cuanto hecho negativo pudieron encontrar, como si lo importante fuera el comportamiento de una persona encerrada en el pequeño departamento donde funciona la embajada. Nadie en su sano juicio puede pensar que Assange, encerrado desde hace casi 7 años, llevaba una vida normal. La pregunta es por qué tanta insistencia en los detalles de un encierro por sobre todo aquello que figuraba en los cables secretos que difundió por WikiLeaks. Algunos de los diarios que recibieron los documentos para publicarlos y se regodearon de tenerlos, después de la detención de Assange prefirieron debatir acerca de la delgada línea que separa el periodismo del espionaje, como para sembrar dudas sobre la legalidad de sus actos, justamente lo que se le imputa en los Estados Unidos.
De tanto mirar con lupa cada paso de Assange, muchos se olvidaron de que los documentos publicados revelaron los crímenes de guerra de EE.UU. en Irak y Afganistán, las torturas y asesinatos, los bombardeos sobre civiles. WikiLeaks reveló cómo trabajan algunas multinacionales y sus negocios sucios o cómo desde Washington espían incluso a sus aliados, como Angela Merkel.
Lo notable de Assange y WikiLeaks es todo lo que difundieron mientras se desarrollan los acontecimientos y no 30 años después, como suele ocurrir. Muchos prefieren ocuparse del mensajero. Siempre tiene menos costo.

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