Batallas de templarios

Tiempo de lectura: ...

La violencia no tiene fin en ese país y el estado de Michoacán es escenario de las mayores tropelías mientras el gobierno permanece al margen. Vecinos que se arman contra la extorsión criminal.

 

Alerta. La sola existencia de grupos de civiles armados representa un peligro para cualquier sociedad. La justificación que tienen es que deben defenderse de los templarios. (Schemidt/AFP/Dachary)

Michoacán es un estado de México donde se juega a una particular perinola: todos matan. La zona está bajo el control de un grupo narco, «los Caballeros Templarios», que sostiene con crímenes el negocio de la droga. Para aumentar su caja, establecieron un impuesto a la supervivencia, que los pobladores deben pagar si quieren seguir respirando un día más, para no terminar con un balazo en la frente o colgados de un puente. Algunos vecinos decidieron formar escuadrones civiles de autodefensa para combatir a los templarios. Y recorren las calles y caminos con fusiles y pistolas automáticas, para asesinar al primer rival que se les cruce. El presidente Enrique Peña Nieto decidió reforzar el lugar con 1.000 efectivos del Ejército. Sin embargo, a solo 250 kilómetros al oeste del Distrito Federal, las autoridades no gobiernan ni controlan la situación. El análisis de lo que allí ocurre está también bajo fuego cruzado: los templarios aseguran ayudar al progreso de su gente y acusan a los grupos armados de no ser simples vecinos sino de responder a otros narcos que pretenden desplazarlos; los comandos civiles dicen que actúan cansados de la ineficacia de los políticos y la policía, a los que imputan estar comprados por el oro blanco de la cocaína.
Hace un milenio, otros templarios nacían en Francia para cuidar a los cristianos que peregrinaban a Jerusalén y para dar sus vidas en las Cruzadas. Estos combatientes aztecas tienen distintos intereses: cultivan y producen marihuana y heroína y elaboran la metanfetamina de cristal, una poderosa droga sintética. Lo hacen en un punto geográfico estratégico, el puerto de Lázaro Cárdenas, el tercero en importancia del país, preciada puerta de entrada y salida de sustancias ilegales. El grupo narco es un desprendimiento de la Familia Michoacana, que dominó la región durante décadas. En 2011, el cartel se dividió luego de que su líder, Nazario Moreno González, alias El más loco, fuera dado por muerto en un enfrentamiento. Uno de sus discípulos era un joven maestro de escuela, Servando La Tuta Gómez, fundador de los templarios. El hombre suele enviar mensajes a propios y extraños en filmaciones subidas a Internet. «Somos un mal necesario», declaró recientemente el maestro Gómez. Rodeado de ocho combatientes encapuchados y armados, con el rostro detrás del pasamontañas, agregó que «somos delincuentes, sí, participamos en el narcotráfico, pero evitamos que nuestra gente consuma las drogas químicas, lo que hay que hacer es regular el comercio de sustancias, yo no conozco nadie que haya muerto por fumar marihuana».

 

Control de drogas
No por hojas de cannabis sino por plomo de proyectiles, en todo México se acumulan unos 70.000 muertos, contando desde 2006 a la fecha. Sólo en Michoacán, las víctimas fueron 826 en 2012, 18 por cada 100.000 habitantes, una tasa apenas inferior al promedio nacional por todo concepto. Los muertos son un problema en esta parte del mapa del país, pero los vivos no la pasan mucho mejor. Los templarios le cobran un impuesto clandestino a la población: unos 10 dólares mensuales por no molestarlos en su casa, 15 más por dejarlos llevar adelante sus tiendas o pequeños almacenes y 150 por permitirles transitar en auto sin ser molestados. En una zona dedicada mayoritariamente al cultivo del limón, la última decisión de los narcos hartó a los lugareños. Los templarios se apropiaron de las cinco empaquetadoras de fruta del pueblo de La Ruana y empezaron a pagarles a los hombres de campo la mitad de lo que venían recibiendo en el mercado formal. Fue allí, en ese pueblo, donde nacieron los batallones de autodefensa. El pionero fue Hipólito Mora. Tiene una mediana cantidad de ganado y, como la mayoría, algunas parcelas con limón. Ahora ya no pasea en tractor, sino que patrulla con una Browning 9 milímetros en la cintura, rodeado de otros coterráneos. «Este es un movimiento de pobres, sólo queremos que los templarios se retiren y nos dejen trabajar. No estamos en guerra, sólo nos defendemos», sostiene Mora.
Los Reyes es otro pueblo amenazado del estado de Michoacán. Desde enero, sus 4.000 habitantes se encuentran atrincherados, después de que la autoridad municipal y la policía local abandonaran la zona. Todo comenzó cuando los narcos exigieron el pago de unos 260 dólares anuales por hectárea cultivada. El vocero de los templarios fue sencillo y directo: el que no paga, muere. Ante tamaña disyuntiva, los vecinos decidieron organizarse, aunque sin el equipamiento de las localidades linderas. «Nosotros no tenemos armas, acaso un par de escopetas. Muchos se nos ríen, pero esta es la última opción que nos queda». Comuneros de Los Reyes viajaron más de 400 kilómetros hasta la capital del país para manifestarse frente mismo a la sede de Gobierno. «Pedimos que los que mandan se den vuelta siquiera para vernos», declaró una mujer con su cara oculta por un pañuelo. Uno de sus compañeros agregó que sufren uno o dos ejecuciones por jornada, y que ya ni hay lugar para el asombro o el escándalo. Boquiabiertos, sí, quedaron a fines de julio, cuando marchaban al municipio local pidiendo soluciones. Fueron baleados por los narcos, oficialmente se habló de cinco muertes pero los comuneros contaron veinticinco. Enseguida llegaron tropas federales. «Estuvieron unos días y se fueron», narró uno de los pobladores.

