Aulas con alas

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La cooperativa Olga Cossettini retoma el legado de la educadora y pedagoga santafesina, impulsora de un modelo de enseñanza solidario y participativo.

 

Ronda de bienvenida. Uno de los rituales cotidianos en la cooperativa que busca romper con la rigidez de la escuela tradicional.

En Capilla del Monte, Córdoba, una antigua casona alquilada (perteneciente al Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas de Rosario), alberga un emprendimiento que propone otra forma de enseñar y aprender. Se trata de la cooperativa de educación Olga Cossettini, que trabaja en la pintoresca ciudad del Valle de Punilla basándose en los principios de la llamada corriente de la Escuela Nueva o Escuela Activa. Sus impulsoras fueron las hermanas Olga y Leticia Cossettini, quienes, en 1935, llevaron a cabo una de las experiencias pedagógicas más renovadoras de la Argentina, aplicando dicha corriente en la escuela Gabriel Carrasco de Rosario. «Recién termina la ronda de despedida del día, pero llegan justo para la feria de usados que hacemos en el patio de la escuela; pueden pasar también a ver nuestro almacén comunitario». Así reciben a Acción Silvina González, presidenta, junto con Irene Lichy, síndica; ambas docentes de la cooperativa.
«Para contar nuestra historia nos tenemos que remontar a un momento muy dramático en toda la provincia de Córdoba: fue en 1998, cuando el gobernador Ramón Mestre cerró las escuelas rurales», dice González. «Nos quedamos sin opciones de escolarizar a nuestros niños, así que debíamos movernos para buscar otra alternativa. En esa búsqueda, investigamos mucho las pedagogías: Waldorf, Montessori, Freire. Y tuvimos el privilegio de entrevistar a la profesora Velia Bianco, quien trabajó con las Cossettini. Ella nos hizo ver el documental La escuela de la señorita Olga, y nos enamoramos del proyecto», dice González. La película, dirigida por Mario Piazza, expone el legado de las educadoras santafesinas que desafiaron los rígidos dogmas de la escuela tradicional para propiciar en los niños la autodisciplina, favoreciendo la educación democrática y utilizando la realidad circundante y las experiencias artísticas como fuentes de aprendizaje. Esto no fue un hecho aislado sino que se insertaba en un movimiento pedagógico renovador que se desarrollaba en distintos países y que buscaba aplicar recientes descubrimientos relativos al desarrollo infantil.

Saberes en juego
«Empezamos a funcionar como escuela en marzo de 1998, en una casa particular. Éramos 5 maestras y 14 familias que habíamos tomado el enorme compromiso de emprender un desafío, con nuestros propios saberes, talentos, valores y tiempo», cuenta Lichy. Fueron comienzos duros, el dinero escaseaba, y a las maestras se les ocurrió implementar jornadas de trabajo voluntarias dentro de la escuela para que las familias  pudieran pagar con esas horas parte de la cuota. También crearon el «Cosetón», moneda de cambio propia que aún circula entre los miembros de la escuela. «Después nos constituimos en cooperativa de enseñanza y hoy podemos afirmar que nuestro proyecto está fuertemente sostenido  por tres pilares: pedagogía, valores cooperativos y administración financiera colectiva», afirma Lichy.
Formar ciudadanos para vivir en democracia creando una conciencia fraterna y constructiva eran algunos de los objetivos de las hermanas Cossettini, quienes priorizaban «abrir las puertas de las aulas hacia la vida», las tareas grupales, el arte, atravesando todas las áreas curriculares y la cooperación solidaria como práctica efectiva. Prueba de ello fueron la creación, en la Escuela Carrasco, del Centro Estudiantil Cooperativo, y la realización de las Misiones de Divulgación Cultural.
Ese espíritu es el que la cooperativa cordobesa revive día a día en sus aulas. «Nos gusta decir que somos una escuela chica –tenemos 120 alumnos de entre 4 a 12 años– pero interactiva, con ideales compartidos por todos y sostenidos con prácticas plurales cotidianas», explica González mostrando las urnas donde los alumnos votan propuestas y realizan críticas o apoyan las prácticas de todos los días.  También enumera otras características que diferencian a la cooperativa de la escuela tradicional: «Los chicos no llevan uniformes sino ropa cómoda y vieja para ensuciar, no forman fila como los soldados, no hay timbres, y los útiles y las meriendas se comparten, porque la escuela compra al por mayor y los distribuye». «Cada día –agrega la educadora– los recibimos haciendo una ronda y cantando, igual que en la despedida de la jornada. Tenemos rutinas compartidas según edades, de trabajo con el cuerpo, lectura de poesías, juegos de mesa, actividades al aire libre y las correspondientes a las distintas materias (matemáticas, lenguas, ciencias)». También se pone acento en los vínculos, siguiendo de cerca el proceso educativo de cada chico. «Ellos mismos establecen las reglas y debaten en asamblea. Mantenemos muy activos los espacios de reuniones, respetamos las individualidades sin perder el hecho de ser parte de un grupo, el de la escuela y el de la comunidad», remarca la docente.
Hoy la cooperativa trabaja para construir su propio edificio en un terreno donado por el municipio de Capilla del Monte. «Ahora otra lucha nuestra –cierra González– es que desde el Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba se nos contemple como escuela de gestión social, reconocidas por la Ley de Educación Nacional, lo cual nos permitiría definitivamente entrar en un encuadramiento legal».

—Texto y fotos: Bibiana Fulchieri

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