Asunto de Estado

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La posibilidad de que las actividades del CCK dejen de ser gratuitas activa un debate más amplio sobre las políticas públicas en el ámbito de la cultura. El reconocido crítico musical cuestiona el enfoque de Cambiemos en la materia y postula los valores esenciales de la democracia liberal.


Diego Fischerman es reconocido como uno de los críticos musicales argentinos más autorizados. Periodista y escritor, actualmente colaborador del diario Página/12 y de revistas extranjeras, se ha desempeñado como editor, docente, investigador, realizador de diversos programas radiales, coordinador del área de música en el Centro Cultural Ricardo Rojas y de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina. Su trayectoria, jalonada por un compromiso constante con la cultura musical, fue distinguida en 2007 con el Premio Konex. Desde 2017, es Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres (una de las principales distinciones entre las cuatro órdenes ministeriales de Francia) y director artístico del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín.
Fischerman es un señor de pelo cano e inquieta mirada, que habla velozmente y con ademanes sueltos. La entrevista se lleva a cabo un día soleado en una de las mesas al aire libre de un bar de Palermo. El disparador es un artículo publicado en Página/12, bajo el título de «El CCK y el derecho a la cultura», en el que el periodista cuestiona la posibilidad de que el gobierno nacional disponga el arancelamiento de las actividades que se realizan en ese centro cultural. «Hubo un tiempo en que se crearon escuelas, museos, bibliotecas, teatros y orquestas. Eran parte de una política de Estado. Una política que se mantenía de gobierno a gobierno», plantea en la nota. «Esa convicción, como tantas cosas, se fue degradando. Los funcionarios de Cultura comenzaron a preguntarse el por qué de esas inversiones en actividades que, en principio, interesaban a poca gente», continúa.
–¿Se trata de una tendencia, entre otras, del gobierno de Cambiemos respecto de la cultura?
–Hablar de una tendencia de este gobierno respecto de la cultura es presuponer que tiene una idea definida y yo creo que, en realidad, improvisa. Se deja llevar por voces que lo seducen, como algunos periodistas que argumentan que no se debe gastar mucha plata en la cultura, ya que, finalmente, la gente, cuando le interesa un espectáculo, paga su entrada. ¿Por qué razón entonces hacerlo gratis? Además, por qué debería ser gratis la cultura cuando otras cosas no lo son, etcétera. Si el Estado francés cobra para entrar al Louvre, dicen, entonces también nosotros tenemos derecho a una cultura autosustentable. Pero se olvidan de que la cultura francesa no es la nuestra, que la realidad del Louvre es distinta. La población argentina está carenciada en muchos aspectos y no se parece a los países europeos, donde no hay una Villa 31, por ejemplo. Somos un país con unos pocos ricos riquísimos, con un poder inconmensurable, y millones que son más o menos pobres o muy pobres.
–De modo que el arancelamiento de lugares como el CCK no parece una gran idea.
–Es que realmente no sé qué se imaginan algunos que somos cuando dicen que no quieren parecerse a Venezuela. Somos un país que ha estado la mayor parte de su historia en guerra civil o en dictadura, donde los períodos de prosperidad económica solo beneficiaron a un sector a costa de otros, donde no hubo nunca un crecimiento sostenido con redistribución de la riqueza. En cambio, somos un país con tradiciones culturales muy fuertes en pintura, en literatura, en música y, desde hace unos años, en teatro. La Argentina es uno de los pocos países en el mundo que han constituido un lenguaje musical propio: el tango. Incluso el rock nacional, especialmente en un breve período, tiene una característica muy propia y una alta calidad poética y musical. Entonces hay tradiciones muy fuertes que justifican un modelo cultural relacionado con la idea de un capitalismo humanista.
–¿Capitalismo humanista?
–Es decir, la idea de una burguesía que reconoce derechos y tiene que ceder algo porque el viejo sistema de mundo no funciona más: por ejemplo, educar a los pobres. Las democracias liberales, en el buen sentido, nacen juntamente con el concepto de alfabetización y de que el soberano, o el pueblo como decía Mariano Moreno, debía ser educado para ejercer su soberanía. Belgrano y Castelli pensaban lo mismo. Con esto ya nace una primera grieta, entre los morenistas y los caudillos feudales y los barones de la colonización española. Esa idea de una democracia acompañada necesariamente de alfabetización y de expansión de la educación del pueblo está por completo relacionada con otra idea, la que dice que un país debe tener orquestas, museos, bibliotecas públicas. Es una ideología acerca del Estado.
–Una ideología un poco difusa.
–No importa. Pero es una ideología que cree que la cultura y la educación hacen mejores a los pueblos. Aun los conservadores de principios del siglo XX pensaban que había que educar al soberano y que eso era un bien que había que poner a disposición del pueblo. Es decir, concebían a la cultura como un bien en sí mismo. El tema, sobre el cual no se reflexiona lo suficiente, es que la cultura promovida por el Estado solo se sostiene si se considera como un bien en sí mismo. Cuando se la compara con otras esferas, por ejemplo la salud pública, no resiste el menor análisis. O se parte de la base de que la disponibilidad del patrimonio universal es un derecho humano y que, como tal, debe sostenerse cueste lo que cueste, porque es un bien en sí, o ya no hay destino para la cultura. Quiero decir, una orquesta no es sostenible nunca desde el mercado, sobre todo en países más o menos pobres sin capacidad de consumo.
–Esta idea del valor en sí mismo de la cultura proviene de la mejor tradición del pensamiento europeo, ¿pero tiene vigencia en Europa?
–La cultura pública está en retirada en todas partes. En este momento, en Europa, hay una hegemonía de la derecha. De todas maneras, allá hay menos interrupción en las políticas de Estado, no es como acá que cuando asume un nuevo gobierno de signo distinto del anterior cambian todo, como en una especie de refundación. Ni los laboristas echan por tierra lo que hicieron los conservadores, ni los conservadores desprecian lo que hicieron los laboristas. En todo caso, a nadie se le ocurre en Francia que deben desfinanciarse las universidades o los teatros de ópera.  Por otra parte, si bien la cultura es paga, también es muy accesible respecto del salario medio. En definitiva, no importa cuánto cuesta la energía en otra parte, sino qué proporción del salario medio demanda la energía de acuerdo con la época. De ahí que es una paradoja muy injusta que muchos no puedan ir al Colón, debido al costo de la entrada, cuando el Colón está financiando con impuestos que pagamos todos. Hoy el Colón solo dispone de entradas caras, sin opciones baratas. La gratuidad es un extremo, pero el Colón tiene que ser accesible para los que no disponen de recursos. En la nota que escribí en Página/12 recordaba cuando Sergio Renán, como director del Colón, subió las entradas de la función de gala y las primeras 20 filas, pero no incrementó las baratas. Y Renán se desempeñó como director del Colón entre 1989 y 1996.

