Bandera de libertad

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El creador del pabellón nacional y vencedor de las batallas de Salta y Tucumán fue un precursor de las ideas y valores que impulsaron la lucha por la independencia. José de San Martín, quien lo sucedió al frente del Ejército del Norte, lo definió como «lo mejor que tenemos en América del Sur».


(3Estudio/Juan Quiles)

Nació en una familia de comerciantes acaudalados y murió en la pobreza extrema. Dedicó sus escritos a pensar lo que fueron los ideales de la Revolución de Mayo y la Independencia, creó la bandera nacional y encabezó el Éxodo Jujeño. A 200 años de su fallecimiento, Manuel Belgrano evoca sucesos canonizados por la historia, pero también un programa económico y político que se anticipó a su época y conserva su vigencia.
«Belgrano provoca una doble sensación: gran admiración por la precocidad y la claridad de las cosas que decía y profunda tristeza, porque seguimos sin resolver problemas que él planteaba con toda claridad», dice el historiador Felipe Pigna. «Más allá de la bandera, queda su protagonismo como revolucionario en los sucesos de Mayo y luego tratando de mantener los ideales de esa revolución», destaca Horacio López, subdirector del Centro Cultural de la Cooperación.
En 2020 se cumplen también 250 años de su nacimiento, y el Gobierno nacional invocó el doble aniversario para decretar el año «General Manuel Belgrano», con el fin de actualizar su legado y «recordarlo una vez más como un factor que pueda contribuir a consolidar la unidad nacional».

A la luz del presente
La historia se narra desde el presente y, a la luz de la actualidad, la figura de Belgrano adquiere nuevas proyecciones. «Es de lejos el más formado entre los revolucionarios de Mayo. Fue el primer estadista que tuvimos, y el primer americanista, porque fue el que planteó por primera vez el proyecto de la patria grande», dice Ricardo Daniel Gil, presidente de la filial La Plata del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
«Fue a estudiar Leyes a España condicionado por una cuestión familiar. El padre había caído en una situación de desfalco y termina preso. El único ejercicio que hace Belgrano como abogado es la defensa de su padre. En realidad estudia Filosofía y en una carta a su madre cuenta su descubrimiento de la economía política: por eso lee La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y a los economistas italianos, traduce a Quesnay, y vuelve en 1794, nombrado por el rey como secretario del Consulado de Comercio, con la misión de promover el desarrollo de la agricultura, la industria y el comercio y el fomento del progreso del virreinato», agrega Gil, que prepara un ensayo histórico focalizado en el legado ideológico del prócer.
Pigna describe a Belgrano como una figura incómoda «para aquellos a los que él definía como los partidarios de sí mismos: los enemigos de la patria, los egoístas, los que se oponían a su proyecto de modernización». Ya en el Consulado de Comercio tuvo que enfrentar la resistencia de esos intereses.  «Toma esa tarea con la intención de aportar con sus ideas a un nuevo país, a una nueva organización, pero rápidamente se decepciona, porque los comerciantes españoles de Buenos Aires eran monopolistas –observa Horacio López–. Escribe en el Semanario de Agricultura, donde revaloriza el comercio interior, diciendo que es capaz de aumentar los capitales y con eso los fondos de la Nación, y plantea que las materias primas no deben salir sin manufacturarse previamente, ideas que hasta hoy tenemos que defender».


Símbolo. Promesa de lealtad a la enseña argentina, un rito de identidad. (Télam)

López destaca también «su preocupación por la concentración de la propiedad», en la que Belgrano veía un obstáculo para el desarrollo económico, y «su obsesión con las cuestiones de la educación, planteando que la enseñanza debía ser estatal, gratuita y obligatoria, otro tema polémico de actualidad». Desde sus primeros escritos abogó por la educación de las mujeres y la creación de escuelas de oficio. Una labor intelectual sobresaliente, «pero después el destino lo lleva por otro camino, para el que no se había formado, que es el militar», a partir de la campaña al Paraguay.

Acto de rebeldía
En las efemérides tradicionales, la creación de la bandera nacional, en Rosario, parece un suceso despojado de conflictos que se articula armoniosamente en el período comprendido por la Revolución de Mayo y la declaración de la Independencia. «Estos relatos omiten que fue un acto de rebeldía de Belgrano contra la voluntad del primer Triunvirato, manejado por Bernardino Rivadavia como secretario –dice Pigna–. Belgrano desobedece la orden de destruir la bandera, y la lleva al norte, donde va a encabezar el Éxodo Jujeño, otra obra extraordinaria que no es reconocida como una operación militar de gran envergadura y de gran inteligencia».
El historiador, que este año publicó la biografía Manuel Belgrano, vida y pensamiento de un revolucionario, sostiene que la historia tradicional destacó la creación de la bandera para soslayar otras acciones: «Que Belgrano fuera solamente el creador de la bandera borraba su pasado de economista que hablaba de la reforma agraria y en contra del monocultivo y su preocupación por la situación de los indígenas, como se ve en el reglamento para el pueblo de las misiones que dictó en diciembre de 1810, del que Alberdi dice que es un antecedente notable de nuestra Constitución. Belgrano habla de la necesidad de igualdad de los pueblos indígenas, que no sean sometidos a trabajo forzado, propone la creación de cabildos indígenas y otras ideas que tenían coherencia con lo que estaba haciendo su primo Castelli en el Alto Perú. Todo eso quiere ser pasado al olvido».


Megías. «La historia tradicional trabajó a partir de efemérides y de biografías.»

Pigna. «Seguimos sin resolver problemas que él planteaba con toda claridad.»

López. «Abogó por la educación de las mujeres y la creación de escuelas de oficio.»

