Bolivia: golpe y relato obsceno

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Las cámaras avanzan y muestran desde todos los ángulos la cama donde dormía Evo Morales en el palacio presidencial de Bolivia. La ministra de Comunicación del gobierno golpista, camina entre cables y exhibe el baño, las mesas, la ropa y los pretendidos lujos de un mandatario que supuestamente vivía como un jeque árabe.
No es muy común que un gobierno entrante muestre con detalle cómo vivía un gobernante depuesto, salvo cuando el contraste con el nivel de vida de las mayorías lo amerite. El depuesto Sha de Irán, Reza Pahlevi, poseía mansiones que después de su caída se convirtieron en museos y parques públicos donde se exhibe la colección de autos de lujo de su propiedad.
En el caso de Bolivia la contradicción entre el relato y la realidad es notable. El mensaje es burdo, obsceno y vejatorio. No hay ningún lujo. Pero pareciera que «el indio» no tuviera derecho a una cama digna.  
Es una gran puesta en escena para demonizar a Morales tal como exhibieron los objetos de Perón y Evita luego de su derrocamiento en 1955, y para tapar la oposición al golpe de Estado, la represión y la muerte, más importantes que un armario con los sacos que usaba Evo Morales.
La zaga continúa. Filman a Evo saliendo de un restaurante en México donde concedió entrevistas y el periodismo de «investigación» averigua cuánto cuesta allí un desayuno o un almuerzo para mostrar un «exilio dorado», mientras sus seguidores no tienen otra alternativa que continuar sufriendo. Hasta que los dueños emiten un comunicado diciendo que Evo apenas tomó café y agua, detalle en el que pocos repararán.
El objetivo es dañar su credibilidad y presentar un Evo al que no le importan los pobres. Como si los pobres no supieran quién es «el Evo», como si necesitaran de esos medios amarillistas para conocerlo.