–Época de Menem.
–Es que Menem tenía vergüenza de ser inculto, digamos, y quería ser recordado como alguien que había favorecido la cultura. Menem asistía a los conciertos de la sinfónica porque, aunque no le gustaba, entendía que lo obligaba su envestidura como presidente. No olvidemos que terminó de construir la Biblioteca Nacional. A él le importaba la cultura.
–¿No hay entonces una eminencia gris para las políticas culturales en el gobierno de Cambiemos?
–No existe una eminencia gris. Más bien, hay una idea empresarial y administrativa de la cultura concebida como entretenimiento, donde no interesa promover eventos a los que la gente no va o van unos pocos. Es un gobierno populista en cultura. Después, dentro del gobierno de la ciudad, yo programo el Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín, porque me llamó Jorge Telerman, el director del Complejo Teatral Buenos Aires. En ese sentido, Ángel Mahler deja hacer.
–A tu juicio, en relación con la cultura, ¿qué diferencia a este gobierno del anterior?
–En primer lugar, el discurso. Y, al contrario de lo que comúnmente se cree, no es una cuestión menor. Es decir, un país que habla todo el tiempo de lo que debería hacerse, aunque no se haga nada, aunque solo sea un discurso falso, genera un imaginario de país.
–Macri cerró varios organismos creados por la administración anterior, entre ellos el Instituto Dorrego.
–Ese es un tema polémico. El Instituto Dorrego no fue una buena idea del gobierno anterior. Había que trabajar con las instituciones que estaban y que no eran pocas. El gobierno no debió intervenir en la ideología de las instituciones historiográficas sino, eventualmente, hacerlo para favorecer el pluralismo. El revisionismo histórico nunca fue prestigioso, porque nunca fue demasiado científico ni riguroso, y siempre acomodó la historia a la ideología. En todo caso, puede ser una institución partidaria, pero no gubernamental.  
–¿Cuál es tu opinión sobre la gestión de Horacio González en la Biblioteca Nacional?
–Ejemplar, en muchos aspectos, porque además convirtió a la Biblioteca en un lugar rico y transitado, un lugar que no solamente era un museo sino, además, una usina de pensamiento plural. Incluso, de ella participó un montón de veces Beatriz Sarlo, que era claramente opositora al gobierno anterior, porque se la respetaba como intelectual. Es decir, Horacio González nunca incurrió en el error de intentar imponer una ideología.
–Pero, además, su gestión difiere mucho de la de Alberto Manguel.
–La gestión de Manguel es más neutra. La Biblioteca dejó de tener el peso que tenía en la cultura, en general. De nuevo, aquí se repite esa idea de fundar todo de nuevo, desde cero. Como con Ángel Mahler, aparte de si es un ministro malo o bueno, no sé, lo que cuestiono de la designación de Manguel, que puede ser un director de la Biblioteca bueno o malo, es el mecanismo. En los gobiernos democráticos, lo fundamental en la designación de los funcionarios son los antecedentes de gestión y el respeto a la comunidad específica de aquellos que trabajan en el área relacionada con el nombramiento.

Fotos: Diego Martínez

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