Gil. «Fue el primer estadista que tuvimos, y el primer americanista.»

Belgrano ordenó izar la bandera el 27 de febrero de 1812 frente a una formación de tropas dispuestas ante el río Paraná. «Elige Rosario por la ubicación geográfica: las altas barrancas y la cercanía de la isla permitían atacar desde una posición muy favorable a los barcos enemigos que trataran de surcar el río», dice Alicia Megías, profesora honoraria de la Universidad Nacional de Rosario.
Megías explicita el alcance del gesto de Belgrano: «Los símbolos patrios tienen que ver con la generación y la consolidación de una identidad común y la sensación de pertenencia a una comunidad. Es el suelo indispensable para construir legitimidad en términos políticos: en la medida en que las personas se sientan parte de una comunidad más amplia, simbolizada por estos objetos, es posible por ejemplo pensar en el acatamiento del orden».
El enfrentamiento en torno a la creación de la bandera –«Rivadavia le dice a Belgrano que lo va a tomar como un rapto de inoportuno patriotismo y que la próxima vez lo va a sancionar con la degradación», recuerda Pigna– parece también el emergente de un conflicto de largo aliento. «Rivadavia y Alvear planteaban un vínculo centrado en Inglaterra, limitado a la producción de materias primas y de ganado; San Martín, Belgrano, Monteagudo defendían la agricultura como un paso a fraccionar y revalorizar la tierra, lo que reivindicaba a los trabajadores –dice Ricardo Daniel Gil–. Ahí puede verse el origen de dos grandes modelos: el planteo de una oligarquía concentrada y la propuesta de un desarrollo con mayor participación de los habitantes y con distribución del ingreso y de la riqueza».

Más allá de la efeméride
Belgrano volvió a desobedecer cuando Rivadavia le ordenó replegarse hasta Córdoba con el Ejército del Norte. «En ese rol hay que destacar no solo las batallas que gana, creando una nueva condición política contra los españoles, sino el éxodo del pueblo jujeño. Belgrano logra convencer al pueblo de que debía abandonar sus casas, quemar las cosechas, envenenar los pozos de agua potable y no dejar nada que pudiera ser utilizado por el enemigo, y el pueblo acepta ese sacrificio y se retira con él hacia Tucumán», destaca Horacio López, a punto de publicar Belgrano, el huérfano de Mayo, una revisión entre la historia y la ficción de la vida del prócer.
El perfil de Belgrano como militar ha sido cuestionado «desde la más absoluta ignorancia», agrega Pigna: «Los sectores conservadores no lo querían en Buenos Aires, y por eso lo mandaron a las misiones en el Interior. Tanto las batallas de Salta y Tucumán como el éxodo demuestran su pericia; las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, a veces más exaltadas que las victorias, tienen que ver con decisiones políticas equivocadas del Gobierno central que huelen también a querer sacárselo de encima».
En una carta a Tomás Godoy Cruz del 12 de marzo de 1816, San Martín dijo de Belgrano que, aun sin los conocimientos de los militares profesionales, «es lo mejor que tenemos en la América del Sur». Dos años antes lo había relevado en el mando del Ejército del Norte.
Hasta no hace mucho tiempo, Belgrano solía ser cuestionado por la propuesta que hizo en el Congreso de Tucumán para instaurar una monarquía constitucional. Estudios históricos recientes mostraron el sentido de ese proyecto, en el marco de las disputas con sectores conservadores. «Belgrano participa en la etapa previa de Mayo, promoviendo lo que termina en la revolución y es también un activo partícipe en la declaración de independencia –dice Ricardo Daniel Gil–. El 6 de julio de 1816 participa en una sesión secreta en la que plantea que los patriotas deben ir hacia la independencia y hacia una Constitución para asegurar el orden y la soberanía política. Incluso habla de la independencia de los pueblos de América del Sur; en definitiva es el precipitador de la declaración del 9 de Julio. Belgrano tenía una visión integral, incluso superadora de los caudillos federales, como la tenía San Martín, y por eso en principio comparte muchas cosas con José Gervasio de Artigas».


Retrato. Obra del artista francés Francois Carbonnier, realizada en 1815. (Télam)

Los 250 años del nacimiento de Belgrano y los 200 años de su muerte son entonces una oportunidad para revisar un período determinante del pasado nacional, y también los modos de hacer historia. «Durante mucho tiempo la historia más tradicional, sobre todo en la educación, trabajó a partir de efemérides y de biografías –dice Alicia Megías–. Todos nosotros hemos sido educados con la casita de Tucumán en el cuaderno de la escuela. Las efemérides daban un conjunto de información fragmentada en pequeños eventos poco articulados entre sí. Afortunadamente ahora se piensa en otras formas de manejar los contenidos para tratar de explicar los procesos históricos, una narración de mayor extensión que les dé una racionalidad más fácil de comprender».
La situación del legado de Belgrano puede estar simbolizada en un episodio conocido: en 1813 recibió un premio de 40.000 pesos oro por sus triunfos militares, que donó íntegramente «para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras», según consignó en una carta a los miembros de la Asamblea del Año XIII; el dinero fue desviado hacia otros fines, luego se construyeron tres escuelas (una de ellas, inaugurada recién en 2004) y la última quedó inconclusa. Su muerte, en la mañana del 20 de junio de 1820, pasó desapercibida para sus contemporáneos. Apenas uno de los ocho periódicos que se publicaban en Buenos Aires registró el suceso, y pocas personas lo acompañaron en los últimos momentos.
La historia posterior lo instituyó como prócer, pero el sentido de su figura excede a ese reconocimiento. «Belgrano pensó más allá de su época», dice Horacio López, y parte de lo que vio puede incidir en el presente.