 

Cuota parte
El presidente mexicano prometió ayudar a recuperar los territorios en manos de los narcos. Peña Nieto admitió que «no es un tema sólo de seguridad, es un tema que tiene que ver con darle atención a las demandas de la población, en recuperar tierras, en restituir las autoridades que prácticamente han perdido espacio de actuación y ya no tienen capacidad para responder a las necesidades de su gente». No fueron las penurias cotidianas de los habitantes de Michoacán las que parecen haber despertado el interés del primer mandatario. Fue un crimen el que lo sobresaltó: la víctima, un alto mando militar, el vicealmirante Carlos Miguel Salazar Ramonet. Una patrulla de templarios detuvo al vehículo del militar, que recorría una ruta secundaria del estado. Lo ultimaron sin decir palabra. El asesinato empujó a un millar de efectivos sobre la zona de conflicto. Las primeras maniobras desconcertaron a la población. Es que las tropas detuvieron a cincuenta personas ligadas con los grupos de autodefensa, pero no capturaron aún a miembro alguno de los grupos narcos.

Vigilancia. El presidente Peña Nieto envió 1.000 efectivos del Ejército a la zona. (Schemidt/AFP/Dachary)

Jesús Reyna es quien dirige el ejecutivo del Michoacán. Reconoce que la situación es difícil pero se niega a hablar de un «Estado fallido». Recibió una andanada de críticas. Las lanzó José Manuel Mireles, médico, al mando de otro grupo de autodefensa. Mireles juró por la Virgen de Guadalupe que Nazario González Moreno, el loco más loco, fundador de la familia michoacana, no murió en 2010, sino que sigue vivo y al mando del cartel. «Y si no, pregunten al Gobernador Reyna, que estuvo en julio en el velatorio del padre de González Moreno. Reyna también es un templario, su esposa es hermana de La Tuta, líder de los Caballeros», describió Mireles, como mezclando personajes de una telenovela. Otra parte de su relato es un auténtico drama. Cuenta el médico que en su pueblo soportaron durante años pagar «la cuota» a los narcos por cada vaca que vendían o por cada kilo de tortilla que despachaban en la calle. Y agrega que ya no aguantaron más cuando los templarios pidieron un pago distinto. «Llegaban a casa y decían “me gusta mucho tu mujer, ahorita te la traigo, pero mientras, baña a tu hija, que se va a quedar conmigo muchos días” y no te la regresaban hasta que estaba embarazada», asegura Mireles.
Los grupos de defensa dicen estar preparados para juntar a 3.000 hombres una hora después de que suenen las campanas de la Iglesia. «Los abastecen los Zetas», aseguran los templarios, en referencia al cartel más grande del país. «¿Quién les da a los jóvenes del pueblo fusiles Ruger Mini 14, con 1.000 metros de alcance, más livianos que un AK-47?», se pregunta La Tuta, desde un video. Cada uno de esos armamentos cuesta alrededor de 3.000 dólares. La muerte es sólo uno de los altos precios por pagar en una guerra en la que pierden siempre los mismos. Ni camiones de alimentos ni transportadoras de combustible se animan a entrar en Michoacán. Nadie confía en los uniformados, menos aún en los dirigentes. Bien lo explicó una de las manifestantes que suplicó atención frente a la Casa de Gobierno azteca: «Estamos olvidados en algún lugar que también es México».

Diego Pietrafesa